2006-11-26

Cristo Rey, la renuncia al poder


34 Domingo Tiempo Ordinario - A


Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Mateo 25, 31-46

Un reino diferente


En el contexto de la Pasión, Pilatos, inseguro y presionado por el pueblo judío, le pregunta a Jesús si él es rey. En ese momento de dolor, camino hacia la cruz, Jesús contesta de una manera trascendida. En esa respuesta refleja la clave de su misión: Mi reino no es de este mundo

Está claro que su misión es eminentemente espiritual. El trabajo apostólico de Jesús es anunciar, incluso asumiendo la muerte, el reinado de Dios, un reinado que va más allá de los criterios lógicos de este mundo. En él se asume una concepción del mundo basada en el amor y en el servicio a los demás. Una visión que para muchos puede llegar a ser contradictoria y opuesta a la tendencia actual; una visión que llega a cuestionar los poderes fácticos, fundamentados en el egoísmo y en el enriquecimiento personal. 

 La ambición, llevada al límite, es el reino de las tinieblas. El reinado de Dios es un reinado de luz, de amor, de vida, donde el pobre y el desvalido, los que sufren, los humildes, son especialmente amados. En este reinado ellos son los preferidos del rey. Éste dobla su rodilla para poner su corona a los sencillos de corazón. Es un rey que asume su propia muerte para salvar la humanidad. Un rey que no tiene nada, que lo entrega todo, hasta su propia vida. La salvación es la misión de Cristo, Rey del universo. Es rey también de nuestro mundo, donde reina para siempre, si nos abrimos a él. 

Una pedagogía de la libertad 


En este diálogo, Jesús interpela a todos los gobernantes y personas con cargos de responsabilidad. En el reino de Dios se da una renuncia a todo poder. Como consecuencia, es un reinado basado en la libertad. Jesús es un rey que no se arma, no tiene ejércitos, ni propiedades ni territorios. Su único territorio es el corazón de cada persona. 

En el reino de Dios no se producen luchas ideológicas, sino que impera el servicio, la entrega, la generosidad. El poder, allí donde se forja, acaba siendo corrupto, incluso dentro de la propia Iglesia o en otros ámbitos, donde adopta aspectos muy subliminales: en la familia, entre los matrimonios, en el mundo de la empresa... El poder es, de alguna manera, querer jugar a ser dioses, dominando todo y a todos. 

Cristo nos propone abandonar toda ambición de poder. El Dios "todopoderoso" sólo lo es en el amor. Jesús no necesita el poder. En cambio, es el poder quien lo mata. Porque toda clase de poder lleva consigo la muerte. La renuncia al poder es vida, libertad, donación. Jesús así lo demostró. Fue profundamente libre, hasta para entregar su vida por amor. Cristo Rey se convierte en el gran pedagogo de la libertad y nos invita a seguirlo: nos invita a abandonar el poder y a aprender a ser libres. Porque la renuncia al dominio nos da una enorme libertad interior y la alegría sana e inagotable de saber que no tenemos nada, nada nos ata ni atamos a nadie; sólo nos resta el amor y la libertad para entregarnos.

2006-11-19

Llamada a la esperanza

Con un tono apocalíptico, Jesús se dirige a los suyos. En el fondo, Jesús nos está comunicando que, por encima de todas las calamidades y dificultades, siempre sale el sol de la esperanza. Después de un crudo invierno llega la suavidad de los colores de la primavera.

Muchas veces, en nuestra vida, podemos sentir angustia, vemos cómo nuestros grandes valores parecen perder su brillo y toda nuestra existencia se tambalea. El evangelio de hoy nos llama a tener serenidad y confianza en Dios. Ni un átomo del universo se mueve sin que él lo quiera. Él está con nosotros.

