2012-02-25

Tentaciones en el desierto

I domingo de Cuaresma

En seguida, el Espíritu lo empujó al desierto, donde estuvo cuarenta días y cuarenta noches. Allí fue tentado por Satanás, y moraba entre las fieras, y los ángeles le servían.
Mc 1, 12-15

Meditar sobre nuestra identidad

Iniciamos la Cuaresma, tiempo largo y denso de meditación en que la Iglesia nos propone ahondar sobre nuestra identidad cristiana en medio del mundo. Nos empuja al desierto, lugar de encuentro con Dios. Nos propone salir de nosotros mismos y dejarnos llevar por el Espíritu Santo. Sólo lo conseguiremos si sabemos detener el ritmo acelerado de nuestra vida. Entonces, en la soledad y en el silencio, descubriremos lo que Dios quiere para nosotros.
El texto de hoy nos sitúa a Jesús en el desierto. Se encuentra en un momento clave de su vida. Su proyección social es cada vez mayor, se está convirtiendo en un líder de masas. Dócil al Espíritu, se deja llevar al desierto y allí, durante cuarenta días con sus noches, va tomando conciencia de manera progresiva de su filiación con Dios. A solas con el Padre, reflexionará sobre su misión y su quehacer apostólico.  Va a comenzar una dura batalla y necesita ese tiempo de retiro para planear su tarea misionera, unido íntimamente a él.

La tentación del poder religioso

Pero es justamente en ese lugar solitario de oración donde el diablo ve llegada su ocasión. En el texto sagrado leemos que Jesús se deja tentar por el diablo. Vamos a explicar qué significa esto.
Aunque tuviera una fe inquebrantable en el amor de Dios y una firme voluntad, Jesús era un hombre. Podía tener las tentaciones que puede llegar a tener hoy un líder religioso o una persona carismática. Le seguía mucha gente. Su talante atraía a muchísimas personas hacia Dios. Pero él jamás quiso rozar un ápice la libertad de quienes lo seguían. Para Jesús la libertad era sagrada. Su talante paciente, lleno de dulzura, era lo que atraía como un imán, generando una gran expectación a su alrededor. Jesús era muy consciente de su fuerza arrolladora y sabía que no dejaba a nadie indiferente. Tenía ese don, pero no quería aprovecharse de él para manipular a las masas. Su único deseo era conducirlas al Padre. El sí a Dios ha de ser claro, libre y sincero. La manipulación y la coacción son métodos diabólicos que emplean quienes quieren someter a las personas a su poder.
Jesús quiso desmarcarse de la sutil tentación del poder. Podía embaucar a la gente, podía deslumbrarla con sus prodigios y su predicación. La sutileza del diablo lo tienta con diversas formas de poder: religioso, político, económico.  El poder es una tentación propia de las personas carismáticas. Son esas formas de poder que hoy también nos acechan: en la familia, en la empresa, en nuestro entorno… Es fácil sucumbir cuando uno tiene recursos en sus manos, especialmente cuando tiene personas bajo su tutela o cuando dispone de riquezas, autoridad o influencias. 

