2023-02-24

1 Domingo de Cuaresma - A

El evangelio del primer domingo de Cuaresma nos lleva al desierto, siguiendo los pasos de Jesús que se retira a orar antes de empezar su misión. Las tres tentaciones de Jesús son las tentaciones que pueden asaltar a la Iglesia y a toda persona que desee iniciar un camino de crecimiento espiritual. Ver cómo Jesús derrota al diablo nos señala el rumbo a seguir.

Lecturas: Génesis 2, 7-9; 3, 1-7; Salmo 50; Romanos 5, 12-19; Mateo 4, 1-11.

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«No nos dejes caer en la tentación», rezamos en el Padrenuestro. Cuando Jesús nos enseñó esta oración sabía muy bien que necesitamos ayuda, porque vencer las tentaciones no es fácil. Sin la fuerza y la lucidez que nos da la oración ante Dios, nos costará mucho no caer. ¿Por qué?

Porque el tentador es inteligente. Nunca nos tienta con cosas malas. Como decía santa Teresa, se disfraza de ángel de luz y sus ofertas parecen ser de lo más beneficiosas, oportunas y solidarias. ¿Con qué tienta el diablo a Jesús? Con lo mismo que nos tienta a todos nosotros. Se vale de nuestras necesidades y buenas intenciones y promete satisfacerlas todas. El demonio se nos presenta como el gran humanitario que viene a resolver nuestros problemas… siempre que lo adoremos a él. ¿Sufrimos carencia económica, pan, alimento? Él nos da fórmulas para ser ricos. Es la primera tentación: priorizar el bienestar material por encima de todo. ¿Nos falta salud? Con la segunda tentación el diablo abre las puertas a lo milagroso, a lo mágico, a lo sobrenatural. Nos ofrece manipular los poderes celestiales a nuestro favor… siempre que le escuchemos. ¿Queremos que en el mundo reinen la paz y el amor? Con poder personal haremos lo que nos propongamos: él nos lo dará… si le adoramos. El demonio, en fin, nos ofrece pan, fama, poder, salud, dinero y amor. Nos dice que su camino es humano, próspero, de éxito. ¡Basta seguirlo! Pero Jesús lo rechaza con energía y decisión.

El diablo engaña. No quiere alimentarnos, ni vernos sanos y felices, sino destruirnos. Ofrece cosas buenas, pero con medios malos: los medios de la manipulación emocional, la violencia del poder, la trampa de la seducción. La Iglesia también debe estar alerta ante estas sutiles tentaciones. Para construir el reino de Dios no vale cualquier medio. Sí, hemos de luchar contra el hambre y la injusticia, hemos de ayudar a la gente y buscar la salud de cuerpo y alma. Pero no podemos usar los medios del mundo, que van contra la libertad de la persona y su integridad. No podemos reducir el reino de Dios a la prosperidad material y al éxito, tampoco podemos implantarlo a la fuerza. No podemos usar la coacción ni el deslumbramiento místico. Los medios de Jesús son muy humildes y sencillos. Su arma fue la palabra, su alimento, su mismo cuerpo. Su corona y su trono, la cruz. Ejerció su reinado haciéndose servidor de todos y entregándose hasta las últimas consecuencias: dar su vida por amor.

Claro que el camino de Jesús parece menos brillante y, sobre todo, más sacrificado y difícil que el fácil camino del tentador. Por eso necesitamos su ayuda para superar la prueba. ¡Pero la tenemos! La primera lectura del Génesis nos muestra a Adán y Eva, que caen en la tentación de la serpiente, tan atractiva. ¡Seréis sabios como Dios! ¿Quién puede resistirse a esta promesa? Pero san Pablo en su carta nos recuerda que la salvación de Jesús es mucho mayor, más poderosa y de más alcance que el fallo de Adán y Eva. Si el primer pecado acarreó la muerte, la obediencia amorosa de Jesús trae una vida desbordante y eterna a todos, sin excepción. Con su ayuda podemos vencer todas las tentaciones que nos ofrecen una imagen distorsionada del reino de Dios. Con él, ya formamos parte de este reino que se está construyendo, aquí y ahora.

