2013-01-25

Hoy llega la liberación


III Domingo Tiempo Ordinario -C-

«Le entregaron un libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, dio con el pasaje donde está escrito: El Espíritu del Señor reposa sobre mí, porque me ungió para llevar la buena nueva a los pobres; me envió a predicar la libertad a los cautivos, a los ciegos la recuperación de la vista, para libertar a los oprimidos, para anunciar un año de gracia del Señor».

Sentirnos hijos de Dios, raíz de nuestra fuerza

Jesús, abierto al Espíritu, se lanza a su misión. Su fuerza radica en sus convicciones y en su adhesión total al Padre. Sus palabras y sus gestos van calando profundamente en el corazón de mucha gente. Todos admiran su hondura y el contenido de cuanto predica.

Como buen judío, Jesús participa en el estudio y el conocimiento de la Torah en la sinagoga, como es costumbre, los sábados. Allí, ante la asamblea de fieles reunidos, y con voz recia, proclama el pasaje del profeta Isaías. Es un momento crucial en su ministerio público.

«El Espíritu del Señor reposa sobre mí», dice el texto. Jesús tiene una conciencia clara de su filiación con Dios y siente que el Espíritu Santo reposa suavemente sobre su corazón. De aquí fluye toda su energía espiritual: manifiesta el deseo de aquel que le ha enviado. Su vida y sus palabras no se entienden sin esta opción. La voluntad de Dios y la libertad de Jesús convergen en un momento decisivo.

Un mensaje liberador

Recogiendo las palabras del profeta, Jesús las aplica a su persona. Él ha venido a anunciar a los pobres el evangelio. Lo reciben los «pobres de espíritu», aquellos cuya única y gran riqueza es Dios. Ha venido a anunciar a los cautivos su libertad. Aquellos que comprenden su palabra saben que la libertad humana florece en el amor. Viene a proclamar el año de gracia: todos aquellos que se abren a Dios sinceramente recibirán gracia sobre gracia.

«He venido a dar libertad a los oprimidos», dice también Jesús. ¿Quiénes son los oprimidos? Todos aquellos que sufren, que padecen el yugo de la tristeza, el dolor o un poder que los anula como personas. Esta es precisamente una de las grandes misiones de la Iglesia: contribuir a la liberación del sufrimiento humano causado por la opresión.

Cada cristiano está llamado a ser liberador

Los bautizados tenemos la capacidad y los dones necesarios para reproducir la vida de Cristo. En el bautismo, el Espíritu de Dios también se posó sobre nosotros. Entonces éramos niños pero, ya adultos, está en nuestras manos alimentar y acrecentar la vida del Espíritu en nuestro interior. Cada vez que leemos un texto bíblico, cada vez que rezamos y nos abrimos a Dios, se cumplen en nosotros las Sagradas Escrituras.
Unidos a Cristo, estamos llamados a una misión redentora. La Iglesia que formamos todos es heredera de esta gran vocación de Cristo.

El mensaje de Jesús es un anuncio, una buena noticia: Dios nos ama y nos quiere libres. El evangelio no es un conjunto de normas morales ni una doctrina rigurosa, sino el gozoso anuncio de nuestra liberación. La liberación más profunda es soltar las amarras del yo, que es la mayor esclavitud. Muchas personas, en nombre de la libertad, se lanzan a una vida centrada en uno mismo; una vida cerrada, endogámica y que acaba asfixiando el alma. El egoísmo es el gran cautiverio que aflige a la humanidad. En cambio, abrirse a los demás comporta un gran alivio y liberación. Romper las cadenas del egoísmo y el narcisismo es otra gran misión de la Iglesia en el mundo.

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2013-01-19

Una boda en Caná


II Domingo Tiempo Ordinario -C-

«Y, faltando el vino, dijo a Jesús su madre: “Hijo, no tienen vino”. Le respondió Jesús: “Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Aún no ha llegado mi hora”. Dijo su madre a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga».

María confía en su hijo

En la primera etapa de su vida pública, Jesús es invitado a una boda en Caná de Galilea con sus discípulos. También va con ellos María, su madre.

En plena boda se quedan sin vino. María, solícita y atenta a cuanto sucede a su alrededor, interviene. En una ocasión tan señalada no puede faltar el vino y pide a su hijo que actúe. Jesús le contesta que no ha llegado su hora. Son palabras que quizás María no entiende. Pero ella confía totalmente en Él. 

