2009-12-26

Navidad y Sagrada Familia

Esta semana celebramos algunas de las fiestas más importantes del año cristiano. Ayer, Día de Navidad, recordamos que la Palabra en Dios se convierte en acción, en carne, en vida, y que viene a acampar entre nosotros. Os invito a leer esta reflexión sobre el hermoso inicio del evangelio de Juan.

Y este domingo nos reunimos para celebrar la fiesta de la Sagrada Familia, coincidiendo con la Jornada de la Familia, un evento multitudinario en Madrid, que reúne a fieles de muchos países. La familia de Nazaret, hoy, sigue siendo un ejemplo de humanidad y una verdadera escuela de donde extraer valores imperecederos. Leer más aquí.

2009-12-19

Ser portadores de Dios

4º domingo de Adviento -C-
En el evangelio de hoy, la visitación de María a Isabel, encontramos una escena que desprende alegría. Dos mujeres, una anciana, la otra no desposada, descubren el gozo de ser madres y aún más allá: de ser favorecidas y amadas por su Creador.
María atiende a su prima encinta y le lleva mucho más que su compañía y su ayuda humana: le lleva al mismo Dios.

Leer toda la reflexión aquí.

2009-12-12

Yo os bautizo con agua...

En esta lectura, descubrimos el mensaje de Juan Bautista y la revolución que causaba en las gentes de su tiempo. Su bautizo de agua es el paso previo a otro bautizo, "de Espíritu Santo y fuego", que transformará definitivamente el corazón humano.

El bautismo de Juan es necesario: supone una ascesis liberadora, un ejercicio de humildad, de renuncia al poder, al afán de dinero y a la codicia material. Sus consejos a las gentes forman parte de una ética básica y universal, necesaria para garantizar la justicia y la buena convivencia. Son recomendaciones que también invitan a dejar lugar a Dios en nuestra vida. Para limpiar nuestro interior, es necesario un esfuerzo por nuestra parte. Pero Juan ya predice que hará falta otro bautismo para convertirnos.

Leer más aquí.

2009-12-05

Un grito en el desierto

2º domingo de Adviento -C-

En la lectura de hoy, vemos cómo la palabra de Dios enciende el espíritu de Juan y lo empuja al desierto. Allí comenzará a predicar. La conversión a la que llama Juan es preparatoria a la venida de Jesús. Él habla de bautismo y perdón. Son los pasos previos que allanan el camino y facilitan el encuentro gozoso con el que viene: el mismo Dios. El desierto es símbolo del corazón que se despoja de todo lo sobrante para poder recibir un don más grande.

Leer toda la reflexión.


2009-11-28

Alzad la cabeza

Primer domingo de Adviento - Ciclo C -

Iniciamos el tiempo de Adviento con una lectura que parece reflejo fiel de los tiempos que vivimos. El mundo se sacude, convulso. Pero en medio de las dificultades, los cristianos recibimos una llamada a vivir despiertos, erguidos y esperanzados. Dios puede más que todo. Jesús no nos oculta que el mundo vive inmerso en el miedo y la devastación. Pero tampoco nos deja caer en el desánimo. Lo propio del cristiano es la esperanza.

Leer la homilía completa.

2009-11-21

Cristo Rey

Cuando Jesús, atado y humillado ante Pilato, asegura que “es rey”, muchos escépticos podrían burlarse, tal como lo hicieron los judíos de su tiempo. ¿Por qué ese escándalo, como dice san Pablo? ¿Qué significa esa paradoja? ¿Puede ser rey un hombre maltratado, indefenso, herido, a punto de ser condenado a morir?

“Mi reino no es de este mundo”, dice Jesús. Muchos han interpretado estas palabras como un rechazo del mundo real y de la humanidad. No es así. Con “mundo”, Jesús alude a una forma de pensar y actuar muy común, movida por la ambición, el egoísmo y el ansia de poder. Él es rey, no porque atesore poder, sino porque lo da todo: su reino se fundamenta en el amor y en la libertad sin límites que le permite entregarse sin vacilar.

2009-11-14

Mis palabras no pasarán

33 domingo tiempo ordinario -B-

La lectura de hoy es muy apropiada para meditar en tiempos de crisis. El evangelio no oculta que el mundo vive sacudido por muchas vicisitudes, y esto ha sido antes, y lo será en el futuro. No hay etapa de la historia que no haya visto épocas de profundas convulsiones.

El cristiano no es una persona idealista que cierra los ojos a la realidad. Pero, ¡ojo!, tampoco es fatalista ni se deja abatir por la decepción o la impotencia. Jesús nos llama a vivir despiertos y estar alerta. Y a reunirnos en torno a él, porque será en esos tiempos de confusión cuando la verdad brillará con más fuerza. Si la sabemos ver, encontraremos fuerzas y esperanza para luchar y seguir adelante. «Mis palabras no pasarán», dice Jesús. Han transcurrido los siglos y vemos que, hoy, siguen cumpliéndose. ¡Tengamos fe!

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2009-11-07

Dar mucho de lo poco

32 domingo tiempo ordinario -B-

En tiempos de crisis, cuando parece que el ahorro vuelve a ser un valor en alza, también podemos caer en un exceso de cicatería y estrechez de miras, mirando por el bien propio y olvidando que muchos otros sufren necesidad, aún mayor que la nuestra.

Las lecturas de este domingo nos hablan de dos viudas pobres que, pese a sus carencias, supieron dar lo poco que tenían. Su actitud es una llamada a la generosidad.

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2009-11-01

Una llamada a la amistad con Dios



Festividad de Todos los Santos 


Felices los pobres en el espíritu: de ellos es el reino de los cielos.
Felices los que lloran: ellos serán consolados.
Felices los humildes: ellos poseerán la tierra.
Felices los que pasan hambre y sed de justicia: ellos serán saciados.
Felices los compasivos: Dios los compadecerá.
Felices los limpios de corazón: ellos verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz: ellos serán llamados hijos de Dios.
Felices los perseguidos por ser justos: de ellos será el reino de los cielos.
Felices vosotros cuando, por mi causa, os ofendan, os persigan y os calumnien: alegraos y haced fiesta, porque vuestra recompensa es grande en el cielo.
Mateo 5, 1-12a

La Iglesia nos invita hoy a reflexionar sobre Todos los Santos. ¿Qué significa ser santo? ¿Quiénes lo son? ¿Cómo lo consiguieron?

Todos los cristianos estamos llamados a ser santos. Celebramos la fiesta de los que han sido canonizados por la Iglesia, de los beatos que han subido a los altares, pero también celebramos y recordamos a aquellas personas que nos han precedido y que han sido para nosotros un referente y un ejemplo cristiano —padres, abuelos, amigos… También celebramos con alegría que estas buenas personas, sin ser canonizadas, están disfrutando de la presencia eterna de Dios Padre.

La liturgia de Todos los Santos nos propone un programa que nos encamina hacia la santidad. Son las llamadas bienaventuranzas. Sólo si somos bienaventurados por Dios, si actuamos movidos por hacer el bien a los demás, creciendo espiritualmente, estaremos comenzando nuestra trayectoria desde aquí hasta la felicidad eterna.

Jesús instruye a sus discípulos enseñándoles el camino del justo que, en realidad, es su propio camino.

Los humildes de corazón


Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Los humildes de corazón, los que saben que todo cuanto tienen es un don de Dios, aquellos que saben compartir lo que han recibido —recursos, tiempo, valores, esperanza— son pobres en el espíritu. De ellos será el Reino de los Cielos, es decir, el Reino del Amor. La humildad nos hace sentir que somos pequeños ante tanto don y ante la grandeza de Dios. El humilde vive instalado en el amor y en la esperanza. Se pone en camino hacia la senda de la eternidad, que ya empieza a vivir, aquí y ahora. Jesús fue el humilde sirviente de Dios.

Llorar por amor


Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. En las bienaventuranzas vemos un autorretrato del propio Jesús. En el fondo, nos está hablando de sí mismo. A lo largo de los evangelios, vemos cómo Jesús solloza al menos en tres ocasiones. La primera es ante la muerte de su amigo Lázaro, cuando sus hermanas de Betania van a buscarlo. El texto reitera tres veces el llanto de Jesús, su pena ante el amigo muerto. En otro pasaje, Jesús llora ante Jerusalén. Siente el rechazo de su pueblo y la ruina que amenaza a la ciudad, y esto causa una profunda tristeza en su corazón.

Finalmente, en Getsemaní, los ángeles le consuelan ante su pasión inminente. «Me muero de tristeza». Jesús como hombre debió llorar mucho por amor. Hoy, en el mundo, muchos niños lloran desnutridos; muchos ancianos lamentan su soledad; jóvenes y adultos sufren porque no encuentran apoyo ni futuro. Serán consolados, pero somos los cristianos quienes hemos de aprender a enjugar las lágrimas de los que lloran. Hemos de aprender a acompañar a las personas que sollozan y se lamentan, ya no sólo por el sufrimiento o la injusticia, sino porque les falta el gran consuelo de Dios en sus vidas.

