2017-08-04

Este es mi Hijo, escuchadle

18º Domingo Tiempo Ordinario - A

La Transfiguración de Jesús
Lucas 9, 28-36

Los tres evangelios sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas, narran la transfiguración en el Tabor con palabras casi idénticas. Esto significa que el relato se transmitió fielmente entre las primeras comunidades, y que fue una experiencia impactante y fundamental para los discípulos.

Jesús lleva tiempo avisando a sus amigos que su final, en Jerusalén, será previsiblemente una muerte violenta. Es realista: sabe que lo perseguirán y lo condenarán porque conoce a su gente y sabe que los grupos de poder no van a aceptarle a él, ni su persona ni su misión. Pero, por otro lado, Jesús no quiere hundir a sus discípulos en el miedo ni en la desesperanza. El realismo ante el mal no significa derrotismo ni inmovilidad. Jesús quiere que sus amigos tengan también otra certeza: que él es el Hijo de Dios, y que, como tal, su historia no terminará en la derrota ni en la muerte. Por eso se lleva a sus tres amigos más íntimos, Pedro, Santiago y Juan, a un monte alto. El monte es el lugar donde cielo y tierra se tocan, un lugar de oración, de contemplación silenciosa y de adoración. Y es allí donde los discípulos ven, claramente, quién es Jesús. El cielo se abre y lo acompañan dos grandes personajes de la historia de Israel, vivos en el más allá, Moisés y Elías. Moisés representa la Ley, el corazón de la identidad judía. Elías es el portavoz de los profetas, la voz de Dios en el mundo. Entre ellos, como suprema ley y supremo profeta, está Jesús. En él se culmina la ley de Dios y la profecía. Ya no son necesarios más leyes ni anuncios, porque el reino de Dios ha llegado con él. El Shemá hebreo se concreta: Israel, escucha… ¿a quién? Dios mismo responde desde la nube celeste: a mi Hijo amado, predilecto, elegido. Escuchadle a él.

Los discípulos quedan desconcertados, como toda persona que vive una experiencia mística y todavía no sabe muy bien cómo explicársela. Tendrán que guardarla en su corazón, meditarla largamente y asimilarla para poder, un día, contarla. Por eso dice el evangelio que, de momento, no contaron a nadie nada. Ciertas vivencias no pueden ser divulgadas de inmediato, hasta que no son interiorizadas y comprendidas.

La reacción de Pedro es muy humana, pero tampoco es la que Dios quiere. Como siempre, Pedro es el hombre de acción. Propone levantar tres tiendas, una para Moisés, otra para Elías y otra para Jesús. La mayoría de personas creen que esta reacción es un poco ingenua y alocada. Pedro se siente tan bien ahí arriba que quisiera quedarse para siempre en éxtasis. Y está tan aturdido que sólo piensa en poner unas tiendas para su Maestro y los ilustres invitados bajados del cielo.

Pero esta propuesta de Pedro, según los teólogos más profundos, va más allá. La palabra “tienda” en la cultura judía significa algo más que un refugio para guarecerse. Tienda es la tienda de la alianza, el tabernáculo itinerante del éxodo, el lugar donde habita Dios, el templo portátil que se recordaba en la fiesta de los tabernáculos o de las tiendas. En lenguaje moderno, diríamos que Pedro le dijo a Jesús: mira, vamos a construir tres capillas, o tres templos. Uno para ti, otro para Moisés y otro para Elías. Es decir: vamos a levantar tres edificios para glorificaros. ¡La vanidad humana convertida en devoción!

¿No es esta la actitud de muchos creyentes? Queremos poner a Dios en un pedestal y, allí, bien colocado, adorarlo y rendirle culto. Queremos glorificarlo encasillándolo en templos y edificios, en estructuras y liturgias. Pero luego, cuando salimos de la iglesia, volvemos a nuestra vida cotidiana y nos olvidamos de él. Esta reacción de Pedro es la misma que la del rey David queriendo construir un templo al Señor del cielo y la tierra, o la de Salomón. El templo, en realidad, no da gloria a Dios, sino a los hombres; y termina siendo una prisión dorada que intenta atrapar a Dios en los esquemas humanos.

El evangelista dice que Pedro no sabía lo que decía. No, no lo sabe, pero pronto tendrá una respuesta. Lo que Dios quiere no son tantos cultos, ni edificios ni pompas. No quiere ser encerrado en estructuras. Dios quiere que escuchemos a su Hijo amado y que lo amemos, como él lo ama. Hacer caso a Jesús: ese es el verdadero culto y la verdadera adoración. Cuántas veces, pretendiendo adorar a Dios, lo único que hacemos es escucharnos a nosotros mismos y nuestras oraciones, y no sabemos escucharle a él. ¡Qué ruidosas y pretenciosas son nuestras devociones, a veces! 

Jesús devuelve a sus amigos a la realidad, con sencillez. Y descienden del monte. Escuchad y guardad en vuestro corazón lo que habéis vivido. Quizás Pedro, Santiago y Juan todavía no han entendido mucho lo que han visto y oído… Pero lo comprenderán cuando Jesús resucite, un año más tarde. Sabrán que su maestro es realmente Dios y que después de la muerte y la aparente derrota, su amor, su reino, prevalecerán. El Tabor se convierte en un faro de esperanza.

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