Pero, más allá de una lectura existencial, Jesús nos quiere decir algo más hondo. Podemos extraer la dimensión moral y espiritual de sus palabras. Para muchos sociólogos y sicólogos el mundo atraviesa una crisis de valores. Se multiplican problemas como el deterioro del medio ambiente, la desigualdad económica entre el norte y el sur, la corrupción política, el neoliberalismo exacerbado, el terrorismo, las injusticias hacia los más pobres, la falta de visión ética de los gobernantes… ¿No creemos que el universo de nuestras estructuras y organizaciones se está derrumbando?

En Dios superamos las dificultades

Una falta de visión moral sobre nuestros actos provoca situaciones límite, incluso más. Si todo va hacia el abismo, es porque en el fondo queremos apartar del mundo a aquel que lo ha erigido: el mismo Dios. Por respeto y amor a la libertad del hombre tal vez Dios se aparte sigilosamente, permitiendo que ocurran estos acontecimientos y las consecuencias a veces catastróficas de sus actos. Ni los cielos artificiales, ni la ciencia ni la tecnología pueden quitar el sitio a Dios. Cuando nos apartamos de la luz, todos quedamos en las tinieblas y nos precipitamos hacia el vacío. Pero, a pesar de todo, a todos aquellos que aman Dios nunca los dejará de lado. Él siempre aparecerá entre las nubes del egoísmo para darnos esperanza.

2006-11-12

El óbolo de la viuda

El valor del sacrificio

Una de las características más importantes para educar e instruir es la capacidad de observar. Jesús sabe ver, meditar, interiorizar y comunicar, aspectos muy importantes de un pedagogo. En esta ocasión Jesús observa a la gente y sus actitudes delante del arca de las ofrendas. Y aprovecha las circunstancias para asentar doctrina. Se percata de que muchos echan enormes cantidades de dinero y, sin embargo, una anciana, viuda, echa unas pocas monedas. Jesús rápidamente se da cuenta de que, pese a ser poco, es todo cuanto tenía. Jesús señala a sus discípulos el valor del gesto de aquella anciana. Su generosidad es más auténtica y sincera que la de aquellos que echan sin esfuerzo alguno, dando de aquello que les sobra. Para Jesús no hay que donar lo que a uno le sobra, sino algo más, que implique un poco de sacrificio y hasta renuncia por aquello que crees. En el esfuerzo se encuentra el sentido último de la generosidad y de la solidaridad.

Ese poquito esfuerzo de muchos podría, hoy, ayudar a cubrir muchas necesidades de la Iglesia. Muchos somos los creyentes y la Iglesia aún está muy carente. Necesita de nuestro tiempo, de nuestro dinero y de nuestra libertad para extender el Reino de los Cielos.

La recompensa de la generosidad

La historia de la primera lectura, del profeta Elías, nos muestra otro acto de generosidad, casi heroico. La viuda de Sarepta que acoge al profeta en su casa es una mujer pobre. Apenas tienen para comer, ella y su hijo. Y, no obstante, Elías le pide que le amase un panecillo para él y que tenga confianza en Dios. Ella así lo hace, y ve cómo las palabras del profeta se cumplen. Jamás faltará la harina en su hogar ni el aceite en su alcuza. Dios es providente con aquellos que han sabido ser generosos y han dado, aún de lo que les hacía falta.

Podríamos trasladar esta bella historia a nuestra realidad de Iglesia hoy. Todos nos sentimos conmovidos ante el desprendimiento de la viuda de Sarepta. Ese gesto nos invita a hacer lo mismo.

Vemos a nuestro alrededor muchas necesidades, que la Iglesia, en sus múltiples apostolados y obras sociales, intenta buenamente cubrir. Ante todo, en la Iglesia encontramos el mayor alimento que nos da fuerzas y alienta nuestra vida interior: el mismo Dios. Y Dios nos lo ha dado todo. Cuanto tenemos es un don suyo: la vida, la inteligencia, nuestro trabajo, nuestra familia, nuestra prosperidad mayor o menor, nuestro pan de cada día... ¡Todo, finalmente, nos lo ha dado Dios!

