2014-12-27

La familia, el primer santuario

Hoy celebramos el día de la Sagrada Familia. Yo diría que el gran reto del mundo postmoderno, inmerso en la cultura digital, es este: ¿dónde situamos a la familia? Estamos creciendo exponencialmente en el aspecto tecnológico, pero no solo hemos de crecer hacia fuera, en el sentido intelectual o racional, hemos de crecer también hacia nuestro interior.

La familia, base de la sociedad

Para el cristiano podríamos decir que la familia es el primer santuario. Una pequeña eclesiola, como diría Juan XXIII. Una célula pequeñita de Iglesia en medio de la sociedad, que contiene en sí la potencia inmensa del amor de Dios.

En estos últimos tiempos se le ha dado poca importancia a la familia. Y en ella podríamos decir que nos estamos jugando el futuro de la sociedad. Sin una familia estable, donde realmente se viva ese hogar de cielo, que sea capaz de desafiar los antivalores de las modas, de las ideologías, etc., la sociedad se irá deteriorando, porque en la familia se aguanta todo el futuro de la cultura y de la humanidad.

El ejemplo de Nazaret

La liturgia de hoy nos presenta a la familia de Nazaret: una familia humilde, sencilla, buena, que no hace grande cosas; simplemente vive allí, en su aldea, ocupándose de las tareas domésticas con absoluta normalidad. Sin embargo, hay algo muy potente en ella: ese amor tan grande que sienten José y María hacia el Señor.

El evangelio de hoy tiene enormes consecuencias pastorales, sicológicas y pedagógicas. Fijaos qué hacen María y José con el Niño. Como buenos judíos educados en la ley de Moisés ofrecen al niño al Señor. Evidentemente, ya saben que ese niño es Hijo de Dios y que Dios ya lo ha consagrado como hijo predilecto. Pero hacen el gesto de desprenderse del niño, de presentarlo, de ofrecerlo.

Qué importante es que las parejas ofrezcáis vuestros hijos a Dios y a la Iglesia. El primer signo es el bautismo. No podemos saber qué dirección tomará esta criatura en el futuro. Lo importante es educarla en la libertad para que descubra el amor de Dios y aprenda a ser persona. La familia es la primera escuela de la sociedad. Ahí es donde los niños aprenderán lo que quizás en las universidades, manipuladas ideológicamente, no les van a enseñar.

Los padres cristianos tenéis una gran responsabilidad. Ese hijo será lo que Dios quiera, pero vosotros tenéis que poner los cimientos, las bases necesarias para que llegue a ser buena persona, capaz de comprometerse y sacar lo mejor que tenga para ofrecerlo a la vida y a la sociedad.

Dicen algunos psicólogos y sociólogos que hoy, en el siglo XXI, la familia está en crisis. Habría que ver por qué lo dicen. Se apunta a la diferencia generacional que dificulta la convivencia entre los miembros de la familia. La distancia en el lenguaje, la experiencia, la comprensión de nuestro mundo, crea una grieta. Es una pena, porque una familia fragmentada, agrieta de raíz la sociedad.

¿A quién tenemos que mirar los cristianos? A Jesús, a María y a José. Hemos de mirarnos en el espejo de esta familia de Nazaret. Ellos nos enseñan la capacidad de amor, de sacrificio, de renuncia, de comprensión, de asumir el dolor con un diálogo pacífico, de saber que somos humanos, volubles, y que tenemos que conquistarnos día a día. Sin este esfuerzo cotidiano la pequeña eclesiola que es la familia difícilmente se proyectará y será un signo de evangelización en un mundo decaído y apático.

Los valores en familia

Por tanto, si creemos de verdad en la familia, comencemos haciendo de ella una experiencia que de verdad sea enriquecedora. ¿Cómo? Con algo tan sencillo como dicen los psicólogos: con calidez humana, ternura y comprensión. Hasta los niños pequeños, desde su misma concepción, y mientras son bebés, detectan cuándo los papás se quieren y cuándo no. Es importantísimo que los padres transpiren alegría, amor, cariño, porque lo que motiva la fecundidad es el amor apasionado que se tienen el esposo y la esposa.

No puede ser que un niño se convierta en un problema para la pareja. Si el niño se siente amado y protegido, si su rol dentro de la familia está bien establecido, sacará todo el potencial de bondad que tiene. Los padres os convertís en los primeros educadores de vuestros hijos. En las escuelas y en las universidades les enseñarán las claves de las matemáticas, de la geografía o de la historia; pero enseñar a un niño a ponerse en pie, a descubrir el valor del respeto a la persona, a los ancianos, la importancia del diálogo y la comunicación, todo esto se lo vais a enseñar vosotros. Estos grandes valores se contraponen con la cultura consumista y competitiva que nos lleva a querer tenerlo todo. Esto produce una especie de paranoia y de lucha interna entre lo que quiero ser y lo que soy. Sin embargo, cuántas veces se tiene todo desde fuera y no se posee nada adentro.

Explicar a los niños el sentido de la Navidad

¿Dónde se empiezan a poner los cimientos de la educación? Podemos empezar, estos días, con algo tan básico como hablar a los niños de los regalos de la Navidad. Es importante explicar a los niños el sentido último de esta fiesta: el misterio de la Navidad es un Dios que se hace niño. No reduzcamos estos días a un sinfín de compras y encuentros marcados por el gasto. No convirtamos una fiesta eminentemente religiosa en una fiesta civil, de culto al consumismo. ¡No podemos tolerar que las leyes del mercado nos saquen a Dios de esta manera!

Esto no quiere decir que compartir y el regalar cosas no sea bueno, pero hay que darle un sentido trascendente. Lo más importante de un regalo no es la parte material sino aquello que quiere expresar: amor, agradecimiento, un ofrecerse.

Los teólogos, los que estamos en la brecha del pensamiento cristiano, tenemos que hacer una nueva teología del regalo. Esto empieza en la teología del dar gracias. Reconozcamos que todo lo que tenemos es un don de Dios, regalo de Dios. A los niños tenemos que enseñarles que el sol es maravilloso, que las noches estrelladas son preciosas. ¿Quién nos lo regala? ¿Quién es el Creador de todo? Además, Dios nos ha dado la vida, unos padres, lo que tenemos, poco o mucho. Con esto hemos de conseguir que los niños entiendan el sentido trascendente del regalo y de la gracia.

Ojalá que estos días, hasta Reyes, meditemos. No sigamos tontamente el juego del consumismo. Seamos capaces de tener una personalidad cristiana. Que significará, a veces, ir a contracorriente de los criterios civiles, políticos y comerciales. Si realmente queremos ser cristianos liberados, adultos, no niños manipulados ni sometidos, sino realmente libres, tenemos que ser capaces de romper con estos modelos sociales que están penetrando en nuestra cultura occidental cristiana.


Ojalá que esta fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret nos ayude con humildad, con sencillez, con alegría, con un profundo sentido de trascendencia, a vivir plenamente lo que significa el misterio de la Navidad. Así sea.

2014-12-18

Alégrate, llena de gracia


Cuarto domingo de Adviento

En el sexto mes, Dios envió al ángel Gabriel a Nazaret, ciudad de Galilea, a una virgen desposada con cierto varón de la casa de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. Y, entrando en la casa donde ella estaba, dijo el ángel: Dios te salve, llena de gracia: El Señor es contigo.
Lc 1, 26-38

El sí de María

María, siempre atenta al designio de Dios en su vida, se convierte en la mujer elegida. Con su sí, acepta el cometido salvífico que Dios le propone. Su espléndida generosidad hace de ella un referente claro para el cristiano. No sería posible la encarnación del Hijo de Dios sin la libertad y la disponibilidad de María. Por eso, María es una figura central de nuestra espiritualidad cristiana, junto a su hijo Jesús.

Ante la noticia que le trae el ángel, y pese a sentirse muy pequeña, María se sabe agraciada. Turbada, y a la vez llena de gozo, abre su corazón totalmente. Tímida ante la grandeza de esta elección, pero decidida, se aventura en el camino que Dios le ofrece y abre sus entrañas a su voluntad. En este domingo de adviento, la esperanza tiene un rostro: se llama María. En ella la humanidad recobra su pleno sentido. El sí de María nos abre las puertas del corazón de Cristo y las del cielo.

