2024-01-26

Una enseñanza nueva

 4º Domingo Ordinario B

Evangelio: Marcos 1, 21b-28

El evangelio de hoy nos presenta una escena con tres momentos claves: enseñanza de Jesús en la sinagoga, exorcismo y fama que se extiende por la comarca. Y se desarrolla en tres lugares: Cafarnaúm, la sinagoga y toda Galilea.

¿Qué ocurre aquí? Un hombre poseído por un espíritu inmundo comienza a gritar, increpando a Jesús y proclamando su identidad como Hijo de Dios. Es curioso que son los demonios los primeros que reconocen a Jesús como un hombre santo, que actúa por el poder de Dios, quizás porque ven en él la mayor amenaza. Jesús lo hace callar con una orden rotunda: ¡Calla y sal de él! El demonio se va. Jesús, que ya despertaba admiración por su forma de enseñar, ve cómo su fama se extiende por toda la región.

La enseñanza de Jesús, el anuncio del reino, siempre va acompañado de signos y obras que demuestran su autenticidad. Jesús nos trae a Dios, y por eso expulsa las fuerzas del mal que quieren destruir a la persona. El reino de Dios es liberación, salud, alegría; por eso el mal debe ser echado afuera.

La posesión diabólica, además de su sentido literal, puede leerse como un símbolo de todas las esclavitudes humanas. Los poseídos son esclavos, están atados, enfermos, mudos, ciegos o sordos, enajenados, fuera de sí. Jesús viene a liberarnos de todo lo que nos ata y nos devuelve la salud, la identidad, la voz y la cordura.

Jesús, tan humano y comprensivo con las personas, especialmente con los pecadores, no tiene contemplaciones ante el Maligno. No admite réplica: ¡Calla y sal! Con el mal no hay negociación posible. Dialogar es rendirse a su juego. Esta autoridad de Jesús impresiona a las gentes. ¿Por qué la enseñanza de Jesús es nueva? Porque va acompañada de hechos. No es palabrería ni repetición de las escrituras, como solían hacer los escribas y los maestros de la Ley. Jesús actúa con su palabra y habla con sus obras.

Hoy podemos preguntarnos cuántas esclavitudes nos atan, limitan nuestra alma y oscurecen nuestra vida. ¿De qué tenemos que liberarnos? Pidamos ayuda a Jesús. Enfrentémonos a las sombras de nuestra alma y miremos el mal de frente. Sepamos decir con valentía, como Jesús: ¡Calla! ¡Sal fuera! Y pidamos su ayuda para que nos haga libres para seguirlo, libres para ser nosotros mismos, libres para amar.

2024-01-19

Pescadores de hombres


3r Domingo Ordinario B

Lecturas

Jonás 3, 1.5-10; Salmo 24; 1 Corintios 7, 29-31; Marcos 1, 14-20.

Los primeros apóstoles

Jesús comienza su misión, pero comprende algo importante que todo líder o fundador debe tener presente. No puede trabajar solo, y tiene que enseñar a otros para que, el día que falte, continúen su labor. Por eso Jesús llama a un equipo de hombres que le ayuden en su tarea de extender el Reino de Dios. Primero estarán con él, aprendiendo: serán discípulos. Después, los enviará a la misma tarea que él: serán enviados o apóstoles. ¿A qué? La frase con la que Jesús resume la misión es única e impactante, y no deja de ser un poco misteriosa: venid tras de mí y os haré pescadores de hombres.

¿Pescadores de hombres? Aquellos hombres: Simón, Andrés, Santiago y Juan, eran pescadores de peces. Era su medio de vida y para los peces, ser pescado es la perdición: significa ser capturado y comido. Pero para un ser humano, perdido y flotando en las aguas, la cosa cambia. Ser «pescado» es ser rescatado. Y en la antigüedad, en el mundo judío y en el imaginario bíblico, el mar y su oleaje a menudo eran una imagen del mal, del peligro, de la muerte.

De manera que ser pescadores de hombres se convierte en sinónimo de ser rescatadores de vidas.

