2016-12-30

Guardar las cosas en el corazón

Santa María - ciclo A

Números 6, 22-27
Salmo 66
Gálatas 4, 4-7
Lucas 2, 16-21



Decía san Agustín que María, antes de concebir a Jesús en su vientre, ya había alojado a Dios en su corazón. ¡Madre de Dios! Es el título quizás más bello e impresionante de María. Madre de su mismo Creador, madre del Padre de todos. Madre, por tanto, de todas las criaturas y del universo entero. En su corazón estamos todos, y a todos nos llega su amor.

Las lecturas de hoy nos hablan de la paternidad de Dios: un Dios que, como padre amoroso, mira con ternura a sus hijos. Se repite esta expresión en el libro de los Números y en el salmo 66: Dios hace brillar su rostro sobre nosotros. Esa luz es la gracia que se derrama sobre María. Nadie más que ella llevó a Dios en su vientre, nadie ha sido inmaculado como ella, desde su concepción. Pero llevar a Dios en el corazón y ser inmaculados por la sangre de Cristo que nos lava… ¡lo podemos ser todos!

Y a eso estamos llamados. María es nuestra maestra. Como ella, todos podemos guardar estas cosas, meditándolas en el corazón. ¿Qué cosas? No llenemos el corazón de frivolidades y basura. No lo llenemos de rencores, envidias y fantasías irreales. Llenémoslo de lo único que nos puede saciar, de lo que nos sana, nos da vida y nos llena de fuerza y alegría. Llenémoslo de Dios. Llenémoslo de sus enseñanzas, de su amor, de su paz. Llenémoslo de experiencias de donación, de generosidad, de entrega amorosa, de afecto. Así, preñados de Dios, como María, nuestra vida será fecunda y plena.

San Pablo nos recuerda que, gracias a Jesús, podemos llamar a Dios Abba, papá, y sentirnos hijos. No somos esclavos de un Dios tirano ni huérfanos de un universo sin Dios. Somos hijos amados de un padre tierno. De la misma manera, podríamos decir que tenemos una madre, María. ¿Por qué no llamarla a ella, cariñosamente, mamá? Santa Teresita decía que no podía imaginarse a la Virgen como una reina grandiosa, solemne, elevadísima, ante la que caer de rodillas. Más bien, decía, la imagino como una madre que hace crecer a sus hijos, que no los abruma ni los avasalla, que se pone a su nivel, con sencillez. Una madre tierna, cariñosa, discreta, que trabaja, reza y sostiene a su familia sin querer destacar ni subirse a un pedestal. Como tantas madres están haciendo en estos días de fiestas familiares: cocinan, compran, friegan, acogen, atienden… Dejan que los demás sean los protagonistas, cuando son ellas las que sostienen el hogar. Sin ellas quizás no habría verdadera fiesta. Ellas mantienen el fuego de todas las casas, la llama viva de todas las familias. Así es María: fuego en el hogar grande de la Iglesia, fuego en el hogar de cada familia. Tengámosla presente y aprendamos, como ella, a guardar todas esas cosas, las que de verdad importan, en el corazón. 

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2016-12-22

Hoy nos ha nacido un Salvador

Natividad del Señor - A

Isaías 52, 7-10
Salmo 97
Hebreos 1, 1-16
Juan 1, 1-18


El otro día en catequesis expliqué a los niños que Dios, cuando vino al mundo, no quiso nacer como hijo de reyes, sabios o famosos. Tampoco nació en un palacio ni en una gran ciudad como Roma. Al contrario, nació en un establo, María y José eran muy humildes y el nacimiento del niño pasó desapercibido. Sólo se enteraron unos pocos pastores, sus vecinos y unos sabios despistados venidos de Oriente. ¿Por qué creéis que Dios eligió venir así?, pregunté a los niños. ¿No hubiera sido más lógico venir de otra manera, para que todos pudieran conocerlo y adorarlo con admiración y respeto?

Algunas niñas dieron respuestas reveladoras. Dios quiere ayudarnos, dijo una. A Dios le gusta la gente sencilla y pobre, contestó otra. Y una tercera dijo: Dios quiere que seamos como él, por eso él se hace como nosotros. ¡Creo que pocos teólogos podrían mejorar esta respuesta!

