2025-01-31

Presentación del Señor



Fiesta de la Candelaria - Presentación del Señor en el templo

Malaquías 3, 1-4
Salmo 23
Hebreos 2, 14-18
Lucas 2, 22-40


En el evangelio de hoy vemos cómo los padres de Jesús lo llevan al templo para cumplir el ritual de toda familia judía: al hijo primogénito había que consagrarlo a Dios y, para rescatarlo, se ofrecían unos animales en sacrificio. Esta antigua costumbre, en el caso de Jesús, revista un significado especial. Por un lado, Jesús no necesitaba consagrarse a Dios, ¡él mismo era Dios! Pero, como ser humano, se somete a todos los rituales, costumbres y leyes de su pueblo. Pero, en ese momento, dos personajes aparecen y ven en aquel niño algo que nadie más ve. El anciano Simeón y Ana, la profetisa, dos amigos de Dios, reconocen que ese niño va a cambiar la historia.

La profecía es como un arma de doble filo para María: por un lado, su hijo traerá la salvación al pueblo y la «luz a las naciones». Por otro, esta luz descubrirá lo que hay en los corazones, y despertará una violenta oposición. Será esa «bandera disputada» y provocará guerra y división, porque no todos lo aceptarán. De ahí vendrá la muerte en cruz y esa espada que atravesará el corazón de la madre.

Pablo, en su carta a los hebreos, explica este misterio de la doble naturaleza de Jesús. Como Dios, viene a salvarnos y a liberarnos de la muerte y del mal. Como hombre, debe pasar por todo lo que pasamos nosotros, incluida la muerte. Muriendo, nos da la vida. Sometiéndose, nos libera. Sufriendo, nos sana. «Como él ha pasado la prueba del dolor, ahora puede auxiliar a los que pasan por ella». Recordemos estas palabras cuando pasemos tiempos difíciles, situaciones conflictivas, grandes sufrimientos, físicos y morales, tristezas y soledad. Todo eso lo pasó también Jesús. Él conoce nuestro dolor, y está a nuestro lado. No desesperemos, porque con él, saldremos a flote y veremos la luz.

2025-01-25

Hoy llega la liberación


III Domingo Tiempo Ordinario -C-

«Le entregaron un libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, dio con el pasaje donde está escrito: El Espíritu del Señor reposa sobre mí, porque me ungió para llevar la buena nueva a los pobres; me envió a predicar la libertad a los cautivos, a los ciegos la recuperación de la vista, para libertar a los oprimidos, para anunciar un año de gracia del Señor».

Sentirnos hijos de Dios, raíz de nuestra fuerza


Jesús, abierto al Espíritu, se lanza a su misión. Su fuerza radica en sus convicciones y en su adhesión total al Padre. Sus palabras y sus gestos van calando profundamente en el corazón de mucha gente. Todos admiran su hondura y el contenido de cuanto predica.

Como buen judío, Jesús participa en el estudio y el conocimiento de la Torá en la sinagoga, como es costumbre, los sábados. Allí, ante la asamblea de fieles reunidos, y con voz recia, proclama el pasaje del profeta Isaías. Es un momento crucial en su ministerio público.

«El Espíritu del Señor reposa sobre mí», dice el texto. Jesús tiene una conciencia clara de su filiación con Dios y siente que el Espíritu Santo reposa suavemente sobre su corazón. De aquí fluye toda su energía espiritual: manifiesta el deseo de aquel que le ha enviado. Su vida y sus palabras no se entienden sin esta opción. La voluntad de Dios y la libertad de Jesús convergen en un momento decisivo.

Un mensaje liberador


Recogiendo las palabras del profeta, Jesús las aplica a su persona. Él ha venido a anunciar a los pobres el evangelio. Lo reciben los «pobres de espíritu», aquellos cuya única y gran riqueza es Dios. Ha venido a anunciar a los cautivos su libertad. Aquellos que comprenden su palabra saben que la libertad humana florece en el amor. Viene a proclamar el año de gracia: todos aquellos que se abren a Dios sinceramente recibirán gracia sobre gracia.