Todo cristiano tiene una meta

Jesús se prueba a sí mismo con la ayuda del Espíritu y demuestra que se pueden superar las tentaciones. Su deseo es ser obediente y servir a Dios, respetando la libertad de las personas de su entorno. Una vez ha salido airoso de esta batalla por mantenerse fiel, firme y seguro, con más convencimiento que nunca, marcha a Galilea para empezar a proclamar la buena nueva. Ya está a punto: después de su bautismo en el Jordán y tras haber superado las tentaciones en el desierto, Jesús se siente arropado por el Padre para emprender, incansable, su misión. Esa misión que lo llevará, finalmente, a Jerusalén, hacia la Pascua y de regreso a su Padre, en el cielo.
Unido al Padre, inmediatamente se pone a predicar. Hoy, esta lectura nos urge a la conversión y a creer con firmeza en el evangelio. Es una buena manera de empezar la Cuaresma: mirar hacia Dios y hacer del evangelio vida de nuestra vida.
Esta es también la meta del cristiano: caminar hacia el Padre. Pero antes, aunque nos cueste, hemos de buscar horas para estar a solas con él. Ante el desafío de nuestra existencia, hemos de dejar a Dios que nos ayude a ir superando nuestras debilidades. En el silencio de nuestro retiro hemos de ir venciendo todas aquellas tentaciones que nos separan de Dios. Especialmente, el orgullo que tal vez nos hace sentirnos mejores que los demás y que nos empuja a manipular sutilmente las situaciones para sacar provecho. Hemos de limpiar nuestro corazón y apearnos de nuestras pequeñas ambiciones para poder entrar en el recinto sagrado de Dios. Así podremos comenzar, unidos a Cristo, nuestra tarea evangelizadora. Rescatados, perdonados y salvados, sólo nos queda, sin titubear, como Cristo, iniciar nuestro camino comenzando por un retiro hacia nuestro desierto interior. Desde allí, superadas las tentaciones, saldremos a nuestra Jerusalén, el mundo pagano. Podremos adentrarnos en el dolor causado por la incomprensión de muchos que nos rechazarán, pero seguiremos avanzando hacia la Iglesia, hacia la eucaristía y finalmente, hacia Cristo y el Padre.

2012-02-18

Levántate y anda

VII Domingo Tiempo Ordinario

Entonces llegaron unos conduciendo a un paralítico, que llevaban entre cuatro. Y, no pudiendo entrar por causa del gentío, levantaron el techo por la parte bajo la cual estaba Jesús y por su abertura descolgaron la camilla en que yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados.
Mc. 2, 1-12

Ante el milagro espectacular de la curación de un paralítico, la reacción de los letrados judíos resulta sorprendente. Para ellos es más importante la ley que el bienestar y la salud de ese hombre, considerado pecador. Que Jesús desafíe sus leyes curándolo implica que se abroga el poder de perdonar los pecados y, por tanto, está desafiando al mismo Dios. En la actitud de los escribas se refleja un concepto de Dios como juez implacable y arbitrario. En cambio, Jesús nos revela al Dios compasivo que no desea la enfermedad ni el dolor de sus criaturas. Para alguien como él, lleno de la fuerza de Dios, curar a un enfermo no es difícil. El verdadero milagro no es que Dios pueda curar a un hijo suyo, sino que los hombres creamos que, realmente, Dios nos ama y confiemos nuestra vida en sus manos. Dios nos tiende la mano siempre. Nosotros sólo necesitamos escuchar la voz que nos dice: “¡Levántate y anda!”. El milagro es creer que podemos hacerlo, ponernos en pie y dejar que Dios nos lleve hacia nuestra plenitud.

La búsqueda de sentido

El magnetismo personal de Jesús debía ser impresionante. La gente lo buscaba, pues irradiaba luz, compasión, ternura. Los humildes, los pobres, los enfermos, tenían un lugar privilegiado en su corazón. Jamás los desatendía.
En esta ocasión, el evangelio nos cuenta que todo el mundo sabía que Jesús había llegado a Cafarnaúm y las gentes lo esperaban, ansiosas. Pues Jesús lograba curar, serenar y, sobre todo, dar sentido a la vida de las personas que se acercaban a él. Su presencia conseguía calmar la ansiedad más profunda del ser humano. Y la gente se agolpaba a su alrededor mientras él, con suavidad, les enseñaba la palabra de Dios.
Hoy día, aunque no lo parezca, también hay mucha gente que busca a Dios, incluso entre aquellos que no vienen a misa o no practican. Buscan algo que quizás la Iglesia no les ha sabido dar. Ansían encontrar sentido a su vida. Los psicólogos lo saben bien: las personas se preguntan por uno mismo, por el sentido de su existencia y de la existencia del mundo. Son muchos los que padecen enormes crisis de identidad, y aún más quienes, en el fondo, buscan palabras, gestos, miradas, que les transmitan que su vida es importante, es digna de amor, tiene un sentido. Y muchos son quienes se pierden buscando respuestas.
Estas cuestiones pre-religiosas finalmente convergen en la gran pregunta: ¿existe Dios? ¿Quién es Dios? Y ésta despierta otros interrogantes: ¿Quién es Jesús? ¿Qué sentido tiene la Iglesia? ¿Por qué hay sufrimiento en el mundo? ¿Dónde está el cielo?
Este proceso nos lleva a desnudarnos delante del Ser Absoluto, a quien no vemos.

