Lecturas
Hechos 12, 1-11.
2 Timoteo 4, 6-8. 17-18.
Mateo 16, 13-19.
La festividad de hoy une a dos pilares de la Iglesia, dos
apóstoles, amigos de Jesús, que llevaron su mensaje muy lejos. Ambos murieron
mártires, en Roma. Ambos dieron su vida por Cristo. Y aunque durante su vida
tuvieron diferencias, ambos supieron madurar y ser fieles a su misión hasta el
final.
El evangelio de Mateo nos presenta un estadio inicial de la vocación
de Pedro. Aun es un discípulo de Jesús. Aún está aprendiendo junto a su
maestro. Pero cuando este pregunta a todo el grupo de los Doce: ¿Quién decís
que soy yo? Pedro es el primero que responde, en nombre de todos: Tú eres el
Mesías, el Hijo del Dios vivo.
Jesús lo bendice porque esta inspiración no le viene por sí
mismo, sino por el mismo Padre. Simón ha tenido lucidez porque se ha abierto a
la palabra de Dios. Cuando el hombre se abre a la divinidad, el Espíritu Santo
lo inspira y le da sabiduría.
Acto seguido, Jesús da a Pedro una misión. Es el líder del
grupo, el que tendrá que afianzar la comunidad cuando el Maestro falte. Simón
todavía es una piedra frágil y tiene mucho que aprender, pero el amor lo irá
puliendo. Jesús asegura a Pedro que el poder de la muerte no podrá derrotar la
nueva comunidad que va a fundar. La Iglesia es una familia de Dios, del Dios que
es de vivos, y no de muertos. Por eso, afirma Jesús, nada podrá derrotarla. La
Iglesia podrá sufrir persecución y acoso, como estamos viendo hoy. Podrá sufrir
grandes crisis y dificultades, privaciones y ataques de todo tipo. Pero si está
sostenida en Cristo, nada podrá erradicarla. Su raíz está en los cielos.
La segunda lectura nos presenta a Pablo al final de su
misión. En su carta a Timoteo, Pablo reconoce que está acabando su carrera, le
queda poco para morir. Prevé su martirio, pero mira hacia atrás y está
contento, porque sabe que lo ha dado todo. Pero no se enorgullece de sí mismo,
sino que agradece al Señor, que le ha dado fuerzas y lo ha librado de mil
peligros.
Cuando Dios llama, da fuerzas, da recursos, da todo cuanto
necesitamos para emprender este camino. Pablo así lo declara. Y cuando ya no
nos salve de la muerte, porque ha llegado nuestra hora, como dice Pablo: “me
librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial”.
Mientras bregamos en este mundo, sostenidos por la fe, en
medio de adversidades, recordemos estas palabras. Pidamos a Dios, no tanto que
nos libre de problemas, que todos tendremos, sino que nos libre de hacer el
mal, de responder mal, de enfadarnos, hundirnos o abandonar cuando vienen las
cosas torcidas. Que no se nos muera el alma, que no nos cansemos de amar y
obrar el bien.
Pedro y Pablo, tan distintos, tan iguales en su amor y en su
entrega, a Dios y a los demás, que dieron su vida por sus comunidades, son dos
ejemplos para todos los cristianos de hoy. Imitemos su heroísmo, cada cual a su
manera y en su lugar. Lo que Jesús nos pide no es más que lo que les pidió a
ellos: fidelidad y adhesión. Después, cada uno sabrá, allí donde esté, qué debe
hacer.
Que Pedro y Pablo nos inspiren y nos animen a no desfallecer nunca, a terminar la carrera y conservar la fe, con una profunda gratitud.
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