Aliviar el sufrimiento


Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los pacientes, que aguantan, que resisten con valor y sin ruido. Ellos heredarán, ¿qué tierra? El cielo que crearán a su alrededor, aliviando a los que sufren. Jesús también nos está hablando de su propio dolor. Hemos de luchar con todas nuestras fuerzas para evitar los sufrimientos de tanta gente, producidos por el egoísmo a escala planetaria: la corrupción, la marginación, la indigencia… Con la fuerza de Dios podemos parar el sufrimiento, pero para ello tenemos que instalarnos en la bondad. No sólo existe el sufrimiento global, causado por las injusticias políticas, sino el dolor que generamos en las personas que viven a nuestro lado: el esposo, la esposa, los amigos, los vecinos… No podemos mitigar el dolor si no decidimos, ¡basta! Sólo con el bien y el amor lo evitaremos.

Sed de una justicia mayor


Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Cuánta gente vive experiencias de profundas injusticias. Cuando en la Biblia se habla de justicia, se hace referencia a algo más que impartir leyes con equidad. Ser justo según Dios es dar más de lo necesario: es ser magnánimo, espléndido. Dios «hace llover sobre justos y pecadores». En la justicia de Dios hay un grado elevado de generosidad. Si no hay justicia, no es posible el amor, pero si no hay amor, tampoco puede haber verdadera justicia. El amor precede a la justicia. Deberíamos introducir en el derecho un elemento que vaya más allá de la pura legalidad. Jesús es el justo de Dios. Su vara de medida es el amor. Los cristianos estamos llamados a la tarea incansable de trabajar por la justicia para todos.

La misericordia, atributo de Dios


Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. La misericordia es el gran atributo del corazón de Dios. Siempre se compadece, «es compasivo y benigno, lento en la ira y rico en misericordia», como leemos en el salmo. La parábola del hijo pródigo revela muy bien la inmensa ternura y misericordia de Dios hacia todos los que se alejan. Él siempre sabe esperar.

Ante las debilidades de los demás, los cristianos hemos de aprender a ser compasivos. Cuántas veces nos erigimos en jueces de la conducta de los demás, simplemente porque no nos caen bien, y no paramos de criticarlos. Jesús nos enseña a mirar al otro como a un ser digno de ser amado. Sólo así aprenderemos de la compasión entrañable de Dios. Cada uno de nosotros ha sido rescatado, desde el día que recibimos las aguas bautismales, por la inmensa gracia y misericordia de Dios.

Pureza de corazón


Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Verán a Dios los que sean capaces de mantener puro su corazón. Un niño evoca pureza, limpieza de corazón y una profunda apertura hacia aquel que le ama. Cuando llegamos a la adultez, vamos acumulando suciedad en nuestro corazón. Celos, envidia, rabia, resentimiento, decepciones… Nos acostumbramos a guardar este lastre, nos instalamos en la hipocresía y dejamos de confiar en la bondad de los demás. Todo esto nos vuelve despiadadamente críticos con las personas y somos capaces de venir a misa y cumplir los preceptos de la Iglesia y, sin embargo, vivir con el corazón lejísimos de Dios. El cumplimiento de los preceptos, como nos recuerda el Papa Benedicto, no nos asegura la salvación. Podemos hacer muchas cosas, ofrecer donativos, implicarnos en mil actividades… Si nuestra alma no está limpia, Dios no podrá permanecer en ese lugar oscuro. La Iglesia nos propone limpiar nuestra alma con el sacramento de la reconciliación. Su gracia y su perdón nos pueden devolver la pureza. Pidámosle a Dios que nos limpie.

La paz que viene de Dios


Dichosos los que trabajan por la paz, ellos serán llamados hijos de Dios. Jesús vincula la filiación divina al trabajo por la paz, a nuestro compromiso con el mundo. Esa paz es más que ausencia de conflicto. Tampoco es la paz que viene por el hecho de tener todo lo que queramos o porque haya políticas que facilitan el bienestar social. Jesús se refiere a la paz que viene de Dios, la que nace de la certeza íntima de saberse y sentirse profundamente amado por Dios.

En los episodios de la resurrección, Jesús reitera a sus discípulos: «La paz esté con vosotros». Nos da una paz que supera el deseo sentimental de un estado de calma; a veces se logra con dolor, incluso con sangre. Con la resurrección, él se convierte en príncipe de la paz y cada cristiano, unido a él, en agente de paz.

No habrá paz en el mundo si no empezamos a trabajar por la paz en uno mismo. Nos convertiremos en testimonios de la paz si somos capaces de vivir intensamente esa experiencia en lo más hondo de nuestra vida.

¡Cuántas guerras se han librado para alcanzar la paz! ¡Cuántas batallas con nosotros mismos hemos de vencer para poder transmitir la paz a los demás! Cuando sintamos que nos falta, pidámosla a Aquel que es la paz absoluta. Dios es la única fuente de nuestra paz y felicidad.

Asumir la pasión con alegría


Dichosos los perseguidos por causa de la justicia… Dichosos cuando por mi causa os calumnien, os persigan… Estad alegres y haced fiesta, porque vuestra recompensa es grande en el cielo.

Seguimos evocando la vida de Jesús. Él fue calumniado, perseguido, acusado e insultado, agredido y burlado. El Ecce homo es la expresión de la humanidad herida y humillada. Reflexionemos. Nosotros, hoy, podemos seguir produciendo pasión en muchas personas que nos rodean. ¿Cuántas veces perseguimos, calumniamos, insultamos? Cuando quitamos la buena fama de alguien, cuando esparcimos rumores, injurias o falsedades, estamos sembrando dolor injusto y causando soledad a otras personas. Los que viven instalados en el egoísmo y la mentira son capaces de generar tanto sufrimiento. 

Jesús, en su pasión, nos ayuda a asumir estas situaciones. El abandono en Dios le dio calma y paz. Cuando somos fieles a nuestro compromiso cristiano, podemos ser también víctimas de la incomprensión y de las calumnias de los demás. Nuestra firme convicción y nuestra fidelidad a lo que creemos nos puede acarrear un rechazo frontal por nuestra condición de cristianos. Hemos de aprender a aceptarlo y a vivir contentos a pesar de todo, porque estamos haciendo la voluntad de Dios Padre. En la medida en que nos unimos al dolor de Cristo por fidelidad a Dios, nos acercamos más a él y eso, lejos de provocarnos un desgarro interior, ha de generar en nosotros una profunda felicidad.

No busquemos el sufrimiento, ya nos vendrá si somos fieles y coherentes. Pero el regalo será inmensamente mayor: recibiremos la amistad con Dios para siempre, el mismo Cielo, y lo empezaremos a vivir ya aquí en la tierra.

2009-10-24

¿Qué quieres que haga por ti?

30º domingo tiempo ordinario —B—
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
—Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí…
Mc 10, 46-52


Esta lectura de hoy, impresionante, nos habla de ese momento intenso en la vida de las personas en el que se unen dos fuerzas: la voluntad de Dios y el anhelo del ser humano. En el breve diálogo entre Jesús y Bartimeo se condensan ambas realidades: «¿Qué quieres que haga por ti?». «Maestro, que pueda ver». No sería posible esta convergencia de voluntades sin una confianza sin límites, sin fe. En ese momento, se produce el milagro. Dios toca nuestra vida y todo queda transformado. Dios cura, libera, desata.

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2009-10-16

He venido a servir

En el evangelio de hoy continuamos viendo las discusiones de los apóstoles, ávidos de supremacía sobre los demás, y la pugna que Jesús mantiene con ellos para mostrarles, una y otra vez, que su misión no es mandar, sino servir; su poder no es la dominación, sino el amor. Y que el más grande no será quien busque mayor gloria, sino aquel que sepa entregarlo todo hasta el límite.

Es una lección de humildad tan actual hoy como en tiempos de los primeros apóstoles. Seguir leyendo aquí...

2009-10-10

El joven rico

28 Domingo Tiempo Ordinario -ciclo B-
Mc 10, 17-30

En este evangelio vemos como Jesús, una vez más, parte de la Ley judía para dar un salto más allá. Ante el joven rico, buen cumplidor de los preceptos, que quiere heredar "la vida eterna", Jesús le plantea una llamada mucho mayor: Toma tus bienes, véndelos y sígueme.

Con estas palabras, que pocos entendieron, Jesús nos dice que para alcanzar el cielo no basta cumplir unas normas, sino entregarse, en cuerpo y alma, a Dios. Y él, como buen Padre, no dejará de responder.

