2012-04-14

Paz a vosotros

II domingo de Pascua

Aquel mismo día, siendo ya tarde y estando cerradas las puertas del lugar donde se hallaban reunidos los discípulos, por miedo de los judíos, vino Jesús y, apareciéndose en medio de ellos, les dijo: Paz a vosotros.
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Se llenaron de gozo los discípulos al ver al Señor. El repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me envió, así os envío también a vosotros.
Jn. 20,19-31

El miedo que cierra el corazón

Al anochecer de aquel primer día de la semana, la fe de los apóstoles no era todavía clara. Iban despertando poco a poco de todos los acontecimientos que habían ocurrido en Jerusalén. El primer día de la semana, según el calendario cristiano, es el domingo, el día en que nosotros, cristianos de nuestro tiempo, vamos despertando a la fe, receptores directos de la Palabra de Dios.
El texto dice que las puertas de la casa estaban cerradas por miedo. Pero los apóstoles también tenían cerrado el corazón, y eso les impedía comprender. El miedo es paralizante, nubla toda certeza, engendra un mar de dudas. El temor hace que uno se encierre en si mismo y se olvide de los demás. ¿Cómo desbloquea Jesús el miedo? Dando la paz, como el príncipe de la paz. Jesús irrumpe en nuestras vidas, nos pide que salgamos de nosotros mismos y dejemos a un lado esos temores que nos paralizan. En medio de nuestra oscuridad existencial, Jesús se hace presente como un rayo de luz y nos dice: “Paz a vosotros”. La paz es importante, pues todo proceso de crecimiento en la fe pasa por la paz interior.
Les enseñó las manos y el costado, porque los discípulos necesitaban tiempo para entender. También nosotros, en muchas ocasiones, tenemos pruebas suficientes de que Dios Padre nos ama y, en cambio, nos cuesta creer. Por eso Jesús sale a nuestro encuentro y nos dice: ¿Todavía no creéis? Entrad en mi corazón, verificad mi existencia. Cuando despertamos a la fe y sentimos esa  certeza, la alegría nos llena y nos empuja a ir corriendo a transmitir nuestra experiencia del Cristo resucitado.

Nos da la paz y una misión

Jesús les dice por segunda vez: “Paz a vosotros”. Es entonces cuando provoca en ellos el estallido pascual. Al gozo del reencuentro, lo sigue una misión: “Como el Padre me envió, así yo también os envío a vosotros”. Jesús no es posesivo ni elitista. No retiene a sus discípulos junto a él ni quiere que su mensaje se limite a unos pocos. Quien se encarna en Jesús, no se queda nada para sí, no permanece quieto, sino que va a anunciar la Buena Noticia a todo el mundo. La sociedad de hoy necesita de nuestro testimonio para acercarse a Dios. Esta es la misión de la Iglesia, recibida de Jesús y dirigida a todos los cristianos.
Continúa Jesús: “Recibid al Espíritu Santo. A quienes le perdonéis los pecados les quedarán perdonados, a quien se los retengáis les quedarán retenidos”. ¿Qué quiere decir Jesús con esto?
Por un lado, nos exhorta a ir a buscar a las gentes y acercarlas a Dios. Nos enseña que es importante estar siempre dispuestos a perdonar y a recibir el perdón, ya que sin perdón no hay alegría ni paz. Para cumplir esta misión, nos envía al Espíritu Santo, que nos dará la fuerza necesaria para expandir la gran noticia.
Todos los bautizados hemos recibido ese mismo aliento de Dios. Si estamos dispuestos a dejarnos llevar por la fuerza del Espíritu, podremos acercar a la Iglesia a muchas personas alejadas, y con nuestro testimonio podremos contagiar a los demás la alegría del Cristo resucitado y viviente en medio del mundo.

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