2011-11-19

Jesucristo, rey del universo

Ciclo A
“Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”
Mt 25, 31-46

La prueba crucial ante Dios

Con la fiesta de Cristo Rey culminamos el ciclo litúrgico. A lo largo de este tiempo hemos profundizado en el misterio de la salvación hasta la proclamación de Jesucristo como Rey del Universo. Esta fiesta, con sabor escatológico, precede al nuevo año litúrgico y va más allá de las imágenes bucólicas que leemos en el evangelio. Llegará un momento en nuestra vida en que Cristo aparecerá en su gloria, con sus ángeles, y nos dará la última lección a fin que estemos preparados para el encuentro definitivo con él.
Las preguntas que nos hará no serán cuestiones de alta teología ni un examen catequético. Tampoco nos preguntará si hemos ido a misa todos los domingos o si hemos sido generosos con nuestros donativos, si hemos evangelizado lo suficiente o si hemos anunciado sin descanso la buena nueva. Es curioso que en el momento culminante ante el encuentro con Dios, Jesús no contabilizará cuánta gente hemos convertido. No condicionará nuestra entrada en el reino del cielo a la eficacia de nuestro trabajo pastoral, sino que nos situará ante esta realidad: ¿hemos amado lo suficiente?

La fe y el amor son obras

Con esto, Jesús nos está diciendo que la fe y el amor son obras, son acciones, y no palabras bonitas. Jesús no quiere que seamos sólo buenos predicadores, y que digamos aquello que es “políticamente correcto”. Jesús quiere que seamos valientes y capaces de transmitir su amor, especialmente hacia los más desvalidos y olvidados. La condición para entrar en su gloria es encarnar en nuestra vida las obras de misericordia.
Hoy, muchas personas se lamentan del fuerte impacto secularizador de nuestra sociedad, de la pérdida progresiva de la fe y de la falta de compromiso. Yo me preguntaría, más bien, si no nos habremos limitado a predicar, a hacer las cosas por cumplir y si no habremos caído lentamente por el tobogán de la rutina. Quizás también hemos caído en la trampa de racionalizar la teología y hemos querido encajar la revelación en un discurso demasiado intelectual.
Lo esencial y genuino del Cristianismo es el amor, no las palabras. La entrega a los demás no es un discurso bien elaborado. Lo genuino del cristiano es asumir el riesgo, la pasión, la aventura, el coraje, y no la comodidad, la rutina ni el miedo. Lo esencialmente cristiano son la alegría, la generosidad y la confianza, y no la tristeza, el egoísmo y la desconfianza. El miedo nos paraliza y nos convierte en personas estériles. Es propia de Dios la donación sin  mesura, y no la mezquindad.

No seamos miopes ante la realidad

“Benditos de mi Padre”, dice el Señor, “porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; estuve encarcelado y me visitasteis; fui forastero y me acogisteis…” Hoy, la enorme crisis que está flagelando a Estados Unidos y a toda Europa ha generado nuevos grupos de pobres que viven junto a nosotros y que a veces carecen de lo más básico para subsistir. ¿Estamos tan ensimismados en nuestros asuntos y en nuestra estrechez de miras que nos hemos convertido en auténticos miopes ante la realidad? El gemido de los pobres clama a Dios. En la parábola del buen samaritano, un sacerdote pasó de largo ante el herido porque, posiblemente, tenía que cumplir con sus obligaciones en el templo. ¿Hacemos lo mismo en nuestras iglesias? Dar calor, acogida, ropa y techo; ofrecer pan, consejo y una sonrisa amable… ¿tanto nos cuesta?

Amar a Dios en los demás, sin mesura

Hoy, desconfiamos del pobre. Es verdad que hay que tener en cuenta algunos criterios a la hora de ayudar, para verificar que esa pobreza es real y la necesidad de la persona acuciante.  Pero no nos excedamos con esos criterios porque en el fondo, ser consecuente con el evangelio es mucho más que prestar una atención profesional y rigurosa. ¿O es que tenemos miedo a descubrir la terrible exigencia evangélica? ¿Tememos descubrir que nos hemos instalado en la apatía y que nuestra forma de esquivar la realidad no es otra que ceñirnos a cumplir lo que toca, sin salir de la línea marcada, hundidos en la rutina, por miedo a la luz reveladora de Cristo, que nos pide darlo todo?
Sólo quien vive y practica las obras de misericordia será bendito de Dios y tendrá abiertas de par en par las puertas del reino. Ojalá Dios reine en el universo de nuestra existencia y sea el verdadero rey de nuestra vida. Y ojalá sepamos ver en cada una de estas personas, solas, olvidadas y que necesitan auxilio, su más vivo retrato. Que en nuestra ayuda y en nuestra atención hacia ellas sepamos servirlas con amor, delicadeza y respeto, como al mismo Cristo.

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