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2009-10-03

Serán los dos una sola carne

27º domingo tiempo ordinario —B—
“Por vuestra terquedad dejó Moisés escrito este precepto. Al principio de la Creación, Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.
Mc 10, 2-16


Aquí tenemos otra lectura que puede prestarse a lecturas polémicas o a malentendidos. Los fariseos ponen a prueba a Jesús con un tema muy delicado: ¿es lícito divorciarse?

En las circunstancias de nuestro mundo de hoy el tema aún es más espinoso. Se suele apelar al bien de las personas para justificar leyes que puedan favorecer su libertad para separarse, cuando la convivencia se hace insoportable o difícil. Aparentemente, son leyes comprensivas y humanitarias. Pero Jesús menciona, en cambio, la “dureza de corazón” que se esconde tras ellas. Jesús no pide sacrificios absurdos a las personas, pero va mucho más allá de la ley y nos habla de un matrimonio que no es un simple contrato o unión de necesidad, sino una llamada a compartir la vida con el otro, movida por el amor y bendecida por Dios.

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2009-09-26

Ay de quién escandalice...

26º domingo tiempo ordinario —B—
En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros. Jesús respondió: No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.
Mc 9,38-48

Esta lectura es un auténtico toque de atención ante aquellas personas que, por creer y pensar que son muy fieles a su fe, rechazan a quienes son diferentes. Es una apelación a la tolerancia y a la apertura de mente: Dios puede manifestarse de muy diversas maneras y a quien quiere. Nadie tiene la “exclusiva” de su reino.

No obstante, Jesús continúa con palabras muy fuertes dirigidas hacia quienes escandalizan y hacen tambalear la fe de las personas. Escándalo es una palabra que debe comprenderse bien: en este contexto, no se refiere meramente a actuar o hablar de manera vergonzosa o desmedida, sino a la incitación a hablar o pensar mal de alguien, arruinando su reputación. Escandalizar también tiene una acepción religiosa: dañar o destruir espiritualmente a otra persona. Y esto, para Jesús, es el mayor crimen. Recordemos que en otro pasaje avisa a los suyos: “no temáis a los que destruyen el cuerpo, temed más bien a los que destruyen el alma”.

Por eso Jesús es tan rotundo y utiliza un lenguaje metafórico para advertirnos que todo aquello que pueda matar nuestro espíritu, aunque sean bienes muy queridos por nosotros, debemos apartarlo. Pues nada hay más valioso que vivir con un alma sana y fuerte, llena de Dios.
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2009-09-19

Quien quiera ser el primero...


—Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.

Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: —El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.
Mc 9, 30-37

Apenas Jesús comunica a sus discípulos que su muerte será inminente, éstos se enfrascan en una discusión sobre quién es el más importante entre todos ellos. ¡Qué poco han entendido las palabras de su maestro! Aún buscan la preeminencia, el liderazgo basado en el poder. Y Jesús, acercando a un niño, que en aquella época era poco menos que nada, les enseña que el primero ante Dios quizás será el más pequeño, el último, el humilde, el servidor.

Detrás de la lectura podemos adivinar un intenso drama. Jesús revela, ya claramente, cuál será su porvenir. Las autoridades de su pueblo lo rechazarán y lo condenarán. Pero está solo en su dolor. Sus discípulos aún saborean las mieles de la gloria y parece que flotan en otra órbita. Ahora ya creen que su maestro es el Mesías y todavía abrigan en su interior la imagen del salvador triunfante, guerrero y vencedor de sus enemigos.

Poniendo a un niño ante ellos, Jesús derrumba sus esquemas mentales. Él, que es el maestro, se compara al chiquillo: “el que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí”. Se hace pequeño, humilde y servidor. Porque quien es grande no es él, como hombre, sino Dios. Jesús nunca habla por sí mismo, sino por el que le envía. Su misión no es su propia obra, sino la obra del Padre.

“Quien quiera ser el primero, sea el último y el servidor de todos”. Esta es una máxima cristiana de tremenda actualidad, hoy y siempre. Con estas palabras, Jesús nos llama a una vida plena, pero no por el camino de la vanagloria o la autorrealización, sino por el camino del amor y el servicio a los demás. Sólo quien ha seguido este camino descubre la felicidad que se esconde en una vida discreta y de servicio. Pero esto, tanto hoy como hace dos mil años, va a contracorriente de nuestra cultura, siempre enamorada del brillo de la grandeza y el poder.

¡Qué engañados vivimos! Las voces que nos incitan a buscar la notoriedad, la fama, el protagonismo, el “yo-mismo”, son ensordecedoras. Y, a veces, la voz más potente que nos llama es la de nuestra propia vanidad. Dios nos habla también, pero su voz es suave y tierna. Es la voz de un niño inocente, ¡y cuesta tanto de oír!

Con esta lección de humildad, Jesús marca un camino. Un camino que, sin estar exento de cruces y de espinas, nos abre horizontes insospechados. Es el sendero estrecho y casi ignorado que nos lleva a la inmensidad del cielo. El cielo del más allá y del más acá; el cielo que se alberga en el corazón que se abre para recibir y para dar, para servir y para amar.

2009-09-12

Tomar la cruz, salvar la vida

El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Mc 8, 27-35

Para muchos de nosotros es fácil reconocer y proclamar la gloria de Jesús. A todos nos deslumbra la luz del Tabor y todos queremos disfrutar las delicias del cielo. Pero, qué poco dispuestos estamos a aceptar la cruz. Jesús nos hace descender del monte y tocar en profundidad la tierra. En la vida todos tenemos nuestras cruces. La gran tentación es abandonarse al desespero, al temor o al odio. Quizás la cruz más pesada sea aceptar nuestra propia realidad, con sus límites y con las vicisitudes que se nos presentan. Pero los cristianos tenemos una certeza. No estamos solos en nuestro camino. Jesús cargó con la cruz más pesada, y sigue haciéndolo hoy. Nosotros, a su lado, caminaremos como Cirineos, sabiendo que contamos con su ayuda.

Por eso, vivir en coherencia con nuestra fe no debe asustarnos. Sabemos que el mundo nos crucificará, quizás no literalmente, pero sí de otras formas. Sin embargo, Jesús nos recuerda que “quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Vivir aquello que creemos es una experiencia densa y bella que supera todas las cruces del mundo.

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2009-09-05

Abrirse al don

Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Jesús les mandó que no lo dijeran a nadie, pero cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
Mc 7, 31-37


La curación siempre estuvo unida a la misión de Jesús. El anuncio del Reino de Dios no son sólo palabras: va acompañado de una acción de amor efectiva hacia las personas, especialmente hacia las que más sufren. Las sanaciones de Jesús son actos de liberación, no sólo de la enfermedad física, sino de la carga moral que los judíos concedían a las dolencias. Para un judío, padecer una enfermedad o discapacidad era señal de pecado, de castigo. Jesús, curando, libera de culpabilidad al enfermo y lo abre al amor de Dios.

Pero abrir los oídos tiene un sentido más hondo… Continuar la lectura.

2009-08-29

Nada de lo que entra de fuera hace impuro al hombre

Domingo XXII tiempo ordinario -B-
Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera hace al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos… Todas estas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.
Mc 7, 1-23

En esta lectura de hoy vemos como Jesús arremete contra el cumplimiento vacío de la ley. Ataca la hipocresía de los que se aferran a las normas humanas y se creen perfectos por ello, pero olvidan la máxima ley, que no es otra cosa que cumplir la voluntad de Dios, es decir el amor.

Santiago en su carta es clarísimo: no hay verdadera fe ni religión pura si ésta no va acompañada de buenas obras y de atención a quienes más lo necesitan.

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2009-08-22

Tú tienes palabras de vida eterna

21 domingo tiempo ordinario - A -

Entonces Jesús les dijo a los Doce: —¿También vosotros queréis marcharos?
Simón Pedro le contestó: —Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.
Jn 6, 60-69


Llega un momento en que el discurso de Jesús es tan exigente, tan rotundamente nuevo, que muchos se echan atrás y dejan de seguirlo. Mostrándose como pan de vida, se sitúa a la misma altura que Dios, y esto muchos no lo pueden aceptar. Para los judíos ortodoxos, que alguien pudiera equipararse con la Ley, con el maná del cielo, con el mismo Dios, era una herejía inadmisible.

Jesús habla claro: “El espíritu es quien da vida. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida”. Más allá de discursos, Jesús está ofreciendo toda su vida. Quienes sólo buscan en él una doctrina, una filosofía o un liderazgo político quedan defraudados y confundidos.

Pero sus discípulos, que han vivido con él, que han paladeado esa vida nueva junto a su maestro, atisban la realidad que hay detrás de sus palabras. Pedro confiesa, con fuerza, su fe: “Tú solo tienes palabras de vida eterna”. Sólo quien da la vida puede pronunciar palabras vivas. Ellos no han buscado las ideas ni las seguridades: han conocido al hombre. Y a través de él, han sabido cómo ama Dios. Han comenzado a comprender.