«He venido a dar libertad a los oprimidos», dice también Jesús. ¿Quiénes son los oprimidos? Todos aquellos que sufren, que padecen el yugo de la tristeza, el dolor o un poder que los anula como personas. Esta es precisamente una de las grandes misiones de la Iglesia: contribuir a la liberación del sufrimiento humano causado por la opresión.

Cada cristiano está llamado a ser liberador


Los bautizados tenemos la capacidad y los dones necesarios para reproducir la vida de Cristo. En el bautismo, el Espíritu de Dios también se posó sobre nosotros. Entonces éramos niños pero, ya adultos, está en nuestras manos alimentar y acrecentar la vida del Espíritu en nuestro interior. Cada vez que leemos un texto bíblico, cada vez que rezamos y nos abrimos a Dios, se cumplen en nosotros las Sagradas Escrituras.

Unidos a Cristo, estamos llamados a una misión redentora. La Iglesia que formamos todos es heredera de esta gran vocación de Cristo.

El mensaje de Jesús es un anuncio, una buena noticia: Dios nos ama y nos quiere libres. El evangelio no es un conjunto de normas morales ni una doctrina rigurosa, sino el gozoso anuncio de nuestra liberación. La liberación más profunda es soltar las amarras del yo, que es la mayor esclavitud. Muchas personas, en nombre de la libertad, se lanzan a una vida centrada en uno mismo; una vida cerrada, endogámica y que acaba asfixiando el alma. El egoísmo es el gran cautiverio que aflige a la humanidad. En cambio, abrirse a los demás comporta un gran alivio y liberación. Romper las cadenas del egoísmo y el narcisismo es otra gran misión de la Iglesia en el mundo.

Aquí tenéis una presentación en power point. Para descargar, clicad sobre en enlace: 

2025-01-17

Una boda en Caná

II Domingo Tiempo Ordinario -C-


«Y, faltando el vino, dijo a Jesús su madre: “Hijo, no tienen vino”. Le respondió Jesús: “Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Aún no ha llegado mi hora”. Dijo su madre a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga».

María confía en su hijo


En la primera etapa de su vida pública, Jesús es invitado a una boda en Caná de Galilea con sus discípulos. También va con ellos María, su madre.

En plena boda se quedan sin vino. María, solícita y atenta a cuanto sucede a su alrededor, interviene. En una ocasión tan señalada no puede faltar el vino y pide a su hijo que actúe. Jesús le contesta que no ha llegado su hora. Son palabras que quizás María no entiende. Pero ella confía totalmente en Él. 

Siempre se ha fiado de su hijo. Entonces va y dice a los criados: «Haced lo que Él os diga». Es una de las pocas frases que los evangelistas ponen en boca de María, pero es suficiente para expresar la unión profunda con su Hijo. En esos momentos, Jesús convierte el agua en vino. Se trata de su primer milagro público. Con esta manifestación, Jesús hace patente su íntima relación con Dios.

Haced lo que Él os diga


Todos nos hemos sentido alguna vez como tinajas vacías. A veces las personas vivimos vacías de sentido, de esperanza, de valores. María intercede por nosotros ante Jesús para que llene nuestra tinaja de amor, de fe y de esperanza.

También el mundo está vacío, sediento de Dios. Para llenarlo, solo nos falta escuchar. «Haced lo que Él os diga» son las palabras que María dirige a todas las gentes. Haced lo que Él os diga. Habla con firmeza porque ella ha pasado por la experiencia de confiar en Dios. Sabe de quién se fía. No dice «decid lo que Él dice», o «decid lo que Él hace», sino «haced». Trasladada a hoy, su exhortación nos invita a actuar, a trabajar, a construir espacios de amor. Nos llama a vivir desde Dios, abriendo parcelas de su Reino en este mundo.