Toda la escena del evangelio de Marcos es preciosa y está llena de simbolismos. El mar y la playa son el escenario de nuestra vida: allí donde vivimos, nos movemos y trabajamos. Las redes y las barcas son nuestro trabajo, pero también las ataduras que a veces nos imponemos (o dejamos que nos impongan) y nos impiden vivir en plenitud y en libertad. La llamada de Jesús es siempre la misma: ¡Venid tras de mí! Es decir: Seguidme. Quedaos conmigo, convivid conmigo, aprenden a mi lado. Y después… haréis lo mismo que hago yo.

Jesús nos llama. En nuestro ámbito cotidiano, a cada cual en el suyo. Y podemos seguirlo de mil maneras. Cada cual tiene su vocación y sus capacidades. Lo que importa es nuestra respuesta: ¿somos capaces de soltar las redes, las ataduras, las esclavitudes, para ir tras él? ¿Aceptamos convertirnos, como él, en anunciadores de la buena nueva y portadores de vida, de alegría, de paz, en este mundo?

El mensaje de Jesús es muy sencillo, pero inmenso: El reino de Dios está aquí. Dios está aquí, entre vosotros y por vosotros. No sólo existe: os ama, le importáis y quiere vuestro máximo bien. Creedlo y convertíos: ¡cambiad de vida! No viváis como víctimas, como huérfanos, como criaturas perdidas faltas de sentido. Sois amados y llamados a la plenitud. Escuchar la llamada es el primer paso para convertirse. Y convertirse es renacer.

2024-01-12

¿Qué buscáis?


2º Domingo Ordinario B

Lecturas

1 Samuel 3, 3b-19; Salmo 39; 2 Corintios 6, 13-20; Juan 1, 35-42

La primera llamada

Cuando vivimos un encuentro que nos cambia la vida, siempre recordaremos el día y la hora. En nuestra memoria quedarán impresas las imágenes, como una escena imborrable: el lugar, el ambiente, las voces, los gestos…, la mirada de aquella persona que nos impactó y que ha dado un vuelco a nuestra existencia.

Así lo vivieron aquellos primeros llamados. Eran discípulos de Juan Bautista, buscadores del reino de Dios. Cuando este señaló a Jesús, fueron tras él.

Jesús ve que lo siguen y les pregunta: ¿Qué buscáis?

¿Qué buscamos? Esta es la pregunta que todos podríamos hacernos hoy. Parece que vivimos en una era de buscadores… ¿Qué estamos buscando? ¿O a quién?

Tal vez estamos buscando un lugar donde ser nosotros mismos, donde vivir de verdad, donde encontrarnos.

Tal vez ese lugar no es tanto un espacio físico como una presencia, una compañía. Quizás ese lugar sean los otros: aquellas personas con quienes abrir el corazón y compartir un destino.

Jesús conoce la naturaleza humana. Lee el corazón y ve más allá de las apariencias. Percibe la sed y la búsqueda de aquellos discípulos de Juan: Andrés y otro cuyo nombre no se da, pero que sabremos más tarde, por el evangelio, que es aquel «a quien amaba Jesús». Son los dos primeros; los sedientos de sentido, de propósito, de vida plena.

Jesús también conoce nuestra búsqueda, nuestra sed. Y ¿qué hace? Venid y lo veréis, dice a los dos galileos. También a nosotros, hoy, nos dice: Venid y veréis.

No obliga, no fuerza, ni siquiera persuade. Sólo invita. Este es el estilo de Jesús. Ven, mira lo que hay y, si quieres, quédate. Andrés y su compañero fueron, se quedaron y ya no volvieron a separarse de él.

¿Hemos conocido de verdad a Jesús? ¿O tan sólo lo conocemos de oídas, de lecturas, de escuchar homilías y cumplir con el precepto? Quizás conocemos a Jesús por fe, por estudio, por esperanza o por devoción… Pero, ¿nos hemos encontrado con él? ¿Ha cambiado nuestra vida, como cambió la de sus discípulos? ¿Hemos oído su llamada? ¿Nos ha impulsado a salir, como a Andrés, para llamar a otros y decir: ¡Lo hemos encontrado!?

