2016-02-26

Dios está empeñado en liberarnos

3r domingo de Cuaresma - C

Éxodo 3, 1-8a. 13-15
Salmo 102
1 Corintios 10, 1-6. 10-12
Lucas 13, 1-9


Las lecturas de este domingo afrontan una realidad dura y difícil de entender. ¿Por qué se da el mal en el mundo? ¿Por qué hay tantas injusticias? ¿Por qué tantos inocentes mueren víctimas de catástrofes naturales o provocadas por el hombre? Hoy el drama de los refugiados, el terrorismo y las migraciones provocadas por el cambio climático nos hacen pensar. ¿Qué han hecho las víctimas para merecer tantos males? ¿Dónde está Dios, en medio de estas desgracias?

Tanto Jesús como Pablo nos avisan. No caigamos en la tentación de juzgar y creer que las víctimas son castigadas porque de algún modo se lo merecían o «se lo buscaban». Si no os convertís, dice Jesús, tampoco vosotros os salvaréis. El que se crea seguro, ¡cuidado!, que no caiga, avisa Pablo. Nadie está libre de peligro, ni siquiera los creyentes. Todos corremos el riesgo de caer en el orgullo que endurece el corazón y esteriliza el alma: el orgullo que nos hace morir en vida porque mata la vida espiritual y el amor.

Pero hay otra tentación, que es la de creer que Dios, o no existe, o es impotente, o es cruel, porque permite que haya tanto dolor y violencia en el mundo. Son muchos quienes piensan que Dios está de brazos cruzados ante el sufrimiento y la injusticia. ¿Es realmente así?

La lectura del Éxodo responde. Yahvé es un Dios cercano a su pueblo: ve su esclavitud, oye su clamor, se compadece y actúa. ¿Cómo? Enviará a su siervo Moisés para que libere al pueblo. El mensaje es claro: Dios está cerca y nos quiere libres. Dios se apiada de nuestras esclavitudes, físicas y morales, y quiere que vivamos en libertad y plenitud. Y actúa a través de sus enviados: profetas, misioneros, sacerdotes, personas solidarias con una vocación que nos ayudan y acompañan.

También el evangelio responde con una parábola de Jesús. El amo de la viña, decepcionado porque la higuera no da frutos, quiere cortarla pero el viñador le suplica que le dé una oportunidad. Él cavará, abonará y la cuidará a ver si el próximo año da buen fruto. También Dios tendría motivos para enfadarse con sus criaturas humanas: les ha dado poder e inteligencia, y se han dedicado a destrozar el mundo y a pelearse entre sí. ¿Quién intercede y le pide un tiempo? El mismo Jesús, que baja a la tierra para cuidar y mimar esta viña herida y poco fértil. La regará con su propia sangre y la abonará con su cuerpo entregado por amor. Todos nosotros somos higueras en la vid… ¿Sabremos dar fruto?

Dios está empeñado en liberarnos. Él es el primero que nos quiere libres, felices, realizados. La conversión, quizás, no es tanto hacer muchas cosas que nos podrían envanecer sino dejarse amar y salvar por él: abrirnos para dejar que su amor nos transforme. 

Aquí puedes descargar el texto en pdf.

2016-02-19

Ciudadanos del cielo

2º Domingo de Cuaresma - C


Génesis 15, 5-12. 17-18
Salmo 26
Filipenses 3, 17 - 4,1
Lucas 9, 28-36


La lectura del Antiguo Testamento nos muestra a Abraham ofreciendo un sacrificio a Dios en lo alto de un monte. Dios acepta su sacrificio, pasando como fuego entre los animales, y le hace una promesa: será padre de un gran pueblo. Abraham cree sin dudar y el autor bíblico añade: «se le contó en su haber». Creer en las promesas divinas nos abre a la maravilla de lo inesperado, que sobrepasa todas nuestras expectativas. Abraham quería tener un hijo… ¡y fue padre de una multitud!  

El evangelio de hoy nos lleva a otro monte, el Tabor, donde Jesús se transfigura ante sus discípulos más amados: Pedro, Santiago y Juan. El monte, lugar de oración, es un lugar de transformación. No es Dios quien cambia cuando rezamos, sino nosotros: somos transformados y vemos las cosas de otra manera. Allí, en el Tabor, los discípulos vieron a Jesús como quien realmente era, en su gloria. Hombre y a la vez Dios. La voz que escuchan no es la de ningún profeta ni su propia imaginación: es el mismo Padre quien los exhorta a escuchar a Jesús. Esto cambiará sus vidas radicalmente.

San Pablo escribe a una comunidad muy querida: la de Filipos. Apenado porque muchos cristianos se dejan llevar por el materialismo del mundo y por seguir la voz de su propio egoísmo y complacencia, exhorta a los filipenses a seguir fieles a Jesucristo y a llevar una vida honesta. Utiliza una expresión hermosa: ¡somos ciudadanos del cielo! Vivimos en este mundo pero ya no pertenecemos a él. Somos de Dios, somos del cielo, y llegará un momento en que, al igual que Cristo, todos nosotros seremos transfigurados y pasaremos a vivir una existencia gloriosa, sin muerte y sin corrupción. Pablo alude a una realidad misteriosa que solo podía conocer por su encuentro con Jesús, al igual que la conocieron Pedro, Santiago y Juan: la certeza de que, más allá de la vida terrenal, nos espera una vida resucitada, gloriosa, eterna y plena, como no llegamos a imaginar. Esta certeza nos da valor, esperanza y alegría para vivir, ya aquí, como si viviéramos en el cielo. No hay lugar para el miedo ni la tristeza. Las lecturas de hoy nos hablan de vivir con gozo y confianza, amando y haciendo el bien. ¡Somos de Dios! Somos ciudadanos de su reino. 