El sí del cristiano

Hoy, cada cristiano es también receptor de un gran anuncio: la buena noticia de que Dios nos ama. Hay personas que, en nombre de Dios, nos hacen de ángeles mensajeros de su plan para nosotros. Podríamos decir que Dios tiene un proyecto para cada hombre y mujer y, aunque nuestras fuerzas puedan flaquear, él confía total y plenamente en nosotros. Podemos quedar aturdidos ante la grandeza del hecho que Dios tenga un proyecto para nosotros. Dios sólo nos pide un sí. El resto lo pondrá él y, al igual que María, nos asombraremos ante lo que puede hacer en nosotros.

Con nuestro sí, como María, dejaremos que Dios fecunde nuestro estéril corazón y lo convierta en un corazón de carne que dé frutos.

Signos de esperanza en el mundo

Un rayo de luz divina traspasará nuestras entrañas y nos hará portadores de Jesús a nuestro mundo. Así, el cristiano, seguidor de Jesús y unido a María, se convierte también en un signo de esperanza para toda la humanidad.


La Navidad está ya cercana. La esperanza de María poco a poco se convierte en alegría, porque está a punto de llegar aquel que cambiará toda nuestra historia. Una historia que comienza en la profunda meditación sobre el nacimiento en Belén. La gran revolución del Cristianismo empieza en un sencillo establo, con un bebé recién nacido: ésta es su grandeza.

2014-12-12

Yo soy la voz que clama...


3r Domingo de Adviento - B from JoaquinIglesias

He aquí el testimonio de Juan, cuando los judíos le enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para preguntarle: Tú, ¿quién eres? Él confesó y no negó: Yo no soy el Cristo… Yo soy la voz que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor, como lo tiene dicho el profeta Isaías… Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis. Él es el que ha de venir después de mí, y a quien no soy digno de desatar la correa de su sandalia.
Jn 1, 6-8, 19-28.

La liturgia contempla la tercera semana de Adviento como la semana de la alegría, en medio de estas cuatro semanas en las que se hace hincapié en otros temas de carácter moral. San Pablo en su carta nos dice: “Estad contentos en el Señor.” Estas hermosas palabras definen el talante pascual del cristiano.

Juan, puente hacia Cristo


El evangelio de este tercer domingo nos propone de nuevo meditar sobre la figura de San Juan Bautista como el anunciador de la esperanza a su pueblo. Juan insiste en que él sólo es testigo del que tiene que venir. Él nos prepara para el gran acontecimiento de la venida del Señor. Es testimonio de la luz que ilumina el corazón de la humanidad. Es la voz, el eco que, con fuerza, nos exhorta a abrir nuestro corazón para el encuentro con Dios. Él bautiza con agua, para que lavemos nuestra alma y nos preparemos. Pero Jesús, el que viene, bautizará con el fuego del Espíritu Santo, para encendernos en su amor y elevarnos hasta ser hijos de Dios.

La lectura del evangelio nos narra aquella escena en que los fariseos se acercan a Juan el He Bautista y le preguntan: “Tú, ¿qué dices de ti mismo”. Es una pregunta que podemos hacernos hoy: ¿Qué decimos los cristianos de nosotros mismos? Juan reconoce con humildad que no es nadie. No es un profeta, ni el Mesías esperado. Es simplemente “una voz que clama en el desierto, para allanar los caminos del Señor”. Podríamos decir que éste es el talante cristiano. Reconocemos que no somos nada y que todo cuanto tenemos es puro don de Dios. Juan se considera a sí mismo como un puente; el verdadero protagonista de la salvación es Cristo.

Elevar la voz en medio del mundo

Es importante que, de tanto en tanto, los cristianos nos planteemos seriamente qué pensamos de nosotros mismos. Nuestra vida cristiana, ¿es una vida entusiasta? Lo que decimos y hacemos, ¿guarda una coherencia profunda con nuestra existencia cotidiana? ¿Somos gente de esperanza? ¿Creemos lo que decimos? ¿Somos Iglesia militante en medio del mundo, desafiando la apatía? Al menos deberíamos poder decir, como San Juan: somos una voz que clama en el desierto. Una voz recia, tenaz, convencida de aquello que está proclamando.  Elevar la voz implica asumir compromisos de tipo social, político, cultural y moral. Así lo hace la Iglesia cuando se pronuncia acerca de determinados temas que afectan a la sociedad.  Cuando se trata de respetar y defender la dignidad humana y la libertad de la persona no hay que tener miedo a definir nuestra postura cristiana ante el  mundo.

Si los cristianos no estamos encarnados en el mundo de las ciencias, de la cultura, de la política, de la comunicación; si no estamos presentes ahí, la sociedad se irá apagando y los valores cristianos serán desplazados. Por esto es importante hablar con voz firme y sonora, que en algún momento será denuncia profética. A veces hay que decir: no estamos de acuerdo. No somos niños pequeños, somos adultos y tenemos criterio.

Ejerzamos la adultez cristiana. La fe cristiana es lo suficientemente trasformadora como para cuestionar ciertos criterios de la política, la economía, las ciencias, la cultura... Si de verdad creemos en Jesús de Nazaret, esto debe reflejarse en nuestra vida. Entre aquello que creemos y nuestra manera de obrar no puede haber un abismo. Los cristianos hemos de ser las voces de los que no tienen voz, teniendo siempre presente a Jesús como guía y salvador. 

2014-12-08

Inmaculada Concepción de María


María Inmaculada 

Felicidades a todas las que lleváis el hermoso nombre de María.
Ella es modelo de todas, modelo de todo cristiano, modelo para la Iglesia y para toda la humanidad: la persona libre que se abre a Dios.

2014-12-05

Preparad el camino al Señor


2º Domingo Adviento - B from JoaquinIglesias

…Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor, enderezad las sendas. …Estaba Juan en el desierto bautizando y predicando el bautismo de penitencia para la remisión de los pecados, y acudía a él gente de todo el país de Judea y de Jerusalén, confesando sus pecados, y recibían de su mano el bautismo en el río Jordán.
Mc 1, 1-18

Llamada a la conversión

En este segundo domingo de adviento la liturgia resalta las figuras de Isaías y de Juan Bautista. Ante la inmediata llegada del Señor, la voz del profeta resuena con toda su fuerza en boca de San Juan Bautista. Es una voz recia y clara, que traduce la culminación del deseo de Dios: preparemos nuestra vida para el encuentro, de tú a tú, con él.

El acontecimiento de la llegada del Hijo de Dios ha de sacudir nuestro corazón. Es Dios quien tiene la iniciativa, quien da el primer paso para acercarse a la humanidad. Juan Bautista nos urge a cambiar nuestra vida y a convertir nuestros corazones para poder recibirlo. 
La conversión y el perdón nos ayudan a purificarnos por dentro, de manera que el Niño Dios pueda encontrar en nosotros un pesebre cálido para su nacimiento.

Allanar los caminos

Para preparar este encuentro con cada uno de nosotros, Juan Bautista pide que aplanemos el camino, que enderecemos los senderos, que arranquemos todos aquellos obstáculos que impiden el abrazo de Dios con su criatura.

Esto implica cambiar actitudes, percepciones erróneas que podamos tener sobre la realidad y sobre los demás; significa limpiarnos, depurando en nosotros todo aquello que estorba la entrada de Dios. Especialmente, aquellas lacras que nos dificultan vivir plenamente nuestra condición de cristianos. Hemos de arrojar lejos de nuestro corazón las losas más pesadas: el orgullo, la vanidad, la frivolidad, la envidia..., verdaderas rocas que dificultan el paso de Dios por nosotros.

Pero, a veces, nuestras fuerzas no bastan para barrer todos los obstáculos. Es entonces cuando hemos de volver nuestra mirada hacia Dios. Si dejamos que su palabra penetre en nosotros sentiremos su poderosa fuerza. Sólo él puede nivelar nuestra mentalidad, rebajando el orgullo, enderezando lo torcido, puliendo lo escabroso. Dios quiere que convirtamos nuestro corazón en ancha autopista para poder deslizarse con suavidad por nuestras vidas. Pues sólo así, a partir de este encuentro, el hombre encuentra su plenitud humana, que lo llevará a convertirse en otro Cristo, ungido, amado de Dios. 

