2011-12-31

Santa María

Vinieron [...] y hallaron a María y a José, y al niño reclinado en el pesebre. Y, habiéndole visto, manifestaron cuanto se les había dicho acerca del niño, y todos cuantos supieron el suceso se maravillaron igualmente […] María conservaba estas cosas dentro de sí, meditándolas en su corazón.
Lc. 2, 16-21

Ante el anuncio del ángel, los pastores acuden aprisa. Esos buenos hombres y mujeres corren, emocionados, pues ansían ver y contemplar al Niño Dios. Ante la sencillez del pesebre, quedan maravillados. En ese niño, ven culminadas todas sus esperanzas. Desde ese momento, los pastores se convierten también en anunciadores, como el ángel. Impactados, hablan del maravilloso encuentro. Sus palabras desprenden alegría. Podríamos decir que la alegría cristiana brota del gran acontecimiento de la encarnación, anunciada por unos sencillos pastores.
María, meditativa, saborea en su corazón la preciosa hazaña de un Dios que, en su hijo Jesús, se hace hombre por amor.

Ángeles portadores de una buena nueva

En esta octava de Navidad celebramos la fiesta de Santa María, madre de Dios. Para reflexionar sobre ella, la liturgia nos propone una hermosa y sugestiva lectura que encierra un enorme simbolismo. Por un lado, encontramos la figura de los pastores, que se apresuran, dejando sus rebaños, para ver al niño Dios, recostado en el pesebre junto a María, su madre, y José. La noticia del ángel los impacta profundamente y, llenos de entusiasmo, corren sin detenerse, admirados ante el acontecimiento: ha nacido el Mesías, el Señor.
Estos pastores expectantes representan a esa porción del pueblo de Israel, ese “pequeño resto” del que hablaron los profetas Isaías y Jeremías: la gente sencilla y esperanzada que ve cumplidas las promesas del Antiguo Testamento. La venida del Mesías se ha hecho realidad.
Hoy, esos pastores somos los creyentes. Cuántas veces, en nuestra vida, nos encontramos con personas buenas que se convierten en ángeles para nosotros. En la oscuridad de nuestra existencia, mientras avanzamos, quizás cansados y abatidos, esos ángeles nos traen buenas nuevas. Son rayos de luz que nos inundan y nos empujan a salir corriendo, abandonando nuestro ensimismamiento, para maravillarnos ante las grandezas de Dios. La experiencia de su encuentro nos llena de alegría. En la penumbra de nuestra vida brilla la luz: Dios entra en la humanidad. Hemos de alabarle por tanto don. Después de su irrupción, nunca más caminaremos en tinieblas.

El silencio de María

María no corre. Permanece allí, admirando el misterio de su hijo. La que dijo sí a Dios, sin dudar, ahora contempla la maravilla que su Creador ha hecho en ella: ha engendrado al Salvador. Dios ha surcado su corazón. Atenta a las palabras de los pastores, guarda en su interior las alabanzas. Silenciosa y humilde, resplandece en el hermoso cuadro del nacimiento.
Santa María del Silencio: esta es una advocación mariana que deberíamos interiorizar. Su palabra más honda fue un simple sí. Ahora, en esa noche estrellada en la que nace su hijo, un denso silencio, cargado de gozo, la envuelve.
Cuánto hemos de aprender de María: su disponibilidad, su sencillez, su silencio, su entrega, su capacidad de meditar, su amor. Dios no puede entrar en nuestras vidas si no nos detenemos, si no estamos atentos, si no reflexionamos “guardando las cosas en nuestro corazón”; si no decimos “sí”, como María.
María es madre de Dios y madre de la Iglesia. Por tanto, es madre nuestra. Es nuestro modelo y ejemplo. Dios nos quiere fecundos como ella. Nos quiere disponibles y valientes, abiertos a su llamada. Si le respondemos, él hará que la luz de Cristo ilumine siempre nuestro corazón.

