Evangelio: Mateo 13, 1-23
Salir afuera
“Aquel día, Jesús salió de casa y se sentó junto al lago”. El evangelio comienza con una escena que nos muestra a Jesús, metido de lleno en su tarea ministerial, consciente de su misión de anunciar incansablemente el Reino de Dios. El verbo salir expresa movimiento, acción. Jesús nos invita a salir de nuestras casas, de nuestra cueva interior, de nosotros mismos. Salir afuera es necesario, hemos de anunciar a Dios al mundo, como él lo hizo.
Jesús también es consciente de que mucha gente necesita de Dios. Cuántas personas, en el naufragio de sus vidas, están perdidas y claman pidiendo ayuda. El gentío se agolpaba entorno a Jesús. Y hoy también muchos buscan a Dios, piden una palabra de esperanza que les dé razones para vivir.
Tanta gente acudía a Jesús que subió a una barca y desde allí comenzó a anunciarles el Reino.
La palabra es semilla
Jesús utiliza el género literario de las parábolas. En este caso, explica la parábola del sembrador que va a sembrar. Algunas semillas caen al borde del camino, otras en terrenos pedregosos, otras caen entre zarzas y otras en tierra buena y fecunda. De aquí podemos derivar cuatro actitudes, cuatro maneras de estar ante la palabra de Dios.
La semilla es la palabra, que nos es sembrada por Jesús, los apóstoles, la Iglesia … Dios le da su potencial para crecer y envía la lluvia, como alivio del cielo, ayuda y fuerza divina.
Muchas personas oyen la palabra, y muchas la esperan, esperando que cale en su corazón. Pero no basta con desearlo, sino que hay que interiorizarla y hacerla nuestra para que dé fruto en nosotros.
Las semillas que caen en el camino: el rechazo
Las semillas que caen al borde del camino y son comidas por los pájaros representan a las personas que inicialmente desean escuchar, pero, en realidad, les resbala la palabra. La semilla no entra en su interior, queda afuera y es arrebatada por el Maligno, por las tendencias adversas. Dilapidamos la palabra cuando permitimos que otros se la lleven. La tierra de nuestro corazón no está preparada para dar fruto y la palabra se pierde.
En terreno pedregoso: la superficialidad
La simiente que cae sobre terreno pedregoso refleja a ese grupo de gente que está atenta, recibe la palabra pero no profundiza en ella. La palabra entra, pero al no haber hondura, no puede arraigar. A estas personas les falta interiorización, oración y perseverancia. La palabra cala de forma muy superficial en ellas y no da fruto. El corazón no está lo bastante abierto, no es tierra blanda, sino roca endurecida, y no permite que la semilla eche raíces.
Las zarzas que ahogan: las seudo-verdades
La semilla que cae entre zarzas queda ahogada. Es la imagen de aquellos que escuchan, pero se dejan influenciar por otras ideologías y priorizan otras preocupaciones, otros valores, que acaban creciendo y asfixiando la palabra. Nos ocurre así cuando vamos absorbiendo filosofías alternativas y corrientes de moda que van ocupando un lugar cada vez más importante en nuestra vida y desplazan la palabra de Dios. Nos dejamos ahogar por la superficialidad. Cuando la palabra deja de ser lo más importante, no captamos su trascendencia y anteponemos otras seudo-verdades a ella, nos asfixiamos.
La tierra buena: corazón fecundo
Por último, otras semillas caen en tierra buena y dan fruto: unas noventa, otras sesenta, otras treinta. Son aquellas personas que se han abierto sinceramente a la palabra de Dios, la han interiorizado, la han hecho vida de su vida y han configurado su existencia entorno a esa palabra. Sus corazones están fecundados por la palabra de Dios y dan fruto. Son los que se han dejado interpelar y no han tenido miedo de asumir las exigencias que supone escuchar la palabra, que nos llama a la conversión, a salir de nosotros mismos y servir a los demás.
En las lecturas de hoy del Antiguo Testamento (Isaías 55, 10-11) y en la carta de san Pablo (Romanos 8, 18-23) aparecen dos temas cruciales: la fecundidad y la vida. El cristiano, fruto de su testimonio, ha de ser una persona fecunda y fructífera. Sólo así seremos discípulos de Jesús.
Estamos llamados a ser cristianos contemplativos, dejando que la palabra germine en nosotros y nos ayude a crecer, y cristianos activos, empujados por la fuerza de esa palabra en nuestro interior.
Dureza de corazón
“Les hablo en parábolas porque, aunque ven, no ven nada, y aunque oyen, no escuchan ni entienden…” Refiriéndose a su pueblo, Jesús pronuncia frases muy contundentes y duras: “El corazón de este pueblo se ha hecho insensible, es duro de oído y se ha tapado los ojos…”
Y nosotros, cristianos de hoy, ¿somos así? Tenemos la gracia de Dios: oímos y vemos sus grandezas. Pero, ¡cuidado! Hemos de oír más allá: escuchando a Dios, y ver más allá de lo aparente: Dios está presente en nuestras vidas. ¿Damos fruto? Si no es así, tal vez no estamos escuchando como debiéramos. Tal vez nuestro corazón, pese a haber recibido la palabra, está cerrado y embotado.
A sus discípulos Jesús los llama “dichosos, porque oís y veis”. Dichosos los cristianos que, por el don de la fe, también oímos y vemos las cosas de Dios y las hacemos fecundas en nuestro interior.
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