Siempre se ha fiado de su hijo. Entonces va y dice a los criados: «Haced lo que Él os diga». Es una de las pocas frases que los evangelistas ponen en boca de María, pero es suficiente para expresar la unión profunda con su Hijo. En esos momentos, Jesús convierte el agua en vino. Se trata de su primer milagro público. Con esta manifestación, Jesús hace patente su íntima relación con Dios.

Haced lo que Él os diga

Todos nos hemos sentido alguna vez como tinajas vacías. A veces las personas vivimos vacías de sentido, de esperanza, de valores. María intercede por nosotros ante Jesús para que llene nuestra tinaja de amor, de fe y de esperanza.

También el mundo está vacío, sediento de Dios. Para llenarlo, solo nos falta escuchar. «Haced lo que Él os diga» son las palabras que María dirige a todas las gentes. Haced lo que Él os diga. Habla con firmeza porque ella ha pasado por la experiencia de confiar en Dios. Sabe de quién se fía. No dice «decid lo que Él dice», o «decid lo que Él hace», sino «haced». Trasladada a hoy, su exhortación nos invita a actuar, a trabajar, a construir espacios de amor. Nos llama a vivir desde Dios, abriendo parcelas de su Reino en este mundo.

La liturgia de hoy nos invita a escuchar y a seguir la voz de Dios. Escuchar a Jesús puede hacer nuestra vida fructífera y abundante en toda clase de bienes.

La ley del amor

La ley judía, escrita en el Antiguo Testamento, comprendía innumerables ritos de purificaciones. Jesús, en el Nuevo Testamento, convierte el rito en una fiesta. Las normas del código de Moisés se reducen a una: amar como Él nos ama. De las leyes y la exigencia de la tradición hebrea pasamos a la entrega generosa del amor, que convierte nuestra vida en una celebración. Del Antiguo Testamento pasamos al Nuevo: de la ley pasamos al amor. Jesús también convierte nuestra pobre e insípida existencia en una vida intensa y sabrosa, un banquete donde nunca pueden faltar el pan y el vino eucarístico.

El milagro de la confianza

El agua se convierte en vino. Igualmente, toda nuestra existencia queda transformada por la presencia de Dios. Y Él nos invita a vivir plenamente la alegría, convirtiendo nuestra vida en una fiesta.

Pero el milagro solo puede darse cuando hay confianza. El espacio del milagro es el amor. Cuando hay amor, los corazones pueden tocarse, porque el mismo amor es tierra abonada para que se produzca una transformación. Claro que Jesús podía obrar prodigios. Pero el gran milagro es que cada uno de nosotros, pobre tinaja vacía, llegue a desear su presencia y abra el corazón a su amor.

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2013-01-12

Tú eres mi Hijo amado


Aconteció, pues, cuando todo el pueblo se bautizaba, que bautizado Jesús y orando, se abrió el cielo, y descendió el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma, sobre él, y se dejó oír del cielo una voz: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.”
Lc 3, 15-22

La Trinidad se manifiesta en el Jordán

Con el bautismo cerramos el tiempo de Navidad y Epifanía y nos introducimos de lleno en el ministerio público de Jesús.

El bautismo de Jesús marca el inicio de su vida pública, de su gran misión. Puede lanzarse a ella gracias a una convicción profunda: su filiación con Dios Padre.

En el Jordán se manifiesta la Trinidad: Dios Padre, en la voz que sale del cielo; El Espíritu Santo, que desciende en forma de paloma, y el mismo Hijo, Jesús. En él se halla la plenitud de la misión trinitaria: hacer presente el amor de Dios en el mundo.

El sentido de la filiación

El amor hacia el Padre lleva a Jesús a salir de Nazaret para emprender su gran aventura y convertirse en predicador de la palabra de Dios. Jesús saca su enorme fuerza de su unión con el Padre. De esta unión surge la gran empresa apostólica de fundar la Iglesia.

Después del bautismo, cada cristiano es hijo de Dios y todos somos hermanos, unos de otros. Nos une, no la sangre humana, sino la misma sangre de Cristo. Todos los que comemos de su pan y bebemos de su cáliz formamos parte de la familia cristiana.

Cada eucaristía es un momento epifánico en el que se nos revela la Trinidad. Unidos a Cristo, cada uno de nosotros es un hijo amado y predilecto de Dios.