Liberarnos de la parálisis del pecado

Jesús nos enseña a ser pacientes y a predicar con humildad a quienes están inmersos en esta búsqueda, a la vez que nos llama a estar atentos para descubrir la profunda soledad del hombre de hoy. Su ejemplo nos invita a acercarnos, con ternura, al corazón de tantas personas que necesitan de Dios.
La gente que buscaba a Jesús creía en la capacidad milagrosa de su amor. A fin de verlo y estar cerca de él, eran capaces de cualquier cosa. El evangelio nos narra cómo esos cuatro hombres que llevan al paralítico suben al tejado de la casa donde se aloja y abren un boquete para hacerlo descender ante él. Arriesgan su seguridad y su vida, sin temor, con la certeza de que Jesús curará al paralítico.
Y así será. Jesús admira y elogia su fe. Él sabe que el pecado paraliza e impide la salud espiritual. El pecado inmoviliza a la persona y le impide lanzarse a la aventura de una experiencia nueva: sentir a Dios dentro, sentirse viva, sana, fuerte, llena de vigor y de tenacidad para ir corriendo al encuentro de los demás.

Dos formas de entender la fe

Jesús cura al paralítico. Pero, como siempre, su forma de actuar genera conflictos con ciertos sectores influyentes socialmente. Le echan en cara que actúe de esa manera, atribuyéndose una capacidad que es propia de Dios: perdonar los pecados.
Los judíos no entienden esa especial unión de Jesús con Dios. No comprenden su actitud humanitaria y solidaria, que surge precisamente de su comunión con el Padre. La fuente de su caridad es la sintonía con Dios.
Como podemos observar, en el evangelio afloran dos formas de vivir la religiosidad. Una forma espontánea, abierta siempre a las necesidades de los demás, y otra más puritana y legalista, rígidamente observante de las leyes. Para muchos judíos, esta segunda era la forma de ser fieles a la Torah.
La crítica que recibe Jesús es fuerte. Lo acusan de autoerigirse en persona con la autoridad de perdonar. Un aspecto especialmente delicado para los judíos es el perdón. Para ellos, Dios es el único que puede perdonar. Con sus palabras, Jesús entra de lleno en uno de los temas más escabrosos y colisiona con la visión de los estrictos observantes de la Ley. Su radicalidad hacia Jesús crecerá. Jesús se siente Hijo de Dios y así lo llegará a proclamar. Esta será la principal razón que esgrimirán los fariseos y los sumos sacerdotes para matarlo. Pero Jesús siente, en lo más hondo de su ser, que debe actuar como lo hace, sin miedo.

Levántate y camina

Así, todos los presentes quedan atónitos cuando no sólo demuestra su capacidad para perdonar los pecados, sino que realmente obra el milagro de curar al paralítico. Éste se levanta y camina.
Jesús nos habla también a nosotros. Cuando sufrimos y nos sentimos frágiles y vulnerables, él nos dice: ¡Levántate! Coge tu camilla y anda. Nos invita a recoger todo aquello que nos impide caminar erguidos: lastres, orgullo, resentimientos… Nos dice que seamos valientes y que asumamos todo lo que nos paraliza, levantándonos sobre nuestro propio ego. Nos llama a despertar. Ya estamos salvados por el amor de Dios. Su amor nos perdona y nos sana. Y nos impulsa a caminar, aprisa, para ir al encuentro de otros y ayudarles a levantarse y a liberarse de la peor prisión: la de sí mismo.

