2014-12-27

La familia, el primer santuario

Hoy celebramos el día de la Sagrada Familia. Yo diría que el gran reto del mundo postmoderno, inmerso en la cultura digital, es este: ¿dónde situamos a la familia? Estamos creciendo exponencialmente en el aspecto tecnológico, pero no solo hemos de crecer hacia fuera, en el sentido intelectual o racional, hemos de crecer también hacia nuestro interior.

La familia, base de la sociedad

Para el cristiano podríamos decir que la familia es el primer santuario. Una pequeña eclesiola, como diría Juan XXIII. Una célula pequeñita de Iglesia en medio de la sociedad, que contiene en sí la potencia inmensa del amor de Dios.

En estos últimos tiempos se le ha dado poca importancia a la familia. Y en ella podríamos decir que nos estamos jugando el futuro de la sociedad. Sin una familia estable, donde realmente se viva ese hogar de cielo, que sea capaz de desafiar los antivalores de las modas, de las ideologías, etc., la sociedad se irá deteriorando, porque en la familia se aguanta todo el futuro de la cultura y de la humanidad.

El ejemplo de Nazaret

La liturgia de hoy nos presenta a la familia de Nazaret: una familia humilde, sencilla, buena, que no hace grande cosas; simplemente vive allí, en su aldea, ocupándose de las tareas domésticas con absoluta normalidad. Sin embargo, hay algo muy potente en ella: ese amor tan grande que sienten José y María hacia el Señor.

El evangelio de hoy tiene enormes consecuencias pastorales, sicológicas y pedagógicas. Fijaos qué hacen María y José con el Niño. Como buenos judíos educados en la ley de Moisés ofrecen al niño al Señor. Evidentemente, ya saben que ese niño es Hijo de Dios y que Dios ya lo ha consagrado como hijo predilecto. Pero hacen el gesto de desprenderse del niño, de presentarlo, de ofrecerlo.

Qué importante es que las parejas ofrezcáis vuestros hijos a Dios y a la Iglesia. El primer signo es el bautismo. No podemos saber qué dirección tomará esta criatura en el futuro. Lo importante es educarla en la libertad para que descubra el amor de Dios y aprenda a ser persona. La familia es la primera escuela de la sociedad. Ahí es donde los niños aprenderán lo que quizás en las universidades, manipuladas ideológicamente, no les van a enseñar.

Los padres cristianos tenéis una gran responsabilidad. Ese hijo será lo que Dios quiera, pero vosotros tenéis que poner los cimientos, las bases necesarias para que llegue a ser buena persona, capaz de comprometerse y sacar lo mejor que tenga para ofrecerlo a la vida y a la sociedad.

Dicen algunos psicólogos y sociólogos que hoy, en el siglo XXI, la familia está en crisis. Habría que ver por qué lo dicen. Se apunta a la diferencia generacional que dificulta la convivencia entre los miembros de la familia. La distancia en el lenguaje, la experiencia, la comprensión de nuestro mundo, crea una grieta. Es una pena, porque una familia fragmentada, agrieta de raíz la sociedad.

¿A quién tenemos que mirar los cristianos? A Jesús, a María y a José. Hemos de mirarnos en el espejo de esta familia de Nazaret. Ellos nos enseñan la capacidad de amor, de sacrificio, de renuncia, de comprensión, de asumir el dolor con un diálogo pacífico, de saber que somos humanos, volubles, y que tenemos que conquistarnos día a día. Sin este esfuerzo cotidiano la pequeña eclesiola que es la familia difícilmente se proyectará y será un signo de evangelización en un mundo decaído y apático.

Los valores en familia

Por tanto, si creemos de verdad en la familia, comencemos haciendo de ella una experiencia que de verdad sea enriquecedora. ¿Cómo? Con algo tan sencillo como dicen los psicólogos: con calidez humana, ternura y comprensión. Hasta los niños pequeños, desde su misma concepción, y mientras son bebés, detectan cuándo los papás se quieren y cuándo no. Es importantísimo que los padres transpiren alegría, amor, cariño, porque lo que motiva la fecundidad es el amor apasionado que se tienen el esposo y la esposa.

