2023-02-03

Sal y luz - 5º Domingo Ordinario A

Jesús nos llama a ser sal de la tierra y luz del mundo. ¿Cómo vivir hoy esta misión que nos encomienda? ¿A qué estamos llamados todos los cristianos?

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Cuando seas generoso y compasivo, cuando salgas de ti mismo y ayudes a los demás, tu vida estallará en luz como la aurora y tus oscuridades desaparecerán. Cuando procures iluminar la vida de otros, tu existencia será llama viva. Cuando dejes de mirarte a ti mismo y busques el bien de quienes te rodean, serás sal y luz. 
Las lecturas de hoy nos proponen algo bastante contrario a lo que nos vende el mundo. Hoy se estilan frases como “ámate a ti mismo”, “cultiva tu autoestima”, “céntrate en ti mismo”, “tú eres divino”, “tú eres Dios”, “todo lo puedes”, “todo está en ti”… El endiosamiento del ser humano es una constante en la cultura moderna, y adopta formas cada vez más atractivas y aparentemente lógicas. ¿Para qué esforzarse en amar a los demás o en ayudar a los otros en sus problemas? Todos somos parte de una misma realidad: cuídate de ti mismo y de tus cosas, y todo mejorará. La mejor manera de amar a los demás es empezar por ti mismo…
¿Es esto verdad? La realidad nos muestra que detrás de estos discursos hay enormes problemas de soledad, de identidad, de conflictos personales, de falta de vínculos e incapacidad para convivir o crear relaciones estables. Hay un enorme mercado que vende salud, bienestar personal y autoestima, pero a menudo lo único que consigue es quitar tiempo, dinero y energías de muchas personas, a cambio de una sensación ilusoria y efímera de paz.
El profeta Isaías nos propone otra cosa: dedícate a hacer felices a los demás y el sol saldrá en tu vida. Atiende a los pobres y te enriquecerás de alegría.  
Pablo, en la segunda lectura, desafía el discurso de la autorrealización personal. Reconoce sus limitaciones y atribuye todos sus logros al poder de Dios. Ni a su esfuerzo, ni a su elocuencia, sino al Espíritu Santo. Pero no tiene miedo a salir para anunciar a Cristo. De esta manera, cualquier éxito será únicamente obra de Dios, y él no tendrá motivo de vanagloria.
Jesús nos invita a ser sal y luz: a dar sabor a la vida, a dar claridad al mundo. ¿Cómo podemos ser sal y luz en medio de tanta tiniebla, tanto caos y tanta insipidez como nos rodea? Llenándonos de él. Saliendo al mundo, rompiendo nuestro confortable nido de egoísmo. Nosotros hemos de dar el paso, él nos dará la sabiduría y la luz. Como pequeñas candelas (las que encendimos el pasado día 2 de febrero en la fiesta de la Presentación del Señor), en nosotros se enciende el fuego del gran velón pascual, que es Jesús. No podemos compararnos a él, pero el fuego ¡es el mismo! En nosotros arde el mismo Espíritu Santo que llena a Jesús. Si nos entregamos, esa pequeña llama rasgará las tinieblas y ofrecerá calor y esperanza a un mundo tan falto de ella.

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