“Jesús les dijo: En
verdad os digo, que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su
sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene la vida eterna y yo le resucitaré en el último día”.
Jn 6, 51-58
Una invitación
Jesús nos invita a un
ágape festivo, donde él es el alimento que se ofrece. Jesús es el pan del
cielo. Quien lo coma, vivirá para siempre. ¿Qué significan estas palabras?
Cada domingo recibimos
una invitación a encontrarnos con él, en la Eucaristía. Jesús
es la fuente de nuestra vida espiritual. Por tanto, la eucaristía no es algo
accesorio, sino un hecho fundamental en la vida de los creyentes.
El pan, la carne, significa
la vida. Con el sacramento del pan y el vino Jesús decide estar presente para
siempre en el mundo, cercano y accesible a toda persona.
En la celebración
eucarística, Jesús nos invita a gozar de una vida en plenitud, ya aquí, en este
mundo, y para siempre. La eucaristía anticipa el encuentro gozoso y definitivo
con Dios. Es una antesala del cielo, un banquete, un ágape fraterno, un
encuentro entre Dios y su criatura.
Saborear el cielo
Venir a misa no es una
obligación, es un regalo de Dios que hace madurar nuestra conciencia cristiana
de ser hijos suyos.
La eucaristía no es el
mero cumplimiento de un deber, sino un encuentro con Cristo, participando de la
plenitud del cielo. En ese encuentro, lo tomamos a él mismo. Cada domingo
tenemos la ocasión de vivir un acontecimiento trascendental y místico. Somos
invitados a saborear el cielo en la
tierra.
Mi cuerpo es verdadera carne y mi sangre verdadera
bebida. Este es el misterio de la
eucaristía: Dios mismo, en Cristo, está realmente presente, aunque no podamos
percibirlo físicamente. Por tanto, la eucaristía debería provocar en cada uno
de nosotros una convulsión espiritual.
El ágape
Comer con los demás es
importante. Antropológicamente, la comensalidad es un encuentro que fomenta la
relación interpersonal, la amistad, la convivencia. Encontrarse en una
celebración es necesario, tanto cristiana como humanamente.
En la misa, Cristo es el
anfitrión que nos invita y nos acoge. ¿Cómo podemos declinar su convite? ¿Cómo
negarnos a venir?
Para los cristianos, la
misa es momento central de la celebración de nuestra fe. Solemos seguir la
rutina de los domingos, pero las otras fiestas de precepto no son menos
importantes. La santa Iglesia es muy sabia cuando nos exhorta a guardar los
preceptos. De la misma manera que necesitamos el alimento físico y emocional,
también necesitamos el alimento espiritual, que debe complementar los otros
dos. Con la celebración de la eucaristía se nos está ofreciendo una experiencia
mística de cielo y un alimento que necesitamos. Es la fiesta del encuentro de
Dios con sus hijos. ¡No fallemos a ese encuentro!
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