2014-11-27

Velad y orad


1 Domingo Adviento - B from JoaquinIglesias

Primer domingo de Adviento

Estad, pues, alerta, velad y orad, que no sabéis cuándo será el tiempo… Velad porque no sabéis cuándo llegará el dueño de la casa: si a la tarde,  la medianoche o al canto del gallo, al amanecer. No sea que, viniendo de repente, os encuentre dormidos… Velad.
Mc 13, 33-37

Velar es propio de quien ama

Velad, porque no sabéis el día ni la hora en que vendrá el Señor. El evangelio que inaugura el Adviento nos invita a una actitud muy cristiana: velar. Muchos son los textos que nos aconsejan estar siempre alerta: velad, escuchad, estad a punto... Estas palabras pueden atemorizarnos, porque sugieren que Dios se presenta sin aviso, sorprendiéndonos. Pero los cristianos hemos de ir más allá del temor. Velamos porque esperamos al amor de nuestra vida. Estamos atentos porque amamos. Velar es propio de los enamorados, siempre aguardando la llegada del amado.

Dios siempre viene a nosotros. Todo el tiempo es suyo, y cada día se hace el encontradizo con el hombre a través de personas, situaciones, acontecimientos... Las palabras del evangelio, “velad”, nos exhortan a vislumbrar su presencia constante entre nosotros.

La actitud de alerta es propia del cristiano. La imagen del centinela que nunca baja la guardia refleja a la persona que no deja pasar un solo día sin prestar atención, sin estar atenta a los demás, sin ser consciente de que Dios impregna toda su vida. Velemos, porque cada hora es la hora de nuestro Señor.

¿Qué esperamos en Adviento?

Para los cristianos, Jesús es la culminación del Adviento. Podríamos decir que él es nuestra esperanza. Pero los que participamos asiduamente en la eucaristía somos cristianos post-pascuales. ¿Qué significa esto? Significa que ya hemos dejado atrás la etapa de espera. En nuestra etapa de catecumenado alimentábamos la esperanza de encontrarnos con el Jesús histórico, una figura humana muy atractiva que nos llamaba a dar un paso más. Con el bautismo, revivimos su muerte y resurrección y llegamos al Jesús pascual. Y, con la eucaristía, finalmente, permanecemos con Jesús sacramental.

Después de recibir el bautismo, con nuestra participación en la eucaristía, ya estamos instalados en la caridad. Jesús ya habita en nuestro corazón y no vivimos de la esperanza, sino de la experiencia viva del resucitado.


Os invito, en este tiempo de Adviento, a vivir el sentido de la auténtica esperanza cristiana, a comprender lo que significa que Cristo venga. Él ya está con nosotros, pero son muchos los que aún lo esperan. El cristiano que vive  esperanzado y se siente salvado se convierte en bandera de esperanza para aquellos que no la tienen o que no saben esperar el gran encuentro con Cristo en sus vidas.

2014-11-21

Jesucristo, rey del universo


Cristo Rey del universo from JoaquinIglesias

Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.
Mt 25, 31-46

La prueba crucial ante Dios

Con la fiesta de Cristo Rey culminamos el ciclo litúrgico. A lo largo de este tiempo hemos profundizado en el misterio de la salvación hasta la proclamación de Jesucristo como Rey del Universo. Esta fiesta, con sabor escatológico, precede al nuevo año litúrgico y va más allá de las imágenes bucólicas que leemos en el evangelio. Llegará un momento en nuestra vida en que Cristo aparecerá en su gloria, con sus ángeles, y nos dará la última lección a fin que estemos preparados para el encuentro definitivo con él.

Las preguntas que nos hará no serán cuestiones de alta teología ni un examen catequético. Tampoco nos preguntará si hemos ido a misa todos los domingos o si hemos sido generosos con nuestros donativos, si hemos evangelizado lo suficiente o si hemos anunciado sin descanso la buena nueva. Es curioso que en el momento culminante ante el encuentro con Dios, Jesús no contabilizará cuánta gente hemos convertido. No condicionará nuestra entrada en el reino del cielo a la eficacia de nuestro trabajo pastoral, sino que nos situará ante esta realidad: ¿hemos amado lo suficiente?

La fe y el amor son obras

Con esto, Jesús nos está diciendo que la fe y el amor son obras, son acciones, y no palabras bonitas. Jesús no quiere que seamos sólo buenos predicadores, y que digamos aquello que es “políticamente correcto”. Jesús quiere que seamos valientes y capaces de encarnar su amor, especialmente hacia los más desvalidos y olvidados. La condición para entrar en su gloria es encarnar en nuestra vida las obras de misericordia.

Hoy, muchas personas se lamentan del fuerte impacto secularizador de nuestra sociedad, de la pérdida progresiva de la fe y de la falta de compromiso. Yo me preguntaría, más bien, si no nos habremos limitado a predicar, a hacer cosas por cumplir y si no habremos caído lentamente por el tobogán de la rutina. Tal vez también hemos caído en la trampa de racionalizar la teología y hemos querido encajar la revelación en un discurso demasiado intelectual.

Lo esencial y genuino del Cristianismo es el amor, no las palabras. La entrega a los demás no es un discurso bien elaborado. Lo genuino del cristiano es asumir el riesgo, la pasión, la aventura, el coraje, y no la comodidad, la rutina ni el miedo. Lo esencialmente cristiano son la alegría, la generosidad y la confianza, y no la tristeza, el egoísmo y la desconfianza. El miedo nos paraliza y nos convierte en personas estériles. Es propia de Dios la donación sin  mesura, y no la mezquindad.

No seamos miopes ante la realidad

“Benditos de mi Padre”, dice el Señor, “porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; estuve encarcelado y me visitasteis; fui forastero y me acogisteis…” Hoy, la enorme crisis que está flagelando a Estados Unidos y a toda Europa está generando nuevos grupos de pobres que viven junto a nosotros y que a veces carecen de lo más básico para subsistir. ¿Estamos tan ensimismados en nuestros asuntos y en nuestra estrechez de miras que nos hemos convertido en auténticos miopes ante la realidad? El gemido de los pobres clama a Dios. En la parábola del buen samaritano, un sacerdote pasó de largo ante el herido porque, posiblemente, tenía que cumplir con sus obligaciones en el templo. ¿Hacemos lo mismo en nuestras iglesias? Dar calor, acogida, ropa y techo; ofrecer pan, consejo y una sonrisa amable… ¿tanto nos cuesta?

Amar a Dios en los demás, sin mesura

Hoy, desconfiamos del pobre. Es verdad que hay que tener en cuenta algunos criterios a la hora de ayudar, para verificar que esa pobreza es real y la necesidad de la persona acuciante.  Pero no nos excedamos con esos criterios porque en el fondo, ser consecuente con el evangelio es mucho más que prestar una atención profesional y rigurosa. ¿O es que tenemos miedo a descubrir la terrible exigencia evangélica? ¿Tememos descubrir que nos hemos instalado en la apatía y que nuestra forma de esquivar la realidad no es otra que ceñirnos a cumplir lo que toca, sin salir de la línea marcada, hundidos en la rutina, por miedo a la luz reveladora de Cristo, que nos pide darlo todo?


Sólo quien vive y practica las obras de misericordia será bendito de Dios y tendrá abiertas de par en par las puertas del reino. Ojalá Dios reine en el universo de nuestra existencia y sea el verdadero rey de nuestra vida. Y ojalá sepamos ver en cada una de estas personas, solas, olvidadas y que necesitan auxilio, su más vivo retrato. Que en nuestra ayuda y en nuestra atención hacia ellas sepamos servirlas con amor, delicadeza y respeto, como al mismo Cristo. 

2014-11-14

La parábola de los talentos


33 Domingo Ordinario A - fiel en lo poco from JoaquinIglesias

“Como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”.
Mt 25, 14-30

Dios nos da talentos a todos

En la liturgia de este domingo, el evangelio nos propone la parábola de los talentos. El texto nos narra como un señor, antes de viajar, pone en manos de sus empleados la administración de sus bienes para que, a su regreso, pueda percibir los beneficios de su hacienda. A uno le da cinco talentos, a otro dos y al último le da un talento. Sus empleados inmediatamente se ponen a trabajar, pero no todos. Y cada cual obtiene un fruto diferente.

Dios siempre ha creído en su criatura y ha querido contar con todos nosotros para que, junto a él, podamos co-participar de la salvación del mundo. Así, nos ha dado carismas y capacidades para culminar su obra salvadora. A todos nos da fuerza e inteligencia para que pongamos al servicio de su reino nuestra creatividad y saquemos lo mejor de nosotros, multiplicando los bienes espirituales que él nos ha dado.

