2007-11-25

Cristo Rey del universo

Semana XXXIV del tiempo ordinario. Ciclo C.

En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: “A otros ha salvado, que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el elegido”. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificado lo insultaba, diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro lo increpaba diciendo: “¿Ni siquiera temes a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque percibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Lc 23, 35-43


Un rey clavado en la cruz

En la escena de la cruz es donde se manifiesta con la máxima intensidad el amor de Jesús a Dios, su Padre. El reinado de Cristo tiene su momento culminante en el Gólgota. ¿Qué significa reinado de Dios?

No nos referimos a un espacio físico ni geográfico, sino al corazón de uno mismo: Dios quiere reinar en nuestro corazón, en nuestra vida entera. Fijémonos en la figura del rey: un hombre clavado en la cruz, un hombre que, en la meta de su misión, ha puesto el servicio y la entrega a los demás, pasando por el sacrificio, el holocausto y la muerte. Hablamos de una realeza que nada tiene que ver con la realeza de las monarquías europeas o de Oriente. ¿Qué rey acaba en la cruz, condenado por su infinito amor a los demás hombres?

Palpar la crueldad inicua

El texto que nos ofrece el evangelio narra la burla de las autoridades judías hacia un crucificado. Además de la condena injusta, añaden la crueldad de la ironía y la burla, en el colmo de la iniquidad. No sólo condenan, sino que se ríen del condenado. Jesús tiene que sufrir, además del dolor físico, que es enorme, el dolor moral ante la bajeza y los insultos a los que se ve sometido. Ha de soportar la burla por tres lados: por parte de las autoridades que lo han condenado; por parte de los soldados, que se convierten en sus verdugos y, finalmente, por parte del bandido que tiene a su lado. Es el escarnio llevado al extremo. ¿Era necesario que Jesús pasara por todo esto?

La misión de Jesús: salvar a todos

Cuando se mofan de él, diciéndole que se salve a sí mismo, Jesús tiene muy claro que confía totalmente en Dios. Está abandonado en sus manos. No ha venido a salvarse a sí mismo, sino a todos, pagando el precio de su vida en rescate por la humanidad. Esta es su misión: entregar su vida para salvarnos a todos.

Los dos ladrones reflejan muy bien dos posturas humanas ante Dios: la postura humilde que acepta a Dios, incluso en medio de las mayores dificultades, y la otra postura, iracunda, que lo rechaza.

Mirando a Cristo, contemplando su rostro sufriente, el bandido reconoce la inocencia de aquel hombre, al tiempo que admite que ellos, los malhechores, están pagando por los crímenes que han cometido. Ve en Jesús un hombre bueno, no violento. Con humildad, le suplica que se acuerde de él cuando llegue a su Reino. Es el único, entre todos los presentes en el Gólgota, que sabe ver la realeza de Jesús, una realeza que no es de este mundo. Y, cómo no, Jesús le abre las puertas de par en par porque ve en él un deseo sincero, un corazón arrepentido. Dios nunca cierra las puertas de su Reino, no condena a nadie, perdona hasta el último momento, aguarda hasta el último suspiro de la persona, para abrirle el paraíso.

El mayor amor: dar la vida

El rey que hoy celebramos tiene como trono el patíbulo; como corona un ramo de espinas entrelazadas; no recibe aclamaciones ni vítores, sino el rechazo y el desprecio de las gentes. En la cruz, Jesús define el prototipo cristiano, que muchas veces pasa por el martirio. Su entrega hasta la muerte es una llamada a ser valientes. Cristo se hace pobre, se apea del poder, del reconocimiento, para vivir en su propia carne la limitación de la condición humana y la mordedura del mal a los inocentes. ¿Qué rey estaría dispuesto a pasar por todo esto por su pueblo?

En la cruz, no tiene nada. Despojado de todo, sólo le queda una certeza última en su corazón: Dios le ama. Esta certeza le llevará a vivir cumpliendo su voluntad hasta el fin, hasta dar su vida por amor.

El reinado humano acaba aquí. Pero el reinado de Cristo se culmina con la resurrección, el triunfo del Amor sobre el mal. Todos los cristianos estamos llamados a vivir la realeza de Cristo, encarnándola en nuestras vidas.

