2006-05-14

Yo soy la vid y vosotros los sarmientos

Lectura de Jn 15, 1-8
V Domingo de Pascua - Ciclo B

"Yo soy la vid y vosotros los sarmientos". "Permaneced en mí, y yo en vosotros". Estas palabras de Jesús son pronunciadas en el llamado discurso del adiós, en la última cena. Son momentos clave, antes de su muerte, en los que Jesús se dirige a sus discípulos con gran hondura y emoción. Son palabras definitivas que nos hablan de la comunión.

Jesús dice de sí mismo que es la verdadera vid. Muchas veces hemos visto campos plantados con viñas en hilera, bien enraizadas, dando sus frutos. La vid necesita de tres elementos para arraigar con fuerza en la tierra. Uno, que esté bien plantada. El segundo paso es cuidar la planta, desde regarla, abonarla, cavarla. Y finalmente, el fruto también dependerá de la providencia del clima. Podríamos decir que en la dinámica de todo cristiano se necesitan estos tres elementos para madurar en su espiritualidad.

El cristiano ha de estar bien enraizado en sus convicciones profundas, como Jesús lo estuvo con Dios. Hemos de arraigarnos en la fuente de nuestra savia, bien firmes en el corazón de Dios. Para que esto se dé y se compacte la relación con Dios, hemos de trabajarla. Es decir, estableciendo una profunda comunión con aquel que nos planta en la existencia.

Además, hemos de estar abiertos a los buenos consejos que nos vienen de afuera. Hablamos de una dirección espiritual, de un acompañamiento en el discernimiento de la propia vocación. Los pastores, sacerdotes o personas que acompañan y guían en el crecimiento espiritual de la persona son los buenos agricultores que cuidan de la viña.

Finalmente, quien nos hace crecer, siempre que haya una apertura sincera de corazón, es el mismo Espíritu Santo enviado por Dios, que se manifiesta en los elementos de su Providencia.

La consecuencia del buen arraigo en Dios son los frutos, que se traducen en un compromiso de servicio y de amor hacia los demás, en un testimonio convincente apoyado no sólo por palabras, sino por nuestras obras.

La unión firme con Dios en el Padre, que es el labrador, en el Hijo, Jesús, y en el Espíritu Santo, que es quien nos defiende y nos cuida, nos hará dar fruto en abundancia.