2012-02-11

Quiero, queda limpio

VI Domingo tiempo ordinario

En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
—Si quieres, puedes limpiarme.
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo:
—Quiero: queda limpio.
La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.
El lo despidió, encargándole severamente:
—No se lo digas. a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.
Mc 1, 40-45

La compasión de Jesús

La misericordia de Jesús se extiende como su palabras, llenas de vida y de un mensaje absolutamente novedoso. Su voz, su mirada amorosa y su ternura tienen la capacidad de curar a mucha gente.
El texto nos narra la petición de un leproso para que lo sane de su enfermedad. El leproso suplica, de rodillas ante Jesús: “Si quieres, puedes limpiarme”. El desespero y la angustia llegan como una oración a gritos hasta el corazón de Jesús. Y el autor nos revela la profunda compasión que lo mueve hacia el enfermo, ante su clamor y sus ruegos estremecedores.
Jesús conoce el profundo dolor que siente. Su compasión hacia los desvalidos es infinita, por eso actúa hacia ellos con inmediata solicitud. Pero, como vemos en todos sus milagros, antes de curar, Jesús pregunta al enfermo. Si eleva una petición, es de suponer que realmente desea curarse, de todo corazón. Pero Jesús no abandona su actitud pedagógica: quiere reafirmar el deseo del enfermo de curarse. Cara a cara, mirándolo a los ojos, quiere contar con su libre voluntad y su sí.

Salud física y espiritual

Jesús tiene en cuenta la dimensión sociológica y vital del enfermo. Entiende que el sufrimiento aqueja fuertemente al leproso, pero quiere que la situación emocional que lo envuelve no le prive de su libertad. Sólo así podrá obrar el milagro y liberarlo del peso de su enfermedad. Si el leproso lo pide sinceramente, movido por un deseo firme de sanar, más allá de la desesperación, Jesús interviene.
El leproso quedó limpio, dice el evangelio. Cuando nuestro corazón se abre libre y sinceramente, Dios puede hacer el milagro de sanar todo aquello que hace impura nuestra vida. Él nos puede limpiar de aquello que empaña nuestro corazón, en especial, la soberbia, el orgullo y la petulancia. Cuando nos falta oxígeno espiritual, nuestra vida interior queda seriamente limitada. Cuántas personas padecen de esta otra lepra, que les quita la luminosidad en el rostro y les hace vivir atrapadas en la oscuridad. Jesús siempre extiende sus manos amorosas, nos llena de ternura y nos toca con dulzura para sanarnos. Él desea nuestra salud; quiere que nuestra vida esté llena de sentido y que lo tengamos a él como referencia.
La salud siempre vendrá profundamente ligada a aquello que somos, creemos y vivimos. Si nuestra vida se fundamenta en sólidos valores religiosos, y nuestra espiritualidad es rica e intensa, tendremos fuerza y coraje para aceptar las dificultades y asumir los desafíos que se nos presentan. Sabremos tomar las decisiones más acertadas, que afectarán a nuestra salud física y espiritual. Jesús nos quiere sanos de alma y de cuerpo, porque sólo los puros y los “limpios de corazón” verán a Dios. La fe en Jesús nos limpia totalmente.

Dios quiere la mediación de la Iglesia

Finalmente, Jesús añade algunos elementos a destacar. Por un lado, pide al leproso que tenga prudencia y no proclame a los cuatro vientos su curación. No desea la fama, sino servir y hacer un bien real a todos aquellos que confían en él. Y, por otra parte, lo envía a los sacerdotes para completar su purificación. Con este gesto, demuestra que no quiere actuar al margen de la institución religiosa de su pueblo. Cuenta con la intervención de los sacerdotes como puentes hacia Dios. ¡Qué importante es este matiz!
En este caso, la lectura nos lleva al sacramento del perdón y la reconciliación. Dios perdona a través de sus ministros, que ejercen la función de Cristo. No podemos negar la mediación eclesial. Cuando Jesús dice a Pedro, “sobre ti edificaré mi iglesia, y aquellos a quienes perdones los pecados, les quedan perdonados”, nos está mostrando que Dios quiere la mediación de la Iglesia, especialmente a través de sus sacramentos.