2011-12-24

Navidad

En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios... Por ella fueron hechas todas las cosas […] En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Jn 1, 1-18

La palabra encarnada

La Navidad nos llama a reflexionar sobre la humanidad de Dios. San Juan comienza así su evangelio porque la palabra de Jesús ha calado hondo en su corazón, como una luz intensa. Esa fuerza lo impulsa a predicar.
Juan nos revela que Dios es comunicación. No es un ser extraño, alejado, centrado en sí mismo. Es un Dios que se comunica, que se relaciona, que sale de si mismo y se revela a través de Jesús de Nazaret. Jesús es la palabra de Dios, una palabra que cala con fuerza en nuestra existencia. Una palabra que es luz para nosotros. Cristo es la palabra de Dios que ilumina nuestro corazón, nuestra existencia, todo nuestro ser.
A través de su palabra, Dios nos comunica el amor. Las palabras que no comuniquen amor, que no iluminen nuestra vida, son palabras vacías, huecas, sin sentido. ¡Qué importante es recuperar el sentido de la palabra! Este mensaje nos interpela. Nos pide que todo aquello que seamos capaces de comunicar exprese justamente la voluntad de Dios.

Dios se hace pequeño

Sin lugar para hospedarse, José y María tienen que buscar refugio en una cueva. Es allí donde nace el Hijo de Dios. Este es el gran mensaje de la Navidad: la humildad de Dios. Nosotros, que somos mortales, que estamos limitados, que creemos saber muchas cosas cuando en realidad no sabemos nada, a veces nos consideramos más que Dios. Pero el cristiano, si no entra en una onda de humildad y sencillez, nunca podrá encarnarse en el mundo.
Es evidente que las religiones muchas veces han generado conflictos por querer imponer sus criterios morales; incluso se han utilizado métodos que son anticristianos en su pedagogía. Sin embargo, Jesús llega al mundo sin la intención de avasallar a nadie. En todo caso, viene a conquistarnos, a seducirnos con el inmenso amor de Dios. No viene a obligarnos a hacer nada que no nos guste, sino a que descubramos la dimensión trascendente de la vida.

Dios cuenta con la humanidad

Los teólogos afirman que, en Navidad, Dios se humaniza. Viene a ser uno de nosotros en Jesús de Nazaret. Al mismo tiempo, el hombre se diviniza, es decir, descubre la trascendencia que le depara el mismo Dios. Para venir al mundo Dios necesita de la humanidad. A través del ángel Gabriel, solicita su adhesión a María. Ella podía haber dicho no y, en cambio, responde: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Dios cuenta con la humanidad, con el hombre y con la mujer, para su misión redentora. Cuenta con nosotros para llevar a cabo su plan en nuestras vidas y para que muchas otras personas lleguen a conocerlo y a acercarse a Él.

La sencillez de María

En María vemos tres aspectos muy importantes. El primero es la sencillez. Estamos en un mundo en que predomina la cultura de los primeros. Vamos pegándonos codazos unos a otros, pugnando por adelantarnos.  En cambio, cuando Dios se hace niño, se está situando detrás de todos. ¿Qué es un bebé? Es el último, un ser pequeño y frágil, incapaz de sobrevivir solo; si lo abandonamos, se muere. Dios es ese gran indefenso que renuncia a todo su poder para hacerse niño. Se hace último, como también lo será en la cruz, donde, más allá de los golpes y las burlas, no tiene nada ni a nadie. ¿Qué consecuencias tiene esto? Podemos extraer implicaciones de tipo sociológico, político y cultural. ¿Cómo vivimos la virtud de la humildad? ¿Sabemos ser últimos?

Docilidad de espíritu

El segundo aspecto que quiero remarcar de María es su docilidad. En nuestra sociedad, quizás por los valores que se imponen, o porque nos enseñan a competir por ser los primeros, queremos hacer siempre lo que nos da la gana, sin preguntarnos qué es lo que Dios quiere de nosotros. Nuestro ego prevalece en todo momento, convirtiéndose en la brújula que nos orienta. Por el contrario, Jesús se manifiesta siempre dócil a la voluntad de Dios. María, su madre, también ha acatado esa voluntad: “Hágase en mi según tu palabra”. ¿Somos dóciles a lo que Dios quiere de nosotros? ¿Dejamos que se cumpla en nosotros lo que Él quiere?