La liturgia de hoy nos invita a escuchar y a seguir la voz de Dios. Escuchar a Jesús puede hacer nuestra vida fructífera y abundante en toda clase de bienes.

La ley del amor


La ley judía, escrita en el Antiguo Testamento, comprendía innumerables ritos de purificaciones. Jesús, en el Nuevo Testamento, convierte el rito en una fiesta. Las normas del código de Moisés se reducen a una: amar como Él nos ama. De las leyes y la exigencia de la tradición hebrea pasamos a la entrega generosa del amor, que convierte nuestra vida en una celebración. Del Antiguo Testamento pasamos al Nuevo: de la ley pasamos al amor. Jesús también convierte nuestra pobre e insípida existencia en una vida intensa y sabrosa, un banquete donde nunca pueden faltar el pan y el vino eucarístico.

El milagro de la confianza


El agua se convierte en vino. Igualmente, toda nuestra existencia queda transformada por la presencia de Dios. Y Él nos invita a vivir plenamente la alegría, convirtiendo nuestra vida en una fiesta.

Pero el milagro solo puede darse cuando hay confianza. El espacio del milagro es el amor. Cuando hay amor, los corazones pueden tocarse, porque el mismo amor es tierra abonada para que se produzca una transformación. Claro que Jesús podía obrar prodigios. Pero el gran milagro es que cada uno de nosotros, pobre tinaja vacía, llegue a desear su presencia y abra el corazón a su amor.

Esta es la presentación. Para descargarla, pulsad sobre el enlace.

2025-01-10

Ungidos por Dios

El Bautismo de Cristo  - ciclo C

Lecturas:
Isaías 42, 1-7
Salmo 28
Hechos 10, 34-38
Lucas 3, 15-22

Homilía

Las lecturas de hoy se centran en el bautismo, el primer sacramento de la fe cristiana. Todos hemos asistido a algún bautizo. No recordamos el nuestro, pues casi siempre éramos muy pequeños, pero hemos visto fotografías y recuerdos. Sabemos que el bautismo es la ceremonia que nos hace, oficialmente, cristianos, y en la que se nos da un nombre. También se nos enseña que por el bautismo somos lavados del pecado original. En el caso de los bautismos adultos, además borra todos los otros pecados. Pero más allá de las catequesis básicas, ¿ahondamos en el significado que tiene este evento? ¿Qué nos dice el bautismo?

Por otra parte, hoy celebramos el bautismo de Cristo. Puede parecer algo contradictorio. ¿Necesitaba bautizarse Jesús, si ya era Dios y no tenía pecado? ¿Por qué Jesús quiso bautizarse? ¿Qué significa esa voz salida del cielo, ese Espíritu que desciende sobre él como una paloma? ¿Qué ocurrió realmente en el Jordán?

La escena, que nos narra Lucas, explica que mientras era bautizado, Jesús oraba. Recibió el agua en un estado de oración, de unión íntima con el Padre. Y en ese momento es cuando desciende el Espíritu y la voz clama: «Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco».

Las pocas veces que el evangelio reproduce la voz de Dios Padre, el mensaje es casi siempre el mismo. Es una exclamación de amor y reconocimiento hacia su hijo. En el Bautismo, Jesús recibe un mensaje que lo llena de fuerza para iniciar su misión. Es la palmada en la espalda, el abrazo de despedida de su padre, el ¡ánimo, adelante!, que necesita.

San Pablo lo explica con estas palabras: «Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.» ¿Qué quiere decir ungido? Ungidos eran los reyes y los sacerdotes, con óleo santo, para ser consagrados. Ungido significa pertenecer a Dios. Pero ungir también es un acto de cuidado personal, con aceite fragante, nutritivo y protector. Ungido es ser acariciado, cuidado por Dios. Este amor es el que da toda la fuerza, todo el poder sanador y liberador de Jesús. Es el mismo amor que Jesús dio también a sus apóstoles, y el mismo que recibimos todos los cristianos al ser bautizados.