No puede ser que un niño se convierta en un problema para la pareja. Si el niño se siente amado y protegido, si su rol dentro de la familia está bien establecido, sacará todo el potencial de bondad que tiene. Los padres os convertís en los primeros educadores de vuestros hijos. En las escuelas y en las universidades les enseñarán las claves de las matemáticas, de la geografía o de la historia; pero enseñar a un niño a ponerse en pie, a descubrir el valor del respeto a la persona, a los ancianos, la importancia del diálogo y la comunicación, todo esto se lo vais a enseñar vosotros. Estos grandes valores se contraponen con la cultura consumista y competitiva que nos lleva a querer tenerlo todo. Esto produce una especie de paranoia y de lucha interna entre lo que quiero ser y lo que soy. Sin embargo, cuántas veces se tiene todo desde fuera y no se posee nada adentro.

Explicar a los niños el sentido de la Navidad

¿Dónde se empiezan a poner los cimientos de la educación? Podemos empezar, estos días, con algo tan básico como hablar a los niños de los regalos de la Navidad. Es importante explicar a los niños el sentido último de esta fiesta: el misterio de la Navidad es un Dios que se hace niño. No reduzcamos estos días a un sinfín de compras y encuentros marcados por el gasto. No convirtamos una fiesta eminentemente religiosa en una fiesta civil, de culto al consumismo. ¡No podemos tolerar que las leyes del mercado nos saquen a Dios de esta manera!

Esto no quiere decir que compartir y el regalar cosas no sea bueno, pero hay que darle un sentido trascendente. Lo más importante de un regalo no es la parte material sino aquello que quiere expresar: amor, agradecimiento, un ofrecerse.

Los teólogos, los que estamos en la brecha del pensamiento cristiano, tenemos que hacer una nueva teología del regalo. Esto empieza en la teología del dar gracias. Reconozcamos que todo lo que tenemos es un don de Dios, regalo de Dios. A los niños tenemos que enseñarles que el sol es maravilloso, que las noches estrelladas son preciosas. ¿Quién nos lo regala? ¿Quién es el Creador de todo? Además, Dios nos ha dado la vida, unos padres, lo que tenemos, poco o mucho. Con esto hemos de conseguir que los niños entiendan el sentido trascendente del regalo y de la gracia.

Ojalá que estos días, hasta Reyes, meditemos. No sigamos tontamente el juego del consumismo. Seamos capaces de tener una personalidad cristiana. Que significará, a veces, ir a contracorriente de los criterios civiles, políticos y comerciales. Si realmente queremos ser cristianos liberados, adultos, no niños manipulados ni sometidos, sino realmente libres, tenemos que ser capaces de romper con estos modelos sociales que están penetrando en nuestra cultura occidental cristiana.


Ojalá que esta fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret nos ayude con humildad, con sencillez, con alegría, con un profundo sentido de trascendencia, a vivir plenamente lo que significa el misterio de la Navidad. Así sea.

2014-12-18

Alégrate, llena de gracia


Cuarto domingo de Adviento

En el sexto mes, Dios envió al ángel Gabriel a Nazaret, ciudad de Galilea, a una virgen desposada con cierto varón de la casa de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. Y, entrando en la casa donde ella estaba, dijo el ángel: Dios te salve, llena de gracia: El Señor es contigo.
Lc 1, 26-38

El sí de María

María, siempre atenta al designio de Dios en su vida, se convierte en la mujer elegida. Con su sí, acepta el cometido salvífico que Dios le propone. Su espléndida generosidad hace de ella un referente claro para el cristiano. No sería posible la encarnación del Hijo de Dios sin la libertad y la disponibilidad de María. Por eso, María es una figura central de nuestra espiritualidad cristiana, junto a su hijo Jesús.

Ante la noticia que le trae el ángel, y pese a sentirse muy pequeña, María se sabe agraciada. Turbada, y a la vez llena de gozo, abre su corazón totalmente. Tímida ante la grandeza de esta elección, pero decidida, se aventura en el camino que Dios le ofrece y abre sus entrañas a su voluntad. En este domingo de adviento, la esperanza tiene un rostro: se llama María. En ella la humanidad recobra su pleno sentido. El sí de María nos abre las puertas del corazón de Cristo y las del cielo.

