2012-05-05

Yo soy la vid y vosotros los sarmientos

V domingo de Pascua

“Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no  lleve fruto, lo cortará, y todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto.” Jn 15, 1-8
Nuestras raíces cristianas
"Yo soy la vid y vosotros los sarmientos". "Permaneced en mí, y yo en vosotros". Estas palabras de Jesús son pronunciadas en el llamado discurso del adiós, en la última cena. Son momentos clave, antes de su muerte, en los que Jesús se dirige a sus discípulos con gran hondura y emoción. Son palabras definitivas que nos hablan de la comunión.
Jesús dice de sí mismo que es la verdadera vid. Muchas veces hemos visto campos plantados con viñas en hilera, bien enraizadas, dando sus frutos. La vid necesita de tres elementos para arraigar con fuerza en la tierra. Uno, que esté bien plantada. El segundo paso es cuidar la planta, regarla, abonarla, cavarla. Y finalmente, el fruto también dependerá de la providencia del clima. Podríamos decir que en la dinámica de todo cristiano se necesitan estos tres elementos para madurar en su espiritualidad.
El cristiano ha de estar bien enraizado en sus convicciones profundas, como Jesús lo estuvo con Dios. Hemos de arraigarnos en la fuente de nuestra savia, firmes en el corazón de Dios. Para que se compacte la relación con Dios hemos de trabajarla, y la mejor manera es estableciendo una profunda comunión con Aquel que nos planta en la existencia. Nuestras raíces se nutren en la oración, en el diálogo sincero y confiado con nuestro Creador.

Abrirse para recibir el alimento espiritual

Además, hemos de estar abiertos a los buenos consejos que nos vienen de afuera. A menudo, Dios nos habla con voces humanas o a través de los acontecimientos y las personas que se cruzan en nuestro camino. Especialmente importante es contar con una dirección espiritual, un acompañamiento en el discernimiento de la propia vocación. Los pastores, sacerdotes o personas que acompañan y guían en el crecimiento espiritual de la persona son los buenos agricultores que cuidan de la viña. Han sido llamados por el mismo Dios para cuidar su campo, y su atención nos es necesaria para poder dilucidar con claridad nuestra vida espiritual.
Finalmente, quien nos hace crecer, siempre que haya una apertura sincera de corazón, es el mismo Espíritu Santo enviado por Dios, que se manifiesta en los elementos de su Providencia.

Dar fruto

La consecuencia del buen arraigo en Dios son los frutos, que se traducen en un compromiso de servicio y de amor hacia los demás. Nuestro compromiso será convincente si está apoyado no sólo por palabras, sino por nuestras obras.
Una planta bien enraizada, cultivada, podada y nutrida por el sol y la lluvia, acaba fructificando y ofreciendo sus frutos dulces y llenos de vitalidad al mundo.
Así, la unión firme con Dios Padre, que es el labrador, con el Hijo, Jesús, que nos nutre con su propia vida, y con el Espíritu Santo, que nos defiende y nos cuida, nos hará dar fruto en abundancia.

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