Sí, en el bautismo, Dios nos mira con amor y nos dice: Tú eres mi hijo amado, mi hija amada. Tú me llenas de alegría, ¡eres mi gozo! No nos da órdenes, ni nos dice «quiero que seas así», o «haz esto», o «pórtate de esta manera». Dios nos ama tal como somos, de forma incondicional. Su primer y más fundamental mensaje no es otro que este: «¡Te quiero!» Con la fuerza que nos da el ser tan amados, podemos crecer, podemos salir al mundo y atrevernos a dar lo mejor de nosotros mismos, sin miedo. Hay un amor más grande que todo el universo, un amor que ha sido derramado sobre nosotros con el agua bautismal, y este amor nos alimenta y nos sostiene, siempre.

2025-01-03

La luz y la palabra



En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios... Por ella fueron hechas todas las cosas (…) En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Jn 1, 1-18

La palabra encarnada

La Navidad nos llama a reflexionar sobre la humanidad de Dios. San Juan comienza así su evangelio porque la palabra de Jesús ha calado hondo en su corazón, como una luz intensa. Esa fuerza lo impulsa a predicar.

Juan nos revela que Dios es comunicación. No es un ser extraño, alejado, centrado en sí mismo. Es un Dios que se comunica, que se relaciona, que sale de si mismo. Jesús es la palabra de Dios, una palabra que cala con fuerza, que es luz para nosotros. Cristo es la palabra de Dios que ilumina nuestro corazón, nuestra existencia, todo nuestro ser.

A través de él Dios nos comunica su amor. Las palabras que no comuniquen amor, que no iluminen nuestra vida, son palabras vacías, huecas, sin sentido. ¡Qué importante es recuperar el sentido de la palabra! Este mensaje nos interpela. Nos pide que todo aquello que seamos capaces de comunicar exprese justamente la voluntad de Dios.

Dios se hace pequeño

Sin lugar para hospedarse, José y María tienen que buscar refugio en una cueva. Es allí donde nace el Hijo de Dios. Este es el gran mensaje de la Navidad: la humildad de Dios. Nosotros, mortales y limitados, que creemos saber muchas cosas cuando en realidad no sabemos nada, a veces nos consideramos más que Dios.

Es evidente que las religiones muchas veces han generado conflictos por querer imponer sus criterios morales. En cambio, Jesús llega al mundo sin la intención de avasallar a nadie. En todo caso, viene a conquistarnos, a seducirnos con el inmenso amor de Dios. No viene a obligarnos a hacer nada que no nos guste, sino a que descubramos la dimensión trascendente de la vida.

Dios cuenta con la humanidad

Los teólogos afirman que, en Navidad, Dios se humaniza. Viene a ser uno como nosotros en Jesús de Nazaret. Al mismo tiempo, el hombre se diviniza, es decir, descubre la trascendencia que le depara el mismo Dios. Para venir al mundo Dios necesita de la humanidad. A través del ángel Gabriel, solicita su adhesión a María. Ella podía haber dicho no y, en cambio, responde: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Dios cuenta con la humanidad, con el hombre y con la mujer, para su misión redentora. Cuenta con nosotros para llevar a cabo su plan en nuestras vidas y para que muchas otras personas lleguen a conocerlo y a acercarse a Él.

La sencillez de María

En María vemos tres aspectos muy importantes. El primero es la sencillez. Estamos en un mundo donde predomina la cultura de los primeros. Vamos pegándonos codazos unos a otros, pugnando por adelantarnos.  En cambio, cuando Dios se hace niño, se sitúa detrás de todos. ¿Qué es un bebé? Es el último, pequeño y frágil, incapaz de sobrevivir solo; si lo abandonamos, se muere. Dios es ese gran indefenso, que renuncia a todo su poder para hacerse niño. Se hace último, como también lo será en la cruz donde, más allá de los golpes y las burlas, no tiene nada ni a nadie. ¿Qué consecuencias tiene esto? Podemos extraer implicaciones de tipo sociológico, político y cultural. ¿Cómo vivimos la virtud de la humildad? ¿Sabemos ser últimos?