Sólo entenderemos a Jesús desde el amor del Padre: cuando sintamos que somos profundamente amados por un Dios que llega a morir por nosotros, las palabras de Jesús serán diáfanas y comprensibles para nosotros.

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2009-08-15

Verdadera comida, verdadera bebida

Jesús sorprende e incluso escandaliza a los hombres de su tiempo con estas palabras: "El que come mi carne y bebe mi sagre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida".

¿Somos conscientes de que cada domingo la Eucaristía nos ofrece a Cristo, vivo, con nosotros? ¿Sabemos lo que significa tomarle? ¿O acaso esta realidad nos sigue resultando tan incomprensible y lejana hoy, igual que a los judíos de hace dos mil años?

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2009-08-08

Pan bajado del cielo

—Yo soy el pan vivo que bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne de vida para el mundo..
Jn 6, 41-51

Jesús continúa hablándonos de ese pan del cielo —ese pan que sacia para siempre y que abre las puertas de la vida eterna. Él es el pan. Cuando lo proclama, sus gentes no lo entienden. Tal vez interpretan sus palabras literalmente, o bien se escandalizan porque uno de sus vecinos, un hombre de quien conocen su familia, su origen… se atreve a decir que ha bajado del cielo, comparándose al mismo Dios.

En la desconfianza y la incredulidad, no vislumbran el sentido de las palabras de Jesús. Ser pan es donarse. Lo que nos sacia a las personas es la entrega a los demás. Cuando uno deja de buscarse a sí mismo y de alimentarse de su propio vacío, cuando uno dona su vida, se encuentra y encuentra una vida distinta, densa, plena de sentido. Es esa vida eterna que promete Jesús a quienes lo seguirán. A quienes tomarán de su pan.

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2009-08-01

El que cree en mí nunca pasará hambre


—Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.
Jn 6, 24-35

Del pan de harina Jesús pasa a otro pan que sacia un hambre mucho más profunda del ser humano: es el hambre de una vida plena, intensa, bella y con sentido. Esta hambre no puede ser saciada con pan amasado por manos humanas, sino por el mismo Dios.

Jesús les explica esto a las gentes que lo siguen, mostrándose, él mismo, como pan bajado del cielo. Sus interlocutores se muestran ansiosos y escépticos. “¿Qué signos vemos, para creer en ti?”. Parece asombroso que, después de contemplar la multiplicación de los panes y los peces, y después de verlo curar a tantos enfermos, estos hombres aún duden de Jesús. La desconfianza ciega sus ojos ante la evidencia.

Hoy suceden cosas similares. Tenemos muchas evidencias del amor de Dios y de su obra en el mundo, en la creación y en las personas. Pero no tenemos la mirada lo bastante limpia para verlo y, en cambio, nos centramos en las realidades del mal y pensamos que Dios está ausente, que nos abandona. San Agustín lo dijo hace muchos siglos, con palabras muy claras y actuales: “mejorad vuestras vidas y los tiempos serán mejores”. Dios no nos abandona, pero nos hace libres y responsables. La clave para que el mundo se transforme está en nosotros. Los prejuicios, la ignorancia o la pereza mental nos mantienen aletargados y nos impiden distinguir lo que salta a la vista.

Jesús habla con mucha firmeza: quien nos alimenta, quien nos sostiene, quien da un significado a nuestra vida, es Dios. Y él es su enviado, el que hace su voluntad. En su diálogo también nos deja entrever su fuerte unión con Padre y su vocación. Él es el pan que Dios envía a los hombres. Él se da a sí mismo, da su vida, para que otros puedan alimentarse. Este es el sentido genuino de la eucaristía. Y esta es, en el fondo, la vocación de todo cristiano.

Las palabras de Jesús son tremendas e invitan a meditarlas en nuestro interior: “El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed”.

De la misma manera, la persona que decide hacer de su vida una entrega a los demás, a imitación de Jesús, jamás pasará hambre y sed. Pero, antes, es preciso confiar y creer para poder ver el rostro de Dios y recibir su amor.

Quien se abre al amor de Dios para darlo a los demás es como el canal de una fuente, siempre lleno, siempre fluyendo. Nunca padecerá hambre, y a la vez estará alimentando a otros. Pero la fuente, no lo olvidemos, no está en nosotros mismos, limitados y frágiles, sino en Dios: “es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo”.

2009-07-25

La multiplicación de los panes

Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: “Recoged los pedazos que han sobrado, que nada se desperdicie”.
Jn 6, 1-15

En el evangelio de la semana pasada veíamos a las multitudes hambrientas de Dios, y cómo Jesús las atendía. Hoy vemos la manera en que Jesús sacia también el hambre física de las gentes. La multiplicación de los panes, más allá del prodigio, nos muestra que el verdadero milagro es la solidaridad y el saber compartir. Jesús da gracias a Dios y bendice ese pequeño gesto del muchacho que supo dar cinco panes y dos peces. Y nos da una lección de economía y justicia, perfectamente aplicable al mundo de hoy: todos quedan saciados y lo que sobra se recoge para aprovecharse.
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2009-07-18

Andaban como ovejas sin pastor


Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles con calma.
Mc 6, 30-34

En esta lectura de hoy nos encontramos con dos secuencias distintas que muestran la humanidad de Jesús y su sensibilidad. Por un lado, acoge a sus discípulos, que han ido a predicar y a sanar enfermos por toda la región. Los ve cansados y con ganas de explicarle cuanto han hecho, y los llama consigo a un lugar tranquilo, para que reposen.

Pero, por otra parte, encontramos esas multitudes hambrientas de escuchar palabras vivas, que los siguen a todas partes. En esta muchedumbre se ve reflejado el hambre de Dios, que hoy también aqueja a nuestro mundo, aunque muchas veces las personas no sean conscientes de ello. Y Jesús, viéndoles, decide postergar el descanso y atender a la gente.

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2009-07-11

Los envió de dos en dos

En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió:
—Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies…
Mc 6, 7-13


Jesús envía a sus discípulos a predicar y a curar, como él mismo hacía. El equipaje del apóstol es ligero: ni capa de repuesto, ni dinero, ni grandes seguridades. Así también hoy los seguidores de Jesús somos enviados en misión a nuestro mundo. No necesitamos grandes preparativos para anunciar a Dios. Quizás más bien tengamos que desprendernos de muchas cosas. Salimos al mundo con una única certeza, una única seguridad: la que nos da el mismo Jesús, que concedió a sus discípulos “autoridad sobre los espíritus inmundos”. ¿Qué significan estas palabras? No se trata de otra cosa que el aliento de Dios, su Espíritu Santo. Su amor ahuyenta el mal, es nuestra única arma y a la vez nuestra mayor fortaleza. Con él nada hemos de temer, porque procurará nuestro sustento, nos protegerá y nos dará las palabras y la inteligencia necesarias para cumplir nuestra misión.

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2009-07-04

Nadie es profeta en su tierra

— No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.
Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe.
Mc 6, 1-6

Las palabras de Jesús en esta lectura se han convertido en un refrán muy conocido: “nadie es profeta en su tierra”. Tal vez por haberlo oído muchas veces, no calibramos el tremendo significado que tiene esta frase.

La tarea del profeta es muy ingrata. Los auténticos profetas suelen ser mal recibidos. A muchas personas les incomoda escuchar discursos claros, radicales, que apelan a la verdad del ser humano y que piden una respuesta, un cambio de actitud. A menudo, son los más cercanos al profeta los primeros que lo rechazan o no saben valorar su mensaje. Quizás porque no creen que en una persona conocida y cercana, con sus limitaciones, pueda darse tal fuerza, tal entusiasmo y coherencia con su fe.

Pero el profeta que no se busca a sí mismo, sino que se convierte en mensajero de Dios, no se abate ante las críticas. Los ataques lo refuerzan y jamás se rinde. El amor que lo llena lo sostiene.

Del mismo modo, la Iglesia de hoy, siendo humana y cargada de defectos, sigue siendo depositaria de un tesoro inmenso. Por eso necesita profetas que sean su voz y muestren al mundo el rostro de Dios. A eso estamos llamados todos los cristianos. Y para ello no necesitamos mucha elocuencia: nuestras obras y nuestra forma de estar en el mundo hablarán por nosotros.

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2009-06-27

Niña, levántate

—¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, la cogió de la mano y le dijo:
—Talitha qumi. Niña, levántate.
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar…
Mc 5, 21-43


Una parte importante de la misión de Jesús fue la curación de los enfermos. Muchas personas le seguían, aspirando recuperar la salud perdida, confiando en el poder del Maestro de Nazaret. Jesús, en esta ocasión, se encuentra ante un reto mayor. Una niña está muriendo. Sus padres, angustiados, acuden a él. Y Jesús apela a su fe: “No temas, basta que tengas fe”, le dice al padre.