Sí, Dios se hace uno de nosotros, se humaniza porque quiere divinizarnos y compartir su reino con nosotros. La gran noticia no es sólo que Dios exista… ¡Es que Dios está de nuestra parte! Está realmente con nosotros, no solo por encima, ni en las honduras insondables, sino codo a codo, al lado, compartiendo nuestras alegrías y dolores, nuestras miserias y sueños. Con el nacimiento de Jesús se ha tendido un puente entre el cielo y la tierra, que ya nadie podrá derribar. La tierra, como dijo un poeta, está empapada de cielo. El mundo está envuelto en cielo, mecido en brazos de Dios igual que él lo estuvo en brazos de María, la mujer, la madre, la hija de la tierra.

Con toda la modestia de su nacimiento, Jesús no deja de ser la Luz, que es «la vida de los hombres». Con él empieza un cielo nuevo y una tierra nueva, rejuvenecida por el torrente de amor divino. Por eso con su nacimiento el cielo está de fiesta y los ángeles cantan. Nosotros, que somos ciudadanos del cielo, también estamos de fiesta hoy, porque las consecuencias de ese nacimiento duran hasta hoy y duraran hasta el final de los tiempos. Vivamos la Navidad con sobriedad y sencillez. Que el trajín de las fiestas no nos haga olvidar su sentido. Que sea de verdad una fiesta de encuentro, donde se hagan ciertas las palabras de Jesús: «donde estén dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo». No olvidemos al primer invitado a estas fiestas. Abramos nuestro hogar a Jesús, que está a la puerta y llama.

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2016-12-15

La virgen dará a luz a un niño

4º Domingo Adviento  - A

Isaías 7, 10-14
Salmo 23
Romanos 1, 1-7
Mateo 1, 18-24

«La Virgen concebirá y dará a luz a un hijo, que será llamado Dios-con-nosotros». El evangelio de hoy recoge una antigua profecía de Isaías. El rey Acaz no osa pedir una señal a Dios, pero Dios se la ofrece. ¿Qué señal es? Una joven dando a luz a un niño. Parece que de Dios deberían esperarse señales sobrenaturales o espectaculares, signos inequívocos de su grandeza y poder. Pero una virgen dando a luz… ¡Cada día nacen millones de niños en el mundo! ¿Qué hay de extraordinario en ello? ¿Qué hay de prodigioso?

Cuando Dios se hace hombre, se encarna y es concebido en el vientre de una madre, como cualquier niño. Y además lo hace en el seno de una familia modesta, en un pueblo pequeño, en un rincón insignificante del vasto Imperio Romano. Dios no viene al mundo al son de trompetas, rodeado del lujo de un palacio o el prestigio de una familia real. Esto nos dice mucho de la forma de actuar de Dios. No quiere avasallarnos ni someternos con la evidencia de su poder. Dios actúa en la historia, siempre. Pero lo hace con inmensa delicadeza y respeto, con discreción, incluso en el silencio y en el secreto. No quiere forzar ni un ápice nuestra libertad. Así es como Dios va trabajando, valiéndose de medios naturales y humanos, del sí y la cooperación de personas como María y José. Personas normales y corrientes como nosotros, llamados a vivir una vida renovada desde la fe en Cristo, como dice San Pablo.

Tanto José como María supieron ver las cosas en profundidad. Supieron leer lo sagrado oculto tras lo cotidiano. Supieron entender el lenguaje de Dios, con palabras humanas y sentido divino. Detrás de la concepción del niño comprendieron la obra del Espíritu Santo. José y María son los primeros ciudadanos del reino de Dios, el mundo resucitado, libre de culpas y males. Un mundo que está gestándose, como el bebé en el vientre materno, llamado a vivir la plenitud de Dios.

Los grandes misterios no están aparte de la realidad llana y sencilla de cada día. Más bien nuestra realidad es una parte de un gran misterio: el plan de Dios para el universo y para nosotros. Un plan que comienza con la creación y da un salto con la encarnación de Jesús. Lo hermoso de este plan es que Dios, en todo momento, cuenta con nosotros. 

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2016-12-08

El yermo florece

3r Domingo de Adviento - A

Isaías 35, 1-10
Salmo 145
Santiago 5, 7-10
Mateo 11, 2-11


La primera lectura de Isaías y el salmo 145 arrancan una sonrisa de nuestros labios y llenan nuestra mente de imágenes preciosas. Un desierto que florece tras años de sequedad, una tierra fértil, un pueblo que se regocija y vive en paz y abundancia. Dios es generoso y provee a sus criaturas: en el mundo hay lugar para todos, alimento para todos, espacio para que todos puedan crecer y ser felices. ¡Este es el deseo de Dios! Paz, salud, alegría son los signos de su reino.