Descarga la reflexión en pdf aquí.

2016-02-12

Tres tentaciones

1r domingo de Cuaresma - C

Deuteronomio, 26, 4-10
Salmo 90
Romanos 10, 8-13
Lucas 4, 1-13


El primer domingo de Cuaresma leemos el evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto. El lugar de oración se convierte en un campo de batalla donde dos fuerzas libran su combate por ganar el alma humana. Tampoco Jesús, como hombre, se libró de esta pugna.

¿Qué significan el pan, el poder sobre todos los reinos del mundo, la protección angélica ante un acto temerario? Jesús, podía caer en estas tres tentaciones que nos acechan a todos los cristianos y a toda persona llamada a una misión de servicio. 

¿Reducimos todo a la economía y al sustento? ¿Nos basta con procurar el bienestar material? 

¿Creemos que el poder es necesario? ¿Se puede conseguir un fin bueno con cualquier medio? 

¿Cultivamos una fe milagrera, que necesita prodigios y signos para creer en Dios? 

Jesús responde con firmeza. No solo de pan vive el hombre. ¡No podemos endiosar la economía ni el dinero! Tampoco podemos adorar más que a Dios. Adorarnos a nosotros mismos, a nuestra obra, nuestro esfuerzo y logros, nos convierte en tiranos o en esclavos, por mucho que queramos hacer el bien. Y finalmente, como diría San Juan de la Cruz, lo más importante para crecer espiritualmente no son los milagros ni las experiencias sobrenaturales, sino la fe pura, desnuda, que se entrega sin condiciones aún sin tener pruebas de nada: esto es amor.

En el fondo de las tentaciones hay una base común: la adoración de uno mismo, inducida por el diablo que nos quiere alejar de Dios y romper nuestra relación con él. Creernos dioses, en realidad, nos destruye. La primera lectura del Éxodo recuerda la historia de Israel y su deber de gratitud hacia Dios, que le ha dado la tierra prometida. Quien se cree autosuficiente, ¿a quién tiene que agradecer nada? San Pablo en la segunda lectura nos habla de la palabra que salva: la que se aloja en el corazón y aflora en los labios. La fe del corazón nos redime: es allí, donde se alberga el amor, donde nacen la confianza y la gratitud que nos hacen adorar a Dios y verlo como el que es. Cuando reconocemos a Dios como fuente de nuestro ser y nuestra vida, podemos experimentar su ternura y sentirnos profundamente agradecidos. La gratitud nos hace humildes y adoradores. Nos hace conocernos a nosotros mismos. Y nos salva.   

Descarga la homilía en pdf aquí.

2016-02-06

Pescadores de hombres

5º domingo ordinario - C

Isaías 6, 1-2a. 3-8
Salmo 137
1 Corintios 15, 1-11
Lucas 5, 1-11


Las tres lecturas de hoy relatan tres escenas que impresionan. Son tres experiencias profundas de Dios, que van acompañadas de un giro radical en la vida de tres personas y que tienen una consecuencia: después de esa vivencia, viene una llamada, una vocación a proclamar lo que se ha vivido.

Isaías tiene una visión de Dios en el templo, que lo llena de temor y lo sacude por dentro. No sólo ve la grandeza de Dios, sino su pequeñez y su condición de pecador. Pero Dios no va a destruirlo: el ascua ardiente que el serafín pone en su boca es fuego que alumbra y quema, pero no aniquila. Es fuego purificador: desde ese momento Isaías quedará libre de culpa, de miedos y ataduras, libre de pecados. Su palabra será fuego. Y responderá de inmediato a la llamada del Señor: ¿A quién enviaré? ¡Aquí estoy, mándame!

Pablo explica su misión: proclamar la buena noticia de Jesús, muerto y resucitado, que nos abre las puertas a una vida eterna. El origen de su vocación no es fruto de un plan, ni de una filosofía o un pensamiento elaborado, sino de un encuentro que ha dado un vuelco a su vida. Cuando Jesús se aparece a los suyos, nadie queda igual. Tampoco Pablo: encontrarse con Jesús le ha encendido adentro una llama que jamás se extinguirá. Su pasión evangelizadora no se detendrá ante peligros, amenazas ni ante la misma muerte. Jesús le da fuerza, coraje y libertad para no temer nada.

En el evangelio nos encontramos con Pedro, el pescador curtido y cansado de bregar sin obtener buena pesca. Cuando Jesús le pide remar mar adentro y echar las redes a otro lado, le está diciendo algo más que volver a la faena. Le está pidiendo que no tema, que se abra a nuevos horizonte, a nuevas formas de hacer; que se fíe de él, que se fíe de Dios. Ante la pesca copiosa, Pedro experimenta un golpe de gracia. Como Isaías, se reconoce ínfimo y pecador y ve con lucidez quién es Jesús. ¡Apártate de mí, Señor…! Pero Jesús tampoco quiere que se quede en el asombro y el miedo. «No temas, desde ahora serás pescador de hombres.» La experiencia de encuentro con Dios nos transforma radicalmente. Puede asustarnos, pero después nos fortalece y nos libera de todos nuestros lazos, mentales, culturales, psicológicos… Nos prepara para decir sí a una bella misión: anunciar su amor a todo el mundo. 

Descarga el texto en pdf aquí.