La confianza hace florecer los talentos

El que tiene su confianza puesta en Dios inmediatamente se pone a trabajar con entusiasmo y obtiene frutos de esos dones. Es hermoso sentir como Dios confía plenamente en nosotros en la administración de sus bienes. Y es grande que cuente con nosotros. Como bien dijo Benedicto XVI en su discurso de investidura, Dios no sólo no nos quita nada, sino que nos lo da todo, y con creces. No hemos de temer nada: Dios nos regala la eternidad. A los que saben producir y multiplicar los talentos recibidos, les dará el cien por el uno. Así es su respuesta, derrochadora e inconmensurable.

La desconfianza esteriliza

Pero la parábola nos cuenta también que el que recibió un talento, por miedo y desconfianza hacia su señor, lo escondió y no lo puso a producir beneficios. El señor se enoja con este siervo y lo llama insensato y holgazán, porque al menos podía haberlo puesto en un banco, donde habría dado sus intereses.

Cuántas veces, por desconfianza, por pereza y porque malpensamos, descuidamos nuestras obligaciones y dejamos de potenciar las capacidades que Dios nos ha dado. Cuántas veces la falsa humildad, el temor y el recelo nos esterilizan hasta hacernos perder todo cuanto teníamos. ¿O es que creemos que Dios es injusto? ¿Creemos que reparte mal sus talentos? ¿Tememos su exigencia, o que nos lo pida todo?

Sólo los que abren su corazón a Dios serán dichosos. Pero los que se cierran, lo pierden todo, incluso lo poco que tenían, y serán infelices. En cambio, el hombre que reconoce a Dios como el centro de su vida recibirá innumerables bienes materiales y espirituales que lo harán plenamente feliz.

La Iglesia, llamada a dar fruto

Todos los cristianos estamos llamados a hacer fructificar como mínimo el talento que Dios nos ha dado a todos: su amor. Este don no le ha sido negado a nadie y lo regala en abundancia, de manera que puede multiplicarse en todos y cada uno de nosotros.

Dios ha concedido a su Iglesia unos dones espirituales para que los potencie. El legado de la caridad es esencial para que nuestra coherencia cristiana crezca. Este es un don muy potente que Dios nos ha dejado para que hagamos expandirse su reino.

Pero, ¡cuántas veces no sólo por pereza o miedo, sino por una falsa prudencia, dejamos de hacer lo que podríamos hacer! Tenemos miedo al riesgo, a equivocarnos, a que la gente nos critique. O simplemente, lo que queremos emprender no es “políticamente correcto”. O, como dice el Papa Benedicto en su encíclica Deus Caritas est, la burocracia y un análisis excesivamente sociológico nos hacen caer en la trampa de convertir la obra social de la Iglesia en meras abstracciones y números. No olvidemos que el servicio de la caridad está por encima de los criterios empresariales, entre ellos, la competitividad, la búsqueda del rendimiento o de la pura eficacia, sin tener en cuenta otros aspectos humanos más difíciles de contabilizar.

La Iglesia no es una empresa, sino una familia. La gran comunidad de Cristo ha de evitar caer en la persecución de simples resultados y estadísticas; ha de ir a la personalización real de la caridad, sabiendo tratar a cada persona como al mismo Cristo. Sólo así podremos hablar de fecundidad evangélica, y no tanto de eficacia institucional.

No cortemos las alas al Espíritu Santo

No tengamos miedo a desarrollar los talentos que Dios nos ha dado. Tampoco estorbemos que los demás potencien sus talentos; no ahoguemos los proyectos que Dios pone en el corazón de las personas y que ni la Iglesia, ni las jerarquías eclesiales ni las instituciones humanas deberían impedir ni abortar. Nadie puede evitar que Dios haga explotar su generosidad y derrame sus talentos sobre quien quiera y como quiera; nadie debería poner frenos al Espíritu Santo, y mucho menos debería erigirse en juez. No podemos ahogar las buenas iniciativas que brotan en los demás.

En muchos casos, queremos poner trabas con argumentos aparentemente realistas, apelando a la sensatez, que en realidad esconden celos, envidias y miedo. Bajo una apariencia de prudencia y bondad pueden ocultarse enormes fantasmas que nos impiden hacer crecer a los demás.

No temamos ser creativos ni caigamos en el minimalismo de la fe raquítica, que se contenta con un puro cumplimiento de preceptos. Ya en el Deuteronomio se nos recuerda que hemos de dar a Dios lo máximo: amarle con toda nuestra mente, con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas, con todo nuestro ser. Es decir, amar a Dios con intensidad, volcando nuestra vida en él. Sólo así, desde esta profunda adhesión, se puede dar fruto en abundancia. 

2014-11-07

La casa de Dios


Dedicacion de la Basílica de Letrán from Joaquin Iglesias

Quitad esto de aquí, no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
…y le preguntaron: ¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús contestó: Destruid este templo y en tres días lo levantaré.
Jn 2, 13-22

Somos templos vivos

Hoy celebramos la dedicación de la basílica de San Juan de Letrán, la catedral de Roma y, podríamos decir, madre de todas las parroquias. La Iglesia de San Juan de Letrán es sede del obispo de Roma. Su terreno fue donado por el emperador Constantino y fue consagrada en el siglo IV por el Papa Silvestre, quien la dedicó inicialmente al Salvador. Más tarde, en el siglo XII, fue dedicada a San Juan Bautista. Residencia de papas y reyes, y sede de diversos concilios, después de siglos de guerras y persecuciones, fue el signo exterior de la victoria de la fe sobre el paganismo.

Esta fiesta nos hace sentirnos Iglesia viva y templo del Espíritu Santo. Para los judíos, el templo, junto con la ley, era un pilar de su religión. Para los cristianos, Jesús se convierte en el templo de Dios. Lo más importante no es el edificio, sino la persona de Jesús. Cristo es el altar viviente. San Pablo lo dirá muy bellamente: cada uno de nosotros es templo de Dios desde el momento de su bautismo. Y todos nosotros somos miembros del cuerpo de Cristo, formamos parte de Dios.
Para los cristianos, Cristo es el verdadero templo. Él nos cura y nos hace santos.

El celo que consume a Jesús

Para san Juan, “subir a Jerusalén” significa el inicio del itinerario hacia la cruz. Jesús es  consciente de que Jerusalén será el punto de partida de una larga agonía. Siente que su pueblo lo rechaza y no acepta la novedad de sus palabras y su mensaje. Podríamos decir que su pasión empieza ya en la infancia, cuando ha de huir a Egipto. Más tarde, ha de sufrir el desprecio, las críticas y los murmullos, las ambigüedades de su propio pueblo. El excesivo legalismo religioso de los judíos se rebela ante la novedad y la frescura de Jesús y lleva a sus dirigentes a condenarlo. Con este telón de fondo podemos entender mejor las palabras y la actitud vigorosa y exigente de Jesús ante los vendedores del templo.

Profundamente unido a su Padre, no entiende cómo un espacio sagrado puede prostituirse de tal manera. Para él, el templo es un lugar de comunicación íntima con el Creador. Por eso defiende el templo como casa de su Padre. El celo ardiente le lleva a consumirse hasta cumplir su voluntad.

Y hoy, ¿qué hacemos con nuestros templos?

El mensaje de Jesús nos alcanza hasta hoy. La casa del Padre no se puede rebajar a un lugar donde se mercantilizan los bienes para obtener beneficios puramente materiales. Dios no quiere que el espacio dedicado a su persona sea un simple mercado.

Sorprende la furia y el enojo de Jesús. En lo más hondo de su ser, está tan unido al Padre que no puede tolerar que su lugar sagrado quede mancillado. “La casa de mi Padre es casa de oración”, afirma. Es el hogar donde nos comunicamos con el Padre, allí donde uno puede abrirse de todo corazón para dejarse llenar por él. Es la esfera íntima donde dejamos que Dios nos acoja en sus brazos y, en esa intimidad, podemos sentirnos hijos suyos.

Tampoco convirtamos nuestro cuerpo y nuestra vida en pasto de mercaderes, ávidos de arrebatarnos lo más precioso que tenemos. Convirtamos nuestro corazón en un espacio de oración.

Luchar por la libertad interior

Jesús se siente hijo del Padre. Por eso lucha con fuerza para tirar abajo los dioses falsos, como el dios dinero. Y lo hace con aparente violencia, que asombra e incluso escandaliza viniendo de él, que es un hombre pacífico. Jesús nos enseña a sacar nuestra energía cuando se trata de defender nuestra relación con Dios. Muchos pueden extrañarse y quedarse pasmados. Se trata de salvar algo íntimo que yace en lo más hondo de nuestra alma.  Me refiero, también, al valor de la vida y a luchar por el derecho y el respeto a nuestra libertad religiosa.  Jesús se muestra rotundo cuando se trata de defender algo tan suyo.

