2025-11-21

Un Rey que salva desde la cruz

Primera lectura: 2 Samuel 5, 1-3
Salmo 121
Segunda lectura: Colosenses 1, 12-20
Evangelio: Lucas 23, 35-43

En este último domingo del año litúrgico celebramos a Jesucristo, Rey del Universo, un Rey muy distinto a los que imaginamos. Su trono es una cruz, y desde allí revela un amor que no se impone, sino que se entrega. El evangelio de hoy nos invita a mirar esa realeza que transforma nuestras heridas en esperanza.

“Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino.” Él le respondió: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso.” (Lc 23,42-43)

La escena es sorprendente. Jesús, clavado en la cruz, parece derrotado. A su alrededor, algunos lo miran con desprecio, otros lo provocan, y muchos simplemente observan sin comprender. Aquellos que pocas horas antes aclamaban su nombre, ahora están ausentes. Y sin embargo, en medio de ese silencio y de esa injusticia, ocurre algo que cambia todo: un ladrón reconoce a Jesús como Rey.

Este «buen ladrón» —tradicionalmente llamado Dimas— no pide milagros, ni bajar de la cruz, ni resolver su sufrimiento. Solo pide algo humilde y profundo: acuérdate de mí. No cae en victimismos ni excusas; reconoce su propia fragilidad y su pecado, y mira a Jesús con una sinceridad que atraviesa el dolor. Y Jesús responde con una promesa que es puro consuelo: hoy estarás conmigo.

Aquí se revela el corazón del Evangelio: la realeza de Jesús no es poder, sino presencia. Es la soberanía del amor que no se rinde, que no abandona, que acompaña incluso cuando la vida parece rota.

¿Qué tipo de Rey es este?

Un Rey que perdona mientras sufre.

Un Rey que escucha cuando todos callan.

Un Rey que abraza a quienes la sociedad etiqueta como perdidos.

Un Rey que no se impone desde arriba, sino que se acerca desde abajo, desde nuestra propia cruz.

En esta fiesta de Cristo Rey, la Iglesia nos recuerda que su autoridad no se parece a la del mundo. Él reina no dominando, sino liberando; no exigiendo, sino ofreciendo; no a través del miedo, sino de la misericordia. Su trono, la cruz, es el lugar donde más vulnerable se hace, porque es ahí donde más ama.

Y quizá por eso este Evangelio toca tanto hoy. Porque también nosotros tenemos cruces, heridas, miedos, momentos en los que sentimos que el horizonte se oscurece. En esos lugares, Jesús no llega como un juez severo ni como un rey distante, sino como Alguien que se queda a tu lado. A veces no cambia la situación, pero sí cambia tu corazón desde dentro.

La pregunta del buen ladrón sigue siendo una oración eterna: Jesús, acuérdate de mí.

Es la súplica de quien reconoce que sin Él se pierde, y que con Él todo encuentra su sitio.

Hoy, en tu vida…

Te propongo algo muy sencillo: regálate un momento para mirar tu propia cruz. No para lamentarte, sino para invitar a Jesús a estar contigo en ese lugar concreto donde más lo necesitas. Puede ser una preocupación familiar, un miedo que te acompaña noche tras noche, una herida del pasado, un cansancio que pesa.

Repite despacio en tu interior: “Jesús, acuérdate de mí en esto.”
Pon nombre a ese “esto”: una situación, un rostro, un deseo, un dolor.
Déjate mirar por Él como miró al buen ladrón: con ternura, sin juicios, reconociendo en ti una dignidad que quizá tú mismo olvidaste. Hoy Cristo te recuerda que su Reino empieza allí donde le permites entrar.

Oración

Jesús, Rey crucificado, gracias por mirarme incluso cuando no lo merezco. Enséñame a dejarme amar por Ti, a reconocerte en mis pequeñas cruces y a confiar en tu promesa que salva.
Jesús, acuérdate de mí hoy. Acuérdate de los míos. Acuérdate de mi corazón que te busca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mil gracias Padre Joaquin por esta preciosa reflexion y por el ejercicio de Fe que nos propone, hermoso!!