Ciclo A
Mt 18, 16-20
“Id y haced discípulos míos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Jesús encomienda una misión a los suyos
Con la ascensión a los cielos se culmina la misión terrenal de Jesús. Hoy celebramos que Jesús trasciende de la temporalidad para albergarse, por siempre, en nuestro corazón.
La ascensión de Jesús ante sus discípulos ocurre en Galilea, su lugar ordinario de trabajo y de predicación. Será un momento clave que dará comienzo a la misión de la Iglesia , que eclosionará más tarde, en Pentecostés.
Jesús los reúne a todos como en la cena pascual para volver a darles una consigna: Id y haced discípulos míos a todas las gentes, por todo el mundo, en el nombre de la Trinidad. Después de las experiencias de encuentro con el resucitado, los discípulos ya están preparados. Han alcanzado la madurez para convertirse en auténticos transmisores de la buena noticia. Han dejado de ser hombres y mujeres inseguros y temerosos para pasar a ser audaces predicadores.
Jesús los envía a anunciar su mensaje, a bautizar y a guardar sus mandatos, pero no sin antes enviarles el Espíritu Santo, la fuerza de Dios. Sólo la recepción del Espíritu permite entender la enorme repercusión de su mensaje, que ha llegado hasta nuestros días. Aquellos hombres vacilantes, aventados por el Espíritu, se convierten en llamas vivas.
Los cristianos, misioneros
Hoy, la Iglesia también nos envía a ser transmisores del Reino de Dios. El cristianismo no se culminaría sin esta dimensión misionera. Muchos cristianos participamos de la liturgia, incluso tenemos buena formación doctrinal y moral, pero nos falta la dimensión apostólica. No somos del todo Iglesia hasta que no nos abrimos de verdad y de todo corazón al soplo del Espíritu. Él es quien nos empuja a la misión y quien nos mantiene unidos, conscientes de ser comunidad, Iglesia. Sin esta vocación evangelizadora difícilmente podremos llevar a cabo el cometido al que todos estamos llamados: comunicar la buena nueva de Cristo a todos los hombres de nuestro tiempo.
Nos lamentamos de que las parroquias se vacían, y los que vienen son personas mayores. Sin la fuerza del compromiso y sin una apertura real al Espíritu Santo será muy difícil que la Iglesia avance. Más que nunca, ahora nos falta tenacidad. En una sociedad a menudo contraria a las ideas evangélicas, hemos de ser consecuentes con nuestro compromiso de fe ante el mundo. La Iglesia estará siempre viva en la medida en que cada uno de nosotros se sienta vivo dentro de la Iglesia. Ha llegado la hora de despertar.
Formamos parte de la empresa de Dios
Cuántos recursos publicitarios invierten las empresas por colocar un producto en el mercado. Cuántas sumas se emplean por hacerlo llegar a todo el mundo, incluso hay una ciencia para ello. Si para vender cualquier objeto se hacen enormes esfuerzos, ¿cómo no vamos a luchar los cristianos por hacer llegar nuestro gran “producto” al mundo? Este producto es el evangelio: palabra de Dios que libera, da paz, alegría y profundidad a nuestra existencia.
Todos los bautizados que nos sentimos familia de Cristo formamos parte de la gran empresa de Dios en el mundo. Ojalá nos creamos la gran noticia del amor de Dios y seamos capaces de anunciarla con todas nuestras fuerzas. Los cristianos de hoy también hemos recibido el don del Espíritu Santo, ¿qué más necesitamos? Tenemos la suficiente energía, formación, creatividad y libertad para esparcir el Reino de Dios en el mundo y hacer crecer en las personas lo mejor que llevan dentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario