2012-03-24

Si el grano de trigo no muere...

V domingo de Cuaresma

“En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo, después de echado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto.
Quien ama su vida, la perderá: pero el que aborrece la vida en este mundo, la conserva para la vida eterna.
Quien quiera servirme, que me siga, y allí donde yo estoy, también estará el que me sirve, y a quien me sirviere, también le honrará mi Padre”
Jn 12, 20-33

Jesús es cada vez más consciente de su muerte inminente. El texto evangélico nos dice que le ha llegado la hora. Su alma está agitada, pero también sabe que el Hijo de Dios será glorificado. Este fin es consecuencia de su actitud de amor radical.
“Si el grano de trigo no muere, no dará fruto”. Esta afirmación va precedida por otra: “El que quiera salvar su vida, la perderá. Y el que la pierda, se salvará”. Son dos importantes máximas cristianas. Jesús nos habla de una opción decidida por el amor. Quien ama es feliz y tendrá vida eterna. Con sus palabras, Jesús hace un retrato de sí mismo. Su fidelidad al Padre lo llevará a entregarse, sin reservas, con un amor sin límites. Por él lo dará todo, hasta la vida.

Ver al Señor

El evangelio nos relata cómo algunos gentiles querían ver al Señor. Hoy también son muchos los que ansían ver al Señor porque no lo conocen. ¡Cuánta gente desea conocer a Dios! Para los griegos, ver significa conocer, profundizar, adentrarse en lo más hondo. Por eso dice el texto que querían ver; en realidad, querían conocer del corazón de Dios.
Los cristianos, que nos reunimos cada domingo, también queremos encontrar sentido a todo lo que estamos haciendo. Venimos atraídos por la fuerza inmensa del amor de Dios, a quien conocemos a través de Jesús. Su mensaje nos descubre la grandeza del ser humano. Por eso queremos verlo y vibrar con él. Necesitamos hallar respuestas esperanzadas ante un mundo decaído.

Asumir la muerte, rechazar la violencia

Las frases de esta lectura son conmovedoras; es un momento duro para Jesús. Sabe que enfrentarse al poder y a las autoridades religiosas de su tiempo le va a costar la vida. Su coherencia radical y su unión con Dios Padre le llevarán a hipotecar su vida. Y Jesús lo asume. Así lo explica la segunda lectura de San Pablo, cuando describe el clamor profundo de su corazón, derramando lágrimas vivas. Es un fragmento impresionante. Encontramos a un Jesús no rendido pero sí angustiado. ¡Dios mío!, ¿Tengo que pasar por aquí? ¿Tengo que tragar el terrible dolor de la soledad? ¿Asumir la lejanía de los míos? ¿Tengo que encontrarme completamente solo en Getsemaní? ¿Tengo que beber este cáliz? Jesús sabe que el precio de sus palabras, que han revolucionado el mundo judío y los criterios religiosos de su tiempo, será la entrega de su vida. Y acepta el dolor y la muerte.
Quien verdaderamente quiere hacer algo nuevo tiene que salir de los moldes establecidos. Justamente, el primer cristianismo rompe con las estructuras de los poderes jurídicos de su tiempo. El pueblo judío esperaba un Mesías que levantara una revolución en contra del poder romano. Entre los apóstoles había simpatizantes del grupo de los celotes, movimiento armado opuesto a la dominación de Roma, que quería utilizar el mensaje de Jesús para sus fines.
Pero Jesús rechaza la violencia. El domingo de ramos, se presentará a las puertas de Jerusalén montado en un pollino. No entra sobre un caballo, símbolo del poder y la victoria. Si tiene que comunicar la voluntad de Dios para el hombre, tiene que ser consecuente con las formas y con su actitud.
Jesús podría haberse aliado con un grupo rebelde. Sin embargo, rehusa entrar en el juego político y religioso. Su misión es anunciar el amor de  Dios, exhotar a que la gente se quiera y descubra que sólo amando la vida tiene sentido. 

Compromiso ante el mundo

Hoy ya no vivimos en aquellos tiempos en que los cristianos eran arrojados a los leones. Sin embargo, hay ideologías que quieren fagocitar o desprestigiar el cristianismo. Y es ahora cuando los cristianos hemos de dar una respuesta a nuestro mundo, que se define mayoritariamente como agnóstico o ateo. Nadie debe ser obligado a creer, pero el cristianismo marca un talante, una forma de ser. Históricamente, ha sido una instancia ética y moral inspiradora de los derechos humanos. Europa es cristiana desde sus raíces, no podemos negarlo de ninguna manera. Creemos en una cultura de la paz, en la civilización del amor. Queremos dar respuestas a la sociedad, implicándonos en la construcción de un mundo mejor. Y esto pasa por replantearse repetidas veces lo que estamos haciendo.
Con el paso del tiempo ha crecido una cultura pasotista e indiferente. Los cristianos convencidos, serios, responsables social y políticamente hablando, tenemos que responder a esta desidia. No podemos permitir que el mundo intelectual, la política, la economía, los medios, construyan una cultura del tener antes que del ser. El cristianismo puede arrojar mucha luz en estas cuestiones. Hemos de defender el valor altísimo de la persona y no permanecer impasibles. Pero siempre mostrando capacidad conciliadora. Nuestro talante ha de ser humilde, cálido, cordial, atento, exquisito, renunciando a todo aquello que nos aparta de la paz con Dios, con nosotros mismos y con los demás.

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