Las ideologías imperantes quieren hacernos callar y reducir nuestras manifestaciones de fe al ámbito privado. Podemos defender nuestra identidad cristiana y ni leyes ni ideas pueden impedirnos que seamos fieles y vivamos según el modelo de hombre nuevo que nos propone Jesús. Aunque por esta lealtad experimentaremos el esfuerzo de una fuerte subida hacia la Jerusalén de nuestra vida. No nos sorprenda. Ser rechazado es entrar en la pasión de Cristo. No olvidemos que en el horizonte cristiano siempre asomará el misterio de la cruz. 

2014-10-30

Los que transitan hacia la luz


Fieles Difuntos - A from JoaquinIglesias

En casa de mi padre hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que a donde estoy yo, estéis también vosotros.

Jn 14, 1-6

El paso intermedio hacia la luz

Celebramos hoy la festividad de los Fieles Difuntos, una fiesta en la que la Iglesia nos invita a rezar por muchos seres queridos que nos han precedido. Tras la muerte, ellos transitan por el camino de la luz, ese trayecto que los conducirá hasta Dios. Esta celebración es la continuidad de la fiesta de Todos los Santos, es decir, todos aquellos que ya están disfrutando del abrazo eterno de Dios Padre y ya han entrado en la intimidad más genuina, que es su mismo corazón. Estos ya están gozando de la poderosísima gloria de Dios.

Nuestros difuntos se hallan en ese paso intermedio, durante el cual poco a poco se van adaptando a la luz potentísima de Dios, que es fuego ardiente de amor. Por eso nuestras oraciones y las eucaristías que ofrezcamos por ellos son necesarias, pues los acompañan en ese proceso y agilizan su paso.

Una respuesta ante la muerte

En esta liturgia, la Iglesia quiere ayudarnos a reflexionar sobre la muerte, una situación vital que a todos, creyentes y no creyentes, nos interpela profundamente.

Delante de la muerte nos sentimos desconcertados e inseguros. Especialmente nos inquieta que un día dejemos de existir. Nos asalta la cuestión más fundamental: el sentido de la existencia humana, y nos preguntamos qué hay detrás de la muerte, de ese fino velo que separa la vida terrena del más allá. Ante este misterio, nos sentimos sobrecogidos e indefensos.

La muerte marca existencialmente a todas las culturas, desde la más remota hasta la nuestra, llena de soberbia y orgullo, cuya petulancia científica cree tener respuestas para todo.

Pero los cristianos encontramos la respuesta en Jesús: en la resurrección del cuerpo y del alma. Para nosotros la muerte es un paso necesario para un encuentro en el más allá, el abrazo de Dios con su criatura. Porque Dios nos ama tanto que nos ha regalado una vida eterna que nos permita disfrutar de su presencia sin fin.

Nos debe preocupar la vida

A los cristianos no debería preocuparnos la muerte, porque ya sabemos el final generoso que nos regala Dios, sino que ha de preocuparnos cómo vivir la vida. Hemos de temer, antes que la muerte, vivir equivocadamente, al margen de los demás; hemos de temer una vida hinchada de soberbia, una vida vacía, sin sentido, apagada y sin amor; una vida llena de enfrentamientos en la convivencia. Hemos de temer lo que nos engaña y nos hace infelices.

Teniendo presente la perspectiva de la eternidad, nuestra vida puede cambiar y ser mucho más serena y fructífera. Tenemos un tiempo en esta tierra para hacer el bien, sin temor y sin vacilación alguna.

La victoria de Cristo sobre la muerte es la gran respuesta a esta cuestión antropológica tan honda: Cristo es nuestra salvación y quiere que todos se salven y tengan vida eterna, como dice san Juan en su evangelio: “He venido para que tengan vida, y vida en abundancia”. Vivir como él lo hizo, “pasar haciendo el bien” y entregando nuestra vida por amor, es el trayecto más seguro para afrontar la muerte con paz.

Dios nos guarda un lugar

El deseo de Jesús es que no seamos cobardes, que tengamos fe en él y en Dios Padre, porque en casa de su Padre hay muchas moradas y él nos hará un lugar. El deseo más genuino de Dios es conservarnos vivos para permanecer con él. Sólo es necesario nuestro sí para el encuentro definitivo, el abrazo con él en la eternidad.

Jesús nos dice que Dios nos tiene un sitio preparado: ya ocupamos un lugar en su corazón. San Pablo nos dirá también que la resurrección del cuerpo glorioso de Cristo también es promesa de la resurrección de nuestro cuerpo mortal. Esta es la gran dicha del cristiano: viviremos para siempre y nos encontraremos con el Padre en el cielo.

2014-10-24

Más allá de la ley


30 domingo ordinario A - el primer mandamiento from JoaquinIglesias

“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y el primero. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas”.
Mt 22, 34-40

Más allá de la ley, el amor

El pueblo judío seguía las enseñanzas de la Torah, que contenía más de seiscientos preceptos religiosos a cumplir. Jesús los resume todos en dos: amar a Dios con todas las fuerzas y al prójimo como a uno mismo.

Ante la pregunta de un maestro de la ley, Jesús contesta yendo más allá del conocimiento de ésta. Jesús responde desde su profunda vivencia de Dios. Así, dice que el mandamiento principal es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser. Es decir, amar a Dios con toda la intensidad y situarlo en el centro de nuestra vida. Esta respuesta refleja la relación íntima de Jesús con su Padre. Él ama a Dios con toda su vida, tanto, que la entrega por amor.

Amar es más que cumplir un precepto o una norma; el amor es la concreción y la plenitud de la ley. Jesús nos alerta a no caer en legalismos religiosos. Nos pide que amemos por encima de todo y nos enseña también a amar a Dios como él lo ama.

Amar al prójimo

Pero no se puede separar amar a Dios y al prójimo. Ambos amores están estrechamente vinculados. San Juan nos dice: “¿Dices que amas a Dios, a quien no ves, y no amas al prójimo, a quien ves?, ¡hipócrita!”

La mejor forma de demostrar el amor a Dios es amar al prójimo. Amar a Dios nos cuesta quizás menos pero amar al prójimo, que no piensa como nosotros, que no es de nuestro grupo, que incluso nos ha hecho daño, es más difícil y supone una mayor exigencia.

Si de verdad amamos a Dios, como consecuencia inevitable amaremos a los demás. Jesús lleva al límite el amor al prójimo, incluso al que no es “amigo”, es decir, hasta el enemigo. Amar al enemigo es la máxima expresión de un amor encarnado y cristiano. Así, Jesús lleva la ley a su plenitud. Ya no nos dirá que amemos al prójimo “como a ti mismo”. En la cena pascual, durante el discurso del adiós, nos dirá: “Amaos unos a otros como yo os he amado”.


En ese “como” está la clave del amor cristiano. Si en el Antiguo Testamento el amor a Dios y al prójimo resumían toda la Ley y los profetas, en el Nuevo Testamento se nos da un único Mandamiento: el amor al estilo de Jesús, “amaos como yo os he amado”. Jesús va mucho más allá de las normas, y su respuesta a la pregunta del fariseo trasciende toda la ley. Los cristianos de hoy hemos de aprender a amar al modo de Jesús y sacar de nosotros todos aquellos aspectos judaizantes que nos impiden amar en libertad, con todo nuestro entusiasmo y entrega. Sólo el amor desde la libertad nos llevará a la plenitud de la vida cristiana.

2014-10-16

Dios y el César


29 domingo ordinario - A 

“Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
Mt 22, 15-21

Una pregunta maliciosa

Los fariseos y los partidarios de Herodes quieren comprometer a Jesús con una pregunta malintencionada. Así, envían a varios a interrogarlo y lo ponen ante una cuestión delicada: ¿Es lícito pagar tributos al César? Previamente, le han dedicado palabras halagadoras: “Sabemos que siempre dices la verdad, que enseñas los caminos de Dios y que no te importa lo que diga la gente”. Pero Jesús capta inmediatamente sus intenciones y responde con inteligencia, sin atacar la relación del pueblo judío con Roma, una relación de dominio y opresión.

Quieren atrapar a Jesús pidiéndole su opinión acerca del poder romano, pero él se desmarca de la polémica y esquiva la trampa.