Al llegar a la casa, la niña ha muerto y todos lloran su pérdida. Jesús, al igual que hiciera en medio de la tempestad, acalla los gritos y pide calma. Solo, con sus discípulos de mayor confianza y los padres de la niña, la toma de la mano, le habla y la resucita.

¡Cuántas lecturas podemos hacer de este episodio!

¡Levántate! Para los cristianos de hoy, estas palabras siguen interpelándonos. Hay enfermedades del cuerpo y también del alma. Vivir adormecidos, vencidos por la rutina y la apatía, es una forma de muerte lenta. Estar cerrados al amor, sordos e indiferentes ante los demás, es otra manera de morir. Y llega un momento en que nuestra alma grita, pidiendo vida. Es entonces, cuando nuestro espíritu languidece, que podemos recurrir a Jesús. Él siempre está atento. Nos escucha y viene a nuestro lado. Jesús sufre con los enfermos, muere con los moribundos… y nos resucita, con él. Su poder radica en el amor. Su palabra, enérgica, nos despierta del letargo en que estamos sumidos.

No desfallezcamos. Jesús siempre está ahí, cercano, en la Iglesia y en la presencia de los seres amados. Nos espera en el sagrario, para alimentarnos con su propio cuerpo, con su vida entera. Si lo queremos y se lo pedimos, Él nos levantará.

Los cristianos estamos llamados a vivir despiertos y alerta. Nuestra misión, como seguidores de Jesús, es acudir a las personas que agonizan a nuestro alrededor, darles una mano e infundirles aliento. Somos transmisores del amor de Dios y tenemos el encargo expreso de Jesús de llevar su luz y su vida a todo el mundo.

2009-06-20

Fe ante la tempestad

Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago:
—¡Silencio, cállate!
El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo:
—¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
Mc 2, 1-12


Esta lectura del evangelio es sobrecogedora y está llena de simbolismo. La fuerza de la naturaleza, desatada en la tempestad, es una imagen de los problemas y las angustias que asaltan el corazón humano. En los momentos de zozobra, vemos a un Jesús que, por un lado, mantiene la calma. Duerme, porque confía. Y, por otro lado, los discípulos escuchan con espanto al Jesús enérgico y contundente que manda al oleaje enmudecer.

La fe en Dios es así. Nos da la paz interior para capear los temporales sin perder la calma, porque sabemos que estamos en buenas manos. Pero, a la vez, nos da la fuerza para saber rechazar el mal, para decir ¡cállate!, y liberarnos de los fantasmas del miedo que nos esclaviza.

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2009-06-13

Corpus Christi

Ciclo B
“Tomad, este es mi cuerpo”
Mc 14, 12-26


En esta festividad del Corpus, una de las más importantes del año litúrgico, celebramos que Dios se nos da, en Jesucristo. La entrega de Jesús por amor supera todos los sacrificios que puedan ofrecerse a Dios. Muchas personas aún viven la espiritualidad del holocausto. Piensan que cuantas más cosas ofrezcan a Dios, cuantos más méritos acumulen, más recibirán de él. La gran noticia para los cristianos es que Jesús ya ofreció el máximo sacrificio por todos: su propia vida. Lo que nos salva ante Dios no son nuestros méritos, sino su amor. Lo que más puede agradarle es que recibamos su regalo, el cuerpo y la sangre de su Hijo, y que sigamos sus pasos con nuestra vida.
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2009-06-05

La Santísima Trinidad

Ciclo B
“Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Tras la recepción del Espíritu Santo, los discípulos de Jesús se convierten en apóstoles. De seguidores, pasan a ser pastores con una misión muy clara: hacer más discípulos en todo el mundo y bautizar a las gentes en el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La Iglesia nace con una vocación misionera, y no se podría entender su existencia sin esta llamada del mismo Jesús.

Cada cristiano, hoy, está llamado también a esta misión. Allá donde estemos, a través de apostolados diversos, inmersos en nuestro mundo, Jesús nos invita a llevar a Dios a todas las personas. No se trata de proselitismo, sino de invitar a todo el mundo a conocer a un Dios que es comunidad, familia, y a participar de su amor.

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2009-05-30

También os envío yo

Pentecostés
Ciclo B
“Como el Padre me envió, así os envío”.
Jn 20, 19-23.

Con la fiesta de Pentecostés cerramos el ciclo de Pascua. Siguiendo el itinerario de los apóstoles, hemos muerto con Jesús, hemos resucitado con él y ya estamos preparados para anunciar su mensaje a todo el mundo.

Estos tiempos litúrgicos nos llaman a los cristianos a profundizar en nuestra vida interior. ¿Sabemos morir a todo lo que nos frena en nuestro crecimiento, en nuestra vida espiritual? ¿Hemos dado el salto de resucitar, liberados de esos yugos, y de emprender una vida nueva, valerosa, sostenida en el amor de Cristo? ¿Estamos dispuestos a salir de nuestros hogares, de nuestras parroquias, del calor de la comunidad, para ofrecer al mundo lo que hemos recibido?

El Espíritu Santo, como el fuego, alienta en nosotros si lo alimentamos, si lo hacemos salir, si sabemos abrirnos a los demás y compartir nuestro mayor tesoro: un Dios amor que se nos da. No se entiende el ser cristiano si no salimos a proclamar nuestra fe, con palabras y obras. Jesús también nos envía a nosotros.

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2009-05-24

La ascensión del Señor

7º domingo de Pascua – ciclo B
“Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación”. Mc 16, 15-20

La Ascensión de Jesús es la fiesta que nos prepara para la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Jesús ha culminado su misión terrenal, ha hecho todo cuanto el Padre le pidió, desde aquel día en que, siendo niño, se quedó en el templo conversando con los sacerdotes; a lo largo de su vida pública, enseñando a las gentes y formando a sus discípulos, hasta su muerte en cruz y su resurrección.

Madurez espiritual

Sus discípulos están casi preparados. Con la ascensión de Jesús comienza su madurez espiritual. Ya no serán más seguidores, sino comunicadores de un mensaje que llevarán a todo el mundo.
Nosotros, hoy, estamos llamados como los apóstoles a dejar de ser niños. Estamos preparados para el combate y para ir a proclamar la buena nueva de Dios a todas las gentes. Recibimos la misión del mismo Jesús. No podemos quedarnos embobados mirando al cielo; es urgente comunicar la palabra de Dios.

Evangelizarnos nosotros mismos

Hoy, los medios de comunicación se interponen continuamente en nuestra labor evangelizadora, divulgando mensajes y contenidos que alejan al mundo de Dios. No podemos quedarnos quietos. ¿Qué hacer para convertirnos en auténticos apóstoles?

En primer lugar, hemos de evangelizar nuestra propia existencia, en todos sus aspectos: nuestro corazón, nuestra inteligencia, nuestra voluntad. Si no estamos convertidos, no podremos transmitir. La palabra de Dios nos ha de transformar radicalmente. No se trata de ser un poquito mejores que ayer, no. ¡Estamos llamados a ser santos! Jesús es nuestra meta. No caigamos en el buenismo o en el sentimentalismo. Necesitamos coraje, osadía, intrepidez, valor. No hagamos el juego a los políticos y a la moda, no resbalemos por ese tobogán hacia la desidia, hacia la tibieza, hacia la nada. Si la palabra de Dios no nos hace santos y no nos cambia, es que quizás nos llega amortiguada y no cala dentro de nosotros.

Recibir a Cristo nos cambia

Venir a misa los domingos no es solamente venir a tomar el pan sagrado. ¡Tomar a Cristo es tomar la vida misma de Dios! Eso tendría que renovar nuestra vida.

Optemos por la sobriedad, por la esperanza, y no nos dejemos arrastrar por el culto al materialismo y al yo narcisista, que nos llevan al vacío.

No dejemos que las ideologías nos devoren. Estamos llamados a cambiar el mundo. Los cristianos hemos de trabajar desde el corazón de la sociedad. Si no nos ponemos manos a la obra no haremos nada. No podemos dejar que nos arrebaten la fe. Tenemos la responsabilidad urgente de dejar de mirar hacia no se sabe dónde, arremangarnos y convertirnos en apóstoles de la palabra de Dios.

Ser salvados

“El que crea y se bautice, se salvará”, dice Jesús. Dios quiere la salvación de todos, pero para ello es necesario convertirse, dar un paso de adhesión a Jesús. Esa es la condición para ser redimidos.
Y, además de salvarnos, Dios nos llama a ser apóstoles. Participamos del sacramento de Cristo; en el bautismo y en la confirmación recibimos al mismo Espíritu Santo de Jesús y los apóstoles. Su fuerza nos puede convertir en un ejército de gente santa, convencida, decidida, firme, que no duda, que no es pusilánime.