2007-11-18

Ante un mundo convulso, perseverancia en la fe

Semana XXXIII del tiempo ordinario. Ciclo C.
En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: “Esto que contempláis, llegará undía en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”. ... “Cuidad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca”; no vayáis tras ellos.
... Luego les dijo: “Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos y en diversos países epidemias y hambre. ... os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres y parientes, y hermanos y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. Lc 21, 5-19


Las obras humanas son efímeras

En Jerusalén, son muchos los que admiran la belleza del templo, ponderando la calidad de su piedra y sus exvotos. Jesús manifiesta entonces la caducidad de las proyecciones humanas. Todo empieza y todo tiene su final. Estas palabras nos hacen pensar en tantas construcciones que se levantan hoy día, respondiendo a la vanagloria y a la autoafirmación del intelecto y las capacidades humanas. Muy pocas obras resisten el paso del tiempo o la destrucción, todas ellas son caducas y perecederas.

El poder del mal sobre el mundo

Habrá guerra, hambre y epidemias, sigue Jesús. Son palabras crudas, de una enorme vigencia. Hoy vemos que los estados se levantan unos contra otros, enfrentándose por el poder, el control de los recursos y la hegemonía. Las secuelas de estas guerras son enormes: destrucción, hambre, epidemias… Son los frutos del orgullo y la vanidad del hombre que quiere igualarse a Dios. La persona que desplaza a Dios y se erige en absoluto, sin otros valores de referencia que ella misma, acaba aniquilando la vida a su alrededor.

Las predicciones de Jesús responden a un género literario apocalíptico, pero reflejan la realidad en muchos lugares de nuestro planeta. Jesús describe la fuerza del mal que se desata sobre el mundo, nutriéndose de la prepotencia y el afán de poder del hombre, capaz de generar devastación por no abrir su corazón a la novedad del mensaje de Dios.

Y Jesús nos alerta. En un mundo sacudido por las catástrofes y las convulsiones sociales, siempre surgen falsos líderes que aprovechan la angustia y la falta de esperanza para liderar el mundo y ocupar el poder. Lo vemos en la actualidad. Jesús nos dice abiertamente: “no los sigáis”. Multitud de seudo-religiones, ideologías y corrientes de pensamiento crecen a costa de la fragilidad y el miedo de la gente, amenazando con el fin del mundo y otros males inminentes. Es necesario adquirir formación humana, científica, filosófica y también cristiana para poder hacer lecturas realistas y serenas de cuanto sucede a nuestro alrededor.

La persecución de los cristianos

Por mi causa os perseguirán, e incluso matarán a algunos, dice Jesús. Es un anuncio del martirio y de la persecución de los cristianos. Llegará el momento en que tendremos que dar testimonio. Hoy, las persecuciones quizás no son tan cruentas como en otras épocas, al menos en los países occidentales. Pero se dan otras formas de persecución más sutiles: la mediática y la ideológica. Se habla de democracia y libertad, pero a veces parece que los cristianos somos molestos a la hora de expresar públicamente nuestra fe. Se desatan verdaderas campañas para barrer el cristianismo de la sociedad y relegar la fe, atacando las convicciones cristianas. Vivir en medio de una realidad contraria a Dios nos da la oportunidad de proclamar lo que somos y vivimos, sin escondernos.

Perseverancia en la adversidad

Después de estas advertencias, Jesús nos alienta con otra afirmación rotunda: “Ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá”. Ante Dios, uno solo de nuestros cabellos vale más que un monumento extraordinario. Jesús nos habla de confianza en él; nada nos sucederá si permanecemos a su lado. Dios cuidará de nosotros.

Y nos llama a perseverar. Perseverancia significa mantenerse fiel, hacer crecer nuestras convicciones pese a las adversidades, reafirmarnos en nuestra fe y seguir confiando en Dios.

Finalmente, esa perseverancia llevará al nacimiento de una humanidad nueva, una recreación del hombre que comienza con Cristo y su mensaje. Como hombre nuevo, Jesús inicia su camino con el bautismo, pasa por la cruz y acaba en la resurrección. Este es, también, el itinerario que recorre todo cristiano en su vida. Porque cada uno está llamado a vivir en la plenitud del amor de Dios.

