2024-02-23

Este es mi hijo amado

 2º Domingo de Cuaresma B

Evangelio: Marcos 9, 2-10

En los evangelios sinópticos hay dos ocasiones en las que se deja oír una voz del cielo: la voz del Padre, que se dirige a la tierra. Y en ambas ocasiones dice casi exactamente lo mismo: Este es mi hijo amado. La segunda vez añade: ¡Escuchadlo!

Son dos momentos que los teólogos llaman epifánicos, o de manifestación de la divinidad de Jesús. En esos momentos Jesús se revela no sólo como el hombre galileo que habla y actúa como un gran profeta, sino como el auténtico enviado de Dios, su propio hijo.

La primera vez es en el Jordán, después del bautismo. La segunda vez es en un monte alto. Por cierto, el evangelista nunca dice que sea el Tabor, en realidad no sabemos de qué montaña se trata y no pocos biblistas piensan que tal vez era el Hermón, al norte de la región de Cesarea de Filipo, a donde Jesús se había desplazado con sus discípulos.

Un monte alto: en la Biblia, siempre es un lugar sagrado, un lugar de encuentro con Dios y un lugar donde Él transmite un mensaje. En el Sinaí Moisés recibió la Ley; en el Horeb, Elías fue reafirmado en su misión por Dios; en el pequeño monte Sion, al lado de Jerusalén, David instaló el Arca de la Alianza y Salomón construyó su templo. Sinaí, Sion… y ahora, un monte alto sin nombre, donde Jesús sube con tres de sus discípulos, los más destacados del grupo: Pedro, Santiago y Juan.

La luz blanquísima es signo de la presencia divina, igual que la nube, que cubre el rostro de Dios y los envuelve. Los tres discípulos caen asustados y están fuera de sí, no saben cómo reaccionar, la potencia celestial los abruma. Pero en medio del resplandor divisan dos figuras que dialogan con Jesús: Moisés y Elías. Son las dos columnas de la fe de Israel: el transmisor de la Ley y el primero entre los grandes profetas. Ley y profetismo, palabra de Dios y enseñanza de su voluntad, rodean a Jesús. En Jesús se aúnan la dimensión profética y líder de Moisés y Elías. Pero Jesús es más que un amigo de Dios, como Moisés, más que un guía, y más que un profeta como Elías. Jesús es el Hijo amado. Y no es él, sino el mismo Padre quien lo dice.

Si había dudas, los discípulos ahora saben quién es Jesús. Ya no sólo creen: han visto y oído. Han tocado el cielo con sus dedos y han caído en tierra, incapaces de moverse. Sólo Pedro se atreve a hablar, ¿y qué dice? Señor, ¡qué bueno estar aquí! Hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

¿Qué significa esta propuesta insólita de Pedro?

Se han dado muchas interpretaciones de las tres tiendas. Pero volvamos al trasfondo bíblico del monte santo. La tienda no es una mera tienda de campaña: es un tabernáculo, un templo, un lugar santo donde la divinidad pueda habitar y donde pueda ser adorada. Pedro, extasiado, pretende levantar nada menos que tres santuarios para meter en ellos a Jesús, al pastor y al profeta.

No sabía lo que decía, comenta el evangelista. No, no lo sabía. Cuando David quiso construir un templo a Dios, este le respondió, por voz del profeta Natán: Yo soy el creador de todo el universo y te lo he dado todo, ¿y tú me vas a construir un templo a mí?

Construir un templo es encerrar, poseer y controlar a la divinidad, y Dios no se deja atrapar tan fácilmente. Tampoco lo hará Jesús. Pedro está viendo y oyendo, pero aún no comprende del todo y pesa en él su religión judía, centrada en torno al culto del Templo. Sus compañeros, Santiago y Juan, están como él, atónitos y desconcertados.

Pero Jesús les ha querido mostrar un pedacito de su gloria. Y después los avisa: No contéis nada hasta que el hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos. ¿Por qué? Porque en ese momento la gente no entiende nada, todavía. Los seguidores de Jesús aún ven en él a un mesías político, guerrero y triunfante sobre los poderes de este mundo. No imaginan un rey que será condenado a muerte y que se dejará abatir por los poderosos. No imaginan a su Mesías en la cruz. Aún es pronto. Pero el recuerdo ha quedado grabado dentro de ellos. Llegará el día en que comprenderán. Y entonces esa revelación luminosa en el Tabor adquirirá para ellos su pleno significado.

¿Qué nos dice hoy esta lectura? En primer lugar, nos habla del amor del Padre hacia su hijo. Si escuchamos sus palabras, ¿qué nos dice Dios? ¡Que escuchemos a Jesús! Este es el único e inmenso consejo, lo que nos pide Dios a lo largo de todo el evangelio. ¡Escuchad a mi hijo! Seguidlo. Haced lo que él hace. Porque él es mi amado, y vosotros también lo sois, y aún estaréis más cerca de mi corazón si seguís mis pasos.

