2014-12-12

Yo soy la voz que clama...


3r Domingo de Adviento - B from JoaquinIglesias

He aquí el testimonio de Juan, cuando los judíos le enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para preguntarle: Tú, ¿quién eres? Él confesó y no negó: Yo no soy el Cristo… Yo soy la voz que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor, como lo tiene dicho el profeta Isaías… Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis. Él es el que ha de venir después de mí, y a quien no soy digno de desatar la correa de su sandalia.
Jn 1, 6-8, 19-28.

La liturgia contempla la tercera semana de Adviento como la semana de la alegría, en medio de estas cuatro semanas en las que se hace hincapié en otros temas de carácter moral. San Pablo en su carta nos dice: “Estad contentos en el Señor.” Estas hermosas palabras definen el talante pascual del cristiano.

Juan, puente hacia Cristo


El evangelio de este tercer domingo nos propone de nuevo meditar sobre la figura de San Juan Bautista como el anunciador de la esperanza a su pueblo. Juan insiste en que él sólo es testigo del que tiene que venir. Él nos prepara para el gran acontecimiento de la venida del Señor. Es testimonio de la luz que ilumina el corazón de la humanidad. Es la voz, el eco que, con fuerza, nos exhorta a abrir nuestro corazón para el encuentro con Dios. Él bautiza con agua, para que lavemos nuestra alma y nos preparemos. Pero Jesús, el que viene, bautizará con el fuego del Espíritu Santo, para encendernos en su amor y elevarnos hasta ser hijos de Dios.

La lectura del evangelio nos narra aquella escena en que los fariseos se acercan a Juan el He Bautista y le preguntan: “Tú, ¿qué dices de ti mismo”. Es una pregunta que podemos hacernos hoy: ¿Qué decimos los cristianos de nosotros mismos? Juan reconoce con humildad que no es nadie. No es un profeta, ni el Mesías esperado. Es simplemente “una voz que clama en el desierto, para allanar los caminos del Señor”. Podríamos decir que éste es el talante cristiano. Reconocemos que no somos nada y que todo cuanto tenemos es puro don de Dios. Juan se considera a sí mismo como un puente; el verdadero protagonista de la salvación es Cristo.

Elevar la voz en medio del mundo

Es importante que, de tanto en tanto, los cristianos nos planteemos seriamente qué pensamos de nosotros mismos. Nuestra vida cristiana, ¿es una vida entusiasta? Lo que decimos y hacemos, ¿guarda una coherencia profunda con nuestra existencia cotidiana? ¿Somos gente de esperanza? ¿Creemos lo que decimos? ¿Somos Iglesia militante en medio del mundo, desafiando la apatía? Al menos deberíamos poder decir, como San Juan: somos una voz que clama en el desierto. Una voz recia, tenaz, convencida de aquello que está proclamando.  Elevar la voz implica asumir compromisos de tipo social, político, cultural y moral. Así lo hace la Iglesia cuando se pronuncia acerca de determinados temas que afectan a la sociedad.  Cuando se trata de respetar y defender la dignidad humana y la libertad de la persona no hay que tener miedo a definir nuestra postura cristiana ante el  mundo.

Si los cristianos no estamos encarnados en el mundo de las ciencias, de la cultura, de la política, de la comunicación; si no estamos presentes ahí, la sociedad se irá apagando y los valores cristianos serán desplazados. Por esto es importante hablar con voz firme y sonora, que en algún momento será denuncia profética. A veces hay que decir: no estamos de acuerdo. No somos niños pequeños, somos adultos y tenemos criterio.

Ejerzamos la adultez cristiana. La fe cristiana es lo suficientemente trasformadora como para cuestionar ciertos criterios de la política, la economía, las ciencias, la cultura... Si de verdad creemos en Jesús de Nazaret, esto debe reflejarse en nuestra vida. Entre aquello que creemos y nuestra manera de obrar no puede haber un abismo. Los cristianos hemos de ser las voces de los que no tienen voz, teniendo siempre presente a Jesús como guía y salvador. 

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