2007-11-11

El Dios de Jesús, un Dios de vivos

Semana XXXII del tiempo ordinario. Ciclo C.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:
“Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete hermanos, y todos murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella”.
Jesús les contestó: “En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles, son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”.
Lc 20, 27-38


La incredulidad que busca justificarse

La secuencia del evangelio de hoy recoge el sarcasmo y la incredulidad de un grupo de saduceos, que representan la élite intelectual y económica de la cultura judía. Con la insidiosa pregunta que hacen a Jesús sobre el caso de los siete hermanos fallecidos y su viuda, cuestionan la resurrección haciendo alusión a la ley de Moisés. Pero Jesús responde apelando a las mismas escrituras, recogiendo el episodio de la zarza ardiente y manifestando que el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob es un Dios de vivos. Con esta afirmación, Jesús asienta doctrina sobre la resurrección.

El valor del matrimonio

Los saduceos no sólo cuestionan la resurrección, sino el sentido profundo del matrimonio. En su pregunta se plantea, en realidad, de quién será la posesión de la mujer. Anteponen el poseer al amor del matrimonio. Para Jesús, el matrimonio es una realidad sagrada, una unión que trasciende los aspectos materiales y posesivos. Su respuesta es clave para entender el misterio de la resurrección. En el cielo las personas no se casan ni procrean, pues nunca mueren, viven para siempre. El cielo no es una continuidad de este mundo terreno. En él se da un salto cualitativo. “Seremos como ángeles”. ¿Qué significa esto?

Esta frase de Jesús indica que, en el cielo, estaremos en profunda comunión con Dios. El amor allí es trascendido, va más allá de la corporeidad y la sexualidad. Ser como ángeles expresa la pureza del amor.

Una cultura de la vida

El Dios cristiano es un Dios de vivos, opuesto a la cultura de la muerte y a la fragmentación del ser humano. Los cristianos de hoy hemos de generar cultura de la vida allá donde estemos. Las manifestaciones de la cultura de la muerte son muchas y diversas: el terrorismo, las guerras, la lucha por el poder, el desprecio ante la vida que se da en la tolerancia ante la pobreza, la eutanasia, la manipulación genética o el aborto. Los cristianos hemos de alejarnos de esa cultura de la muerte, hemos de pasar del nihilismo existencial al cristianismo gozoso del amor y de la vida.

Cuando somos capaces de abrirnos al otro, de acoger, de dialogar, de trabar amistad; cuando construimos algo positivo, entonces nos convertimos en apóstoles de la vida, dando vida a aquellos que no tienen o la tienen agonizante: los pobres, los enfermos, las personas solas y angustiadas… Cuando creamos organizaciones de caridad a favor de los demás, estamos contribuyendo a expandir la cultura de la vida.

El Dios de nuestros padres

Al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob también podríamos llamarlo el Dios de nuestros padres, o el Dios de nuestros abuelos. Es el Dios de ese ejército inmenso de gente buena que ha vivido a lo largo de los siglos con una firme convicción: Dios está vivo en ellos. De esta manera, no sólo creeremos las palabras del Credo: “creo en la resurrección de la carne”, sino que viviremos el Credo. Como dice San Pablo, expiramos con Cristo y resucitamos con Cristo. En la medida que amamos y abrimos nuestro corazón a Dios empezamos a saborear la eternidad, aquí y ahora, y nos preparamos para vivir la plenitud del amor con Dios, cuando resucitemos para siempre.

2007-11-04

El encuentro de Jesús con Zaqueo

Semana XXXI del tiempo ordinario. Ciclo C.

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: “Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. Él bajó en seguida y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.
Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: “Mira, Señor, la mitad de mis bienes la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, restituiré cuatro veces más”.
Jesús le contestó: “Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.
Lc 19, 1-10


El hombre que busca

Zaqueo era jefe de los publicanos en Jericó. Amasaba riqueza sin escrúpulos a costa de extorsionar a sus ciudadanos, por eso era poco apreciado y considerado un pecador. Y, sin embargo, Zaqueo padecía una gran pobreza interior que su dinero no podía paliar.

