2009-06-27

Niña, levántate

—¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, la cogió de la mano y le dijo:
—Talitha qumi. Niña, levántate.
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar…
Mc 5, 21-43


Una parte importante de la misión de Jesús fue la curación de los enfermos. Muchas personas le seguían, aspirando recuperar la salud perdida, confiando en el poder del Maestro de Nazaret. Jesús, en esta ocasión, se encuentra ante un reto mayor. Una niña está muriendo. Sus padres, angustiados, acuden a él. Y Jesús apela a su fe: “No temas, basta que tengas fe”, le dice al padre.

Al llegar a la casa, la niña ha muerto y todos lloran su pérdida. Jesús, al igual que hiciera en medio de la tempestad, acalla los gritos y pide calma. Solo, con sus discípulos de mayor confianza y los padres de la niña, la toma de la mano, le habla y la resucita.

¡Cuántas lecturas podemos hacer de este episodio!

¡Levántate! Para los cristianos de hoy, estas palabras siguen interpelándonos. Hay enfermedades del cuerpo y también del alma. Vivir adormecidos, vencidos por la rutina y la apatía, es una forma de muerte lenta. Estar cerrados al amor, sordos e indiferentes ante los demás, es otra manera de morir. Y llega un momento en que nuestra alma grita, pidiendo vida. Es entonces, cuando nuestro espíritu languidece, que podemos recurrir a Jesús. Él siempre está atento. Nos escucha y viene a nuestro lado. Jesús sufre con los enfermos, muere con los moribundos… y nos resucita, con él. Su poder radica en el amor. Su palabra, enérgica, nos despierta del letargo en que estamos sumidos.

No desfallezcamos. Jesús siempre está ahí, cercano, en la Iglesia y en la presencia de los seres amados. Nos espera en el sagrario, para alimentarnos con su propio cuerpo, con su vida entera. Si lo queremos y se lo pedimos, Él nos levantará.

Los cristianos estamos llamados a vivir despiertos y alerta. Nuestra misión, como seguidores de Jesús, es acudir a las personas que agonizan a nuestro alrededor, darles una mano e infundirles aliento. Somos transmisores del amor de Dios y tenemos el encargo expreso de Jesús de llevar su luz y su vida a todo el mundo.

2009-06-20

Fe ante la tempestad

Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago:
—¡Silencio, cállate!
El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo:
—¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
Mc 2, 1-12


Esta lectura del evangelio es sobrecogedora y está llena de simbolismo. La fuerza de la naturaleza, desatada en la tempestad, es una imagen de los problemas y las angustias que asaltan el corazón humano. En los momentos de zozobra, vemos a un Jesús que, por un lado, mantiene la calma. Duerme, porque confía. Y, por otro lado, los discípulos escuchan con espanto al Jesús enérgico y contundente que manda al oleaje enmudecer.

La fe en Dios es así. Nos da la paz interior para capear los temporales sin perder la calma, porque sabemos que estamos en buenas manos. Pero, a la vez, nos da la fuerza para saber rechazar el mal, para decir ¡cállate!, y liberarnos de los fantasmas del miedo que nos esclaviza.

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2009-06-13

Corpus Christi

Ciclo B
“Tomad, este es mi cuerpo”
Mc 14, 12-26


En esta festividad del Corpus, una de las más importantes del año litúrgico, celebramos que Dios se nos da, en Jesucristo. La entrega de Jesús por amor supera todos los sacrificios que puedan ofrecerse a Dios. Muchas personas aún viven la espiritualidad del holocausto. Piensan que cuantas más cosas ofrezcan a Dios, cuantos más méritos acumulen, más recibirán de él. La gran noticia para los cristianos es que Jesús ya ofreció el máximo sacrificio por todos: su propia vida. Lo que nos salva ante Dios no son nuestros méritos, sino su amor. Lo que más puede agradarle es que recibamos su regalo, el cuerpo y la sangre de su Hijo, y que sigamos sus pasos con nuestra vida.
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2009-06-05

La Santísima Trinidad

Ciclo B
“Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Tras la recepción del Espíritu Santo, los discípulos de Jesús se convierten en apóstoles. De seguidores, pasan a ser pastores con una misión muy clara: hacer más discípulos en todo el mundo y bautizar a las gentes en el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La Iglesia nace con una vocación misionera, y no se podría entender su existencia sin esta llamada del mismo Jesús.

Cada cristiano, hoy, está llamado también a esta misión. Allá donde estemos, a través de apostolados diversos, inmersos en nuestro mundo, Jesús nos invita a llevar a Dios a todas las personas. No se trata de proselitismo, sino de invitar a todo el mundo a conocer a un Dios que es comunidad, familia, y a participar de su amor.

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