2019-05-16

Todo lo hago nuevo

5º Domingo de Pascua - C

Lecturas:

Hechos 14, 21-27
Salmo 144
Apocalipsis 21, 1-5
Juan 13, 31-35

Homilía

Las tres lecturas de hoy son profundamente alegres. Nos hablan de ese reino de Dios, que Jesús había predicado como una pequeña semilla enterrada, brotando y creciendo. Las promesas se hacen realidad.

En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, se nos relatan los fecundos viajes de Pablo y Bernabé por Asia Menor. De ciudad en ciudad, van fundando comunidades y fortaleciéndolas con su oración y su apoyo. Y en todas ellas surgen consagrados, presbíteros y diáconos, al servicio de la comunidad. La semilla se ha convertido en un joven árbol y empieza a echar ramas, hojas y frutos.

En la segunda lectura, del Apocalipsis, san Juan nos ofrece una visión de esa semilla convertida en un árbol frondoso y resplandeciente. Un árbol que sobrepasa los límites de la muerte y se arraiga en el más allá. La visión de la Jerusalén celestial, como una novia ataviada para su esposo, es la visión de la humanidad cuando se encuentre definitivamente con Dios. La unión con el Creador será una fiesta de inimaginable grandiosidad y belleza.

¿Cómo hacer crecer esta semilla del reino de Dios? Jesús la plantó con todo su amor y volcó en ella su vida entera. En la última cena dio a sus amigos el mandato, o quizás podríamos decir la fórmula, la receta, o el secreto para que esa semilla crezca. Es un secreto a voces, pero no hay verdad más grande, más cierta y más segura. Si queremos que las cosas buenas crezcan, es lo único necesario. Y si queremos reconstruir lo que está roto, enfermo o medio muerto, es el único remedio.

Amaos unos a otros como yo os he amado. El amor será agua, será luz y será tierra fértil para hacer crecer la semilla. El amor nos llevará a convertirnos en esa humanidad nueva de la que habla el Apocalipsis. El amor, al modo de Jesús, es decir, como entrega total, hará posible ese cielo nuevo y esta tierra nueva. El amor, que todo lo creó, es lo único que puede renovarlo todo.

Necesitamos creer en la fuerza regeneradora del amor. Y necesitamos vivirlo en el día a día. Hablar del amor y predicarlo no basta. Hay que agacharse, lavarse los pies, mancharse de tierra y de sangre, curando heridas, aliviando el cansancio y el dolor de otros. Hay que aprender a renunciar a uno mismo para poder amar con corazón libre. ¿Es imposible? No lo es, Jesús nos dio ejemplo, y él, aun siendo Dios, también era humano como nosotros.


No podemos llamarnos cristianos, ni discípulos, ni amigos de Jesús, si no seguimos esta enseñanza. Aunque no seamos perfectos y nos cueste, hemos de trabajar cada día por acercarnos a este amor que nos pide, ni más ni menos, que amar como Dios. Un amor que se traduce en servicio y en cuidado por el otro. Un amor que se cultiva cada día, paso a paso, hora a hora, con mil pequeños gestos. El amor, en realidad, no es más que hacer lo que tenemos que hacer, lo ordinario, lo de siempre, pero con la máxima excelencia, cuidado y cariño. Poniendo intención y atención a todo. Pensando en el bien de los demás. Quien vive y trabaja así, lo hace todo nuevo y renueva el mundo a su alrededor. Como decía el poeta Joan Maragall, quien ama su trabajo y pone en él toda su devoción está contribuyendo a salvar el mundo, aunque no lo sepa. 

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