Ante las preguntas que nacen fruto de la desconfianza, para sonsacarnos y utilizar nuestras opiniones como arma arrojadiza, Jesús nos enseña a actuar de manera lúcida e inteligente. En primer lugar, no se deja embaucar por sus palabras lisonjeras. “Hipócritas”, les dice, “¿por qué me tentáis?”. Luego, les responde con otra pregunta y les obliga a encontrar ellos mismos la respuesta. Pidiéndoles un denario romano, les dice: “¿De quién son esta cara y esta inscripción?”. Ellos responden: “Del César”. Y entonces él pronuncia esta frase rotunda: “Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

¿Qué es del César?

¿Qué es del César y qué es de Dios? Con su respuesta, Jesús marca una clara separación entre el poder divino y el humano, avanzándose en muchos siglos a lo que hoy conocemos como “separación de poderes” o laicidad del estado.

Ser cristianos no nos exime de las obligaciones de cualquier otro ciudadano. Dar al César lo que le corresponde es aportar nuestros impuestos para la construcción de servicios, equipamientos y obras públicas necesarias en nuestros países. Es decir, ser buenos ciudadanos, responsables y solidarios, contribuyendo a la mejora de toda la sociedad.

Pero no podemos dar al César nuestra libertad, nuestros pensamientos, nuestro corazón. Nuestra conciencia y nuestro ser no pertenecen a los poderes humanos sino que son un don de Dios.

¿Qué es de Dios?

A Dios, ¿qué podemos darle? Dios nos lo ha dado todo. Nos ha dado la existencia, la familia, los amigos, nuestra libertad, incluso nuestro patrimonio, poco o mucho. Pero, por encima de todo esto, nos ha dado el don de la fe y el regalo de la promesa de la eternidad. ¿Cómo corresponder a tantos dones? Nunca podremos hacerlo.

Dios no nos pide dinero y nunca nos obligará a dar aquello que no queramos dar, ni nos castigará por ello. Pero aquel que tuvo la iniciativa de hacernos existir y nos ha dado todo cuanto tenemos, ¿no merece que le entreguemos generosamente algo de nosotros?

¡Cuántas veces regateamos ante él, porque olvidamos que nos ha dado la misma vida!

Dar a Dios lo que es de Dios significa trabajar por la paz, construir la fraternidad, cuidar de los más débiles. Son de Dios la comunión y la amistad. Cuando actuamos así, le estamos ofreciendo nuestro pequeño tributo en tiempo, en vida, en esfuerzo y en pasión. Será entonces cuando llevaremos inscrita en nuestro corazón la imagen de un Dios Padre generoso que nos lo ha dado todo.

Libertad interior

Con su respuesta, Jesús pone de manifiesto su auténtica libertad frente a la religiosidad judía y al gobierno opresor de Roma. Por encima de una y otro, Jesús sitúa a Dios.

El cristiano ha de aprender a estar en el mundo que le toca vivir, cumpliendo con sus obligaciones cívicas, pero con la mirada puesta más alto. Hemos de vivir nuestra vida de manera trascendida. Sólo así manifestaremos la verdadera libertad de los seguidores de Jesús y podremos exclamar, con el profeta Isaías (Is 45, 1.4.-6), que Dios es el Señor, y no hay otro; fuera de él, no hay dios.

Esta ha sido la libertad de los santos y de tantas personas que han entregado su vida porque en su corazón han tenido muy claro qué es de Dios.

2014-10-10

Somos invitados a un banquete




“La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis convidadlos a la boda”
Mt 22, 1-14

Una historia de amor al hombre

La relación de Dios con el hombre es una bella historia de amor. Dios no se cansa de ir en nuestra búsqueda para sentarnos a su mesa. Es un Dios enamorado de su criatura. Como bien leemos en la lectura del Antiguo Testamento (Is 25, 6-10), él “preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos…”, “Aniquilará para siempre la muerte”, “enjugará las lágrimas de todos los rostros”. “Aquí está nuestro Dios… Celebremos y gocemos con su salvación. La mano de Dios se posará sobre este monte”.

Las escrituras ya nos revelan ese amor apasionado de Dios por su pueblo escogido, Israel. También arrojan luz sobre cómo es ese reino de los cielos: allí donde reina Dios es una fiesta donde hay abundancia de bienes, donde la tristeza, la muerte y el llanto se alejan. Reinan su amor y su magnificencia. Por eso es comparado con un banquete espléndido.

Es Dios quien nos invita

En el evangelio, Jesús nos explica con parábolas cómo Dios nos invita a su reino. De entrada, la iniciativa parte siempre de Dios: es él quien busca al hombre. Nos busca a nosotros. Pero, como el pueblo de Israel, no escuchamos ni aceptamos la invitación. Los criados son los profetas que salen a los caminos para hablar a las gentes de la misericordia y el don de Dios. El mismo Cristo sale a la calle y nos llama a la conversión.  Quiere sentarnos a su mesa, a su ágape. Pero, ¿qué sucede?

No tenemos tiempo para Dios. Nos convida, incesantemente, pero estamos tan metidos en nuestros asuntos, tan ajetreados, tan ensimismados, que no sólo no oímos, sino que tampoco aceptamos su invitación. Todo son excusas para no acudir a su llamada. Porque una llamada pide dar un sí, pide tiempo, dedicación… ¿Estamos dispuestos a responder? Incluso nos molesta que alguien, en nombre de Dios, nos pueda ayudar a discernir sobre nuestra vida. Como hicieron los convidados con los criados, los despedimos de mala manera y los apartamos.

Cuando rechazamos a Dios, el mundo se hunde

Con estas excusas, no nos extrañe que Dios parezca estar ausente. A menudo nos preguntamos, ¿dónde está Dios? Cuando, en realidad, él viene a nuestro encuentro cada día pero lo rechazamos, incluso insultamos y despreciamos a sus enviados. ¡Qué orgulloso se torna el mundo cuando prescinde de Dios y cree no necesitar de aquel que se lo ha dado todo!

Ese alejamiento de Dios tiene consecuencias devastadoras. La primera es la frialdad que nos hace insensibles al sufrimiento, al dolor. Después vendrán otras, que estamos viendo cada día en nuestro mundo de hoy. El hambre, las guerras y la violencia no son fruto del abandono de Dios, sino consecuencia de nuestro brusco rechazo a él.

Más allá del cumplimiento de la ley

Pero Dios sigue buscándonos. Envía a sus criados, nos abre las puertas de su casa y quiere que su mesa esté llena de invitados. Continúa seduciéndonos, insistiendo, porque nos ama.

En la parábola vemos que, finalmente, logra llenar su sala de comensales. Quienes escucharán a Dios a menudo serán gentes que, a nuestro juicio, quizás sean más despreciables, marginadas o incluso pecadoras. Serán aquellas que, en el fondo, tienen una especial sensibilidad para captar su llamada. Recordemos que esta parábola está dirigida a los judíos que ostentan el poder –“fuisteis llamados pero no vinisteis”. Su excesivo legalismo religioso les cierra el corazón y dejan a un lado la misericordia y la bondad. ¿No creéis que nosotros, los creyentes de nuestro tiempo, reflejamos a veces esa actitud de desprecio ante la invitación? Siempre tenemos cosas más importantes que hacer. Estamos absorbidos por mil asuntos y hemos reducido nuestra fe a una mera práctica ritualista. ¿No habremos caído en el legalismo judío? ¿No hemos superado la Torá? Cristo revoluciona la ley, llevándola hasta las últimas consecuencias, y la supera yendo mucho más allá. No quiere perfectos cumplidores de la ley, sino corazones abiertos llenos de amor y misericordia. Claro que esto es más exigente que cumplir unos preceptos.

Vestirse de fiesta

Los cristianos acudimos cada domingo al ágape del Señor: la eucaristía es su banquete. Pero no creamos que por estar aquí ya tenemos el reino del cielo asegurado. El rey, nos cuenta Jesús, repara en un invitado que no lleva el traje de fiesta. En realidad, es su corazón el que no se ha revestido de fiesta, no está limpio ni convertido. Quizás este comensal no ha venido convencido al banquete. Dios nos quiere libres de toda esclavitud para participar en su fiesta. Y aquí el autor sagrado nos muestra la relación entre el sacramento de la reconciliación y la eucaristía. No podemos vivir la plenitud de la fiesta si antes no hemos perdonado y recibido el perdón. Nuestra liberación y nuestra pureza de corazón son el vestido de fiesta que nos permite sentarnos a la mesa con Cristo.