El silencio

La tercera cualidad de María es el silencio. Nuestro mundo está lleno de  ruido. La gente huye del silencio, porque en el silencio uno se encuentra consigo mismo y topa con sus propias limitaciones. Cuántas imperfecciones, lagunas y lacras personales tememos descubrir. El silencio tiene un alto componente educativo y espiritual. A la gente le suele dar miedo sentarse un rato y pararse a pensar y a rezar. Necesitamos estar siempre corriendo porque huimos. ¿De quién? En el fondo, intentamos escapar de nosotros mismos. Hay muchas cosas que no nos gustan de nosotros y preferimos pasar al activismo.
Es muy importante saber estar quieto. ¿Por qué se produce en María el milagro? Porque el ángel la ha encontrado quieta, callada, en su lugar. Las personas a menudo no estamos en nuestro lugar. ¿Cómo vamos a descubrir lo que Dios quiere, si el ruido nos envuelve y nos aturde? El silencio nos causa pánico y lo desplazamos, llenando nuestras horas de bullicio y televisión, para no sentirnos solos. En cambio, María acoge al niño en el silencio de su corazón.

Enseñanzas de María

La actitud de María trae muchas consecuencias prácticas pastorales. María sólo habla en tres momentos cruciales, a lo largo de los evangelios. El primero de ellos es la anunciación del Ángel. Ella responde: “Hágase en mi según tu palabra”. ¿Qué aplicación tiene esto en nuestra vida cristiana? Si no somos capaces de descubrir lo que Dios quiere de nosotros estaremos perdidos y lanzados al abismo.
Otro momento importante en el que interviene María es cuando regaña a su hijo, que se ha quedado en Jerusalén, conversando con los doctores de la ley, en el templo. María le dice: “¿Por qué nos has hecho sufrir? Llevamos tres días buscándote.” Esta vez, habla con la inquietud propia de una madre.
Finalmente, otra intervención de María en el evangelio se produce durante las bodas de Caná, cuando observa que los invitados se han quedado sin vino y habla con Jesús. “Hijo, no tienen vino”. Y a continuación se dirige a los criados: “Haced lo que él os diga”. En esta ocasión, María interviene a favor de la fiesta. ¡Cuántas cosas pueden hacer las mujeres en el mundo, para que no falte la alegría de vivir!
Sólo en estos tres momentos los evangelios recogen las palabras de María. En el resto, su presencia es dulzura, plenitud, musicalidad del silencio. Esto es muy importante. El silencio es la gran asignatura pendiente de nuestro siglo XXI, como afirman algunos teólogos. O los cristianos somos místicos o nos perderemos.

El sentido del regalo

Hoy se da mucha importancia a la cultura de los regalos. Tienen su función mercantil, forman parte de una dinámica en la que todos entramos y nos parece lo más normal del mundo.
En esta noche de Navidad, Jesús se nos regala él mismo. Esto tiene una enorme consecuencia. Demos un sentido trascendente al regalo. El mejor obsequio es una ofrenda de nosotros mismos. Cristo, en la eucaristía, se nos ofrece a través del pan y vino. En la noche de Navidad se nos ofrece como niño. Por encima de los regalos que podamos brindar, Jesús nos invita a dar algo más: nuestro tiempo, un diezmo de nuestra vida y de nuestra libertad para ofrecer nuestra presencia y hacer algo solidario en favor de los que nos necesitan. Si no es así, entraremos en el juego voraz del consumismo sin sentido.