2023-02-17

Amarás a tu prójimo... - 7º Domingo Ordinario A

Jesús nos propone ir más allá de la justicia legal y abrirnos a la magnanimidad de Dios, que hace salir el sol sobre justos y pecadores, y que ama a todos sin excepción. Su propuesta no es tarea imposible: se trata de iniciar un camino de imitación de Dios, sintiéndonos plenamente hijos suyos.

Lecturas: Levítico 19, 1-2. 17-18; Salmo 102; 1 Corintios 3, 16-23; Mateo 5, 38-48.

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La primera lectura de hoy da un giro de tuerca a la afirmación del Génesis. Dios crea al hombre a su imagen y semejanza. ¿Nos damos cuenta de la enormidad de esta frase? ¡Somos similares a Dios! Para dejarlo claro, resuena el mandato del Levítico: Seréis santos porque yo soy santo. ¿Es posible alcanzar tal perfección? Jesús, en el evangelio, no rebaja la exigencia: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Y nos habla de superar los viejos mandatos del ojo por ojo y diente por diente, la vieja justicia del premio y el castigo, de la retribución y la reparación. ¿No está poniendo el listón demasiado alto?

Es curioso. Los humanos, por un lado, queremos ser como dioses. Queremos independizarnos de Dios y emprender hazañas gloriosas. Por otro lado, queremos encajar a Dios en nuestros esquemas. Aspiramos a hacer cosas grandes. Pero luego pretendemos elevar a la divinidad nuestros impulsos, intereses o pasiones. Queremos ser como Dios, sin contar con Dios, y luego deificamos cosas que no tienen nada de divinas. ¡Qué confundidos estamos! No es de extrañar que haya tantos conflictos en la sociedad y tanto sufrimiento en nuestras vidas. La embriaguez efímera del éxito se mezcla con la depresión del fracaso y así vamos viviendo a trompicones, zarandeados de un extremo a otro, sufriendo inútilmente y sin crecer. Necesitamos un poco de luz. 

San Pablo nos da claves. No somos Dios, pero somos templos de Dios. Albergamos su aliento sagrado en nosotros siempre que queramos acogerlo. Ser perfectos, amar a los enemigos, perdonar y rezar por quienes nos perjudican parece imposible. Solos no podemos. Pero con Dios, ¡todo lo podemos! Somos limitados, pero a la vez somos vasija del tesoro del Espíritu Santo. Todo es vuestro, dice san Pablo. Y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios. ¡Qué hermosa pertenencia! Vivimos envueltos en su amor, sostenidos por su amor, salvados por su amor. Saber que somos suyos nos da alas, fuerza y ánimo para afrontar cualquier dificultad. Con él somos capaces de un amor heroico, similar al suyo. Sin él lucharemos contra gigantes y caeremos en el intento. Con él basta que ofrezcamos lo que somos y tenemos, poco o mucho. Él lo recoge todo. Él lo transforma todo y hace posible lo que nos parecía imposible.

2023-02-10

¿Una nueva ley? 6º Domingo Ordinario A

Lecturas: Eclesiástico 15, 15-20; Salmo 118; 1 Corintios 2, 6-10; Mateo 5, 17-37.

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La imagen de Jesús como un hombre libre que cuestiona la Ley es muy atractiva. En su pugna contra el legalismo judío y su rigidez, hay el riesgo de considerar a Jesús una especie de anarquista, un rebelde sin causa o un infractor. Pero Jesús siempre dejó claro que no había venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud. La de Moisés, como muchas normas humanas, era una ley de mínimos

Cumplirla garantizaba una convivencia respetuosa, libre de abusos, violencia y salvajismo. La ley está al nivel de la supervivencia, y Jesús nos llama a algo más que a sobrevivir. El reino de Dios pide algo más que justicia y tolerancia. Si no aspiramos a más, fácilmente caeremos en la trampa legal y no llegaremos ni a los mínimos necesarios.

Jesús comenta tres mandamientos básicos: no matar, no cometer adulterio, no mentir ni jurar en falso. Son los tres grandes mandamientos que defienden la vida, el amor y la verdad. La Ley prohíbe, pero Jesús da un paso más allá y propone algo que rebasa la justicia terrena: una ley del reino de Dios.

Muy pocas personas matamos físicamente. Pero Jesús nos habla de otras formas de dar muerte: el insulto, la calumnia, la crítica. La lengua hiere y mata. Jesús equipara hablar mal y difamar al otro a un crimen de sangre. Su condena es rotunda: quien llame imbécil a su hermano será reo de asesinato. ¿Cuántas veces hemos matado con nuestras lenguas?