El sí del cristiano

Hoy, cada cristiano es también receptor de un gran anuncio: la buena noticia de que Dios nos ama. Hay personas que, en nombre de Dios, nos hacen de ángeles mensajeros de su plan para nosotros. Podríamos decir que Dios tiene un proyecto para cada hombre y mujer y, aunque nuestras fuerzas puedan flaquear, él confía total y plenamente en nosotros. Podemos quedar aturdidos ante la grandeza del hecho que Dios tenga un proyecto para nosotros. Dios sólo nos pide un sí. El resto lo pondrá él y, al igual que María, nos asombraremos ante lo que puede hacer en nosotros.

Con nuestro sí, como María, dejaremos que Dios fecunde nuestro estéril corazón y lo convierta en un corazón de carne que dé frutos.

Signos de esperanza en el mundo

Un rayo de luz divina traspasará nuestras entrañas y nos hará portadores de Jesús a nuestro mundo. Así, el cristiano, seguidor de Jesús y unido a María, se convierte también en un signo de esperanza para toda la humanidad.


La Navidad está ya cercana. La esperanza de María poco a poco se convierte en alegría, porque está a punto de llegar aquel que cambiará toda nuestra historia. Una historia que comienza en la profunda meditación sobre el nacimiento en Belén. La gran revolución del Cristianismo empieza en un sencillo establo, con un bebé recién nacido: ésta es su grandeza.

2014-12-12

Yo soy la voz que clama...


3r Domingo de Adviento - B from JoaquinIglesias

He aquí el testimonio de Juan, cuando los judíos le enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para preguntarle: Tú, ¿quién eres? Él confesó y no negó: Yo no soy el Cristo… Yo soy la voz que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor, como lo tiene dicho el profeta Isaías… Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis. Él es el que ha de venir después de mí, y a quien no soy digno de desatar la correa de su sandalia.
Jn 1, 6-8, 19-28.

La liturgia contempla la tercera semana de Adviento como la semana de la alegría, en medio de estas cuatro semanas en las que se hace hincapié en otros temas de carácter moral. San Pablo en su carta nos dice: “Estad contentos en el Señor.” Estas hermosas palabras definen el talante pascual del cristiano.

Juan, puente hacia Cristo


El evangelio de este tercer domingo nos propone de nuevo meditar sobre la figura de San Juan Bautista como el anunciador de la esperanza a su pueblo. Juan insiste en que él sólo es testigo del que tiene que venir. Él nos prepara para el gran acontecimiento de la venida del Señor. Es testimonio de la luz que ilumina el corazón de la humanidad. Es la voz, el eco que, con fuerza, nos exhorta a abrir nuestro corazón para el encuentro con Dios. Él bautiza con agua, para que lavemos nuestra alma y nos preparemos. Pero Jesús, el que viene, bautizará con el fuego del Espíritu Santo, para encendernos en su amor y elevarnos hasta ser hijos de Dios.

La lectura del evangelio nos narra aquella escena en que los fariseos se acercan a Juan el He Bautista y le preguntan: “Tú, ¿qué dices de ti mismo”. Es una pregunta que podemos hacernos hoy: ¿Qué decimos los cristianos de nosotros mismos? Juan reconoce con humildad que no es nadie. No es un profeta, ni el Mesías esperado. Es simplemente “una voz que clama en el desierto, para allanar los caminos del Señor”. Podríamos decir que éste es el talante cristiano. Reconocemos que no somos nada y que todo cuanto tenemos es puro don de Dios. Juan se considera a sí mismo como un puente; el verdadero protagonista de la salvación es Cristo.

Elevar la voz en medio del mundo

Es importante que, de tanto en tanto, los cristianos nos planteemos seriamente qué pensamos de nosotros mismos. Nuestra vida cristiana, ¿es una vida entusiasta? Lo que decimos y hacemos, ¿guarda una coherencia profunda con nuestra existencia cotidiana? ¿Somos gente de esperanza? ¿Creemos lo que decimos? ¿Somos Iglesia militante en medio del mundo, desafiando la apatía? Al menos deberíamos poder decir, como San Juan: somos una voz que clama en el desierto. Una voz recia, tenaz, convencida de aquello que está proclamando.  Elevar la voz implica asumir compromisos de tipo social, político, cultural y moral. Así lo hace la Iglesia cuando se pronuncia acerca de determinados temas que afectan a la sociedad.  Cuando se trata de respetar y defender la dignidad humana y la libertad de la persona no hay que tener miedo a definir nuestra postura cristiana ante el  mundo.