Volvernos como niños

En los años 80 se hablaba de la revolución de los niños y se estudiaba la importancia de esta etapa de la vida. Jesús nos exhorta a descubrir las dimensiones de la infancia en cada uno de nosotros. “Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos”. No olvidemos que, aunque somos adultos, tenemos un niño dentro y, potencialmente,  también un anciano. Es importante apearnos del orgullo y recuperar aquella bonita y fragante inocencia. Los adultos nos volvemos recelosos, raros, criticones. Tenemos que volver a nacer, volver a ser niños, desde la cueva de Belén. Los niños juegan sobre los cascotes después de las guerras, no tienen en cuenta las miserias, son capaces de romper barreras culturales y psicológicas. Para el niño lo más importante es  la ternura y la amistad, el amigo del colegio, el juego, poder levantarse cada día. Los niños no buscan cargar culpas ni rencores. Nos enseñan a mirar las cosas con ojos limpios. Nos enseñan a descubrir al prójimo con capacidad de perdón y reconciliación, nos enseñan a empezar de nuevo.
Esta es una de las grandes lecciones de la Navidad. Que todo ese envoltorio de luces y regalos no nos distraiga, y que esta fiesta nos ayude a penetrar en el misterio de la auténtica alegría.

2011-12-16

El sí de María

Cuarto domingo de Adviento

En el sexto mes, Dios envió al ángel Gabriel a Nazaret, ciudad de Galilea, a una virgen desposada con cierto varón de la casa de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. Y, entrando en la casa donde ella estaba, dijo el ángel: Dios te salve, llena de gracia: El Señor es contigo.
Lc 1, 26-38

El sí de María

María, siempre atenta al designio de Dios en su vida, se convierte en la mujer elegida. Con su sí, acepta el cometido salvífico que Dios le propone. Su espléndida generosidad hace de ella un referente claro para el cristiano. No sería posible la encarnación del Hijo de Dios sin la libertad y la disponibilidad de María. Por eso, María es una figura central de nuestra espiritualidad cristiana, junto a su hijo Jesús.
Ante la noticia que le trae el ángel, y pese a sentirse muy pequeña, María se sabe agraciada. Turbada, y a la vez llena de gozo, abre su corazón totalmente. Tímida ante la grandeza de esta elección, pero decidida, se aventura en el camino que Dios le ofrece y abre sus entrañas a su voluntad. En este cuarto domingo de adviento, la esperanza tiene un rostro: se llama María. En ella la humanidad recobra su pleno sentido. El sí de María nos abre las puertas del corazón de Cristo y las del cielo.

El sí del cristiano

Hoy, cada cristiano es también receptor de un gran anuncio: la buena noticia de que Dios nos ama. Hay personas que, en nombre de Dios, nos hacen de ángeles mensajeros de su plan para nosotros. Podríamos decir que Dios tiene un proyecto para cada hombre y mujer y, aunque nuestras fuerzas puedan flaquear, él confía total y plenamente en nosotros. Podemos quedar aturdidos ante la grandeza del hecho que Dios tenga un proyecto para nosotros. Dios sólo nos pide un sí. El resto lo pondrá él y, al igual que María, nos asombraremos ante lo que puede hacer en nosotros.
Con nuestro sí, como María, dejaremos que Dios fecunde nuestro estéril corazón y lo convierta en un corazón de carne que dé frutos.

Signos de esperanza en el mundo

Un rayo de luz divina traspasará nuestras entrañas y nos hará portadores de Jesús a nuestro mundo. Así, el cristiano, seguidor de Jesús y unido a María, se convierte también en un signo de esperanza para toda la humanidad.
La Navidad está ya cercana. La esperanza de María poco a poco se convierte en alegría, porque está a punto de llegar aquel que cambiará toda nuestra historia. Una historia que comienza en la profunda meditación sobre el nacimiento en Belén. La gran revolución del Cristianismo empieza en un sencillo establo, con un bebé recién nacido: ésta es su grandeza.