En segundo lugar, la escena en el monte nos dice que, para llegar a la resurrección, a la gloria, antes hay que ascender una cuesta. Antes hay que pasar por la cruz. Si queremos resurgir en nuestra vida, hemos de aceptar una renuncia, un dejar atrás muchas cosas que quizás nos obstaculizan seguir libremente el camino de Jesús. Muchas cosas que también nos alejan de los demás. Porque en la entrega a los demás también encontramos a Dios. 

Finalmente, el monte también es una llamada a buscar, cada día, espacios de encuentro con Dios. Allí, en el silencio, en las alturas, podremos contemplar nuestra vida en perspectiva, poner cada cosa en su lugar y ofrecerlo a nuestro Creador. Jesús nos invita a subir cada día a la montaña, aunque vivamos en medio de la ciudad. Cada capilla, cada iglesia o santuario abierto es un pequeño Tabor donde él nos espera.

2024-02-16

Convertíos y creed en la buena nueva

1r Domingo de Cuaresma B

Evangelio: Marcos 1, 12-15



El evangelio de Marcos es breve, pero intenso como un cuadro impresionista. Hoy, con cuatro pinceladas nos traza dos escenarios: Jesús en el desierto, preparándose para su misión, y Jesús en camino, por Galilea, iniciando su tarea.

Como un buen caballero de la antigüedad, Jesús se prepara antes de la batalla. Los caballeros medievales pasaban una noche en vela y oración antes de ser armados. Jesús pasa cuarenta días en el desierto, en vela y oración, para revestirse de la fuerza divina.

Cuarenta es un número simbólico que expresa el periodo necesario para un cambio. Cuarenta fueron los años de peregrinaje de Israel por el desierto. Cuarenta años representan dos generaciones: periodo suficiente para que se dé un cambio cultural. Curiosamente, cuarenta son los días, según los neurólogos, que tarda en consolidarse un nuevo hábito en nuestras redes neuronales.

Pero ¿qué sucede en el desierto? En los espacios de oración y silencio nunca estamos solos. Jesús está rodeado de la naturaleza salvaje, como Adán en el paraíso. Pero también recibe una visita menos amable: la de Satanás, el Enemigo, que lo tienta, tratando de apartarlo de su camino, o incitándolo a conseguir sus metas de forma torcida. Jesús batalla con el ángel caído, pero su Padre también le envía otros ángeles amigos que lo sirven. Jesús en el desierto aparece como un auténtico hijo de Dios: rodeado de las fieras salvajes, que simbolizan la creación; batallando con el Maligno y servido por los ángeles.

Jesús supera la prueba. Y «después que Juan fue entregado», marchó a Galilea a proclamar el evangelio de Dios.

Recordemos que Jesús estuvo con Juan en la ribera del Jordán. Se hizo bautizar por él. Marcos y los sinópticos no lo recogen, pero el cuarto evangelio nos habla de Jesús conviviendo con Juan Bautista y compartiendo sus primeros discípulos con él. Al final, Jesús forma un grupo que se va distanciando del Bautista. Y sólo cuando Juan es encarcelado, por orden de Herodes, Jesús inicia definitivamente su misión.

La misión de Jesús se diferencia de la de Juan. Ambos piden conversión: un cambio de mentalidad, un cambio de vida. Pero Juan añadía: penitencia. Arrepentimiento, bautismo purificador y espera del juicio que ha de llegar.

Jesús añade: creed. Creed en la buena noticia. ¿Cuál es? El texto original del evangelio dice literalmente: «ha llegado el Reino de Dios». Ya no es algo del futuro, ya no es una promesa, sino una realidad. El reino está aquí porque Dios está con vosotros. Y su presencia se concreta en el mismo Jesús. El reino ha plantado su semilla en esta tierra y ahora sólo necesita manos y corazones abiertos que crean y trabajen por él.  

2024-02-09

Ve y queda limpio

6º Domingo Ordinario B

Evangelio: Marcos 1, 40-45.


Entre las curaciones que Jesús practicaba, podríamos distinguir varias: curaciones de enfermos de diversas dolencias, rehabilitación de paralíticos, sordos y ciegos, y purificación de leprosos.

La lepra era una enfermedad considerada impura: al sentido físico se le añadía una carga moral. Un leproso no sólo era un enfermo, sino un impuro. No podía formar parte de la comunidad, tenía que vivir aislado y lejos de los demás, pregonando su impureza por los caminos y sobreviviendo de la mendicidad. La vida de los leprosos, además de precaria y penosa, era desoladora, porque se sentían totalmente excluidos de la sociedad. La lepra cortaba sus vínculos familiares y sociales. Independientemente de su conducta, se consideraba que Dios los había castigado con la enfermedad, de modo que eran igual a pecadores malditos.

