2007-06-24

El nacimiento de San Juan Bautista

Un espejo para los cristianos

Coincidiendo con el solsticio de verano, la Iglesia celebra la fiesta del nacimiento de san Juan Bautista, una figura entrañable que nos permite ahondar en las características y la misión del cristiano.

Juan Bautista, el precursor, anunció la venida del Señor. Nosotros también estamos llamados a anunciar a Cristo, no el que ha de venir, sino el Cristo resucitado, ya presente en la historia de la humanidad.

Todos los cristianos somos misioneros. Nuestra vida ha de ser espejo del testimonio de Juan Bautista. Detengámonos a reflexionar sobre ello. A veces vamos tan cansados y estresados que no tenemos tiempo ni de rezar, no podemos oír la llamada de Dios. Y Dios nos llama a todos. Como a Juan, nos llama a anunciar al Cristo vivo, aquí y ahora. Y nos da la fuerza del Espíritu Santo, que irrumpe en Pentecostés.

Incorporemos a nuestra vida el elemento anunciador. La Iglesia prepara a su pueblo para el gran acontecimiento de la Pascua. En la eucaristía, él ya está presente, vivo, entre nosotros.

Humildad para saber retirarse

San Juan Bautista es humilde. Reconoce que hay alguien que está por encima de él y se aparta para dar paso a Jesús. Ni siquiera se siente digno para desatarle las sandalias, dice. Él no es la luz, ni la verdad, sino testimonio de la luz y la palabra de Dios. En cambio, nosotros a veces somos prepotentes y nos gusta acaparar la atención y el éxito.

La tarea educadora de los sacerdotes debe mostrarnos que el centro de nuestra vida es Cristo. Él es la Verdad y nosotros somos instrumentos a su servicio.

Los laicos también están llamados a la misión de anunciar y predicar. Ellos ayudan a los sacerdotes en la evangelización. También, como san Juan, saben retirarse a tiempo cuando conviene. Esta es una gran lección para los padres, educadores, sacerdotes… Saber retirarse en el momento adecuado, para dejar que otros puedan crecer.

Señalar a Cristo sin temor

Juan Bautista ve llegar a Jesús y lo señala. "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo". También nosotros hemos de señalar la gran Verdad, el gran Amor, el gran mensaje, que no es otro que Jesús de Nazaret, el que morirá, dando la vida por nosotros. También Juan dará testimonio, con su vida, de la figura de Jesús.

En la Iglesia hay salvación; en Cristo se encuentra la felicidad. Señalemos a la gente que en Cristo y en la Iglesia está la Verdad, sin miedo, como lo hizo Juan.

Juan es decapitado por una frivolidad, injustamente. Los cristianos también estamos llamados a la entrega sin límites, hasta asumir, si es necesario, el martirio.

La palabra creíble

La palabra, si no está acompañada de gestos y de acciones, no es creíble. La palabra tendrá credibilidad cuando esté apoyada por los actos, las virtudes y la coherencia de la propia vida. Los cristianos hemos de predicar con nuestra vida. Hemos de pasar del mutismo y del miedo al coraje y al testimonio, cálido y dulce. No se trata de lanzar voces estridentes, sino de pronunciar palabras suaves y penetrantes.

La vocación fecunda nuestra vida

Juan es un regalo de la misericordia de Dios a Isabel, su madre. La historia de Juan guarda un gran paralelismo con la de Jesús, tal como narran los evangelios de la infancia. En ambas se da una anunciación, se pide un gesto de fe de sus padres; en ambas, los dos niños están predestinados por Dios, desde el vientre de sus madres.

Muchas veces podemos sentirnos como Isabel, secos, estériles, vacíos. A pesar de sentirnos así, Dios puede hacer en nosotros el milagro de la fecundidad. Pese a nuestros límites, nuestros pecados, nuestras capacidades más o menos grandes, si abrimos el corazón, Dios lo convertirá en un jardín soleado y fértil.