2011-12-10

Ser voz de los que no tienen voz

Tercer domingo de Adviento

He aquí el testimonio de Juan, cuando los judíos le enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para preguntarle: Tú, ¿quién eres? Él confesó y no negó: Yo no soy el Cristo… Yo soy la voz que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor, como lo tiene dicho el profeta Isaías… Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis. Él es el que ha de venir después de mí, y a quien no soy digno de desatar la correa de su sandalia.
Jn 1, 6-8, 19-28
La liturgia contempla la tercera semana de Adviento como la semana de la alegría, en medio de estas cuatro semanas en las que se hace hincapié en otros temas de carácter moral. San Pablo en su carta nos dice: “Estad contentos en el Señor.” Estas hermosas palabras definen el talante pascual del cristiano.

Juan, puente hacia Cristo

El evangelio de este tercer domingo nos propone de nuevo meditar sobre la figura de San Juan Bautista como el anunciador de la esperanza a su pueblo. Juan insiste en que él sólo es testigo del que tiene que venir. Él nos prepara para el gran acontecimiento de la venida del Señor. Es testimonio de la luz que ilumina el corazón de la humanidad. Es la voz, el eco que, con fuerza, nos exhorta a abrir nuestro corazón para el encuentro con Dios. Él bautiza con agua, para que lavemos nuestra alma y nos preparemos. Pero Jesús, el que viene, bautizará con el fuego del Espíritu Santo, para encendernos en su amor y elevarnos hasta ser hijos de Dios.
La lectura del evangelio nos narra aquella escena en que los fariseos se acercan a Juan el Bautista y le preguntan: “Tú, ¿qué dices de ti mismo”. Es una pregunta que podemos hacernos hoy: ¿Qué decimos los cristianos de nosotros mismos? Juan reconoce con humildad que no es nadie. No es un profeta, ni el Mesías esperado. Es simplemente “una voz que clama en el desierto, para allanar los caminos del Señor”. Podríamos decir que éste es el talante cristiano. Reconocemos que no somos nada y que todo cuanto tenemos es puro don de Dios. Juan se considera a sí mismo como un puente; el verdadero protagonista de la salvación es Cristo.

Elevar la voz en medio del mundo

Es importante que, de tanto en tanto, los cristianos nos planteemos seriamente qué pensamos de nosotros mismos. Nuestra vida cristiana, ¿es una vida entusiasta? Lo que decimos y hacemos, ¿guarda una coherencia profunda con nuestra existencia cotidiana? ¿Somos gente de esperanza? ¿Creemos lo que decimos? ¿Somos Iglesia militante en medio del mundo, desafiando la apatía? Al menos deberíamos poder decir, como San Juan: somos una voz que clama en el desierto. Una voz recia, tenaz, convencida de aquello que está proclamando.  Elevar la voz implica asumir compromisos de tipo social, político, cultural y moral. Así lo hace la Iglesia cuando se pronuncia acerca de determinados temas que afectan a la sociedad.  Cuando se trata de respetar y defender la dignidad humana y la libertad de la persona no hay que tener miedo a definir nuestra postura cristiana ante el  mundo.
Si los cristianos no estamos encarnados en el mundo de las ciencias, de la cultura, de la política, de la comunicación; si no estamos presentes ahí, la sociedad se irá apagando y los valores cristianos serán desplazados. Por esto es importante hablar con voz firme y sonora, que en algún momento será denuncia profética. A veces hay que decir: no estamos de acuerdo. No somos niños pequeños, somos adultos y tenemos criterio.
Ejerzamos la adultez cristiana. La fe cristiana es lo suficientemente trasformadora como para cuestionar ciertos criterios de la política, la economía, las ciencias, la cultura... Si de verdad creemos en Jesús de Nazaret, esto debe reflejarse en nuestra vida. Entre aquello que creemos y nuestra manera de obrar no puede haber un abismo. Los cristianos hemos de ser las voces de los que no tienen voz, teniendo siempre presente a Jesús como guía y salvador.

2011-12-06

La Inmaculada Concepción

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David. La virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. ...
Lc 1, 26-38

Vivir con el corazón abierto


Celebramos hoy una gran fiesta arraigada en la comunidad cristiana: la Inmaculada Concepción de María. ¿Cómo podía ser de otra manera? María fue elegida por Dios como madre de su Hijo, por ello fue concebida sin mancha de pecado alguno.

