2013-12-21

Plenamente Dios, plenamente humano


4 Domingo Adviento - A from JoaquinIglesias

La concepción de Jesucristo fue así: estando desposada María, su madre, con José, antes de que conviviesen, se halló haber concebido María del Espíritu Santo. José, su esposo, siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto. Mientras reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció un ángel en sueños, y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo…
Mt 1, 18-24

La gracia de Dios


Después de la genealogía de Jesús, el evangelio de Mateo nos relata cómo fue concebido Jesús. Es un capítulo que narra de qué manera Dios se hace hombre, insertándose en el curso de la historia, en un lugar y un tiempo concretos, y también en un linaje concreto.

Si la genealogía sirve para indicar que Dios se encarna en la familia humana, una familia con nombres y rostros, muchos de ellos pecadores, el relato de la concepción de Cristo nos revela su naturaleza divina. María concibe por gracia el Espíritu Santo. Es plenamente humano, pues es engendrado en el vientre de una mujer; y es plenamente divino porque surge del mismo aliento sagrado de Dios.

Mateo toma unas palabras del profeta Isaías (7, 14) que para los judíos de su tiempo tenían un significado especial: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y se le pondrá por nombre Emmanuel ―Dios-con-nosotros―. El nacimiento de ese niño, anunciado por el profeta, significaba el inicio de una era de liberación para Israel, sometido al poder de las potencias extranjeras. Del mismo modo, el nacimiento del hijo de María, tal como lo presenta Mateo, marcará el inicio de una nueva era, el advenimiento del Reino de Dios en el mundo.

Esta es la gracia de Dios: el regalo de su Hijo y el inicio de su reino. Un reino que trae algo más que la liberación política. Jesús vino a liberarnos de los grandes males que siempre acechan a la humanidad: la esclavitud del pecado, del egoísmo, del dolor y de la muerte. ¿Cuál es la señal de este reino? El mismo niño que nace, Emmanuel, Dios-con-nosotros. Si Dios está en el mundo, el mundo comienza a ser ya nuevo reino.

La justicia de José


Pero la manera de obrar de Dios a menudo desconcierta a los hombres. José, pobre, se queda abrumado cuando descubre que María está encinta sin vivir todavía juntos. En su mentalidad judía tiene muy clara la ley: si es adúltera, debe ser condenada. Pero el evangelista también dice que José era justo. Y ser justo, en términos bíblicos, no es ser rigurosamente estricto con la ley, sino bueno. Ser justo es parecerse a Dios, y Dios no es legalista, sino magnánimo, compasivo, generoso.

Por eso José, entristecido, opta por repudiar a María en secreto. De esta manera puede salvarla del castigo que, según la ley, era terrible: la lapidación. Y salva, también, su reputación. Pero su decisión, aunque revela su bondad hacia María, es la de un hombre ofuscado.

El mensajero


Y Dios envía un ángel. En los relatos bíblicos a menudo aparecen ángeles que, en sueños, transmiten los mensajes de Dios a sus elegidos. José, como tantos otros personajes del Antiguo Testamento, recibe una revelación durante su sueño.
A partir de esa noche, entenderá que él también está llamado a una misión, como María. Su cometido será el de padre terrenal del Hijo de Dios. Y obedece fielmente lo que el ángel le manda, acogiendo a María en su casa.

La puerta del cielo


Mateo, a diferencia de Lucas, nos habla muy poco de María. Nada nos dice de su llamada, de su disposición, de su estado de ánimo, de su reacción.

Tan solo nos dice, con palabras muy escuetas, que se halló haber concebido del Espíritu Santo. ¿Puede decirse algo tan grande con frase más sencilla y más breve?

Sin embargo, tras estas palabras podemos atisbar algo enorme. María se halla, es decir, que la concepción divina le viene como algo que nunca esperó, ni pidió. Es una gracia, un regalo de Dios. Y, ¿quién puede recibir un don tan grande sino alguien con el alma muy abierta?

Por otra parte, nos está diciendo que en el engendramiento, físico y humano, de Jesús, interviene el Espíritu Santo. Podríamos decir que en toda concepción humana, además de la intervención de los padres, hay un soplo divino, que es el que otorga la vida y el alma. 


Por último, vemos cómo Dios, que podría venir al mundo de manera más espectacular y prodigiosa, o aparecer directamente como un rey o un profeta adulto, elige pasar por todo el proceso de un hombre sencillo y cualquiera. Su puerta de entrada a la tierra es el cuerpo y el vientre de una mujer. Y llega a escondidas, de forma discreta y silenciosa. Esta es la forma de actuar de Dios. Sin espectáculo, sin pompa, y totalmente comprometido, hasta las últimas consecuencias. Dios nace como todos los niños del mundo y morirá, también, como todo humano mortal. Cuán digna, cuán grande y bella será la naturaleza humana cuando Dios mismo se encarna en ella. 

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