Había oído hablar de Jesús y quería conocerlo. Jesús era un hombre carismático. Su predicación y sus milagros habían acrecentado su fama y las gentes contaban maravillas de él, no sólo a causa de sus prodigios, sino por su bondad y su capacidad de tocar los corazones. Por todo esto, Zaqueo ansiaba verlo.

Cuando Jesús llegó a Jericó, una multitud lo rodeaba. Zaqueo era bajito de estatura y esto le impedía ver a Jesús. Para poder llegar a verlo, se sube a una higuera. Vemos su actitud: se apresura, va corriendo, sube al árbol, porque desea ver. Es la dinámica ascendente del hombre que busca a Dios. Para ello, no le importa hacer un esfuerzo e incluso quedar en ridículo.

Las miradas se encuentran

Jesús pasa por debajo de la higuera, levanta los ojos y lo ve. Si Zaqueo no se hubiera encaramado al árbol, posiblemente Jesús no lo hubiera visto, pues la masa le impedía verlo. Es entonces cuando se produce el encuentro: la mirada de Zaqueo el pecador se cruza con la mirada pura, llena de amor, de Jesús.
Zaqueo queda profundamente conmovido, y aún más cuando Jesús le invita a descender porque quiere hospedarse en su casa. La mirada de Jesús a Zaqueo lo dignifica como persona. Es un pecador, pero lo mira con amor y compasión, y esto provoca un cambio de actitud en él. Zaqueo baja aprisa; aquello que tanto deseaba, encontrarse con Jesús, está sucediendo.

Por su parte, Jesús actúa con total libertad, ignorando las críticas de la gente. Los fariseos murmuran porque Jesús se deja acoger por un pecador. Pero él actúa llevado por el amor de Dios y se aloja en casa de Zaqueo. Sabe que el publicano, aún siendo rico, tiene hambre de él y lo ha buscado con afán.

Jesús desea alojarse en nuestra casa

La imagen de Zaqueo subido al árbol nos recuerda que para encontrar a Dios hemos de saber mirar las cosas desde arriba, ampliando nuestros horizontes. Cuando nos cerramos, nuestras miras son estrechas y egoístas y somos incapaces de ver más allá de nosotros mismos. Pero cuando miramos de manera trascendida, nuestra perspectiva se amplía y descubrimos el hermoso horizonte de Dios, que transforma nuestra existencia.

Hoy, Jesús también desea alojarse con nosotros. Su deseo es ser nuestro huésped y que le abramos nuestro hogar, nuestro corazón, nuestra vida.

La reparación

Una vez se convierte, Zaqueo siente la necesidad de devolver lo injustamente apropiado. Da la mitad de lo que tiene, con lo cual su avaricia queda curada por la generosidad, y además decide restituir con creces lo que ha arrebatado a las gentes.

Este es el efecto de la conversión: nos hace pensar en lo que somos y tenemos y nos empuja a replantearnos lo que realmente vale la pena tener. Zaqueo se desprende de lo que tiene porque ha encontrado la gran perla preciosa: Jesús. Con la restitución, comienza una nueva vida llena de Dios y experimenta, muy cercana, la resurrección. Atrás queda su pasado. Por eso dice Jesús: “Hoy el Reino del Cielo ha entrado en esta casa”.

Podemos resumir este evangelio en seis pasos, que constituyen el itinerario de una auténtica transformación interior y sus consecuencias: búsqueda, conversión, perdón, alegría, generosidad y salvación.

2007-11-01

Todos los Santos

Semana XXX del tiempo ordinario. Ciclo C.
En aquel tiempo, viendo Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los Cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Mt 5, 1-12

El retrato de los santos

La Iglesia celebra hoy la fiesta de Todos los Santos: tanto los anónimos, las miles de personas que han muerto y reposan en la gloria de Dios, como los canonizados, cuya vida nos es un ejemplo y que veneramos en los altares.

Todos ellos son santos. Pero, ¿en qué consiste la santidad? ¿Qué es un santo?