El evangelio de hoy sienta las bases de la espiritualidad mariana. María es la mujer que supo disponer un hogar para Dios, un corazón cálido y abierto a su voluntad.

El ángel la saluda con estas palabras: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. María ya está llena de la presencia de Dios. Es algo cotidiano vivir atenta a su Espíritu. Porque conecta con él, recibe gracia sobre gracia. Su receptividad es tan grande que el Señor la inunda.

No temáis

No temas, María, continúa el ángel. María es llamada a una vocación muy alta: ser la madre del mismo Dios. Nosotros, los cristianos, también somos llamados. Dios entra a nuestra presencia si tenemos espacios diarios de silencio para él. La madurez espiritual permitirá que Dios cale en nuestra existencia diaria y podremos escuchar su llamada. Dios también piensa en nosotros y confía en nuestra capacidad de respuesta. A María le anuncia que concebirá y dará a luz a un hijo que será la salvación del mundo. Cada cristiano abierto concebirá en su corazón un proyecto de Dios para colaborar en la redención que Jesús inició.

No temáis, hombres y mujeres del siglo XXI. Aunque el mundo parece girar al revés, sabiendo que Dios está con nosotros nunca hemos de temer a nada ni a nadie. María no teme. Está preparada para su misión: ser receptora del mismo Dios. Jesús, su hijo, será el redentor del mundo y dará su vida para salvar a toda la humanidad. La Iglesia, hoy, sigue siendo receptora de ese mensaje y continúa esta misión.

Para Dios nada es imposible

María se aturde, al principio, cuando oye al ángel. Nosotros también podemos turbarnos. ¡Dios mío! Es tan grande tu amor… ¡y yo soy tan pequeño! No soy nada, ¡y tú me das tanto! Pero el Espíritu Santo que aletea en el universo transforma esta nada convirtiendo nuestro corazón y nuestra vida en una realidad hermosa capaz de emprender obras extraordinarias.

¿Cómo será eso, pues no conozco varón?, se pregunta María. También nosotros podemos preguntarnos: ¿Cómo podremos hacer lo que Dios nos pide, si somos tan limitados?

Dios puede. El Espíritu Santo vendrá sobre nosotros y la fuerza del Altísimo nos cubrirá con su sombra. Recibiremos su aliento y nuestra vida será renovada. Es el mismo Espíritu Santo que se alberga en el corazón de María. Para Dios nada es imposible.

María estaba dispuesta y era inmaculada en su interior. Nosotros también estamos limpios por la misericordia del Padre y por el sacramento de la penitencia. Para él no es imposible lavar nuestras culpas, pese a nuestras dificultades, nuestros pecados, egoísmos e historias pasadas. Dios puede convertir un corazón de piedra en otro de sangre, que palpite de vida, derramando amor.

Somos hijos de Dios. Como los hijos se parecen a los padres, ¿en qué nos parecemos a Dios? Justamente en esa inmensa capacidad de amor. Aunque nuestra cultura hace hincapié en los aspectos más negativos de la naturaleza humana, no dudemos que el hombre guarda tesoros hermosos en su corazón y es capaz de entregarse hasta el límite. Dios puede penetrar en nuestros vericuetos emocionales, iluminar nuestras sombras, llenar nuestras lagunas, nuestros vacíos… Los condicionantes biológicos y psicológicos quedan superados por lo espiritual.

Hágase en mí según tu palabra

María dice sí a Dios, sí a su plan, a su designio. Sin ese sí valiente, generoso, libre, el misterio de la encarnación no habría sido posible. El sí de María hace posible la revolución del Cristianismo.

Dice María: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Hay que leer la palabra esclava en su contexto. No se puede obrar el bien sin libertad. El concepto de esclavitud aquí significa disposición, entrega, un decir: mi vida es para ti, soy tuya; me entrego libremente, porque quiero. No se trata de someterse a Dios, él jamás quiere siervos, y aún menos quiere que María sea una esclava sojuzgada. Dios ama al hombre libre y pide una respuesta desde la libertad. En lenguaje de hoy, podríamos traducir esta frase como: Aquí está la amiga del Señor. O también: He aquí la hija del Señor.