Si nos abrimos y decimos sí, Él transformará nuestra vida. “Desde el vientre de tu madre te llamé”. Sí, todos estamos llamados. Esa experiencia de sentir la voz de Dios, ser conscientes de nuestra vocación, hará rica y fecunda nuestra vida.

2007-06-18

A quien mucho ama, mucho se le perdona

Más allá del cumplimiento de la ley

En el evangelio de este domingo vemos los hermosos gestos de una mujer ante Jesús. Son gestos de arrepentimiento, pues llora, y también de ternura: le lava los pies, los besa, los perfuma. El autor nos dice que era una pecadora, tal vez se trataba de una mujer de la vida, una prostituta. Y Simón, el fariseo que ha invitado a Jesús, inmediatamente hace un juicio ético sobre ella. Entonces Jesús le explica la parábola del prestamista y los dos deudores y le hace una pregunta. Simón responde con certeza: a quien más le perdonó, más amará a su acreedor.

Los fariseos creían que cumpliendo estrictamente la ley ya podían considerar que todo lo hacían bien. Pero Jesús era un hombre libre, sin prejuicios, más allá de las convenciones sociales y religiosas. Al ver llorar a la mujer arrepentida, debió conmoverse hondamente. Y, ante el fariseo, le hace una relación de sus actitudes ante él. No le ha ofrecido agua; ella le ha lavado los pies con sus lágrimas; no le ha besado, ella no ha dejado de besarle los pies; no le ha ungido, y ella le ha perfumado los pies con aromas. En contraste con Simón, la mujer se vuelca ante la persona de Jesús.

El gesto de Jesús pasa por encima de la ley judía. Se deja tocar, besar, ungir por la mujer. Es una actitud revolucionaria respecto al amor y la libertad. Recordemos que fue la ley quien mató a Jesús. Él nos enseña que, por encima del cumplimiento de la ley, está la caridad y la ayuda a los demás. Lo más importante es el amor, la misericordia, la ternura, la delicadeza.

Tocar la pureza de Dios

Aquella mujer necesitaba sentir que Dios la amaba para poder convertirse. ¡Qué mejor manera de mostrarle este amor que dejarle tocar el corazón de Dios! Dejándola lavar sus pies, Jesús la acoge y le muestra que Dios no la rechaza. Y ella cree en este amor. Por eso Jesús le dice: “Tu fe te ha salvado”.

La mujer pecadora, ungiendo los pies de Jesús, toca la pureza y la hermosura de Dios. Jesús no queda manchado, al contrario: es ella quien queda purificada por la experiencia sublime del amor.

El amor limpia y sana. Cada vez que recibimos a Cristo en la eucaristía nos alimentamos de su amor y quedamos puros.

El corazón arrepentido, la mejor ofrenda

San Pablo lo recuerda en sus cartas: no serán los méritos lo que nos salve, sino la gracia de Dios. Tampoco será el cumplimiento del precepto lo que nos salve a los cristianos. Lo que Dios desea es un corazón convertido, que lo anhele, que lo busque, que lo acaricie.
El fariseo era un perfecto cumplidor de la ley. En cambio, la mujer seguramente vivía con sentimientos de culpa y de pecado. Llora, arrepentida. Por eso Jesús la deja acercarse. El salmo 50 canta: “un corazón quebrantado tú no lo rechazas, Señor”. Dios quiere un arrepentimiento sincero. Él recoge nuestras lágrimas y nuestra ternura. El gesto de aquella mujer demostró a Jesús que necesitaba cambiar su vida. ¿Cómo no iba a acoger a los pecadores, para liberarlos del peso de su pecado y bañarlos con su luz salvadora?

Necesitamos el perdón

Los cristianos necesitamos la dulzura, el perdón, la misericordia de Dios. Si creemos no necesitarla, ¡qué lejos estamos de su amor!

Jesús acoge a todos los pecadores. “Porque has creído, porque te has arrepentido, porque me has amado mucho, tu fe te ha salvado”. Lo que nos salva es la fe, la caridad, el amor, dejarse tocar por Dios. Como la mujer del evangelio, necesitamos abrir nuestro corazón. Dios nos sigue para salvarnos; dejemos que nos revele su amor a través de mil gestos cotidianos, dejémonos acariciar por Él.