Docilidad de espíritu

El segundo aspecto que quiero remarcar de María es su docilidad. En nuestra sociedad nos enseñan a competir por ser los primeros, queremos hacer siempre lo que nos da la gana sin preguntarnos qué quiere Dios de nosotros. Nuestro ego prevalece en todo momento, convirtiéndose en la brújula que nos orienta. Por el contrario, Jesús se manifiesta siempre dócil a la voluntad de Dios. María, su madre, también ha acatado esa voluntad: “Hágase en mi según tu palabra”. ¿Somos dóciles a lo que Dios quiere de nosotros? ¿Dejamos que se cumpla en nosotros lo que Él quiere?

El silencio

La tercera cualidad de María es el silencio. Nuestro mundo está lleno de  ruido. La gente huye del silencio, porque en el silencio uno se encuentra consigo mismo y topa con sus propias limitaciones. Cuántas imperfecciones, lagunas y lacras personales tememos descubrir. El silencio tiene un alto componente educativo y espiritual. A la gente le da miedo sentarse un rato y pararse a pensar y a rezar. Necesitamos estar siempre corriendo porque huimos. ¿De quién? En el fondo, intentamos escapar de nosotros mismos. Hay muchas cosas que no nos gustan de nosotros y preferimos pasar al activismo.

Es muy importante saber estar quieto. ¿Por qué se produce en María el milagro de la recepción del mensaje por el ángel Gabriel? Porque la ha encontrado quieta, callada, en su lugar. Las personas a menudo no estamos en nuestro lugar. ¿Cómo vamos a descubrir lo que Dios quiere, si el ruido nos envuelve y nos aturde? El silencio nos causa pánico y lo desplazamos, llenando nuestras horas de bullicio y televisión, para no sentirnos solos. En cambio, María acoge al niño en el silencio de su corazón.

El sentido del regalo

Hoy se da mucha importancia a la cultura de los regalos. Tiene su función mercantil, es una dinámica en la que todos entramos y nos parece lo más normal del mundo.

En la noche de Navidad, Jesús se nos regala él mismo. Esto tiene una enorme consecuencia. Demos un sentido trascendente al regalo. El mejor obsequio es la ofrenda de nosotros mismos. Cristo, en la eucaristía, se nos ofrece a través del pan y vino. En la noche de Navidad se nos ofrece como niño. Por encima de los regalos que podamos brindar, Jesús nos invita a dar algo más: nuestro tiempo, un diezmo de nuestra vida y de nuestra libertad para ofrecer nuestra presencia y hacer algo solidario en favor de los que nos necesitan. Si no lo hacemos así, entraremos en el juego voraz del consumismo sin sentido.

Volvernos como niños

En los años 80 se hablaba de la revolución de los niños y se estudiaba la importancia de esta etapa de la vida. Jesús nos exhorta a descubrir las dimensiones de la infancia en cada uno de nosotros. “Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos”. No olvidemos que, aunque somos adultos, tenemos un niño dentro y, potencialmente,  también un anciano. Es importante apearnos del orgullo y recuperar aquella bonita y fragante inocencia. Los adultos nos volvemos recelosos, raros, criticones. Tenemos que volver a nacer, volver a ser niños, desde la cueva de Belén. Los niños juegan sobre los cascotes después de las guerras, no tienen en cuenta las miserias, son capaces de romper barreras culturales y psicológicas. Para el niño lo más importante es  la ternura y la amistad, el amigo del colegio, el juego, poder levantarse cada día. Los niños no buscan cargar culpas ni rencores. Nos enseñan a mirar las cosas con ojos limpios. Nos enseñan a descubrir al prójimo con capacidad de perdón y reconciliación, nos enseñan a empezar de nuevo.

Esta es una de las grandes lecciones de la Navidad. Que todo ese envoltorio de luces y regalos no nos distraiga, y que esta fiesta nos ayude a penetrar en el misterio de la auténtica alegría.