2008-09-14

Exaltación de la santa Cruz

24º Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo A
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.
Jn 3, 13-17


Hoy, la liturgia de esta fiesta nos propone reflexionar sobre el misterio de la cruz de Cristo. El Cristianismo no se entiende sin la cruz en el horizonte. Esta celebración quiere expresar el valor de la entrega de Jesús y su obediencia sin límites al Padre. Veamos qué consecuencias prácticas tiene esta fiesta.

Dios no exalta el dolor, sino la entrega

Con la exaltación de la Cruz, Dios no está enalteciendo el dolor en sí mismo, sino que quiere subrayar el valor de la generosidad y la entrega. Dios no quiere que sus criaturas sufran, sino que el hombre aprenda a amar. Este mismo amor, a veces, llevará inevitablemente al dolor. Para Cristo, la consecuencia de su amor sin límites al Padre conllevó padecer y morir en cruz.

Ha habido corrientes espirituales que han querido exagerar o sobrevalorar el sufrimiento como forma de llegar a Dios. Se ha forjado toda una pedagogía que ha insistido mucho en el esfuerzo, en ganar méritos y en el sufrimiento para alcanzar la vida eterna. Esto es un error teológico, ya que niega la iniciativa de Dios. Si nos salva nuestra propia voluntad y nuestro trabajo, ¿dónde está el valor de la entrega de Cristo?

Por mucho que podamos hacer, aún siendo necesario, nuestro empeño no nos garantizará el Cielo. En esta visión se corre el riesgo de mercantilizar nuestra relación con Dios: tanto te doy, tanto me das; yo me sacrifico, tú me abres las puertas del Reino. Rebajamos nuestro trato con Dios a un regateo.

Con esto no quiero decir que la piedad, las oraciones y la devoción no sean importantes. Pero más importante que cumplir los preceptos es el amor.

Un sufrimiento redentor

Profundizar en el misterio de la Cruz nos lleva a reflexionar sobre el valor del sufrimiento. En el texto que hemos leído, Jesús dice que “Dios amó tanto al mundo que entregó a su propio Hijo”. Dios está dispuesto a sufrir por su Hijo, para que los demás tengan vida eterna.

Cuántos sufrimientos absurdos, frívolos e innecesarios se dan en la vida. El sufrimiento generado por la envidia, el egoísmo, una sensiblería excesiva, no nos ayuda a crecer ni a madurar como personas. Al contrario, este sufrimiento nos aleja de los demás y nos endurece.

En cambio, cuando padecemos por los demás, porque amamos de verdad, por generosidad, este sufrimiento es redentor y no nos destruye. Nuestro sufrimiento unido al de Cristo nos hace crecer. El dolor como consecuencia del amor auténtico es el único que nos puede redimir.

Dios no juzga, salva

A veces generamos sufrimiento cuando señalamos y condenamos injustamente. Dios renuncia a condenar y a juzgar. Los cristianos no podemos quedarnos en una visión catastrofista de la humanidad, no podemos condenar al mundo, ¡Dios no lo hace! Él envía a su Hijo para que salve al mundo. Así, los cristianos aprendemos que con juicios y condenas nada se salva. Sólo con amor, comprensión y misericordia podremos ayudar a que nuestro mundo sea un poco mejor. Caer en la crítica despiadada no contribuirá a mejorar nuestro entorno.

La Iglesia se convierte en co-salvadora de los demás en la medida en que estamos unidos al misterio de la Cruz de Cristo. Si no es así, nada podremos hacer.

El Cristianismo es la religión del amor. La Cruz simboliza este amor llevado a su extremo: la donación de la vida. Por eso es una fe salvadora que aporta vida y renovación a la humanidad. Como dice el documento Dominus Iesu, fuera de la fe cristiana sólo habrá vías de salvación siempre y cuando en ellas esté presente el amor encarnado. Ninguna filosofía, religión ni pensamiento alguno nos salvará si dentro no hay amor.

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