2018-07-11

El plan inimaginable de Dios

15º Domingo Ordinario - B

Amós 7, 12-15
Salmo 84
Efesios 1, 3-14
Marcos 6, 7-13

Si la semana pasada las lecturas nos hablaban de la vocación del profeta, sus desafíos y pruebas, esta semana nos vuelven a hablar de la misión del enviado de Dios. En la primera lectura encontramos al profeta Amós. Por sus profecías molesta al sacerdote Amasías, que lo expulsa de su ciudad. Cuando los profetas dicen verdades incómodas son rechazados por el pensamiento “buenista” imperante. Pero Amós no renuncia a su misión. No presume de ser profeta ni sabio, sino un hombre del pueblo, un labrador. Pero Dios le ha confiado una misión y no renuncia a ella.

En el evangelio vemos cómo Jesús envía a sus discípulos y les da instrucciones para el camino. También los avisa de que no siempre serán bien recibidos. Ellos, sin embargo, han de llevar la paz y el bien del Reino de Dios allí a donde vayan, con humildad y sencillez.

¿Y nosotros? ¿Dónde entramos, en estas lecturas? ¿Somos profetas? ¿Somos misioneros? ¿Somos enviados de Dios? Quizás muchos de nosotros pensamos: ¡no! No somos nadie extraordinario, no somos santos, no estamos llamados a esto. Pero, en cambio, nos llamamos cristianos. ¿Qué significa serlo de verdad?

Pablo, en su carta a los Efesios, empieza con palabras impactantes y llenas de una alegría profunda. Resulta que todos los cristianos, sin excepción, todos somos llamados por Dios. Todos tenemos vocación de santos, de profetas, de elegidos. Lo dice claramente: él nos eligió para que fuésemos santos… él nos llamó a ser hijos suyos, él nos llama a compartir la gloria de Jesucristo.

Resulta que Dios tiene un plan, un plan para todo ser humano. ¡Y ese plan es glorioso! Si Jesucristo es la plenitud de la humanidad, el hombre nuevo, resucitado, libre y lleno de bondad y de vida, esa es también nuestra vocación. Los cristianos estamos llamados a ser cristos. Es decir, que todos somos, a nuestra manera, profetas, enviados, hijos amados, elegidos. Ya no es que Dios quiera que hagamos algo: quiere darnos algo muy grande. Quiere que seamos como él, que seamos parte de él.

Lo más importante es que Dios ha derramado su amor sobre nosotros: «El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad». 

Muchas personas buscan el propósito de su vida y se preguntan para qué están en este mundo. Jesús nos da una respuesta: estamos para vivir en plenitud y saltar a una vida eterna, como la suya. Pero no es una respuesta cerrada y uniforme para todos, pues cada uno de nosotros está llamado a florecer a su manera, según su carácter y talentos. «Seremos alabanza de su gloria», dice Pablo. Es decir, que nuestra vida será tan hermosa que, por nosotros, la gente podrá dar gloria a Dios. 

Nuestra vida será el mensaje. Como decía san Ireneo: «La gloria de Dios es el hombre vivo», y añadía que «la vida del hombre es contemplar a Dios». Contemplar el plan que Dios tiene para nosotros es un regalo, un don que nos es concedido. Y ese plan nos hará vivir de tal manera que siempre tendremos motivos para estar agradecidos y llenos de gozo.

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