Entre el cumplidor y la pecadora que sufre, de rodillas, Jesús opta por ella. No nos creamos mejores que nadie porque cumplimos nuestros preceptos. Jesús muestra una clara preferencia por los que viven en el arcén, los marginados, los mal considerados, los que andan errados, necesitados de ser acogidos.

“Porque has amado mucho, mucho se te perdonará”. Esta es la lógica del amor de Dios. Jesús quiere rescatar a esta oveja perdida. La hace sentirse restaurada, redimida, elevada a la categoría de hija de Dios. Nos quiere viva imagen suya, capaces de transformar el corazón de la gente. Ser cristiano es tener la osadía, por amor a Dios, de ir a contracorriente de los criterios del mundo.

Estar a los pies de Jesús y pedir que nos limpie es una genuina actitud cristiana. Acercarnos a él, dejarnos tocar por él, comerle, vivirle, es participar de la divinidad.

2007-06-10

Corpus Christi: el sacramento del amor

Con la fiesta del Corpus Christi queda patente la donación de Jesús. Un cuerpo desgarrado y una sangre que se derrama expresan su total entrega por amor.

El evangelio de la multiplicación de los panes y los peces nos trae las palabras de Jesús a sus discípulos, ante la muchedumbre hambrienta: “Dadles vosotros de comer”. Hoy se dan grandes hambrunas que se podrían evitar. Esto no es sólo un problema político, sino un reto social y moral. Somos dos mil millones de cristianos en el mundo. Con una fe convencida, podríamos detener, no sólo el hambre, sino muchos otros males.

Uno de los deseos profundos de Jesús es la unidad. Si trabajamos por la sintonía entre comunidades, podríamos conseguir que muchas personas gozaran de una vida digna.

La eucaristía nos ha de llevar a un compromiso de hecho. Eucaristía y vida han de ir de la mano: por nuestras obras verán que estamos unidos a Cristo. Para el cristiano, el eje de su vida es la eucaristía, la permanente actualización del amor de Cristo. De tal modo, que hemos de llegar a eucaristizar toda nuestra vida, para que todo cuanto hagamos sea un acto de entrega para alimentar la vida de los demás.

Cuando nuestra vida se convierta en una constante donación a los demás, estaremos viviendo el sentido auténtico de la eucaristía.

Necesitamos el alimento espiritual

Pero no sólo hay hambre de pan, sino hambre de afecto, de alegría, de paz, y también un hambre más vital y más hondo: el hambre espiritual. Cuántas personas están desnutridas, no sólo de alimento, sino de amor. Y muchas otras, como sucede en nuestras sociedades ricas, están mal alimentadas. El mal alimento provoca sobrepeso y enfermedades; así también ocurre en el plano espiritual. Las enfermedades sociales y tantos problemas como nos afectan, como la violencia, son fruto de esta mala nutrición espiritual.

Los niños, como bien sabemos, necesitan alimento, cuidados y protección para sobrevivir. Pero, para poder crecer sanos y armónicos, necesitan a diario bocados de amor y de besos. Se nutren del cariño que reciben de sus padres. También necesitan estar nutridos del pan de Dios. No basta con traerlos a catequesis para hacer la primera comunión. Después de esa primera vez, el niño necesita alimentarse cada semana, acudiendo a la eucaristía, para que crezca en él la fuerza espiritual que necesita. Y a menudo esto se olvida, cuando ese pan nos da la vida. Muchas personas acaban abandonando la fe porque dejan de comer ese pan y se debilitan.

Un regalo de Dios

La eucaristía no es un invento, viene de Dios: “hacedlo en memoria mía”, nos dice Jesús. Si él nos lo pide es porque se trata de algo muy importante y beneficioso para nosotros. Hemos de pasar de la obligación de la misa a la invitación. Él nos llama a hacer cielo aquí y ahora, y el pan que nos da es el alimento del cielo que nos hace gustar su reino en la tierra.