Decir sí a Dios comporta un compromiso que se fortalece cada día, como el de los esposos. Ese sí debe fortalecerse, perfumarse y alimentarse con la oración diaria. Decir sí a Dios es aceptar que su palabra sea nuestra vida, que penetre en lo más hondo de nuestro ser, que se haga en nosotros todo cuanto él sueña. Y ese sí debe darse libremente, porque sólo libremente podemos ser invadidos por el amor de Dios.

Del paraíso al reino de Dios

El evangelio de la anunciación del ángel a María contrasta con la primera lectura de hoy, del Génesis, que nos relata cómo el hombre cae tentado por el demonio y es expulsado del Edén. En este pasaje, vemos cómo Adán y Eva no se fían de Dios y se sienten desnudos ante él. La desconfianza trae consigo la ruptura entre el hombre y Dios.

María, en cambio, se convierte en el paraíso de Dios. Sus entrañas serán el lugar donde se lleve a cabo la redención. Adán huye corriendo del paraíso. María, que se fía, no escapa. Espera. Dios se alberga en su corazón, y ella se convierte en casa de Dios.

2011-12-03

Preparad el camino al Señor

Segundo domingo de Adviento

…Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor, enderezad las sendas. …Estaba Juan en el desierto bautizando y predicando el bautismo de penitencia para la remisión de los pecados, y acudía a él gente de todo el país de Judea y de Jerusalén, confesando sus pecados, y recibían de su mano el bautismo en el río Jordán. Mc 1, 1-18

Llamada a la conversión

En este segundo domingo de adviento la liturgia resalta las figuras de Isaías y de Juan Bautista. Ante la inmediata llegada del Señor, la voz del profeta resuena con toda su fuerza en boca de San Juan Bautista. Es una voz recia y clara, que traduce la culminación del deseo de Dios: preparemos nuestra vida para el encuentro, de tú a tú, con él.
El acontecimiento de la llegada del Hijo de Dios ha de sacudir nuestro corazón. Es Dios quien tiene la iniciativa, quien da el primer paso para acercarse a la humanidad. Juan Bautista nos urge a cambiar nuestra vida y a convertir nuestros corazones para poder recibirlo. 
La conversión y el perdón nos ayudan a purificarnos por dentro, de manera que el Niño Dios pueda encontrar en nosotros un pesebre cálido para su nacimiento.

Allanar los caminos

Para preparar este encuentro con cada uno de nosotros, Juan Bautista pide que aplanemos el camino, que enderecemos los senderos, que arranquemos todos aquellos obstáculos que impiden el abrazo de Dios con su criatura.
Esto implica cambiar actitudes, percepciones erróneas que podamos tener sobre la realidad y sobre los demás; significa limpiarnos, depurando en nosotros todo aquello que estorba la entrada de Dios. Especialmente, aquellas lacras que nos dificultan vivir plenamente nuestra condición de cristianos. Hemos de arrojar lejos de nuestro corazón las losas más pesadas: el orgullo, la vanidad, la frivolidad, la envidia..., verdaderas rocas que dificultan el paso de Dios por nosotros.
Pero, a veces, nuestras fuerzas no bastan para barrer todos los obstáculos. Es entonces cuando hemos de volver nuestra mirada hacia Dios. Si dejamos que su palabra penetre en nosotros sentiremos su poderosa fuerza. Sólo él puede nivelar nuestra mentalidad, rebajando el orgullo, enderezando lo torcido, puliendo lo escabroso. Dios quiere que convirtamos nuestro corazón en ancha autopista para poder deslizarse con suavidad por nuestras vidas. Pues sólo así, a partir de este encuentro, el hombre encuentra su plenitud humana, que lo llevará a convertirse en otro Cristo, ungido, amado de Dios.