La Iglesia necesita gente consagrada: no sólo religiosos, sino también familias cristianas que eduquen en el hogar. Los niños beben el veneno de muchas modas que puede causarles daños muy graves. Por eso los adultos hemos de protegerlos, porque el maligno busca hacer estragos en ellos. El hogar es el espacio vital y vertebrador de la psique de los niños. Los padres y tutores hemos de actuar como adultos. Educar es duro, y cansa. Pero no podemos dejar de hacerlo.
Somos miembros de Cristo, parte de la Iglesia. Él nunca nos dejará. “A los que crean… echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y si beben un veneno mortal no les hará daño…” La bondad alejará al maligno; los creyentes podremos entendernos con todo el mundo, pues hablaremos una lengua universal, el lenguaje del amor. Siempre estaremos protegidos.

2009-05-17

Llamados a la amistad con Dios

6º domingo de Pascua
ciclo B
Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Jn 15, 9-17


El amor es la esencia de Dios. Jesús le responde con gratitud: se siente hijo suyo, unido a él. De este amor brota el amor hacia sus amigos: “como el Padre me ha amado, así os he amado yo”. Y más tarde les dirá: “amaos unos a otros como yo os he amado”. En ese “como” está la clave del amor. No se trata de un amor meramente humano o sentimental, sino de un amor sin límites, que es entrega, generosidad, donación de sí mismo.

Nosotros, los cristianos de hoy, ¿qué hemos de hacer? Responder con la misma gratitud de Jesús al amor inmenso de Dios. Jesús nos enseñó a amar y nos habló con claridad. Su mandamiento del amor no es una orden ni una imposición, es un apremio, una exhortación urgente, porque amar es un imperativo vital.

El amor a Dios tampoco es una adhesión intelectual a una doctrina o a unas ideas. Nuestra actitud no debe quedarse en la mera filantropía, o en la solidaridad. Muchas personas e instituciones, incluso no creyentes, ejercen estos valores, y lo hacen bien. Pero los cristianos estamos llamados a dar amor. No nos mueve un ideal, sino una persona; nos mueve el amor, la caridad, el agradecimiento. ¡Es muy diferente! Pasamos del humanismo a la antropología cristiana. Nuestro reto, hoy, es permanecer fieles.

No nos dejemos devorar por las modas mediáticas o las tendencias egolátricas. En el mundo mucha gente sufre, falta de amor. Hoy la Iglesia celebra la jornada del enfermo. La respuesta cristiana al sufrimiento es una tarea pastoral importante. Saber estar al lado de los que sufren, como María, que vivió la muerte de su hijo al pie de la cruz, es una misión a la que estamos llamados.

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2009-05-10

La vid y los sarmientos

5º domingo de Pascua -ciclo B-
Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos, el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante. Jn 15, 1-8

Hoy, corremos tras de muchas cosas que nos angustian y afanan. Pero los cristianos deberíamos correr sólo tras los pasos de Cristo.

“Permaneced en mí” es una llamada a la fidelidad. Ser fieles a Dios tiene como consecuencia la fecundidad. El amor siempre da sus frutos.

A quienes permanecemos unidos a él, dice Jesús, Dios les da todo lo bueno que pidan. Es desde esta confianza que nos hacemos discípulos suyos. Los cristianos somos como los sarmientos de la vid, que es Cristo. Leer más…

2009-05-03

El buen pastor

4º domingo de Pascua -ciclo B-
“Yo soy el buen pastor. El buen pastor da al vida por las ovejas. Tal como el Padre me conoce y yo conozco al Padre, yo reconozco a mis ovejas y ellas me reconocen, y doy la vida por ellas.”
Jn 10, 11-18

Jesús se define a sí mismo. Entiende que su misión a favor de su rebaño es dar la vida por él. Y con sus palabras pone de manifiesto varias características importantes que revelan el corazón del buen pastor.

Conocer desde el corazón

Una es el conocimiento: conoce a sus ovejas y ellas reconocen su voz. El buen pastor es el sacerdote de una comunidad; son unos padres ejerciendo su papel educador hacia sus hijos; es un buen catequista y lo son todos aquellos que, en nombre de Dios, trabajan para que los demás descubran el valor de la fe. Por tanto, un factor importante es conocer a la persona.

Conocer al otro significa entrar en su corazón y descubrir sus anhelos más profundos. Significa quererlo, estar dentro de él, discernir cuáles son sus necesidades y sus demandas en su crecimiento espiritual. Conocer es saber cómo es realmente el otro. Por eso no puede haber una profunda sintonía entre el pueblo de Dios y sus pastores sin comunión y confianza mutua. Esto es condición necesaria para ejercer con plenitud la labor de cuidar a los que Dios pone a nuestro lado.

Conocer también va más allá del saber intelectual. Es un conocimiento que parte del amor y de la libertad.

El buen pastor entrega su vida

Otra característica fundamental del buen pastor es que está preparado para dar su vida, para entregarse a sus ovejas. Y lo hace libremente y en profunda comunión con Dios Padre. Jesús nos habla de la comunicación entre él y su Padre. Para él, esta relación es fundamental en la vida ministerial. No podemos ejercer una labor de pastoreo sin una conciencia plena de íntima amistad con Dios, hasta llegarlo a llamar Padre, como algo muy nuestro.

Los pastores de la Iglesia tienen que sentir muy suyo el rebaño —no son asalariados—, porque el ejercicio de su ministerio es un don que les viene de Dios.

Cuando se dan estas condiciones de conocimiento y responsabilidad, las ovejas siguen la voz del pastor, porque ven en él a un referente, un punto de apoyo. Confían plenamente en él porque su testimonio, su vida, les dan pruebas de su compromiso.

El rebaño es universal

“También tengo ovejas de otro rebaño”, dice Jesús. Con estas palabras, nos da a entender que su misión no se limita al pueblo de Israel. De hecho, él también predicó y trató con samaritanos y romanos. Su labor no supone una relación exclusiva y cerrada con los suyos. Muchas gentes siguen a Cristo sin formar parte de un grupo determinado. En el Cristianismo se dan diferentes confesiones; él es el pastor de todos, nos une una sola fe. Jesús está hablando de la comunión de todos. La Iglesia es una y uno es el pastor: Cristo. En la medida que los líderes religiosos se identifiquen y trabajen con él, estarán aglutinando al pueblo y conduciéndolo a Dios. La comunión está por encima de las diferencias ideológicas, religiosas, culturales… porque lo primordial y el centro de nuestra acción es Jesús. Cuando pesan más las doctrinas que la persona de Jesús estamos desdibujando el cometido del buen pastor.

Siempre desde la comunión

El sacerdote no ejerce su pastoreo solo, ni tampoco lo hace únicamente desde sus convicciones intelectuales, culturales y espirituales, sino que actúa desde la profunda comunión con Dios. Si no es así, acabará convirtiéndose en un mero líder religioso, más o menos carismático, que hablará de sí mismo. Y nos recuerda el evangelio que no venimos a dar testimonio de nosotros mismos, sino que estamos revelando un mensajes que no es nuestro, sino de Dios, y lo hacemos a través de la Iglesia.

Podemos caer fácilmente en la arrogancia de pensar que, por ser pastores, estamos por encima de todos. Podemos incurrir en la petulancia espiritual de creernos superiores por nuestra responsabilidad o nuestro cargo. La firmeza, la humildad y la comunión tienen que ir de la mano para poder ejercer con seriedad nuestra dignísima misión de llevar a Cristo a todos.

2009-04-26

Llamados a ser testigos

3 domingo de Pascua - B -
“Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión de los pecados a todos los pueblos. Vosotros sois testigos”.
Lc 24, 35-48

Soy yo en persona

Este evangelio del tercer domingo de Pascua es continuación de la aparición de Jesús a los discípulos de Emaús. Los dos corren hacia Jerusalén para comunicar a los once esta gran noticia.

Como las mujeres, los de Emaús se convierten en apóstoles de los apóstoles. Impresionados por el encuentro iluminador con Jesús resucitado, son auténticos testigos de esta gran experiencia.

Jesús entonces se aparece a sus discípulos, reunidos, y les da la paz. Ellos se llenan de alegría y de asombro y les asalta la duda. ¿Es realmente su maestro? Ante su desconcierto, Jesús les dirá que no se alarmen, es él, en persona.

Es lógico que al principio ellos se queden atónitos y duden. También nosotros nos preguntaríamos si no estamos ante una visión o un fruto de nuestra imaginación. Pero Jesús insiste: palpadme. Estoy vivo en medio de vosotros, no soy un fantasma. Con estas palabras, el autor resalta el aspecto histórico de la resurrección. No se trata de una sugestión, ni de una experiencia psíquica, sino de un encuentro real. Entonces los discípulos ven con claridad que las sagradas escrituras ya habían profetizado que él moriría y resucitaría de entre los muertos.

