2013-10-18

La viuda perseverante



En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: “Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”. Y el Señor añadió: “Fijaos en lo que dice el juez injusto: pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en esta tierra?” Lc 18, 1-8 

Jesús, maestro de oración 


A lo largo de su vida pública, vemos en Jesús la búsqueda constante de un espacio de comunicación con Dios. Es fundamental para él. En los momentos clave de su vida, sube a la montaña o se retira al desierto. En su labor pedagógica con sus discípulos, les comunica la importancia de orar sin desfallecer. Con la parábola del juez inicuo “que no teme a Dios ni a los hombres” y de la viuda insistente, que le pide justicia ante su adversario, Jesús nos está explicando la importancia de perseverar en la oración. La oración es intrínseca del ser cristiano; forma parte de su naturaleza. 

Si para vivir necesitamos respirar oxígeno, para ser buen cristiano necesitamos el oxígeno espiritual que nos viene de Dios. La parábola de la viuda quiere indicarnos que hemos de rezar, pero confiando siempre. Nunca debe faltar la esperanza de que Dios nos concederá lo que pedimos con justicia. 

Cuántas veces nos acordamos de rezar cuando tenemos una necesidad puntual. Nuestra plegaria es entonces apresurada e impaciente, provocada por la angustia del momento. Olvidamos que la oración debería formar parte de nuestra vida cotidiana, como comer, dormir o trabajar. Sólo si la oración se inserta profundamente en nuestro ritmo vital, como encuentro diario con Aquel que nos ama, acabará siendo sincera y auténtica. De la misma manera que entendemos que la relación interpersonal –de pareja, matrimonio, en la familia– crece con la comunicación, lo que hace crecer al cristiano es la comunicación, íntima y diaria, con Dios. 

Los que claman justicia 


Ante la insistencia de la viuda, el juez inicuo finalmente le hace justicia. Pero no lo hace pensando en el bien de ella, o en la ética de administrar justicia correctamente, sino para sacársela de encima y evitar problemas. El clamor de esta viuda es el grito de los pobres que piden que se haga justicia con ellos, que sean escuchados y tomados en consideración. Una justicia que ayuda a vivir con dignidad no es una limosna para acallar las voces que claman. Pensemos cuán injusto resulta, en nuestro mundo de hoy, que se destinen tanto dinero y recursos a proyectos de investigación espacial, al armamento o a experimentos científicos y, en cambio, que se destinen tan pocos pensando en el bien y en la educación de las personas, en la erradicación del hambre, en la lucha contra la pobreza y la indigencia. 

Cuántas veces lo que se entiende por justo no lo es. Las leyes que sostienen la justicia no siempre buscan el bien de la persona, sino la autoafirmación de una ideología o de un poder. El progreso empieza en el crecimiento personal del ser humano, y es aquí donde es necesario invertir. Mientras haya pobres, la democracia y las sociedades del bienestar estarán fracasando. 

Oración y fe se abrazan 


Para Jesús se establece una relación circular entre la oración y la fe. La oración alimenta la fe y ésta nutre la oración. El evangelio de hoy acaba con una frase terrible: cuando Jesús venga, ¿encontrará fe en la tierra? ¿O acaso sólo encontrará grandes monumentos a la vanidad humana, empresas encaminadas al enriquecimiento de unos pocos y un insaciable afán de poder? ¿Encontrará a gente buena, que ha descubierto que más allá del tener lo importante es amar? Un cristiano maduro es un cristiano preparado para hacer el bien. Si somos valientes y sabemos luchar a contracorriente, mantendremos viva nuestra fe. La Iglesia nos invita a rezar para que nunca nos cansemos de evangelizar y anunciar la buena nueva a toda la humanidad.

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