2017-10-06

Mi amigo tenía una viña...

27º domingo ordinario - A

Isaías 5, 1-7
Salmo 79
Filipenses 4, 6-9
Mateo 21, 33-43


Mi amigo tenía una viña… La cavó, la plantó, la cuidó con esmero y esperaba recoger una cosecha abundante de uva buena. En vez de esto, dio agrazones. ¿Qué hará con la viña?

El canto de la viña es uno de los pasajes más conocidos del profeta Isaías, y un texto que debía quedarse grabado en los corazones de muchos judíos. Jesús conocía bien los escritos de este profeta y los cita a menudo en el evangelio. Ante los sacerdotes y los ancianos del pueblo Jesús vuelve a contar esta historia en forma de parábola, pero con una variante mucho más dramática. La viña sí da fruto, pero los viñadores quieren apropiarse de la cosecha y no la entregan a su amo. Apalean a los criados que él envía y, cuando el amo finalmente decide enviar a su propio hijo, lo matan para adueñarse del campo.

¿Qué hará el dueño de la viña con esos trabajadores inicuos? Los sabios responden a Jesús: Los hará morir de mala muerte y buscará a otros labradores. No se dan cuenta de que, con esto, se están acusando a ellos mismos.

La viña, en el contexto bíblico, es una imagen del pueblo de Israel. Hoy podríamos decir, del mundo. El mundo es la viña de Dios, que él ha cultivado con amor. Los viñadores son los líderes del pueblo, hoy diríamos que son los gobernantes, los educadores, los sacerdotes que pastorean a la Iglesia. Todos aquellos que tienen una responsabilidad pública y social son viñadores. Y ¿qué hacen? Muchas veces, en lugar de educar y cuidar de las personas para que se desarrollen y den buen fruto, las pierden, las engañan o las explotan, o siembran en ellas semillas de ignorancia, de odio y violencia. Estos líderes que causan tanto daño están robando y manipulando la vida de las personas, algo sagrado que sólo pertenece a Dios, el amigo de la vida sin excepción.

La parábola va más allá. Finalmente, el amo envía a su hijo. ¿Quién es? El hijo es Jesús. Cuando Dios ve que el mundo no escucha a sus profetas, él mismo entra en la historia para sembrar su semilla de vida eterna en cada ser humano. Pero ¿qué sucede? En su ceguera y ambición, los hombres quieren matar al mismo Dios que les ha dado la vida. El amo de la viña molesta. Quieren quitárselo del medio y hacerse dueños en su lugar. Es el endiosamiento del hombre que cree ser amo del mundo y pretende dominar la naturaleza y la historia con su fuerza, su dinero, su ciencia y su tecnología.

En Isaías el dueño del campo se enfurece y decide entregarlo a la destrucción de los enemigos. Es una imagen simbólica del desastre que hizo desaparecer a Israel del mapa, conquistado por los babilonios primero, y luego por persas, griegos y romanos. En el exilio, los israelitas pudieron meditar sobre su orgullo y su infidelidad a Dios. Vieron la catástrofe como un castigo y, a la vez, una oportunidad para reflexionar y renovarse.

Jesús no habla de castigo. En cambio, dice que el amo de la viña se la quitará a los viñadores homicidas y la dará a otro pueblo que dé buenos frutos. Jesús se estaba refiriendo a la futura comunidad de creyentes. Los jefes de su pueblo lo llevaron a la cruz; serían los galileos, los pobres y sencillos, y muchos extranjeros los que creerían en él y formarían la primitiva Iglesia. El regalo de Dios, destrozado por el pueblo elegido, iría a parar a otras manos. La buena noticia del Reino ya no sería exclusiva para Israel, sino que se esparciría por todo el mundo.

Podemos hacer una lectura de esta parábola aplicada a nuestras comunidades de hoy. Nuestra parroquia también es una viña y nosotros, los cristianos comprometidos, somos los viñadores. ¿Damos buen fruto? ¿Acogemos a Jesús y dejamos que él cambie nuestra vida? ¿Es nuestra parroquia un foco de evangelización, un lugar de convivencia, un refugio de caridad y acogida con las puertas abiertas hacia afuera? ¿Es nuestra parroquia un verdadero faro en la noche, un oasis en el desierto, un hospital de campaña en medio de la guerra? Si no es así, si nuestras comunidades se vuelven estériles y amargas… Dios quizás no nos castigue, pero sí veremos cómo este viejo mundo, decrépito, se va muriendo, y quizás vendrán otras personas, con el corazón abierto y una fe fresca y renovada, que sabrán recibir el don de Dios y hacerlo fructificar. 

Nuestras parroquias envejecen y las comunidades parecen en peligro de extinción. ¿Qué nos salvará? Miremos, dentro de nosotros, en nuestro corazón. ¿Somos buenos viñadores? ¿O por el contrario, con nuestra dureza y frialdad, con nuestra falta de caridad, nos estamos convirtiendo en viñadores homicidas, que apagan el fuego del Espíritu Santo? Abrámonos. Abrámonos sin miedo, sin reparos, y dejemos que el amor de Cristo, a quien recibimos en cada eucaristía, nos transforme y haga de nosotros buenas uvas, buen vino, luz del mundo.

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