Madurez cristiana

Con esta convicción, llega el momento en que dejamos de ser niños y adolescentes espiritualmente, para iniciar una vida nueva de adultez cristiana. Los creyentes no sólo estamos llamados a recibir los dones de la palabra y los sacramentos. Hemos de alimentarnos de Dios, ciertamente. Pero cuando ya rebosamos amor, todos estamos llamados a seguir los pasos de Jesús. Ya no somos simples receptores, sino que podemos transmitir aquello que hemos recibido.

Esta madurez implica caminar con Jesús hasta entregarse, hasta la cruz. Sabemos que en el camino encontraremos incomprensión, dificultades y rechazo. También toparemos con nuestros límites y deberemos afrontar el miedo. Esa será nuestra cruz. Pero los cristianos contamos con un gran aliado. El mismo Cristo llevará nuestra cruz y Dios Padre, con el Espíritu Santo, serán nuestros compañeros de camino. Nunca estaremos solos.

Moriremos, quizás no físicamente, pero sí dejaremos atrás muchas cosas en nuestro seguimiento a Jesús. Abandonaremos aquello que lastra nuestro corazón, como un peso muerto. Pero también compartiremos con Jesús el momento más glorioso: la resurrección. La liturgia del bautismo nos lo recuerda, con esas hermosas palabras de San Pablo: “Los que hemos muerto con Cristo, con Cristo hemos resucitado, por el bautismo”.


2013-01-05

El mayor regalo


«Nacido Jesús en Belén de Judea en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella al oriente y venimos a adorarle».

La búsqueda de Dios es universal

La Epifanía es la fiesta de aquellos que buscan sentido a sus vidas. ¡Cuántas personas, hoy, viven en la oscuridad, buscan la luz y no la encuentran! En sus vidas no hay esperanza. Caminan a tientas sin que nadie las oriente. Desean crecer, encontrar la fe, encontrarse con Dios. Y no siempre encuentran una estrella que los guíe.

Para los cristianos el futuro existe: es Cristo, Dios, la Iglesia. El futuro está en trascender de nosotros mismos y salir afuera. Los magos, sabios y científicos de su tiempo, así lo hicieron. Abandonando sus tierras de origen, emprendieron un largo camino. Son imagen de todas las culturas de la humanidad en busca de Dios. Y en su búsqueda encontraron la estrella que los guió hasta la cueva de Belén.

El ser humano está llamado a conocer a Dios. El evangelio de hoy simboliza un abrazo cultural entre los pueblos. Todos están llamados a recibir esa inmensa alegría que llenó a los magos cuando vieron la estrella posarse sobre el establo.

Nuestro mejor regalo: entregarnos

Hoy es una fiesta hermosa. Recuperemos el sentido religioso de la ofrenda, del obsequio. Los mejores regalos que podemos ofrecer son la transferencia de valores, la donación de nuestro tiempo, brindar un sentido a la vida, dar esperanza. Cada uno de nosotros es un mago que puede regalar a quienes le rodean aquello que les falta: alegría, confianza, afecto, consuelo, tiempo…

¿Hemos dedicado bastante tiempo a la familia, a la comunidad, a la Iglesia? ¿Hemos regalado nuestra experiencia y sabiduría a nuestros hijos? No olvidemos que lo mejor que podemos darles es el tesoro que llevamos dentro. Más que juguetes y regalos, los niños necesitan ternura, educación, valores. Necesitan la compañía de sus padres, de la Iglesia y de la sociedad.

Durante estos días festivos, el gasto económico en las familias es enorme. Los cristianos deberíamos ser muy conscientes de ello y no olvidar que muchas personas no pueden permitírselo. Si tan solo destináramos el 10% de lo que consumimos y gastamos a obras sociales, o a contribuir a sostener la gran labor de las misiones, ¡cuántos problemas ayudaríamos a paliar!

Del pesebre a la eucaristía: el regalo de Dios

Cristo es el gran regalo que cambia nuestra vida. Ese Niño Dios se nos hace pan y comida. Cada día que venimos a la Eucaristía, los cristianos contemplamos el misterio del Dios que se hace sacramento para que su presencia sea eterna entre nosotros. La fiesta de los Magos, que nuestra civilización ha convertido en un acontecimiento social, donde los regalos cobran el mayor protagonismo, tiene un sentido espiritual: el mayor regalo es la donación de Jesús. Dios se nos hace presente a través de Él, y muchas son las gentes que lo necesitan. Cada cristiano que se regala a sí mismo, como Jesús hizo con su propia vida, es el mayor obsequio. Seamos Reyes Magos para los demás.

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