La santidad es un concepto cristológico. Jesucristo es el Santo de todos los santos. Y lo es porque abrió su corazón a Dios, viviendo una íntima relación con él, en toda su plenitud. La vivencia plena del amor de Dios: esto es la santidad. Y esta experiencia ha sido el tesoro de innumerables personas, de épocas, orígenes y carácter muy diversos. En nuestro santoral encontramos gigantes, como san Pedro y san Pablo, santa Teresa, san Ignacio, la madre Teresa de Calcuta… hasta los últimos casi quinientos mártires beatificados. La cercanía a Dios a lo largo de sus vidas, el sentimiento profundo de su amor, es la característica propia y común de todos los santos.

El autor sagrado define el retrato robot del santo en las bienaventuranzas. Es un texto que aparentemente suena como una contradicción. ¿Cómo se puede ser feliz en la tribulación? ¿Cómo vivir con alegría en medio del sufrimiento? Todas las bienaventuranzas van seguidas de una promesa de vida eterna: ganar el Reino de los Cielos.

El primer bienaventurado es Cristo, el que hace la voluntad del Padre, aunque sabe que esto le acarreará consecuencias: dolor, persecución y muerte. Por tanto, las bienaventuranzas son, en realidad, un retrato del mismo Cristo y un mensaje de aliento a sus seguidores, que un día imitarán sus pasos por fidelidad y amor a Dios.

Los pobres de espíritu

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. La pobreza de espíritu no se refiere a la pobreza sociológica o económica, sino a la actitud ante Dios. Cristo se despoja de todo su rango para abrazar la humanidad. Abraza la cruz, se hunde en la muerte, y luego resucita.

El pobre de espíritu tiene una actitud de apertura, de generosidad; da lo que tiene, todo lo comparte. Este es el pobre teológico y franciscano. Cuando Cristo se encarna, se abandona, confía, abre las puertas de su corazón a Dios. Este es el sentido de la palabra pobre en este contexto. No tiene nada que ver con lecturas sociológicas o marxistas que han querido ver un contenido político en este evangelio. Es el “pobre de Yahveh”, expresión bíblica que designa al hombre que se abandona y confía totalmente en Dios. Este pobre de espíritu vivirá la bella experiencia de la proximidad de Dios ya en su vida terrena. Dios reinará en su existencia, ahí comienza el Reino para él.

Consuelo para los que lloran

Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Cristo llora. Ante la tumba de su amigo Lázaro, a quien amaba, solloza. Dichosos los que lloran con motivos bien fundados. No los que derraman lágrimas de rabia porque no pueden obtener sus deseos, o porque no alcanzan las cosas que quieren. El evangelio nos habla de las lágrimas derramadas por amor, las lágrimas del que llora porque ama. Muchas personas lloran a causa del sufrimiento, el dolor o la injusticia, moral o social. Pero, cuántas lloran porque son fieles a sus convicciones y son, por ello, rechazadas. Cuántas lloran porque no hallan respuesta a su amor. Dios está cerca de esas personas heridas, que lloran a causa de la amistad, la paciencia y la ternura.

Los sufridos heredarán la tierra

Dichosos los que sufren, porque ellos heredarán la tierra. Seguir a Jesús a veces nos comportará sufrimiento e incomprensión. La Iglesia, por amor a Dios, sufre golpes y ataques. Pero quien sigue fiel encontrará un mundo nuevo. Esa tierra nueva, de la que también habla el Apocalipsis, es en realidad el encuentro pleno con Dios, el paraíso.

Hambre de Dios

Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados. Esa hambre, esa sed, son el anhelo de Dios, el deseo de su amor. Cuando uno padece hambre y no puede alimentarse, se debilita. Así también la persona hambrienta de amor desfallece. Mucha gente sufre hambre de Dios, busca y no lo encuentra. La justicia evangélica no es la justicia de las leyes —¡a veces la justicia humana es tan injusta!— sino la justicia de Dios.

La justicia divina es el amor de Dios, que no consiste en juzgar, sino en generosidad absoluta, que va mucho más allá de dar a cada cual lo que le toca. La justicia de Dios es derroche de bondad. Los que persiguen esta justicia son los que tienen hambre de ser mejores, de amar más, de crecer, de compartir su sabiduría, su experiencia. No estamos hablando de derecho sino de la justicia que sale de Dios.