2012-02-04

Levantar a la mujer

V Domingo tiempo ordinario

Así que salieron de la sinagoga, fueron con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. Se encontraba la suegra de Pedro en cama con calentura, y le hablaron de ella. Y, acercándose, la tomó por la mano y la levantó, y al instante la dejó la fiebre, y se puso a servirlos.
Por la tarde, puesto ya el sol, le traían todos los enfermos y endemoniados… Y curó a muchas personas afligidas de varias dolencias, y lanzó a muchos demonios, sin permitirles hablar, porque sabían quién era.
Mc. 1, 29-39

Los primeros apóstoles caminan sin vacilar al lado de Jesús. En esta ocasión, se da un incidente que puede ocurrir en cualquier ocasión: la suegra de Pedro está en cama, con fiebre. Este contexto encierra un precioso  simbolismo que define muy bien la tarea ministerial de Cristo y su posición ante la mujer.
Fijémonos en la actitud de Jesús. Se acerca. La cultura judía tenía muy marginada a la mujer. Jesús rompe con ese prejuicio cultural y religioso. La toma de la mano, se produce un contacto físico, salva esa distancia que segrega el mundo de la mujer. La levanta, la proyecta en su dignidad como hija de Dios. Finalmente, también la hace discípula, porque después ella le sirve. Esta es la misión fundamental de Jesús: dar vida. Y ha de ser también la misión de la Iglesia: entrar de lleno en el corazón humano y dar un sentido espiritual a su vida, alejándolo de todos sus males.

La persona por encima de la ley

La secuencia de este fragmento evangélico nuclea la misión de Jesús. Sintiéndose profundamente amado por Dios, esta vivencia le hace sentirse muy cerca de los demás y, a la vez, le da una libertad interior muy honda. De ahí que, aún conociendo el puritanismo de las leyes judías, vaya más allá de lo que sería “políticamente correcto”. Sabe que su forma de tratar a las mujeres es objeto de crítica por parte de los fariseos. Y no sólo eso, sino que parece actuar por encima de las leyes de su pueblo. Jesús pone en el centro de su mensaje, no las ideas, sino la persona. Y en este caso, es la mujer. Él sabe que para Dios lo más importante no son los preceptos o los códigos morales de la religión judía; lo más importante es el ser humano y sus necesidades. Jesús rompe con un mundo rígido y estrecho de miras para salvar y curar a la suegra de Pedro.

Levantar al que está abatido

No sólo la cura. Jesús le tiende la mano y la levanta. Cuántas personas en el mundo nos están alargando sus manos para que las ayudemos a salir de su sufrimiento y su marginalidad. Cuántas veces, por prejuicios ideológicos o por puritanismo religioso dejamos de hacer cosas buenas y necesarias. Jesús nos enseña a ser dueño de nuestras ideas: para él, vale más una persona real y enferma que miles de ideas bonitas sobre la pastoral de la salud.
Como Iglesia, todos los cristianos estamos llamados a dar nuestra mano para consolar, aliviar, curar y sostener a quienes no pueden hacerlo por sí solos. Muchas personas quebrantadas, física o espiritualmente, esperan nuestra ayuda. Con nuestro gesto desprendido, con nuestro amor, purificamos nuestras ideas a la vez que estamos liberando del dolor y dignificando a otras personas que piden ayuda. Esta disposición a servir, ayudar y “levantar” a los demás, debe ser el eje central de nuestra evangelización.