Hoy nos escandaliza y subleva esta creencia, que era habitual en la antigüedad: asociar enfermedad a pecado y a castigo divino. Jesús rompe con esta idea curando a los leprosos. Por eso los textos hablan de “purificación”. Sanando al leproso, Jesús lo restablece física y espiritualmente, lo devuelve al seno de su familia y de su comunidad. Lo reintegra en el mundo de los vivos. La sanación es mucho más que corporal.

Podemos hacer una lectura espiritual y más profunda del texto. Leproso puede ser alguien que tiene el corazón sucio, enfermo o herido. Podemos hablar de una “lepra interior” que nos carcome por dentro. Traumas no resueltos, odios, resentimientos, miedos, rupturas… Todo esto va minando nuestra fuerza espiritual y nos impide crecer, cultivar nuestros talentos y vivir con paz y alegría. ¡Necesitamos purificarnos!

Y Jesús lo hace. Él puede sanar nuestro corazón de golpe, tocándonos con su mano y con una palabra suya: ¡Quiero, queda limpio! Nos está diciendo: Quiero, queda libre, queda sano, queda perdonado. Empieza de nuevo con el alma limpia. ¡Yo lo quiero! ¿Y tú?

La sanación comienza dándonos cuenta de que estamos enfermos de alma. El siguiente paso es pedir ayuda, suplicar con insistencia, como el leproso. Jesús se compadecerá y nos devolverá la fuerza y la salud. ¿Cuál es el próximo paso?

Dar testimonio. Tendemos demasiado a hablar mal y quejarnos, y en cambio nos cuesta mucho divulgar lo bueno y elogiar a quien nos ayuda.

Una última reflexión sobre el gesto de Jesús: “lo tocó diciendo”. Jesús toca a un impuro, algo prohibido. Hoy diríamos que rompe el confinamiento, la distancia social. Si queremos imitar a Jesús, hemos de salvar esas distancias que nos separan y nos aíslan. No podemos amar, curar y ayudar si no es desde la proximidad y el contacto real, cara a cara, mano a mano, mirándonos a los ojos y sintiendo a nuestro lado una presencia cálida y amiga.

2024-02-02

Sanar y anunciar

5º Domingo Ordinario B

Evangelio: Marcos 1, 29-39


La lectura de este domingo nos presenta un día típico en la «agenda de Jesús». Enseña en la sinagoga, donde anuncia el Reino de Dios. Después, cura a los enfermos y endemoniados. Libera a las personas de la fragilidad de cuerpo y de alma. Jesús libra una batalla contra el mal, mandando callar y echando a los demonios que lo reconocen. Mientras tanto, las multitudes lo rodean y requieren su atención. Apenas lo dejan reposar.

¿De dónde saca Jesús la energía para poder afrontar estas jornadas? El evangelio también nos lo cuenta. Jesús madruga, se levanta antes del alba y sale a rezar a lugares solitarios y apartados. Ese tiempo precioso, en intimidad con el Padre del cielo, es la fuente de todo cuanto hace y predica. En esas horas de oración también planea sus próximos pasos.

Cuando Simón y sus compañeros van a buscarlo, Jesús les dice que irán a otros lugares. La gente lo busca, lo reclama, pero él no se ata a un solo lugar: el mundo es grande y muchos otros esperan la buena noticia. «Para esto he salido», dice. No se cierra a una única ciudad, a una sola comunidad, a un solo grupo de gente. Recorre Galilea y sigue predicando y expulsando demonios.

¿Cómo entender esto y aplicarlo a nuestra realidad de hoy? Nosotros somos seguidores de Jesús. Estamos llamados a salir, como él. Y nos enseña qué hemos de hacer. La agenda de Jesús también puede ser la nuestra, adaptada a la situación de cada cual.

Lo primero es madrugar. Antes de salir el sol, orar ante nuestro Padre, con confianza y amor, poner el día en sus manos y ofrecerle cuanto hagamos.

Lo segundo es trabajar, convirtiendo nuestra tarea en servicio que contribuya al bien de los demás. Es una forma de sanar y expulsar el mal del mundo: contribuir a dar salud, ánimo, alegría, consuelo y compañía a quienes nos rodean. Y anunciar, si no con palabras, con nuestra vida, que tenemos muchos motivos para vivir agradecidos y contentos, pese a todo.

Finalmente, en nuestra vida diaria también nos tendremos que enfrentar al mal, que viene disfrazado de mil maneras. Pueden ser tentaciones, miedo, pereza, la trampa del egoísmo y el interés personal. Todo cuanto nos aleja de Dios y de los demás, pudiendo causar un daño, es sospechoso. Necesitaremos ser enérgicos y decididos, como Jesús, para acallar esas voces, internas o externas, que nos quieren apartar del amor y del servicio, de la entrega a los demás. Podemos sufrir una fiebre espiritual que nos paralice y nos postre, como a la suegra de Pedro, impidiéndonos amar y servir. En esos momentos necesitaremos la mano de Jesús que nos levante. Sanados y liberados, tendremos fuerzas y alegría para ponernos a servir, de inmediato.