Muchos son los llamados…

Muchos son los llamados y pocos los escogidos. ¿Realmente los llamados seguimos a Jesús? En la medida que entreguemos nuestra vida a Dios seremos escogidos por él para anunciar su reino. Y esto supondrá ir a contracorriente, sortear dificultades y no temer nada, confiando siempre en Dios.


Los que participamos cada domingo del ágape eucarístico hemos de salir a los cruces de los caminos. Aunque no lo parezca, mucha gente está ansiosa de Dios, de ser escuchada, de recibir su amor. Nos lamentamos porque nuestras iglesias se vacían, pero no damos un paso para anunciar a Dios fuera de sus muros. No vengamos a misa sólo para escuchar su palabra: vivamos de su palabra. Nuestra misión es llamar a otros a vivir la experiencia de la amistad con Dios. Sólo de esta manera llenaremos de comensales nuestras eucaristías.  

2014-10-04

La viña del Señor



“Y cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?”Le contestaron: “Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos”. Y Jesús les dice: “¿No habéis leído nunca en la Escritura: la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular, es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos”
Mt 21, 33-43

Israel, la viña del Señor

En el relato de la primera lectura de Isaías y en el evangelio la viña es imagen del pueblo de Israel. Para expresar el amor de Dios hacia su pueblo, la tradición profética del Antiguo Testamento utiliza la expresión “esposa” al referirse a Israel como amada del Señor: “Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña” (Is 5,1)

Dios quiere un pueblo fecundo que dé frutos jugosos. En la primera lectura se nos cuenta que el señor cava, cultiva y siembra su tierra con buenas cepas. Pero, a la hora de recoger la cosecha, se encuentra con una amarga decepción: la viña ha dado agrazones. Paralelamente, el profeta explica que los hombres de Judá son la viña, el plantel preferido del Señor, pero “esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos”.

Isaías se lamenta porque el pueblo escogido se aparta del camino de Dios y sufre las consecuencias de este alejamiento. Dios ama su jardín y lo entrega a los hombres para que lo cuiden y lo cultiven. Pero la ambición y el afán de poder los apartan del deseo de Dios. Los criados que acuden a recoger los frutos de la vendimia son los profetas que con tenacidad predican la conversión de su pueblo para que abra su corazón a Dios. Pero el pueblo de Israel rechaza a sus profetas.

El dueño de la viña envía a su Hijo

La lectura del Antiguo Testamento finaliza con una amenaza: el señor abandona la viña a su suerte y será devastada por los enemigos. Pero Dios, en realidad, no deja huérfano a su pueblo. Y en este contexto hay que situar la parábola de los viñadores infieles que explica Jesús a los sumos sacerdotes y letrados.

Dios sigue amando a su pueblo a pesar de todo y finalmente envía a su hijo, pensando que a éste lo respetarán. No es así. Los labradores piensan que es el heredero y lo matan para apoderarse de la herencia.

Con esta parábola, Jesús está anticipando su propia muerte. Él es el hijo enviado por el Padre. Los sacerdotes de su pueblo son los labradores que también lo rechazarán y buscarán su muerte. Jesús les advierte: el señor de la viña les arrebatará el campo a los labradores y lo entregará a otros. Y continúa: “la piedra que desecharon los constructores será la piedra angular”. En estas palabras leemos algo más que el castigo del Antiguo Testamento. Contienen una promesa: Dios no abandona su viña. Jesús morirá a manos de su propio pueblo, pero Dios lo resucitará y lo convertirá en piedra angular de un nuevo edificio: la Iglesia. Esta será su nueva viña, el nuevo pueblo de Dios. Y ya no se limitará a Israel, sino que se extenderá por todo el mundo.

La viña del Señor, hoy

Dios nos ofrece un jardín: el mundo. Lo ama y nos lo entrega para que lo cuidemos y lo cultivemos. Ese jardín también es la humanidad.

Hoy vivimos una época de secularización. Muchas personas viven al margen de los caminos de Dios y hay una tendencia a apartarlo de nuestra vida cotidiana.  La viña abandonada cae pasto de las zarzas y la destrucción: esta es una viva imagen de lo que sucede en nuestro mundo cuando la humanidad se aparta de Dios y decide prescindir de él. Cuando el hombre mata a Dios y se adueña del mundo, esa primera euforia, ese endiosamiento, acaba convirtiéndose en sangre y lamentos, como nos recuerda Isaías. La pretendida justicia degenera en guerra y asesinatos. Este es el panorama del mundo que ha querido apartar a Dios.

Por eso, más que nunca, los cristianos tenemos una misión. Hemos de ser labradores del reino de Dios. Hemos de cultivar el campo de la Iglesia, unidos a Cristo, sacando el mejor jugo espiritual de nuestras vidas. Hemos de trabajar para que la semilla de la palabra de Dios dé fruto.

El fruto de la vid

Hoy se nos pide a nosotros que rindamos cuentas a Dios sobre nuestra encomienda de anunciar la buena nueva de su amor. ¿Qué fruto podemos ofrecer?

Cuántas veces percibimos, incluso dentro de la Iglesia, orgullo y autosuficiencia. Nos cuesta escuchar. Cuánta gente, en nombre de Cristo, nos ha hablado, dando testimonio, y hasta convirtiéndose en mártires, derramando su sangre por amor. Y aún y así no nos hemos convertido. Quizás hoy no matamos a los profetas, pero sí nos volvemos intolerantes y criticamos en exceso. Nos molesta que alguien pueda aleccionarnos, o que pueda corregirnos cuando quiere sacar lo mejor de nosotros.

También nos cuesta estar unidos a la comunidad de la Iglesia. Nos gusta ir por libre. Olvidamos que Jesús es la vid y nosotros los sarmientos. Sólo unidos firmemente a él y a los demás podremos dar buen fruto.

Cuidado. ¿Qué hará el dueño de la viña si no somos fecundos? Se la dará a otros.

No temamos, pero tampoco nos aletarguemos. Dios tiene una promesa de salvación y nunca se cansará de esperar y de seguir dándonos oportunidades. Cuando nos abramos a él daremos los frutos tan deseados.

El vino, fruto de la vid, es una alusión a la eucaristía. Así como el agua en el evangelio es símbolo de purificación, el vino es expresión de fiesta, de la magnificencia de Dios hacia su criatura. Cuando ponemos nuestro trabajo en manos de Dios, él transforma nuestros esfuerzos y los convierte en fuente de gozo y vida plena. 

2014-09-27

Os adelantarán en el camino al reino


26 domingo ordinario - A from JoaquinIglesias

“Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y aún después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis”.
Mt 21, 28-32

Un mensaje a los que se amparan en la ley

Jesús se dirige de una manera provocativa a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo. Es decir, hacia los que ostentan el poder religioso y representan la pureza de la fe del pueblo judío. Esgrimiendo la ley como arma de poder, estos grupos exigen a los demás su exacto cumplimiento, mientras que ellos, con su vida, a veces desmienten la doctrina que predican. Es en este contexto que se han de entender las palabras de Jesús.

Como en tantas ocasiones, Jesús recurre a una parábola para transmitir un mensaje que sus oyentes asimilan y pueden comprender perfectamente. El texto nos relata la historia de un padre y dos hijos. Al primero, le pide que vaya a trabajar a su viña. Él le dice que no quiere, pero más tarde va. Al segundo le pide lo mismo, éste responde que sí de inmediato, pero luego no va. Evidentemente, quien cumple la voluntad del padre es el que va a la viña, porque después de su negativa, finalmente recapacita y se pone a trabajar.

Todos somos llamados

Dios nos llama a todos a trabajar en su viña. También hoy nos está llamando a los cristianos a levantarnos y a expandir su reino en medio del mundo. La esencia de nuestra vocación cristiana es decir sí a Dios. Sin dudar, cada día. Significa dejar que Dios entre de lleno en nuestros planes y se convierta en el centro de nuestra existencia. Para los cristianos, decir sí a Dios es decir también sí a Cristo, a la Iglesia, al apostolado, a la misión. Nuestro sí es una forma de estar y ser en la vida.  No es un sí para algo concreto que nos puede pedir puntualmente, es un sí a todas y por todas.