Señor, ¡enciende en nosotros el deseo de conocerte! ¡Despierta en nosotros el anhelo de buscarte! Vamos tan perdidos, buscándonos a nosotros mismos… Encontrarte a ti es encontrarnos.

2024-01-05

Pasar la vida haciendo el bien

El Bautismo de Cristo


Isaías 42, 1-7
Salmo 28
Hechos 10, 34-38
Marcos 1, 7-11

Hoy el evangelio de Marcos nos relata el episodio del bautismo de Cristo, el inicio de su misión, acompañado por la voz potente del Padre y la presencia del Espíritu. La Trinidad al completo se abraza para dar al Hijo la fuerza y el ímpetu que va a necesitar.

La segunda lectura nos sitúa en los inicios del cristianismo, cuando Pedro comienza a hablar de Cristo ante las gentes. Su mensaje es una buena noticia, para todos sin excepción. Aunque Jesús predicó a los israelitas y no se movió de su país, su mensaje es para todo el mundo. Basta que la persona acoja a Dios y practique la justicia, “sea de la nación que sea”.

Pedro, como el resto de los apóstoles, no se inventa un discurso bonito sobre la vida y la eternidad, con el fin de atraer a las multitudes. Pedro habla a partir de su experiencia, de su vivencia personal con Jesús, y de su descubrimiento, tras la resurrección, de que aquel maestro al que había seguido durante años por los caminos de Galilea es realmente Dios. Un Dios cercano, amigo, que ama y que llama a todos los hombres y mujeres a vivir de una forma nueva y plena.

Jesús actuaba “ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo”, dice Pedro, y esto es lo que se expresa en el bautismo. La autoridad de Jesús le viene de Dios Padre, y la autoridad de Pedro y sus compañeros les viene de Jesús. No hablan por sí mismos, sino que transmiten lo que han recibido de Jesús.

“La cosa empezó en Galilea…” Cuántos recuerdos y episodios debían llenar la memoria de Pedro y de los otros apóstoles. Toda persona que ha sido llamada por Dios y ha respondido recuerda muy bien dónde y cuándo empezó todo. Recuerda, como el discípulo Juan, hasta el día y la hora. Esos momentos, como un primer enamoramiento, nunca se olvidan.

¿Qué hizo Jesús? Pedro resume su vida: “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo”. Esta frase es todo un programa de vida para los cristianos. En este año que comienza, ¿nos hemos propuesto pasar por el mundo haciendo el bien? ¿Nos hemos propuesto aliviar, ayudar y consolar a las personas que sufren a causa del mal? Nuestro mundo enfermo de guerras, crisis y malos gobernantes necesita esperanza y manos dispuestas a sostener y a liberar. ¿Convertimos el programa de Jesús en nuestro propio modelo de vida?

La fiesta del bautismo de Cristo es buen momento para revivir el propio bautismo. Los que fuimos bautizados muy pequeños no podemos acordarnos, pero con el sacramento de la confirmación tenemos ocasión de renovar nuestro sí a ser cristianos, no sólo de nombre, sino convencidos, con el deseo de vivir imitando a Cristo. Y cada vez que celebramos esta fiesta podemos renovar nuestro sí a Dios. Él es el primero que, con la gracia del bautismo, nos da su sí, como se lo dio a Jesús: “Tú eres mi hijo amado”.

Todos somos hijos amados de Dios. Pero cuántos vivimos ignorándolo u olvidándolo. Cuántos lo desconocen, o lo niegan. Vivir sintiendo y sabiendo que somos tan inmensamente amados nos puede cambiar la vida. Ser conscientes de que recibimos tanto amor nos puede convertir en personas agradecidas, que siempre saben sacar algo bueno de cualquier circunstancia. Y esto no sólo nos transforma a nosotros, sino que va sembrando semillas de vida a nuestro alrededor.

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