2006-05-28

La ascensión de Jesús y una gran misión

La misión de los apóstoles

En el relato de la Ascensión, escuchamos las últimas palabras de Jesús a los suyos. Jesús trasciende hacia Dios Padre y deja a sus discípulos una misión: ir a proclamar a todo el mundo la buena noticia. El evangelio de Jesús se ha extendido por los cinco continentes, llegando a millones de personas. ¡Cuánta fuerza debía haber en este arranque inicial de los apóstoles, cuando ha llegado hasta dos mil años después! Creían en lo que transmitían. Estaban entusiasmados. La experiencia de Jesús los había marcado profundamente. Tan sólo doce hombres, algunos de ellos analfabetos, muchos de ellos con profundas carencias, fueron capaces de retar las mentes frías de su tiempo. Hoy estamos aquí porque se lanzaron a anunciar su vivencia y su fe. Somos herederos de un enorme esfuerzo derramado en palabras, trabajo, obras de caridad y sacrificios por amor.

Jesús les dice: el que crea, se salvará. Quien cree es aquel que abre su corazón a la novedad de Dios. Su adhesión se concreta en el bautismo. En cambio, quien se resista, dice Jesús, se perderá. Aquí vale la pena hacer un inciso. Dios no quiere que se pierda nadie. Jesús lo dice bien claro: predicad a toda la creación, a toda persona, a todas las gentes. Todo el mundo está llamado a ser salvado, por encima de las culturas y las ideologías. Se pierden aquellos que no abren su corazón, los que desconfían, temen o creen ser engañados. El sol ilumina todo el mundo y luce para todos, aún por encima de las nubes y las borrascas. Traspasa hasta el hielo más frío. El amor de Dios es un amor de fuego, de Espíritu Santo, que enciende los corazones.

Carismas de los apóstoles

Echarán demonios. Esto significa que la fuerza de Dios alejará el maligno, todo aquello que pueda impedir que Dios arraigue.

Hablarán en diferentes lenguas. La lengua es una herramienta, pero no la única. Existe el llamado lenguaje no verbal, expresado en gestos, miradas, actitudes... y aún más allá: existe el lenguaje de la caridad, del amor. Es un lenguaje universal que todos entienden, pues nos hace sintonizar incluso con personas de otras culturas alejadas.

El veneno no les hará daño. Dios nos defenderá ante el mal. Si nos abrimos sinceramente a Dios, él nos protegerá del veneno más sutil: el egoísmo, que paraliza e impide amar.

Curarán enfermedades. Más allá de las dolencias del cuerpo y de la mente, aún hay patologías más profundas que nos deshacen por dentro: la falta de fe y la ausencia de convicciones que orientan y sostienen toda una vida. La salud no consiste en el mero bienestar físico y psicológico, sino en una fortaleza anímica y espiritual. Los cristianos necesitamos estar sanos, equilibrados y maduros. La fuente de nuestra salud es Dios. El alma ansía profundamente a Dios. Necesitamos beber de su presencia y hallar el sentido de nuestra vida. Si no lo encontramos, enfermaremos.

Nuestra misión, hoy

Hace años, el cardenal Ratzinger, hoy Papa, advirtió de la profunda crisis religiosa que se avecinaba y que hoy ya estamos contemplando en nuestra sociedad. Vivimos los inicios de una era glacial espiritual. Sin valores, el discernimiento también se congela y se diluye. No podemos permitir que se hielen en nosotros los deseos de amar y de buscar sentido a la existencia. ¡Que no se nos congele la fe!

Hemos recibido la fe de los apóstoles. La Iglesia celebra hoy el Día Mundial de las Comunicaciones Sociales. Para los cristianos, Jesús es el paradigma de la buena comunicación. Tras muchas empresas de comunicaciones y canales televisivos hay un buen caudal de contravalores. El periodismo debe estar al servicio del bienestar, del amor, de la verdad, de la felicidad. ¡Cuántos medios se convierten en armas ideológicas que atacan la verdad de la Iglesia! Recemos por los profesionales de los medios de comunicación. Que no lleguen a desvirtuar la buena noticia del Dios amor.