¿Qué podemos darle a él? Toda ofrenda será pequeña. Pero él no mirará su cuantía, sino el valor que le hemos dado. Cuando Dios forma parte importante de nuestra vida, cuando sentimos que su familia -la Iglesia- es nuestra familia, y se convierte en una realidad entrañable e imprescindible, no podemos dejar de ser generosos. La medida del esfuerzo, del pequeño sacrificio, del amor con que donemos nuestra aportación, será la medida de nuestro auténtico amor y compromiso con Él.

Hasta la persona más pobre puede dar su óbolo, su pequeño talento, para ayudar a la Iglesia, para contribuir a la obra de Dios en el mundo. Y Dios vela por aquellos que son generosos, respondiendo con el ciento por el uno. No hay acto de desprendimiento realizado con amor que no quede recompensado.

2006-11-05

El primer mandamiento

Una respuesta vivida

A lo largo de su ministerio público, Jesús se ve abordado muchas veces por gente que le plantea cuestiones decisivas relativas a la ley judía. En esta ocasión un escriba, conocedor de la Ley, le pregunta qué mandamiento es el primero. Jesús contesta, no sólo desde el punto de vista teórico, sino desde su adhesión vital a Dios. Dios lo es todo para él. El sabe que la fe no sólo consiste en hablar y en conocer, sino en actuar y vivir. Le responde desde una perspectiva pedagógica: "Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios". Jesús vive y manifiesta la centralidad de Dios en su vida. Dios ocupa todo su corazón, no hay lugar para otros. En su respuesta refleja la intensidad de un amor que es a la vez afectivo, intelectual y espiritual. Amar a Dios con todas nuestras fuerzas: este es el mensaje de Jesús, desde su madurez espiritual, es decir, con la máxima lucidez, con todo el sentir y con toda su pasión.

El reto consecuente es amar de esta manera también a nuestro prójimo, no sólo de forma abstracta. Un amor intenso y total se ha de demostrar en los pequeños detalles de cada día que, no por diminutos que parezcan, dejan de tener su trascendencia. Cada gesto hacia nuestros semejantes es un gesto que dirigimos a Dios.

Escuchar

En su respuesta al letrado, Jesús antepone el verbo escuchar. No se trata sólo de captar con el oído, sino de escuchar con la mente abierta, con el corazón, con todo el ser. Escuchar es imprescindible para que haya comunicación, sólo cuando uno escucha el otro puede hablar y transmitir su mensaje.

Para escuchar es necesario pararse, hacer silencio y disponerse con una actitud receptiva. Jesús habla de escuchar a Dios. Sólo así, con nuestro silencio sosegado, Él podrá llegar a nuestro corazón, sin interferencias. Y podremos saber con nitidez lo que quiere de cada uno de nosotros.
Escuchar se convierte en la base de toda pedagogía. Todo el mundo habla mucho. Especialmente locuaces son los políticos, los filósofos, los intelectuales, los profesores, los sacerdotes... Pero, justamente estas personas, que tienen a su cargo la educación y la orientación de muchos, son las primeras que deben aprender a escuchar, para descubrir la hondura de las palabras del otro, para poder comprender sus inquietudes y establecer un diálogo fecundo.

No estás lejos del Reino de Dios

Con estas palabras, Jesús muestra su simpatía hacia el escriba que le ha interrogado. El hombre es un buen conocedor y, seguramente, cumplidor de la Ley de Moisés. Sólo le falta llevarla a su plenitud. Cuando reconoce que amar a Dios y al prójimo son los primeros mandamientos, por encima de todo holocausto y sacrificio, está dando un paso hacia esa plenitud, que se encarna en Jesús.

Jesús desvela que la auténtica ley es el amor, más allá de los rituales, los méritos y los sacrificios. Con esto, arroja un nuevo concepto de Dios: el Dios Padre, cercano, amigo. Del Dios severo de la Torah, Jesús pasa a un Dios personal, que refleja en él -su Hijo- su enorme bondad. Jesús se convierte en el rostro vivo y humano de Dios.