Jesús sigue entre nosotros

Cada domingo, Jesús se nos da como pan en la eucaristía. A través del sacerdote, nos dice: tomad y comed. No come con nosotros, somos nosotros quienes nos alimentamos de él. ¿Creemos de verdad que ahí está su cuerpo y su sangre? ¿Creemos que su presencia es real, aunque invisible, tan cierta como cuando se presentó entre los suyos?

El hecho cristiano fundamental es la resurrección. De ahí brota nuestra fe. Esta experiencia ha de marcar toda nuestra vida. El Cristo a quien seguimos es el Señor, vivo en medio de nosotros.

Siempre he pensado que, cada vez que lo tomamos en la eucaristía, especialmente en este tiempo de Pascua, este acto tiene el mismo rango de certeza y profundidad que tuvieron los apóstoles. Ese Cristo que vive en nosotros, resucitado, es el mismo que vieron los apóstoles, que con tenacidad y fuerza proclamaron al Jesús vivo por todo el mundo. Pero, ¿qué nos pasa? Hoy, parece que la luz de esa experiencia se nos apaga.

La resurrección nos cambia

Creer en el Cristo Pascual es creer que nosotros también estamos llamados a comunicar algo extraordinario, sobrenatural. Si esto no nos cambia, ¿qué podrá cambiarnos? La experiencia de la resurrección nos hace pasar de la mentira a la verdad; del odio al amor; de la ambigüedad a la autenticidad; de la mezquindad a la generosidad; de la rebeldía a la docilidad. Si no cambiamos, estaremos actuando como muchas personas que ven a Jesús como un personaje histórico, que hizo mucho bien, pero simplemente se quedan en su aspecto humano, extraordinario, sí, pero pequeño y limitado por la muerte.

Creer que Jesús fue un hombre bueno sin más, no es ser cristiano a todas. Hasta los agnósticos consideran que Jesús fue una gran persona. Pero los creyentes vamos más allá. Creemos que Cristo está vivo, ahora y aquí. Hemos de convertirnos en cristianos pascuales. La alegría ha de ser un distintivo específico en nosotros.

El ágape

En este evangelio, vemos a Jesús comiendo con los suyos. Es un momento de familiaridad, de cercanía, de amistad. El gesto tiene sabor eucarístico. Con este detalle, el autor insiste en la presencia real y física de la aparición. Un fantasma no come, ni se puede tocar. Jesús resucitado no es una abstracción espiritual, no es una fábula ni una idea bonita. Es una realidad que podemos palpar y que tocamos cada vez que lo comemos, cada domingo. La eucaristía es esto: actualización de la Pascua de Cristo.

La misión

Además, Jesús dice a los suyos que serán testigos. Hoy, la Iglesia nos recuerda que los cristianos, en un mundo sin fe ni esperanza, estamos llamados a ser testigos privilegiados de aquella primera experiencia que hoy revivimos. “En su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados”. El mensaje de Jesús no es de condena, de temor ni de amenaza de un juicio implacable. Al contrario, su anuncio está lleno de esperanza. Dios puede cambiar nuestro corazón, su amor cura, perdona, libera. Podemos cambiar nuestra vida lastrada por la culpa para iniciar una vida nueva, con la resurrección en su horizonte. Una vida donde el amor siempre vencerá al mal y a la muerte.

Ojalá la fuerza del Espíritu que hizo resucitar a Jesús nos levante y salgamos corriendo al mundo a anunciar esta buena nueva.

2009-04-19

La alegría de ver al Señor

2º domingo de Pascua - ciclo B
Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros”. Y luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano, y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente”. Contestó Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”.
Jn 20, 19-31

¡Hemos visto al Señor!

En estos días de la octava pascual hemos ido leyendo los evangelios de las apariciones de Jesús a sus discípulos. Todas tienen en común algo característico: el paso del desconcierto y el temor a la alegría de encontrarse con el Señor. Este domingo que cierra la octava de Pascua la liturgia nos ofrece la lectura de la aparición de Jesús a los suyos en el cenáculo, sin Tomás y después con Tomás.

Los discípulos permanecen en una casa, encerrados y temiendo represalias de los judíos. Están confusos y desorientados: tienen miedo. Jesús, estando las puertas cerradas, se aparece en medio de ellos diciéndoles: “Paz a vosotros”. Más allá de atravesar los muros del cenáculo, atraviesa el muro de esos corazones pusilánimes y abatidos. Jesús es capaz de entrar en lo más hondo de nuestra vida. Ante el desespero de los suyos, les anuncia la paz. Es la primera palabra que sale de la boca del resucitado: el shalom hebreo.

Los discípulos necesitarán paz para levantarse y, con entusiasmo, predicar la experiencia de su encuentro con el resucitado. Jesús sabe que están desconcertados y que necesitan alguna prueba. Será entonces cuando les dirá: “aquí tenéis mis manos y mi costado”. Ellos, finalmente, creen y se llenan de alegría. Del miedo y el abatimiento pasan al gozo de poder ver cara a cara a su Señor, resucitado.

La confesión de Tomás

En la segunda parte de este evangelio, vemos a todos juntos con Tomás, que no había estado presente en la primera aparición. Los que han visto resucitado al Señor se lo explican a su compañero: “Hemos visto al Señor”. Se convierten así en apóstoles de Tomás. Pero él insiste: “Si no lo veo ni lo toco, no creo”.

Es entonces cuando Jesús aparece de nuevo ante ellos y, dirigiéndose a Tomás, le invita a poner sus manos sobre su costado y sus llagas.

Ante la evidencia luminosa de la resurrección de Jesús, Tomás cae de rodillas y, con humildad, hace una profunda confesión de fe: “¡Señor mío y Dios mío!”

Jesús quiere que Tomás le toque las llagas que hacen tangible su presencia. Y elogia a todos los que creen sin haber visto. Muchos han dado la vida por Jesús: mártires, santos, sin haberlo visto. Pero la fuerza de los testimonios de la primera comunidad nos ha llegado hasta hoy gracias al impulso de esos apóstoles que dieron la vida por el resucitado. El mismo Pablo, que tampoco lo conoció, en su camino hacia Damasco queda invadido por la luz gloriosa de Cristo.

Nosotros también somos llamados

Nadie ha visto a Dios jamás, dice San Juan, pero sí lo hemos sentido dentro de nosotros como algo realmente vivo. Esta experiencia de proximidad con Dios nace en el momento de nuestra conversión.

Los cristianos hemos de ayudar a que otros descubran el verdadero rostro de Jesús resucitado. Nosotros, hoy, estamos aquí porque así lo creemos y le tomamos en la eucaristía porque queremos.

Quizás lo más preocupante ahora no es tanto la incredulidad de muchos en nuestra sociedad, sino la apatía de los que decimos creer. El ateísmo social que percibimos quizá sea debido a nuestra tibieza, a que un día dejamos de creer con entusiasmo y convertimos nuestra fe en una rutina. De aquí las iglesias vacías y la indiferencia de la gente. Hemos reducido nuestra fe a un cumplimiento ritual, no vemos en ella una oportunidad constante de evangelización.

Necesitamos volver a hacer una experiencia de reencuentro con Jesús para darnos cuenta de que él nos pide mucho más de lo que estamos haciendo. Estamos llamados a convertirnos en auténticos apóstoles de la alegría del resucitado.

2009-04-12

Cristo ha resucitado

Domingo de Pascua – ciclo B –

Llegó Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo, sino enrollado aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Jn 20, 1-9.

El núcleo de nuestra fe

Hoy celebramos la fiesta de todas las fiestas. En todo el mundo, estalla la alegría del acontecimiento pascual: Cristo ha resucitado de entre los muertos.

Este acontecimiento es el núcleo de nuestra fe. De ahí parte nuestro ser cristiano. Pero, ¿qué significa que Cristo ha resucitado? Significa que nosotros también estamos llamados a resucitar con él. Nuestra vida, a partir de ahora, tendrá más sentido que nunca. Ni el dolor, ni la tristeza, ni el miedo a morir, jamás nos abatirán. Con su resurrección, Jesús nos abre las puertas de la vida eterna, que ya experimentamos aquí, ahora.

Estos días pasados hemos meditado el camino de la cruz, su sufrimiento y su muerte. Pero hoy exultamos de júbilo porque al Jesús histórico de la cruz Dios Padre lo ha resucitado.

