2006-05-21

Amar al modo de Dios

El texto de San Juan de este domingo relata otro de los momentos álgidos de la vida de Jesús, antes de su muerte. Son palabras de emoción, de amistad, de dulzura, pero también de exigencias y consignas. Como maestro, es un momento clave para él. Tiene que partir y dejar a sus discípulos un mensaje nuclear que impregnará para siempre su proyección apostólica. Sus palabras salen de lo más hondo de su corazón. Es un legado que marcará una pauta a sus discípulos para que sepan testimoniar la buena nueva de Dios a los hombres.

Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Jesús dice a los suyos que los ha amado con el corazón de Dios. Por tanto, el suyo es un amor sin límites, pleno, auténtico, gozoso, generoso. En definitiva, amor de Espíritu Santo y amor de Padre. Les está diciendo que, como fundadores de la Iglesia, han de amar de esta manera, a modo de Dios.

Pero sólo podemos amar como Dios nos ama si permanecemos en él. Se está refiriendo a la alegoría de la vid y los sarmientos de la semana pasada. Si no vivimos una unidad plena con Dios, difícilmente amaremos como Él nos ama. Pero si estamos unidos a él y permanecemos en él, este amor fluirá solo.

Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Y ya no sois siervos, sino amigos, nos dice Jesús. Este es el mensaje fundamental del Nuevo Testamento: ser amigo de Dios. Dios no quiere sirvientes ni esclavos, quiere amigos capaces de dar la vida por otros. En el corazón de Dios no hay otro deseo que la amistad libre y gozosa con su criatura. Este es el gran salto de la revelación cristiana: Dios quiere entrar en el corazón del hombre.