Entendemos que el primer hijo diga que no y luego se arrepienta, porque trabajar por Dios implica un esfuerzo y una profunda conversión, un replantearnos nuestra relación con Dios. ¿Estamos a todas con él? Decirle sí comporta trabajar por un mundo más justo y esforzarnos para que todos conozcan a Dios, nuestra máxima felicidad. El padre valora los hechos del primer hijo. Pero siempre es mejor y más hermoso decir sí y actuar en consecuencia, respondiendo con prontitud, con una actitud alerta, dócil y de escucha permanente.

Cuando esquivamos el sí nos alejamos

En cambio, el segundo hijo, que dice sí con tanta rapidez, falta al compromiso. En él podemos vernos reflejados muchas veces. Cuánta gente dice sí, viene a misa, cumple con los preceptos cristianos… pero no ha dado una respuesta desde el corazón, una respuesta que comprometa su vida y sus acciones. Ese sí diluido, que no se llega a convertir en realidad, es una mentira. Se convierte en un no solapado que nos va alejando de Dios y que aparta de nosotros el cielo. Cuando nos negamos a ir a la viña, estamos dejando de trabajar por la justicia.

La humildad, necesaria para construir el reino

Jesús hace una advertencia a los sacerdotes y a los ancianos: “Los publicanos y las prostitutas os adelantarán en el reino de los cielos”. Los pecadores que caen entienden a Jesús. Comprenden que han de cambiar. Por eso, dice Jesús, escucharon a Juan Bautista y su mensaje de conversión y renovación interior. Ellos están preparados para escuchar a Dios. En cambio, los que se creen dueños de la fe están muy lejos de entender a Jesús y se cierran a su mensaje. ¿Cuántas veces, desde nuestras cátedras, llenos de orgullo, nos sentimos o creemos ser mejores que los demás? Jesús nos dirá, hoy también, que los de adentro, los que venimos a misa, los que formamos parte de una comunidad, no somos necesariamente mejores que los de afuera. Estas palabras nos pueden resultar duras. Pero cuántas dificultades de convivencia se generan en el seno de las comunidades, los movimientos y las parroquias porque algunos se sienten mejores que los demás. Creemos que por el hecho de venir, colaborar y participar estamos exentos de pecado y no necesitamos corrección. Y desatamos tensiones absurdas e inútiles a nuestro alrededor.

Decir sí a Dios implica humildad, servicio y comprensión. “Siervo inútil soy, he hecho lo que debía”. Sólo desde la humildad y la unidad podremos construir un auténtico cielo a nuestro alrededor y nos convertiremos en trabajadores fecundos de la viña del Señor, su Iglesia.

2014-09-18

Dios siempre llama


25 domingo ordinario A - Los de la última hora from JoaquinIglesias


“Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener envidia porque soy bueno?” Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.
Mt 20, 1-16

La lógica divina

La parábola de este evangelio puede parecer de entrada desconcertante. En ella se nos relata cómo el amo de una viña va contratando trabajadores para vendimiar, desde primera hora de la mañana hasta la última. En el momento de pagarles, ordena a su administrador que les dé a todos la misma paga, comenzando por los últimos que se incorporaron a la tarea. Los viñadores que han trabajado desde temprano protestan y reclaman una paga mayor. Pero el señor de la viña replica que les pagará a todos según lo que han acordado, sin hacer distinciones.

Desde una lectura meramente racional podemos pensar que el dueño de la viña es injusto al no valorar las horas de los primeros trabajadores llamados. Pero, más allá de una lección de moral social o de ética laboral, hemos de buscar en este relato una clave teológica.

Los planes de Dios no son nuestros planes, como nos recuerda la primera lectura del profeta Isaías (Is 55, 6-9). Nuestra forma de entender la justicia y el derecho tampoco es igual que la lógica divina. La generosidad de Dios excede nuestros estrechos parámetros economicistas.

Dios llama siempre

Este texto evoca otro pasaje en el que Jesús dice a sus discípulos: “La mies es mucha y los obreros pocos”.  Ahora, más que nunca, se hace necesario trabajar por la paz, por la justicia y por crear esperanza. Estamos en un mundo convulso y vemos a mucha gente caer en el vacío y el desespero. Algo les está faltando.  Jesús nos llama a atender a estas personas y a hacer real y posible su reino en medio del mundo. Para ello, va llamando, como el señor de la viña. Siempre sale en nuestra busca y nunca se cansa. Nos pide que vayamos a trabajar por su causa. Desde el profetismo bíblico hasta el mismo Jesús, y en el testimonio de muchos santos y mártires, vemos cómo en la historia miles de personas han trabajado incesantemente para instaurar el Reino de Dios.

Para él, en la tarea por el Reino tienen tanto valor muchas horas como pocas.  Por tanto, no podemos buscar excusas para decir que no. A cualquier edad, en cualquier momento de nuestra vida, podemos escuchar su llamada. Como cristianos, deberíamos acoger los planes de Dios en nuestra vida y trabajar junto a él.

Evitemos las controversias inútiles

Cuántas veces, en las parroquias, comunidades o movimientos se generan dificultades por no aceptar a los nuevos que llegan, trayendo nueva savia y nuevas ideas. Nos agarramos a la experiencia, al tiempo, para no asumir la frescura que pueden aportar los recién llegados. Hoy vemos que en las parroquias se da un cierto cansancio y rutina a la hora de funcionar. A veces se percibe falta de entusiasmo e ilusión. Nos convertiremos en buenos viñadores cuando sepamos asumir la hermosa frase de san Pablo: “Mi vida es Cristo”. En la medida en que realmente dejemos entrar a Cristo en nuestra vida, Cristo sea nuestra vida y ésta gire en torno a él, nos convertiremos en nuevos evangelizadores.

No podemos perder el tiempo en recelos, comparaciones absurdas o desconfianzas. La paga será la misma, y no será un denario, sino la salvación, la eternidad, el amor de Dios. Si dejamos de perder tiempo en cosas inútiles nuestros sarmientos, bien unidos a la vid que es Cristo darán mucho más fruto.

Los últimos serán primeros

Los últimos serán los primeros. No es éste el primer pasaje evangélico donde leemos palabras así. Dios siempre espera nuestra conversión. Hemos leído en otros textos que el buen pastor va detrás de la oveja perdida; Jesús elogia la fe del centurión, pone de ejemplo al publicano que se humilla y llama como discípulo a un recaudador de impuestos. Antes de exhalar el último suspiro, en la cruz, aún promete el paraíso al buen ladrón que es crucificado junto a él.

Hemos de aprender de esta actitud. No creamos que, por estar años trabajando por él somos más importantes que otros. Para él todos son importantes, desde el primero hasta el último. Vale tanto la conversión de una persona en el lecho de muerte como la del que ha entregado toda su vida por el evangelio. Esto sólo se puede entender desde la lógica de Dios, que supera la razón humana. La justicia de Dios es amor y misericordia sin medida.

2014-09-13

Exaltación de la Santa Cruz


Exaltación de la Santa Cruz from JoaquinIglesias

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenarlo, sino para que el mundo se salve por él. Juan 3, 13-17.

En su encíclica Deus Caritas est, Benedicto XVI nos recuerda que el amor de Dios se despliega en dos vertientes: el ágape y el eros.

El ágape es el amor oblativo y generoso, que busca únicamente el bien del otro. Es un amor de amistad y aprecio profundo y sincero.

El eros es el amor del deseo: anhela poseer lo que le falta y aspira a una unión profunda con el amado. En la Biblia, profetas como Oseas, Isaías o Ezequiel utilizan imágenes audaces y un lenguaje ardiente y apasionado para explicar el amor de Dios hacia su pueblo. Israel es a menudo comparado con una novia o una esposa.

El amor de Dios es sin duda ágape: el hombre tiene necesidad de Dios y es Dios quien desciende para darse. Pero el amor de Dios es también eros. Dios muestra su predilección hacia su pueblo más allá de toda motivación humana. Ambos, eros y ágape, son las dos caras del amor de Dios, que se entrega gratuitamente pero que, al mismo tiempo, desea el amor de su criatura.

La cruz revela el amor de Dios, expresado en infinita misericordia y sacrificio. Para Adán, la muerte era signo de soledad e impotencia. En Cristo, la cruz significa un acto de supremo amor.

Cristo en la cruz expresa el impresionante amor de Dios al hombre. En la cruz se unen y se iluminan mutuamente el amor eros y el amor ágape.

La vertical de la cruz expresa el movimiento ascendente-descendente de Dios: “Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre”. La línea horizontal es símbolo de los brazos de Cristo, abiertos para acoger y salvar a toda la humanidad.