2015-02-26

2 domingo de Cuaresma

Enlace a la homilía en pdf aquí.


2 domingo Cuaresma - B from Joaquin Iglesias

Tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los condujo solos a un elevado monte, en lugar apartado, y se transfiguró en medio de ellos. De forma que sus vestidos aparecieron resplandecientes y de un blanco como la nieve… Y se les aparecieron Elías y Moisés, que estaban conversando con Jesús. Y Pedro, tomando la palabra, dijo a Jesús: ¡Maestro, qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías [] En esto se formó una nube que los cubrió y salió de la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado, escuchadle.
Mc 9, 2-10

Dios revela su rostro

Si en el bautismo Jesús iniciaba su ministerio público, en el Tabor se manifiesta la predilección de Dios Padre hacia él.

Esta manifestación es un momento álgido que descubre la intensa relación que lo une con el Padre. Pero, al mismo tiempo, también muestra una confianza progresiva de Jesús en sus discípulos al revelarles su identidad más genuina: les muestra el mismo rostro de Dios. En esta revelación también anuncia su pasión y muerte. El hijo de Dios dará su vida en rescate por todos y después resucitará.

Para nosotros, hoy, este pasaje tiene un hondo significado: el hombre viejo, con sus ataduras y sus lastres, ha de morir para renacer como hombre nuevo, libre y colmado del amor de Dios. Podríamos decir que el Tabor es una primicia de la resurrección. Sobre el monte, Jesús se transfigura y aparece glorificado. Esta imagen es una clara alusión a su resurrección.

Anticipo de la gloria

El texto cuenta que Jesús se lleva a una montaña alta a tres de sus seguidores. Es en un espacio de intimidad donde se revela su auténtica naturaleza. Son los discípulos más cercanos y por eso da un paso más allá, descubriéndoles su identidad. En un acto de total confianza abre su corazón a aquellos tres discípulos amados, haciéndolos testigos de un misterioso secreto. Jesús les revela las entrañas de su persona, su íntima relación con Dios, su filiación divina, su misión y su itinerario hacia la muerte por fidelidad al Padre.

Los discípulos quedan deslumbrados ante la transparencia de esta visión en la que ven a Jesús, con nitidez, como Hijo de Dios. Es un momento luminoso que quieren eternizar, un atisbo de cielo que saborean allí, en lo alto del Tabor. Es un instante tan denso que parece haber transcurrido mucho más tiempo cuando, de pronto, se vuelven a encontrar solos con Jesús. Durante un momento, un destello de eternidad ha iluminado su corazón. «Qué bien se está aquí», exclama Pedro. «Hagamos tres tiendas.» ¿Cómo no se va a estar bien en el cielo, con Cristo? ¿Cómo no se va a estar bien cerca del corazón de Jesús, que les hace ver su gloria?

También son testigos de la presencia de Moisés y Elías, a ambos lados de Jesús. La ley judía, representada por Moisés, y el profetismo, reflejado en Elías, convergen en Jesús de Nazaret. Él sintetiza la Ley y la tradición profética del Antiguo Testamento.

Camino de la cruz

Una vez vivido ese momento de plenitud, serán conscientes de que esa experiencia íntima y secreta no les exime de la otra cara de la realidad. Por un lado, encuentran al Cristo glorioso. Por otro, al Cristo sufriente, el Cristo de la cruz. Al descender del monte Jesús les pide que no digan nada a nadie. El camino hacia Jerusalén tiene una meta clara: su pasión y su muerte. El gesto sublime de total entrega de Jesús pasará por una larga agonía. Pero también les vaticina que resucitará a los tres días.

Pedro, Santiago y Juan, en la montaña del Tabor, son testigos de esa anticipación de su muerte y resurrección. Esta vivencia marcará para siempre sus corazones. El recuerdo de esos instantes los unirá mucho más a su maestro y se convertirá en una referencia para sus vidas. Será el norte que guiará la brújula de su espiritualidad y les dará valor en su firme deseo de seguir a Jesús hasta su pasión. 