Si los cristianos no estamos encarnados en el mundo de las ciencias, de la cultura, de la política, de la comunicación; si no estamos presentes ahí, la sociedad se irá apagando y los valores cristianos serán desplazados. Por esto es importante hablar con voz firme y sonora, que en algún momento será denuncia profética. A veces hay que decir: no estamos de acuerdo. No somos niños pequeños, somos adultos y tenemos criterio.

Ejerzamos la adultez cristiana. La fe cristiana es lo suficientemente trasformadora como para cuestionar ciertos criterios de la política, la economía, las ciencias, la cultura... Si de verdad creemos en Jesús de Nazaret, esto debe reflejarse en nuestra vida. Entre aquello que creemos y nuestra manera de obrar no puede haber un abismo. Los cristianos hemos de ser las voces de los que no tienen voz, teniendo siempre presente a Jesús como guía y salvador. 

2014-12-08

Inmaculada Concepción de María


María Inmaculada 

Felicidades a todas las que lleváis el hermoso nombre de María.
Ella es modelo de todas, modelo de todo cristiano, modelo para la Iglesia y para toda la humanidad: la persona libre que se abre a Dios.

2014-12-05

Preparad el camino al Señor


2º Domingo Adviento - B from JoaquinIglesias

…Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor, enderezad las sendas. …Estaba Juan en el desierto bautizando y predicando el bautismo de penitencia para la remisión de los pecados, y acudía a él gente de todo el país de Judea y de Jerusalén, confesando sus pecados, y recibían de su mano el bautismo en el río Jordán.
Mc 1, 1-18

Llamada a la conversión

En este segundo domingo de adviento la liturgia resalta las figuras de Isaías y de Juan Bautista. Ante la inmediata llegada del Señor, la voz del profeta resuena con toda su fuerza en boca de San Juan Bautista. Es una voz recia y clara, que traduce la culminación del deseo de Dios: preparemos nuestra vida para el encuentro, de tú a tú, con él.

El acontecimiento de la llegada del Hijo de Dios ha de sacudir nuestro corazón. Es Dios quien tiene la iniciativa, quien da el primer paso para acercarse a la humanidad. Juan Bautista nos urge a cambiar nuestra vida y a convertir nuestros corazones para poder recibirlo. 
La conversión y el perdón nos ayudan a purificarnos por dentro, de manera que el Niño Dios pueda encontrar en nosotros un pesebre cálido para su nacimiento.

Allanar los caminos

Para preparar este encuentro con cada uno de nosotros, Juan Bautista pide que aplanemos el camino, que enderecemos los senderos, que arranquemos todos aquellos obstáculos que impiden el abrazo de Dios con su criatura.

Esto implica cambiar actitudes, percepciones erróneas que podamos tener sobre la realidad y sobre los demás; significa limpiarnos, depurando en nosotros todo aquello que estorba la entrada de Dios. Especialmente, aquellas lacras que nos dificultan vivir plenamente nuestra condición de cristianos. Hemos de arrojar lejos de nuestro corazón las losas más pesadas: el orgullo, la vanidad, la frivolidad, la envidia..., verdaderas rocas que dificultan el paso de Dios por nosotros.

Pero, a veces, nuestras fuerzas no bastan para barrer todos los obstáculos. Es entonces cuando hemos de volver nuestra mirada hacia Dios. Si dejamos que su palabra penetre en nosotros sentiremos su poderosa fuerza. Sólo él puede nivelar nuestra mentalidad, rebajando el orgullo, enderezando lo torcido, puliendo lo escabroso. Dios quiere que convirtamos nuestro corazón en ancha autopista para poder deslizarse con suavidad por nuestras vidas. Pues sólo así, a partir de este encuentro, el hombre encuentra su plenitud humana, que lo llevará a convertirse en otro Cristo, ungido, amado de Dios.