Incorporemos a nuestra vida la misa como algo fundamental. Ojalá aumente nuestra devoción al Cristo eucarístico, siempre presente. Tomar a Cristo es tomar a Dios.

Si descubriéramos el valor de la misa, dice santa Teresita, habría tanta afluencia de gente que los poderes públicos tendrían que regular la asistencia a los templos.

Después de recibir a Cristo y acogerlo, cada cristiano se convierte en una custodia viviente. Llevamos a Jesús dentro, dejemos que su amor se nos grabe hondamente en el corazón.

2007-06-03

La Trinidad: un Dios comunicación y relación

La fiesta de hoy nos revela las entrañas del mismo Dios. Un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El Padre Creador

La primera persona de Dios es el Creador. Nos regala la vida, el universo, se recrea en la belleza de todo lo creado y vuelca todo su amor en su criatura predilecta, hecha a su imagen y semejanza: el ser humano.

Dios Padre, esta figura de la paternidad de Dios, nos es revelado por Jesús. Su relación con Él es de hijo a padre, una relación de comunicación, de amistad, de confianza. Evoca donación, generosidad y amor. En definitiva, Jesús nos descubre a un Dios cercano qua ama a su criatura.

El Hijo, Palabra encarnada

Dios Hijo es el Verbo encarnado, Jesucristo. En Jesús el amor de Dios Padre se personifica, se hace humano y se manifiesta en medio de nosotros. Cristo ama como Dios ama. Del Hijo hemos de aprender su vida, su opción por los pobres, su delicadeza con los enfermos, su capacidad de entrega, de dar hasta la vida por amor.

El aliento sagrado de Dios

El Espíritu Santo es el aliento, la fuerza, el beso de Dios. Es el amor de Dios que se desparrama entre los hombres. Así como a Dios Padre podemos adivinarlo reflejado en la Creación, y a Cristo lo vemos a nuestro lado, como hermano, el Espíritu Santo lo tenemos dentro. Es un regalo que Dios nos da. Somos templo de su Espíritu.

El Espíritu Santo nos da la conciencia de unidad. Él es quien nos infunde la fuerza para salir fuera de nosotros mismos y construir comunidad, Iglesia, pueblo de Dios. Es el Espíritu de amor, de unidad, de amistad.

Cultivar nuestra dimensión trinitaria

El cristiano está llamado a ser trinitario en toda su vida, a cultivar la devoción a la Trinidad, que es la esencia más sublime de Dios.

¿Cómo ser trinitarios?

Aprendamos a ser creadores, como Dios Padre. Podemos crear belleza a nuestro alrededor, podemos levantar pequeños universos de buenas relaciones. Aprendamos a ser constructores de bien. Los cristianos hemos de ser muy creativos. La persona que tiene a Dios dentro es bella porque ama, crea, se entrega, está llena de su Espíritu e inspirada por él.

Seamos también como Cristo. Imitemos su vida. Nuestra mejor enseñanza son las bienaventuranzas, maneras directas de encarnar el amor de Dios en el mundo. Recorramos nuestras Galileas y anunciemos la buena noticia de Dios. Seamos buenos predicadores, curemos a los enfermos, aliviemos el dolor de los que sufren… hasta dar nuestra vida por aquello que creemos. Imitar a Cristo significa abrirse a la voluntad de Dios y configurar en ella nuestra vida.

¿Cómo imitar al Espíritu Santo? Siendo dulzura y bálsamo, y a la vez soplo potente, fuerza, empuje. Estamos llamados a ser fuego en medio del mundo, propagadores de la Verdad. Somos inspirados por el Espíritu Santo cuando trabajamos por la unión y por la paz.

Dios es familia

Dios no es un ser solitario ni aislado. La soledad es el primer mal, como señala el Génesis, cuando dice “No es bueno que el hombre esté solo”. Dios tampoco permanece en la soledad, sino que es una familia de tres personas estrechamente unidas: es relación y comunicación.
Para el cristiano de hoy, el espacio de comunicación es la Iglesia.