2015-02-20

1 domingo de Cuaresma

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1 domingo Cuaresma - B from Joaquin Iglesias

En seguida, el Espíritu lo empujó al desierto, donde estuvo cuarenta días y cuarenta noches. Allí fue tentado por Satanás, y moraba entre las fieras, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, se marchó a Galilea a proclamar el evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el tiempo: está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el evangelio
Mc 1, 12-15

Meditar sobre nuestra identidad cristiana

Iniciamos la Cuaresma, tiempo largo y denso de meditación en que la Iglesia nos propone ahondar sobre nuestra identidad cristiana en medio del mundo. Nos empuja al desierto, lugar de encuentro con Dios. Nos propone salir de nosotros mismos y dejarnos llevar por el Espíritu Santo. Sólo lo conseguiremos si sabemos detener el ritmo acelerado de nuestra vida. En la soledad y en el silencio descubriremos lo que Dios quiere para nosotros.

El texto de hoy nos sitúa a Jesús en el desierto. Se encuentra en un momento clave de su vida. Su proyección social es cada vez mayor, se está convirtiendo en un líder de masas. Dócil al Espíritu, se deja llevar al desierto y allí, durante cuarenta días con sus noches, va tomando conciencia de su filiación con Dios. A solas con el Padre reflexionará sobre su misión y su quehacer apostólico. Va a comenzar una dura batalla y necesita tiempo de retiro para planear su tarea misionera, unido íntimamente a él.

La tentación del poder religioso

Pero es justamente en ese lugar solitario de oración donde el diablo ve llegada su ocasión. En el texto sagrado leemos que Jesús se deja tentar por el diablo. Vamos a explicar qué significa esto.

Aunque tuviera una fe inquebrantable en el amor de Dios y una firme voluntad, Jesús era un hombre. Podía tener las tentaciones que puede llegar a tener hoy un líder religioso o una persona carismática. Le seguía mucha gente. Su talante atraía a muchísimas personas hacia Dios. Pero él jamás quiso rozar un ápice la libertad de quienes lo seguían. Para Jesús la libertad era sagrada. Su talante paciente, lleno de dulzura, era lo que atraía como un imán, generando una gran expectación a su alrededor. Jesús era muy consciente de su fuerza arrolladora y sabía que no dejaba a nadie indiferente. Tenía ese don, pero no quería aprovecharse de él para manipular a las masas. Su único deseo era conducirlas al Padre. El sí a Dios ha de ser claro, libre y sincero. La manipulación y la coacción son métodos diabólicos que emplean quienes aspiran a someter a las personas.

Jesús quiso desmarcarse de esta tentación. Podía embaucar a la gente, podía deslumbrarla con sus prodigios y su predicación. La sutileza del diablo lo tienta con diversas formas de poder: religioso, político, económico. Son tentaciones propias de las personas carismáticas. Y son esas formas de poder que hoy también nos acechan: en la familia, en la empresa, en nuestro entorno… Es fácil sucumbir cuando uno tiene recursos en sus manos, especialmente cuando tiene personas bajo su tutela o cuando dispone de riquezas, autoridad o influencias. 

Todo cristiano tiene una meta

Jesús demuestra que con la ayuda del Espíritu se pueden superar las tentaciones. Su deseo es ser obediente y servir a Dios, respetando la libertad de las personas de su entorno. Una vez ha salido airoso de esta batalla por mantenerse fiel, firme y seguro, con más convencimiento que nunca, marcha a Galilea para empezar a proclamar la buena nueva. Ya está a punto: después de su bautismo en el Jordán y tras haber superado las tentaciones en el desierto, Jesús se siente arropado por el Padre para emprender, incansable, su misión. Esa misión que lo llevará, finalmente, a Jerusalén, hacia la Pascua y de regreso a su Padre, en el cielo.

Unido al Padre, inmediatamente se pone a predicar. Hoy, esta lectura nos urge a la conversión y a creer con firmeza en el evangelio. Es una buena manera de empezar la Cuaresma: mirar hacia Dios y hacer del evangelio vida de nuestra vida.

