2016-11-11

Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas

33º Domingo Ordinario - C

Malaquías 3, 19-20
Salmo 97
Tesalonicenses 3, 7-12
Lucas 21, 5-19


Las lecturas de hoy nos pueden impresionar por su tinte apocalíptico. Todas ellas se dan en un contexto de sufrimiento y persecución. Cuando la vida corre peligro, ¿cómo mantener la esperanza? La profecía de Malaquías nos habla del juicio de Dios, un día ardiente en que los malvados perecerán como la paja y los justos brillarán como el Sol. Quizás este sea el deseo de muchas personas que sufren injustamente: ¡el mal no puede tener la última palabra! No es que Dios quiera destruir a nadie, pero serán las consecuencias de su mal obrar las que llevarán a la ruina a los injustos.

San Pablo avisa a los cristianos de Tesalónica. Corría la creencia de que el fin del mundo estaba próximo y, por tanto, algunos creían que no valía la pena esforzarse por trabajar ni preocuparse por la economía. Esto provocaba conflictos en la comunidad: había quienes vivían ociosos, ganduleando y enredando en las vidas ajenas. Pablo es rotundo. Mientras estemos en esta tierra hemos de trabajar y esforzarnos como el primer y el último día, con ganas y siendo solidarios con los demás. 

Jesús también recoge el temor social al fin del mundo. Es un miedo que nos resulta muy familiar: guerras, hambrunas, cambio climático, terrorismo… Para muchos el fin es inminente, y no pocas corrientes religiosas e ideológicas fomentan este pánico colectivo. ¿Qué hacer? Jesús es realista y claro: no sabemos el día ni la hora, y quienes pretendan dar una fecha concreta son farsantes o iluminados, falsos profetas de los que conviene no fiarse. Hay que seguir viviendo, cada día su afán, y haciendo lo mejor que podamos, sin perdernos en fabulaciones sobre el futuro. Que no cunda el pánico. Es en el presente donde se da la salvación, día a día, con perseverancia.

El escrito de Lucas recoge una situación que vivieron las primeras comunidades cristianas: la persecución religiosa. Las palabras de Jesús, por un lado, son crudas. No oculta lo que les espera a los creyentes: sufrirán rechazo y represión, incluso serán traicionados y abandonados por familiares y amigos. Pero al mismo tiempo también da esperanza: para Dios no se pierde nadie, él está con sus fieles amigos hasta el final, protegiendo hasta el último de sus cabellos. Dios no nos ahorrará problemas, porque respeta tanto nuestra libertad como la de nuestros perseguidores. Pero sí nos garantiza una cosa: él estará a nuestro lado. Con él venceremos, aunque quizás de una manera diferente a como lo esperamos. La nuestra será la victoria de la cruz. Y todos sabemos que, después de la cruz y la noche llega el alba de la resurrección.

Jesús no es un gurú que nos halaga y nos da falsas esperanzas. No promete un éxito fácil. Pero sí nos promete algo que vale más que todo: su ayuda y su presencia. El Espíritu Santo nos inspirará nuestra defensa y jamás quedaremos abandonados. Esta convicción ha de darnos fuerzas para superar absolutamente todos los retos que se nos presenten cada día, ¡sin miedo! Con confianza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

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