2015-10-09

Salvación y misión

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28 domingo ordinario - B from Joaquin Iglesias

Salido al camino, corrió a él uno que, arrodillándose, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?
Mc 10, 17-30

Una pregunta crucial y una respuesta desafiante


Un fiel seguidor de la ley judía le pregunta a Jesús qué tiene que hacer para heredar la vida eterna. Quien hace la pregunta es una persona ejemplar, considera a Jesús como un buen rabino y reconoce su bondad llamándolo maestro bueno.

Jesús aprovecha la ocasión para clarificar su posición en ciertas cuestiones religiosas. En primer lugar, afirma que el fundamento del bien está en Dios, que es la máxima y absoluta bondad. Como buen conocedor de su interlocutor, le recuerda los mandamientos de la ley de Dios. El joven rico, observador de la ley, contesta que todo lo cumple desde pequeño. Y entonces es cuando Jesús da un giro copernicano, yendo más allá del precepto judío. Le pide que no se limite a cumplir la ley, sino que haga un gesto que lo trascienda. Le pide que se vuelva como niño, que se haga pobre y humilde y empiece a caminar de nuevo, cambiando radicalmente su vida.

Al joven le da vértigo. Está muy atado a su dinero, a sus criterios religiosos y, sobre todo, a sí mismo, a su modo de hacer. Es un buen cumplidor pero sus apegos le impiden asumir un cambio radical. Jesús, mirando a la gente, señala que con un corazón ambicioso y posesivo nadie entra en la vida eterna. Los discípulos se espantan ante la rotundidad de sus planteos. La exigencia es fuerte, admite Jesús, pero con la ayuda de Dios todo es posible. Él puede dar un vuelco a nuestro corazón y ayudarnos a iniciar una vida nueva.

Más allá de los preceptos


Jesús está hablando de una religión que va más allá de los preceptos y se compromete en las obras, en la caridad. Más allá del cumplimiento de unas normas, Jesús nos llama a afrontar el desafío de ser coherentes con nuestra fe, asumiendo sus riesgos con audacia.

Nuestra cultura cristiana todavía es muy farisea. A menudo preferimos cumplir con los mandamientos y los rituales establecidos, nos apegamos a las tradiciones y consideramos que ya somos fieles y buenas personas. Pero creer en Dios no es obediencia ciega a unas reglas. Creer en Dios no nos quita la libertad, sino que nos impulsa a ser creativos.

Vivimos en medio de un mundo convulso, donde la sociedad se agita al ritmo acelerado de los cambios. Estamos en una era tecnológica y de la comunicación, donde se dan otras necesidades y carencias, y donde las gentes tienen interrogantes y desafíos diferentes. La religión debe ponerse al servicio de la humanidad, y no al contrario, sabiendo encontrar cauces para expresar su mensaje y ofrecer su don a las gentes. No se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre.

No comerciar con Dios


Jesús también nos previene contra el mercantilismo espiritual: es decir, querer obtener la  vida eterna a cambio del cumplimiento de ciertas normas o rituales. Queremos comprar a Dios. La auténtica fe no consiste en un intercambio de favores, sino en ser coherente con aquello que creemos. La fe implica una conversión profunda, un cambio de mentalidad.

Dios es gratuito y nos da la vida eterna sin que se la pidamos o tengamos que ganarla. El cielo es un regalo que ya tenemos; la promesa del don ya ha sido dada, sólo hace falta mantenerlo. No convirtamos la religión en mero ritualismo. El cristiano no sólo está salvado: está llamado a vivir una vida nueva y a proclamarla.

El cielo ya está entre nosotros


Cuando Pedro dice: Nosotros que lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué obtendremos?, aún no ha experimentado esta honda conversión interior. No se da cuenta de que ya ha recibido el mayor don: el mismo Jesús.

Esta tensión entre el reino de Dios que ha de venir y el que ya es se ha resuelto con la muerte y resurrección de Cristo. El Reino ya está entre nosotros. Con Jesús el cielo es una realidad presente, no tenemos que esperar. Con su resurrección y Pentecostés nos envió al Espíritu Santo. En la Eucaristía se nos da él mismo. ¿Qué más esperamos?

Ya estamos salvados y redimidos. Ahora es el momento de comenzar a vivir la gran pasión de una vocación. Déjalo todo y sígueme, dice Jesús. Deja atrás tus apegos, tu historia, tu pasado, tu cultura, tus posesiones... Déjate atrás a ti mismo y tu narcisismo. Ya estás salvado, ya tienes la vida eterna. Ven y sígueme en la gran tarea de la evangelización.

Se trata de pasar de la salvación a la vocación para la misión.

Renunciar al apego


Es en este momento cuando el joven rico se echa atrás. Lo que le detiene, lo que nos detiene tantas veces a todos, no es tanto el dinero o las riquezas, sino el apego. Incluso una persona modesta puede sentir apego y aferrarse a sus pequeños tesoros, ya sean bienes materiales o actitudes. Y esta es la gran traba para poder llegar a la vida eterna. No es tanto el dinero o los bienes materiales en sí, como la resistencia a renunciar a uno mismo y a ser libre de tantas cosas que nos llenan y nos atan.


Dios no sólo nos llama a ser buenos cristianos, sino a ser santos cristianos. Esta es nuestra misión.

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