Pero ¿qué vemos alrededor? Parece que el mal se ha adueñado del mundo. Vemos guerras, injusticias, pobreza y conflictos sin fin. La discordia se ha instalado en nuestros hogares, en el trabajo y en el vecindario. La mentira, la crítica y la intolerancia campan en la sociedad. Ni siquiera nuestras parroquias son inmunes a estos males. Podemos preguntarnos: ¿dónde está el reino de Dios?

Santiago en su carta nos dice: tened paciencia. El reino se está forjando. El reino está naciendo y sufre dolores de parto, como diría san Pablo. El reino lo está construyendo Dios y nosotros estamos participando en esta obra con nuestra actitud y nuestro quehacer, día a día. Más que cuestionar dónde está, deberíamos preguntarnos: ¿estoy yo trabajando por este reino? ¿Colaboro a construirlo o más bien lo estorbo? ¿Me quejo mucho y hago poco?

Juan Bautista, en la cárcel, sufría la noche oscura de la fe. Después de tantos esfuerzos anunciando al Mesías, ¿era Jesús realmente el que tenía que venir? Jesús responde a los discípulos de Juan: id y contadle lo que veis. Los cojos andan, los ciegos ven, el reino es anunciado a los pobres… No son metáforas: son realidades. Son las señales inequívocas de que el reino de Dios, realmente, ya está aquí, ya se está forjando, y Jesús es quien el pueblo esperaba: el Dios-con-nosotros que viene a ser compañero del hombre y trabaja codo a codo con él y por su bien. ¿Qué hacía Jesús? Anunciar, sanar, abrir las puertas del cielo a las almas hambrientas de pan, de justicia, de afecto, de Dios. ¿Y hoy? Todos los bautizados somos ciudadanos de ese reino en construcción. Juan Bautista lo anunció, nosotros ya formamos parte de él. Y todos estamos llamados a seguir la misión de Jesús, cada uno en su lugar, con los talentos que Dios nos da.

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2016-12-01

Preparad el camino al Señor

2º Domingo Adviento - A

Isaías 11, 1-10
Salmo 71
Romanos 15, 4-9
Mateo 3, 1-12

El evangelio de hoy nos presenta a Juan Bautista con su fogosa predicación. Juan no dejaba indiferente a nadie. Su discurso gustaba, pero tampoco era cómodo. A quienes se bautizaban por curiosidad, o por quedar como santos, los increpa con dureza. ¿Hacéis esto por parecer buenos? Lo que importa es la conversión auténtica, el cambio de vida. No bastan las palabras y los gestos simbólicos, hay que abrirse al vendaval de Dios, que sacude nuestra alma y nos invita a dejar nuestros lastres y esclavitudes personales.

Preparad el camino al Señor. ¿Qué significa esto, para nosotros, hoy? Jesús ya vino, y Jesús está vivo hoy. Pero si no le abrimos nuestra casa —nuestra alma— estamos igual que aquellos judíos del siglo I que esperaban al Mesías y escuchaban perplejos a Juan Bautista. Preparar el camino significa estar atentos, velar, escuchar. Dios puede hablar y visitarnos de muchas maneras.

Yo os bautizo con agua. El agua es purificación y es vida. El bautismo de Juan es un paso importante en la preparación ante la venida del Señor. Implica un proceso de limpieza espiritual y compromiso con el bien, y es un acto de voluntad que requiere nuestro esfuerzo. Muchas personas centran su vida en la práctica virtuosa y la pureza interior. Buscan la perfección moral y se esfuerzan por mejorar y cambiar. ¿Qué descubren? Como san Pablo, se dan cuenta de que cambiar es dificilísimo y no basta con la voluntad. Uno nunca se cambia a sí mismo del todo, pese a la ascesis y la disciplina. Dios tampoco quiere que nos mutilemos ni nos deformemos espiritualmente. Nos hace falta algo más: el bautismo por Espíritu Santo y fuego. Si el agua es voluntad nuestra, el fuego es don y acción de Dios. Será él, derramando su amor, quien nos cambiará. No tendremos que forzarnos; él nos transformará desde adentro, con pasión y ternura, haciéndonos crecer y dando fruto. Nuestra hazaña no será alcanzar la perfección por mérito propio (esto despertaría nuestra vanidad, y nos alejaría de Dios), sino abrirnos a su amor y a su misericordia, los únicos que pueden cambiarnos y dar a nuestra vida un sentido nuevo y pleno.

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