2006-05-21

Amar al modo de Dios

El texto de San Juan de este domingo relata otro de los momentos álgidos de la vida de Jesús, antes de su muerte. Son palabras de emoción, de amistad, de dulzura, pero también de exigencias y consignas. Como maestro, es un momento clave para él. Tiene que partir y dejar a sus discípulos un mensaje nuclear que impregnará para siempre su proyección apostólica. Sus palabras salen de lo más hondo de su corazón. Es un legado que marcará una pauta a sus discípulos para que sepan testimoniar la buena nueva de Dios a los hombres.

Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Jesús dice a los suyos que los ha amado con el corazón de Dios. Por tanto, el suyo es un amor sin límites, pleno, auténtico, gozoso, generoso. En definitiva, amor de Espíritu Santo y amor de Padre. Les está diciendo que, como fundadores de la Iglesia, han de amar de esta manera, a modo de Dios.

Pero sólo podemos amar como Dios nos ama si permanecemos en él. Se está refiriendo a la alegoría de la vid y los sarmientos de la semana pasada. Si no vivimos una unidad plena con Dios, difícilmente amaremos como Él nos ama. Pero si estamos unidos a él y permanecemos en él, este amor fluirá solo.

Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Y ya no sois siervos, sino amigos, nos dice Jesús. Este es el mensaje fundamental del Nuevo Testamento: ser amigo de Dios. Dios no quiere sirvientes ni esclavos, quiere amigos capaces de dar la vida por otros. En el corazón de Dios no hay otro deseo que la amistad libre y gozosa con su criatura. Este es el gran salto de la revelación cristiana: Dios quiere entrar en el corazón del hombre.

2006-05-14

Yo soy la vid y vosotros los sarmientos

Lectura de Jn 15, 1-8
V Domingo de Pascua - Ciclo B

"Yo soy la vid y vosotros los sarmientos". "Permaneced en mí, y yo en vosotros". Estas palabras de Jesús son pronunciadas en el llamado discurso del adiós, en la última cena. Son momentos clave, antes de su muerte, en los que Jesús se dirige a sus discípulos con gran hondura y emoción. Son palabras definitivas que nos hablan de la comunión.

Jesús dice de sí mismo que es la verdadera vid. Muchas veces hemos visto campos plantados con viñas en hilera, bien enraizadas, dando sus frutos. La vid necesita de tres elementos para arraigar con fuerza en la tierra. Uno, que esté bien plantada. El segundo paso es cuidar la planta, desde regarla, abonarla, cavarla. Y finalmente, el fruto también dependerá de la providencia del clima. Podríamos decir que en la dinámica de todo cristiano se necesitan estos tres elementos para madurar en su espiritualidad.

El cristiano ha de estar bien enraizado en sus convicciones profundas, como Jesús lo estuvo con Dios. Hemos de arraigarnos en la fuente de nuestra savia, bien firmes en el corazón de Dios. Para que esto se dé y se compacte la relación con Dios, hemos de trabajarla. Es decir, estableciendo una profunda comunión con aquel que nos planta en la existencia.

Además, hemos de estar abiertos a los buenos consejos que nos vienen de afuera. Hablamos de una dirección espiritual, de un acompañamiento en el discernimiento de la propia vocación. Los pastores, sacerdotes o personas que acompañan y guían en el crecimiento espiritual de la persona son los buenos agricultores que cuidan de la viña.

Finalmente, quien nos hace crecer, siempre que haya una apertura sincera de corazón, es el mismo Espíritu Santo enviado por Dios, que se manifiesta en los elementos de su Providencia.

La consecuencia del buen arraigo en Dios son los frutos, que se traducen en un compromiso de servicio y de amor hacia los demás, en un testimonio convincente apoyado no sólo por palabras, sino por nuestras obras.

La unión firme con Dios en el Padre, que es el labrador, en el Hijo, Jesús, y en el Espíritu Santo, que es quien nos defiende y nos cuida, nos hará dar fruto en abundancia.