Esta es también la meta del cristiano: caminar hacia el Padre. Pero antes, aunque nos cueste, hemos de buscar horas para estar a solas con él. Ante el desafío de nuestra existencia, hemos de dejar a Dios que nos ayude a ir superando nuestras debilidades. En el silencio de nuestro retiro hemos de ir venciendo todas aquellas tentaciones que nos separan de Dios. Especialmente, el orgullo que tal vez nos hace sentirnos mejores que los demás y que nos empuja a manipular sutilmente las situaciones para sacar provecho. Hemos de limpiar nuestro corazón y apearnos de nuestras pequeñas ambiciones para poder entrar en el recinto sagrado de Dios. Así podremos comenzar, unidos a Cristo, nuestra tarea evangelizadora. Rescatados, perdonados y salvados, sólo nos queda, sin titubear, como Cristo, iniciar nuestro camino comenzando por un retiro hacia nuestro desierto interior. Desde allí, superadas las tentaciones, saldremos a nuestra Jerusalén, el mundo pagano. Podremos adentrarnos en el dolor causado por la incomprensión de muchos que nos rechazarán, pero seguiremos avanzando hacia la Iglesia, hacia la eucaristía y finalmente, hacia Cristo y el Padre.

2015-02-13

Quiero, queda limpio

En este enlace encontrarás la homilía lista para imprimir en pdf.


6 domingo ordinario ciclo B from Joaquin Iglesias

En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
Si quieres, puedes limpiarme.
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo:
Quiero: queda limpio.
La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.
El lo despidió, encargándole severamente:
No se lo digas. a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.
Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.
Mc 1, 40-45

La compasión de Jesús

La misericordia de Jesús se extiende como sus palabras, llenas de vida y de un mensaje absolutamente novedoso. Su voz, su mirada amorosa y su ternura tienen la capacidad de curar a mucha gente.

El texto nos narra la petición de un leproso para que lo sane de su enfermedad. El leproso suplica, de rodillas ante Jesús: Si quieres, puedes limpiarme. El desespero y la angustia llegan como una oración a gritos hasta el corazón de Jesús. Y el autor nos revela la profunda compasión que lo mueve, ante el clamor y los ruegos estremecedores.

Jesús conoce el profundo dolor que siente el enfermo. Su compasión hacia los desvalidos es infinita, por eso actúa hacia ellos con inmediata solicitud. Pero, como vemos en todos sus milagros, antes de curar, Jesús pregunta al enfermo. No abandona su actitud pedagógica: quiere reafirmar el deseo del enfermo de curarse. Cara a cara, mirándolo a los ojos, quiere contar con su libre voluntad y su sí.

Salud física y espiritual

Jesús tiene en cuenta la dimensión sociológica y vital del enfermo. Entiende el sufrimiento del leproso, pero no quiere que su situación lo prive de su libertad. Si pide sinceramente, movido por un deseo firme de sanar, más allá de la desesperación, Jesús podrá obrar el milagro y liberarlo del peso de su enfermedad.

El leproso quedó limpio, dice el evangelio. Cuando nuestro corazón se abre libre y sinceramente Dios puede hacer el milagro de sanar todo aquello que hace impura nuestra vida. Él nos puede limpiar de aquello que empaña nuestro corazón, en especial, la soberbia, el orgullo y la petulancia.

Cuando nos falta oxígeno espiritual nuestra vida interior queda seriamente limitada. Cuántas personas padecen de esas otras lepras que les quitan la luminosidad en el rostro y les hacen vivir atrapadas en la oscuridad. Jesús siempre extiende sus manos amorosas y nos toca con dulzura para sanarnos. Él desea nuestra salud y quiere que nuestra vida esté llena de sentido.

La salud siempre va profundamente ligada a aquello que somos, creemos y vivimos. Si nuestra vida se fundamenta en sólidos valores religiosos y nuestra espiritualidad es rica e intensa, tendremos fuerza y coraje para aceptar las dificultades y asumir los desafíos que se nos presentan. Sabremos tomar las decisiones más acertadas, que afectarán a nuestra salud física y espiritual. Jesús nos quiere sanos de alma y de cuerpo porque solo los puros y los limpios de corazón verán a Dios. La fe en Jesús nos lava totalmente.

