2025-11-07

Dedicación de la Basílica de Letrán

Evangelio: Juan 2, 13-22.


Basílica de San Juan de Letrán, en Roma

La expulsión de los mercaderes del Templo es uno de los episodios más controvertidos de la vida de Jesús. Nos puede dejar perplejos por su radicalidad agresiva. 

Pero conviene entenderlo en su tiempo y en su lugar. Jesús, con este gesto tan rotundo, está lanzando dos mensajes a sus conciudadanos judíos y a las autoridades religiosas del Templo.

En primer lugar, es un gesto profético, desmesurado, llamativo, para captar la atención y transmitir un mensaje. También profetas como Jeremías y Ezequiel llevaron a cabo acciones sorprendentes y simbólicas para que el pueblo reaccionase.

En segundo lugar, es un gesto mesiánico. Sólo el Mesías, el Ungido enviado por Dios, puede renovar la fe del pueblo, depurándola de su lastre y sus desviaciones, y estableciendo una "nueva Ley" donde la adoración ya no se centrará en el culto, las ofrendas y los sacrificios (un auténtico mercado) sino en adorar a Dios "en espíritu y en verdad", como explicará Jesús a la samaritana (Juan 4, 23).

Las autoridades del Templo no lo arrestan ni lo encarcelan porque saben que el gesto de Jesús es profético y la gente del pueblo, impresionada, lo sigue. Pero sí le preguntan: ¿Qué signos nos das para hacer esto? Le están retando: ¿Quién eres tú? ¿Qué autoridad tienes? Si eres el Mesías, ¡haz algún signo prodigioso del cielo para convencernos. 

Los judíos buscan signos, dirá más adelante san Pablo. Quieren ver señales para creer. Jesús no se las dará, no caerá en la tentación del diablo de arrojarse del Templo para que una legión de ángeles lo recoja y todos caigan de rodillas, apabullados, para adorarlo. Jesús no abusará de su poder divino. 

Pero les deja un enigma: "Destruid este templo y lo levantaré en tres días". El evangelista nos aclara que el "templo" verdadero es el mismo Jesús. Él no destruirá nada, pero será destruido, azotado, torturado y clavado en cruz. El gran signo, que nadie espera ni imagina, es que resucitará. 

La resurrección de Jesús supera todos los signos y prodigios imaginables por los judíos. Y es la prueba certera de que puede obrar con autoridad ante el Templo de piedra, porque es Dios. 

¿Qué nos dice hoy Jesús?

¿Adoramos a Dios o adoramos nuestros templos, iglesias e instituciones? ¿Nos arrodillamos ante el Altísimo o ante la tradición? ¿Mercadeamos con Dios? ¿Queremos comprar el cielo a plazos, con misas, oraciones, sacrificios y ganando méritos? 

Jesús, como los profetas, no rechaza el culto ni las ofrendas, pero sí la hipocresía. En la mejor tradición profética, nos dice que todo esto es valioso si va acompañado de amor sincero a Dios y a los hombres. Si no es con caridad, si no van acompañadas de una vida coherente con la fe, de nada sirven las prácticas religiosas. Quedarán en letra muerta y en culto vacío. 

El verdadero templo es Jesús. Y él, ofreciéndose hecho pan, alimentándonos con su cuerpo, nos convierte a cada uno de nosotros en templo habitado por la presencia divina. ¡Dejémonos transformar por él!