Nuestro itinerario cristiano

Nuestro itinerario como cristianos ha de ser éste: ir muriendo poco a poco al hombre viejo, rechazando el egoísmo, e irnos instalando en la caridad, para convertirnos en hombres nuevos. Hemos de ir transformando nuestra vida en la vida de Jesús. Su unión íntima con el Padre le llevará a vencer la muerte. De la misma manera, todos estamos llamados a revivir ese gran acontecimiento. Así, nos convertimos en auténticos cristianos pascuales. Todo nuestro yo ha de transpirar la fuerza del resucitado. Nuestras manos han de ser acogedoras, nuestros pies han de caminar hacia el necesitado; nuestros labios han de comunicar la alegría de Dios a los demás. Pero por encima de todo, nuestra alma y nuestro corazón tienen que ser eminentemente pascuales. Con Jesús resucitado, llega el momento de instalarnos definitivamente en la alegría y alejarnos del pesimismo y del abatimiento. Como dice San Pablo, esperamos con Cristo y resucitamos con él. Ni el dolor ni la tristeza han de quitarnos el gozo existencial de saber que un día resucitaremos.

La tumba vacía: signo de resurrección

El relato de san Juan está lleno de belleza y de un profundo mensaje pascual. María Magdalena va temprano al sepulcro. Se pone en camino, ella que ha sentido un profundo amor liberador, para embalsamar con ternura el cuerpo de su maestro. Pero se encuentra con la gran sorpresa de que su cuerpo no está en el sepulcro. Desolada, va a comunicar lo sucedido a los discípulos.

Para los judíos, el sepulcro vacío es un signo que apunta hacia la resurrección. Pedro y Juan corren hacia allí. En esa tumba vacía ya perciben algo, y las escrituras que predecían la muerte y resurrección del Mesías comienzan a cobrar sentido para ellos. Por eso ven y creen. De la incertidumbre y la inquietud pasan a la esperanza.

Cuando estamos desconcertados por alguna desgracia, también nos lamentamos porque hemos perdido algo importante, al igual que María Magdalena, que creía haberlo perdido todo. Pero es junto al sepulcro vacío cuando empieza a nacer en ella un pálpito de que algo nuevo está aconteciendo. Ella, con Cristo, ha muerto ya a la mujer vieja y está a punto de convertirse en testigo privilegiado de su resurrección.

La alegría cristiana

Nuestra vida, como la de aquellos discípulos temerosos, también ha de pasar del catecumenado, siguiendo a Jesús, al encuentro. Hoy lo encontramos vivo, resucitado. A partir de ahora, hemos de vivir de otra manera, trascendida. Hemos de creer en la Vida con mayúsculas. Si en viernes santo hablábamos de no causar sufrimiento a nadie injustamente, hoy hemos de comprometernos a que la gente a nuestro alrededor tenga vida. Hemos de ayudar a que descubran que sólo amando de verdad se vive plenamente. La alegría ha de marcar nuestro talante, nuestra forma de ser. Hoy, pese a todo, hemos de alegrarnos y estar gozosos porque Cristo ha resucitado.

Hoy, más que nunca, hemos de decir sí a la vida. Sí a la vida, que significa sí a los demás, sí a la naturaleza, sí a la libertad, sí al amor, sí a Dios. Porque él es fuente y origen de nuestra vida.
Solo así alcanzaremos la auténtica felicidad.

2009-04-05

El drama de un hombre justo

Domingo de Ramos – ciclo B –

“Todos vais a caer, como está escrito: «Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas». Pero, cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea”.
Mc 14, 1-15, 47.

Tras esta lectura de la pasión y muerte de Jesús, lo primero que nos sobreviene es un gran silencio. Un silencio abismal, como aquel que debieron sentir quienes contemplaban la muerte del crucificado. Un silencio que hace exclamar al centurión: “Verdaderamente, éste era Hijo de Dios”.

Impresiona ver al que ha amado y cumplido la voluntad de Dios colgado y agonizante, sufriendo en la cruz.

La pasión se reproduce hoy

Pero estos días de Semana Santa hemos de ir más allá del aspecto estético de las celebraciones. La pasión y la cruz no son un espectáculo sobrecogedor, sino un auténtico drama humano, que se repite a lo largo de la historia. Es el drama de la injusticia contra aquel que expresa la voluntad de Dios.

Hoy, muchos son los que padecen. En medio de la crisis, vemos a muchas personas afectadas por el paro, familias amenazadas por la pobreza. Aún más: si miramos al mundo, veremos a niños abandonados, a adolescentes sin esperanza, a ancianos maltratados y olvidados, a mujeres que sufren en silencio, soportando su dolor y el de sus familias. En todos ellos se actualiza la Pasión de Cristo.

La pasión no es algo que nos cae lejos, y el mundo a menudo se hace cómplice de tantas situaciones atroces. Es el momento de preguntarse en qué medida cada uno de nosotros está contribuyendo a ese sufrimiento.

El mayor dolor: el daño moral

El drama de Jesús no es sólo la tortura a la que se ve sometido, ni los padecimientos físicos de su condena –los azotes, la corona de espinas, las burlas, las agresiones… Más allá del daño físico y psicológico, Jesús sufre el daño moral y espiritual de sentirse negado, traicionado y abandonado por sus amigos.

La negación de la amistad duele intensamente. “No lo conozco”, dice Pedro, que ha caminado durante tres años con él y ha vivido experiencias profundas y hermosas a su lado. El mismo Pedro que fue rescatado cuando caminaba sobre las aguas; el que lo acompañó al monte Tabor, el que profesó su fe, reconociéndolo Hijo de Dios. Negar esa amistad tan bella debió herir a Jesús en lo más hondo.

También sufre la traición de uno de los Doce. Quizás por diferencia de pensamiento, o porque Judas tenía otras expectativas, tal vez esperaba un Mesías político y batallador contra el poder establecido, este discípulo se alejó de él. Jesús le mostró que simplemente quería hacer la voluntad de Dios, aún pasando por el rechazo y la muerte. Y Judas lo vendió a los sumos sacerdotes. Lo más doloroso es que era alguien cercano, llevaba la bolsa y la economía del grupo; por tanto, Jesús tenía depositada en él su confianza.

Nosotros también causamos pasión

Cuando alguien del entorno más cercano, ya sea amigo, esposo, hermano, compañero, nos traiciona, sentimos esa lanza clavada en el costado y las punzadas de la corona de espinas.

Y, por otra parte, a veces somos nosotros quienes actuamos como Judas. Negadores, hipercríticos, egoístas, olvidamos lo más importante y herimos, no sólo al vecino, sino a nuestro prójimo más cercano, incluso por detrás. Estamos enfermos de críticas. Cuando nos sumamos a la agresión contra alguien, por celos o despecho, estamos causando pasión.

Tal vez rezamos mucho, asistimos a Via Crucis, a procesiones y a liturgias. Pero, si no cambiamos nuestra actitud, estaremos reproduciendo la Pasión. Cada vez que dejamos de ser solidarios, que nos importa bien poco el sufrimiento de los que viven cerca; cada vez que nos cerramos en nosotros mismos, impidiendo que el drama humano de Jesús cale en nosotros, estamos dejando de contribuir a la paz.

Las guerras que azotan nuestro mundo no son sino la suma de miles de pequeños afluentes, ríos de egoísmo que confluyen en un océano de violencia que estalla. Esas pequeñas rencillas personales, en grande, son bombas que desgarran muchas vidas inocentes. Cada uno de nosotros se suma a la guerra cuando no sabe vivir en paz con el que tiene al lado, cuando alimenta su egoísmo y sus odios. De la misma manera, un sencillo gesto de amor y de bondad es el antídoto de la guerra y contribuye a que el bien se vaya instaurando en el mundo. La paz también está en nuestras manos.

Cómo aliviar la Pasión

¿De qué sirve darse golpes de pecho? ¿Qué estamos cambiando realmente en nuestra vida? ¿Nos estremece ver a Jesús clavado en la cruz? ¿Nos dice algo su mirada? ¡No podemos permitir que le sigan clavando, hoy!

La Pasión es el mismo Dios clavado. ¿Cómo aliviar ese dolor? Amando –a nuestro cónyuge, a nuestros familiares, compañeros, amigos. Amando la bondad, la naturaleza, el mundo, la vida.

Más allá de las prácticas religiosas, esta Semana Santa nos invita a la reflexión y a un cambio de vida. No tengamos dobleces, aprendamos a ser más amables, serviciales, honrados, sacrificados por amor. Abandonemos la crítica y las maledicencias, para siempre. Seamos más comprensivos, más santos. Seamos buenos. Nuestro testimonio cristiano es crucial para que el bien cunda en el mundo. La gente se fija en nosotros, y a menudo nos critican, y con razón, porque nuestra actitud y nuestras obras no son coherentes con la fe que predicamos. Por eso no podemos trivializar nuestra presencia en la sociedad. O nos lo creemos y nos comprometemos, o estaremos perdiendo el tesoro que recibimos, y dejando de anunciar un mensaje de esperanza que tantos anhelan.

Ante la cruz, dejemos que el dolor penetre nuestra vida y nos depure, nos sane y nos rescate. Jesús muere para lavarnos con su sangre.