Dios quiere la mediación de la Iglesia

Finalmente, Jesús añade algunos elementos a destacar. Por un lado, pide al leproso que tenga prudencia y no proclame a los cuatro vientos su curación. Jesús no desea la fama, sino servir y hacer un bien real a todos aquellos que confían en él. Y, por otra parte, lo envía a los sacerdotes para completar su purificación. Con este gesto, demuestra que no quiere actuar al margen de la institución religiosa de su pueblo. Cuenta con la intervención de los sacerdotes como puentes hacia Dios. ¡Qué importante es este matiz!

En este caso, la lectura nos lleva al sacramento del perdón y la reconciliación. Dios perdona a través de sus ministros, que ejercen la función de Cristo. No podemos negar la mediación eclesial. Cuando Jesús dice a Pedro: sobre ti edificaré mi iglesia, y aquellos a quienes perdones los pecados, les quedan perdonados, nos está mostrando que Dios quiere la mediación de la comunidad eclesial, especialmente a través de sus sacramentos.

2015-02-05

La misión de Jesús y la mujer

Podéis descargar el texto de la homilía en este enlace.



Así que salieron de la sinagoga, fueron con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. Se encontraba la suegra de Pedro en cama con calentura, y le hablaron de ella. Y, acercándose, la tomó por la mano y la levantó, y al instante la dejó la fiebre, y se puso a servirlos. Por la tarde, puesto ya el sol, le traían todos los enfermos y endemoniados… Y curó a muchas personas afligidas de varias dolencias, y lanzó a muchos demonios, sin permitirles hablar, porque sabían quién era.
Mc. 1, 29-39

Los primeros discípulos caminan sin vacilar al lado de Jesús. En esta ocasión se da un incidente: la suegra de Pedro está en cama con fiebre. El episodio encierra un precioso  mensaje que define muy bien la tarea ministerial de Cristo y su posición ante la mujer.

Fijémonos en la actitud de Jesús. Se acerca. La cultura judía tenía marginada a la mujer. Jesús rompe con ese prejuicio cultural y religioso. La coge de la mano: se produce un contacto físico, salva esa distancia que segrega el mundo femenino. La levanta, la proyecta en su dignidad como hija de Dios. Finalmente, también la hace discípula, porque después ella le sirve. Esta es la misión fundamental de Jesús: dar vida. Y ha de ser también la misión de la Iglesia: entrar de lleno en el corazón humano y dar un sentido espiritual a su vida, alejándolo de todos sus males.

La persona por encima de la ley

La secuencia de este fragmento evangélico nuclea la misión de Jesús. Sintiéndose profundamente amado por Dios, esta vivencia le hace sentirse muy cerca de los demás y, a la vez, le da una libertad interior muy honda. De ahí que, aun conociendo el puritanismo de las leyes judías, vaya más allá de lo que sería políticamente correcto. Sabe que su forma de tratar a las mujeres es objeto de crítica por parte de los fariseos, que consideran que actúa por encima de la ley. Jesús pone en el centro de su mensaje, no las ideas, sino la persona. Él sabe que para Dios lo más importante no son los preceptos o los códigos morales. Lo más importante es el ser humano y sus necesidades. Y, en este caso, la mujer. Jesús rompe con un mundo rígido y estrecho de miras para curar a la suegra de Pedro.

Levantar al que está abatido

No solo la cura. Le tiende la mano y la levanta. Cuántas personas en el mundo nos están alargando sus manos para que las ayudemos a salir de su sufrimiento y su marginalidad. Cuántas veces, por prejuicios ideológicos o por puritanismo religioso dejamos de hacer cosas buenas y necesarias. Jesús nos enseña a ser dueño de nuestras ideas: para él vale más una persona real y enferma que miles de ideas bonitas sobre la pastoral de la salud.

Como Iglesia, todos los cristianos estamos llamados a dar nuestra mano para consolar, aliviar, curar y sostener a quienes no pueden hacerlo por sí solos. Muchas personas quebrantadas, física o espiritualmente, esperan nuestra ayuda. Con nuestro gesto desprendido, con nuestro amor, purificamos nuestras ideas a la vez que estamos liberando del dolor y dignificando a otras personas que piden ayuda. Esta disposición a servir, ayudar y levantar a los demás, debe ser el eje central de nuestra evangelización.