El adulterio es una ruptura del amor. Pero no basta con abstenerse de sexo fuera del matrimonio. Jesús habla de las intenciones del corazón, de alimentar deseos que nos quitan la paz y que, al final, enturbian el amor limpio y fiel que debería existir entre las parejas. Hoy existen muchas formas de ser infiel y de faltar al amor con la persona a la que un día dijimos sí. ¿De cuántos adulterios virtuales podríamos acusarnos?

Finalmente, Jesús acusa a las personas que, para dar solemnidad a sus promesas, apelan a argumentos religiosos o ponen a Dios como testigo. Como si la simple verdad, honesta, clara, no fuera suficiente. ¿Qué tenemos que ocultar cuando necesitamos dar tanto énfasis a lo que decimos? La verdad no necesita gritos ni juramentos. Pero ¡cuánto nos cuesta ser sinceros! Cuánto nos cuesta decir simplemente sí o no.

2023-02-03

Sal y luz - 5º Domingo Ordinario A

Jesús nos llama a ser sal de la tierra y luz del mundo. ¿Cómo vivir hoy esta misión que nos encomienda? ¿A qué estamos llamados todos los cristianos?

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Cuando seas generoso y compasivo, cuando salgas de ti mismo y ayudes a los demás, tu vida estallará en luz como la aurora y tus oscuridades desaparecerán. Cuando procures iluminar la vida de otros, tu existencia será llama viva. Cuando dejes de mirarte a ti mismo y busques el bien de quienes te rodean, serás sal y luz. 
Las lecturas de hoy nos proponen algo bastante contrario a lo que nos vende el mundo. Hoy se estilan frases como “ámate a ti mismo”, “cultiva tu autoestima”, “céntrate en ti mismo”, “tú eres divino”, “tú eres Dios”, “todo lo puedes”, “todo está en ti”… El endiosamiento del ser humano es una constante en la cultura moderna, y adopta formas cada vez más atractivas y aparentemente lógicas. ¿Para qué esforzarse en amar a los demás o en ayudar a los otros en sus problemas? Todos somos parte de una misma realidad: cuídate de ti mismo y de tus cosas, y todo mejorará. La mejor manera de amar a los demás es empezar por ti mismo…
¿Es esto verdad? La realidad nos muestra que detrás de estos discursos hay enormes problemas de soledad, de identidad, de conflictos personales, de falta de vínculos e incapacidad para convivir o crear relaciones estables. Hay un enorme mercado que vende salud, bienestar personal y autoestima, pero a menudo lo único que consigue es quitar tiempo, dinero y energías de muchas personas, a cambio de una sensación ilusoria y efímera de paz.
El profeta Isaías nos propone otra cosa: dedícate a hacer felices a los demás y el sol saldrá en tu vida. Atiende a los pobres y te enriquecerás de alegría.  
Pablo, en la segunda lectura, desafía el discurso de la autorrealización personal. Reconoce sus limitaciones y atribuye todos sus logros al poder de Dios. Ni a su esfuerzo, ni a su elocuencia, sino al Espíritu Santo. Pero no tiene miedo a salir para anunciar a Cristo. De esta manera, cualquier éxito será únicamente obra de Dios, y él no tendrá motivo de vanagloria.
Jesús nos invita a ser sal y luz: a dar sabor a la vida, a dar claridad al mundo. ¿Cómo podemos ser sal y luz en medio de tanta tiniebla, tanto caos y tanta insipidez como nos rodea? Llenándonos de él. Saliendo al mundo, rompiendo nuestro confortable nido de egoísmo. Nosotros hemos de dar el paso, él nos dará la sabiduría y la luz. Como pequeñas candelas (las que encendimos el pasado día 2 de febrero en la fiesta de la Presentación del Señor), en nosotros se enciende el fuego del gran velón pascual, que es Jesús. No podemos compararnos a él, pero el fuego ¡es el mismo! En nosotros arde el mismo Espíritu Santo que llena a Jesús. Si nos entregamos, esa pequeña llama rasgará las tinieblas y ofrecerá calor y esperanza a un mundo tan falto de ella.