A lo largo de la historia, el movimiento obrero ha logrado mejoras muy substanciales en la calidad de vida de los trabajadores. Aún hoy se sigue luchando por mejorar estas condiciones y queda camino por recorrer para que en muchas partes del mundo todas las personas puedan trabajar con dignidad y un salario adecuado.
Además de alentar esta lucha por un trabajo en condiciones dignas, la fiesta de San José Obrero nos ofrece la ocasión de reflexionar sobre otro tema del que se habla mucho menos: la ética del trabajo.
Tradicionalmente, trabajo y subsistencia han ido unidos. Pero hay que ir más allá de esta simple concepción del trabajo por mera necesidad. Quedarnos en el aspecto puramente comercial del trabajo –a cambio de una remuneración- resulta una visión muy pobre. El trabajo también ha de ser entendido como una realización personal, un estímulo para el crecimiento y una proyección de la persona en su contribución a mejorar la economía y el bien común.
El obrero, protagonista de su trabajo
Hoy se habla poco del trabajo bien hecho, del trabajo hecho con amor. Se tiende más a satanizar al empresario, como fruto de una lectura marxista del mundo laboral y del capital y, en cambio, se habla poco de la calidad del trabajo realizado. El desempleo es una lacra social, ciertamente. Pero en nuestro país, actualmente, la gran amenaza para el estado del bienestar, como señalan con preocupación los economistas y expertos, no es el desempleo, sino la baja productividad laboral. Es decir, quizás se trabaja durante muchas horas, pero ese trabajo es de muy baja calidad y el rendimiento en ocasiones es mínimo. La responsabilidad de este hecho no se puede achacar exclusivamente al gobierno y a los empresarios.
Es importante que el trabajo sea libre, en buenas condiciones, con salarios dignos, pero también es importante que sea realizado con amor. Está en manos del empleado dignificar su trabajo y evitar reducir su papel al de un robot; el obrero tiene la posibilidad de convertirse en protagonista de su trabajo, en artífice de una obra realizada con calidad, con esmero, con pasión. El trabajo así emprendido humaniza y llena.
Hacia una visión más generosa del trabajo
Se resaltan mucho las obligaciones del empresario, y muy poco las responsabilidades del trabajador, y de ese mínimo exigible para que la producción sea de calidad.
La economía crecerá y conservaremos la sociedad del bienestar en la medida en que cada cual se sienta protagonista de su trabajo y vuelque en él sus mejores capacidades. El empresario pone sus recursos, su sacrificio y su generosidad. El trabajador pone sus manos, su creatividad, su tiempo.
Desde una perspectiva cristiana, cabe preguntarse cómo debió trabajar san José, y cómo debió trabajar Jesús a su lado. ¿Dónde está la excelencia de san José? Sin duda, en su vocación por un trabajo encaminado a mejorar la vida de los demás. Trabajar en algo que contribuya al bienestar y a la felicidad de las personas es gratificante y llena de sentido una vida. Como señalan algunos santos, en el trabajo está la santificación de la persona.
Perspectiva teológica del trabajo
Trabajar es acariciar la Creación. Estamos construyendo algo nuevo. Cuando ponemos amor, dulzura y creatividad a nuestras tareas estamos culminando la Creación. Como dicen algunos teólogos, estamos ajardinando el mundo.
Llegará un momento en que, superada la ideologización del trabajo, podremos hablar de madurez laboral. En ese momento el trabajo dejará de ser una actividad de subsistencia para convertirse en co-creación al lado de Cristo. Y es entonces cuando el trabajo, hecho con amor, culminará todas nuestras expectativas y metas. Todo cuanto se hace con amor es hermoso y da su fruto.
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