2007-06-18

A quien mucho ama, mucho se le perdona

Más allá del cumplimiento de la ley

En el evangelio de este domingo vemos los hermosos gestos de una mujer ante Jesús. Son gestos de arrepentimiento, pues llora, y también de ternura: le lava los pies, los besa, los perfuma. El autor nos dice que era una pecadora, tal vez se trataba de una mujer de la vida, una prostituta. Y Simón, el fariseo que ha invitado a Jesús, inmediatamente hace un juicio ético sobre ella. Entonces Jesús le explica la parábola del prestamista y los dos deudores y le hace una pregunta. Simón responde con certeza: a quien más le perdonó, más amará a su acreedor.

Los fariseos creían que cumpliendo estrictamente la ley ya podían considerar que todo lo hacían bien. Pero Jesús era un hombre libre, sin prejuicios, más allá de las convenciones sociales y religiosas. Al ver llorar a la mujer arrepentida, debió conmoverse hondamente. Y, ante el fariseo, le hace una relación de sus actitudes ante él. No le ha ofrecido agua; ella le ha lavado los pies con sus lágrimas; no le ha besado, ella no ha dejado de besarle los pies; no le ha ungido, y ella le ha perfumado los pies con aromas. En contraste con Simón, la mujer se vuelca ante la persona de Jesús.

El gesto de Jesús pasa por encima de la ley judía. Se deja tocar, besar, ungir por la mujer. Es una actitud revolucionaria respecto al amor y la libertad. Recordemos que fue la ley quien mató a Jesús. Él nos enseña que, por encima del cumplimiento de la ley, está la caridad y la ayuda a los demás. Lo más importante es el amor, la misericordia, la ternura, la delicadeza.

Tocar la pureza de Dios

Aquella mujer necesitaba sentir que Dios la amaba para poder convertirse. ¡Qué mejor manera de mostrarle este amor que dejarle tocar el corazón de Dios! Dejándola lavar sus pies, Jesús la acoge y le muestra que Dios no la rechaza. Y ella cree en este amor. Por eso Jesús le dice: “Tu fe te ha salvado”.

La mujer pecadora, ungiendo los pies de Jesús, toca la pureza y la hermosura de Dios. Jesús no queda manchado, al contrario: es ella quien queda purificada por la experiencia sublime del amor.

El amor limpia y sana. Cada vez que recibimos a Cristo en la eucaristía nos alimentamos de su amor y quedamos puros.

El corazón arrepentido, la mejor ofrenda

San Pablo lo recuerda en sus cartas: no serán los méritos lo que nos salve, sino la gracia de Dios. Tampoco será el cumplimiento del precepto lo que nos salve a los cristianos. Lo que Dios desea es un corazón convertido, que lo anhele, que lo busque, que lo acaricie.
El fariseo era un perfecto cumplidor de la ley. En cambio, la mujer seguramente vivía con sentimientos de culpa y de pecado. Llora, arrepentida. Por eso Jesús la deja acercarse. El salmo 50 canta: “un corazón quebrantado tú no lo rechazas, Señor”. Dios quiere un arrepentimiento sincero. Él recoge nuestras lágrimas y nuestra ternura. El gesto de aquella mujer demostró a Jesús que necesitaba cambiar su vida. ¿Cómo no iba a acoger a los pecadores, para liberarlos del peso de su pecado y bañarlos con su luz salvadora?

Necesitamos el perdón

Los cristianos necesitamos la dulzura, el perdón, la misericordia de Dios. Si creemos no necesitarla, ¡qué lejos estamos de su amor!

Jesús acoge a todos los pecadores. “Porque has creído, porque te has arrepentido, porque me has amado mucho, tu fe te ha salvado”. Lo que nos salva es la fe, la caridad, el amor, dejarse tocar por Dios. Como la mujer del evangelio, necesitamos abrir nuestro corazón. Dios nos sigue para salvarnos; dejemos que nos revele su amor a través de mil gestos cotidianos, dejémonos acariciar por Él.

Entre el cumplidor y la pecadora que sufre, de rodillas, Jesús opta por ella. No nos creamos mejores que nadie porque cumplimos nuestros preceptos. Jesús muestra una clara preferencia por los que viven en el arcén, los marginados, los mal considerados, los que andan errados, necesitados de ser acogidos.

“Porque has amado mucho, mucho se te perdonará”. Esta es la lógica del amor de Dios. Jesús quiere rescatar a esta oveja perdida. La hace sentirse restaurada, redimida, elevada a la categoría de hija de Dios. Nos quiere viva imagen suya, capaces de transformar el corazón de la gente. Ser cristiano es tener la osadía, por amor a Dios, de ir a contracorriente de los criterios del mundo.

Estar a los pies de Jesús y pedir que nos limpie es una genuina actitud cristiana. Acercarnos a él, dejarnos tocar por él, comerle, vivirle, es participar de la divinidad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

muy bna eta reflexion♥♥♥

Anónimo dijo...

ulli.io-oiuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuenhjrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrdfn mmmmmmmmmmmmm