La Iglesia nos ofrece la mejor comida para esta hambre: la eucaristía. El mismo Cristo se nos da como alimento y bebida que nos sana y repara nuestras fuerzas.

Misericordia infinita

Dichosos los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia. La misericordia es otra característica de Jesús, siempre paciente, rebosante de compasión y de comprensión. A nuestro alrededor solemos encontrar justamente lo contrario: la dureza y la crítica son constantes. Juzgamos a los demás sin comprender su situación. Dichosos los que tienen un corazón compasivo, dice Jesús, porque ellos también recibirán la comprensión y la ternura de Dios. La parábola del hijo pródigo es el mejor ejemplo de esta misericordia. El Padre contempla a su hijo perdido con magnanimidad y compasión infinita, es todo amor.

Los limpios de corazón

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. El hombre más limpio de corazón es Jesús, que nace sin mancha. Esta bienaventuranza alude a la limpieza de actitudes morales y éticas. El egoísmo, los recelos, las envidias, empañan nuestro corazón. Cuando depuramos nuestras intenciones y barremos la suciedad del alma, el deseo de vanagloria, el afán de posesión, de dominación sobre los demás, entonces nuestro corazón queda limpio y abierto. Los sacramentos nos lavan, especialmente el de la reconciliación, y nos ayudan a dejar atrás todo aquello que nos impide estar en comunión con Dios.

Los constructores de paz

Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Jesús es el príncipe de la paz. Llega a morir para que otros no mueran por él. Su paz no es una ausencia de conflictos, sino que sale de lo más hondo del corazón humano. Es la paz que brota del interior, cuando uno se sabe profundamente amado por Dios. Esa certeza genera tal sosiego, tanta calma, que nadie la puede arrebatar al que así la siente.

Los que trabajan por la paz no son sólo los pacifistas, o los activistas que se manifiestan, gritando, pidiendo paz. El primer paso para construir la concordia es estar en paz con uno mismo. A partir de ahí, hemos de buscar la paz con el cónyuge, con la familia, con los vecinos, los compañeros de trabajo, la sociedad. La persona pacífica sabe que sólo la fuerza de la paz, de la justicia y del amor puede cambiar el mundo. La paz nace en lo hondo de uno mismo, al igual que la guerra. Cuántas pequeñas guerras estallan a nuestro alrededor y, a veces, las alimentamos. Comienzan con las luchas internas, pasan a las peleas en el ámbito personal, familiar, laboral y social… hasta llegar al internacional. Por eso es tan importante educar, ya a los niños desde pequeños, a buscar la paz interior y en la convivencia. Evitemos esas pequeñas masacres en nuestros ámbitos cotidianos.

El gozo de los perseguidos

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia… Dichosos cuando os insulten, os calumnien y hablen mal de vosotros, por causa de Dios. Llegamos al aspecto martirial de la santidad. Hay opciones en la vida que no son negociables, como el ser cristiano. No renunciar a nuestras creencias nos puede llevar a un rechazo social: lo vemos en los medios de comunicación y en los ambientes políticos. Pero Jesús nos anima: estad alegres y continuad adelante. El no se echó para atrás. No renunció a proclamar su condición de hijo de Dios. Fue juzgado, condenado, torturado e insultado. Finalmente, fue conducido a la muerte en cruz. Cristo es el primer mártir.

La recompensa de los fieles es la proximidad de Dios y gozar de una alegría que no se marchita. No es un alborozo propio de quien consigue lo que quiere y vive libre de preocupaciones, no. Es la alegría de la fe. Nuestra alegría se sustenta en lo que creemos, vivimos y celebramos. Nuestra alegría es el propio Jesús. Nuestra recompensa es el torrente inagotable de su amor.

Algo por lo que vale la pena luchar

Si vale la pena luchar por algo, es por Dios. Vale la pena defender lo que somos y creemos. No con la espada y las armas, por supuesto, pero sí con tenacidad y valor. No hemos de callar. Somos cristianos por un don de Dios, ni siquiera por nuestros méritos. En realidad, ¡somos tan cobardes! Pero estamos llamados a la santidad. Ojalá todos iniciemos este camino y perseveremos en él con valentía.