2007-03-11

La higuera sin frutos

La conversión, un giro

Uno de los núcleos del mensaje de Jesús es la llamada a la conversión. La palabra griega para designarla, metanoia, significa cambio, giro. Convertirse es dar un giro hacia Dios. Es decir, dejar de lado la parte frívola y egoísta de la vida para girarse hacia el amor.

¿A qué convertirnos? Para la conversión es necesario un proceso gradual de cambio de actitudes muy arraigadas en nuestra forma de ser. Podemos empezar a convertirnos en muchas cosas que, aunque parezcan pequeñas, no dejan de tener una importancia trascendental.

Cuántas veces nos cuesta sonreír cuando el día en nuestro universo interior amanece gris. La conversión pasa por sonreír. Cuántas veces somos duros y fríos con los demás. Convertirse significa ser amables. Muchas veces, a causa del estrés y nuestro ritmo acelerado, no nos damos cuenta de lo importante que es estar sereno, ir al ritmo de Dios. Otro aspecto a convertirnos puede ser la mezquindad, que nos lleva a empobrecernos. Ser generosos y espléndidos es otro paso hacia la conversión.

No creamos ser mejores

Otras veces nos sucede que, por el hecho de ser creyentes o practicantes, nos creemos mejores que los demás. Hemos de ser más humildes y reconocer que no lo somos. También estamos necesitados del perdón y de la misericordia. Solemos señalar, juzgar y criticar a otras personas, pensando estar por encima de ellos. Jesús nos advierte, como hizo con los judíos. Si no abrís vuestro corazón a Dios, también pereceréis.

La eterna paciencia de Dios

Con la parábola de la higuera, Jesús nos está hablando de un Dios eternamente paciente e indulgente. El cristiano está llamado a dar fruto, como la higuera plantada en la viña. Pero si no se alimenta de la palabra de Dios y no bebe de la oración, se secará por dentro y no fructificará. Es muy humano, ante la esterilidad y la inutilidad de nuestros esfuerzos, cansarse y tener la tentación de abandonar, o dejar la conversión como algo imposible. La reacción más fácil es pensar: ¿para qué esperar? Cortemos la higuera y echemos la leña al fuego.

Sin embargo, el viñador pide al amo que no la corte y la deje un año más. Él la cavará y la abonará, para que dé fruto.

Dios sabe esperar nuestra conversión con infinita paciencia. Cada Cuaresma es ese tiempo de gracia que pide el viñador para aguardar un año más, para seguir luchando porque el corazón del hombre se convierta.

Las comunidades cristianas estamos llamadas a ser fructíferas. No cansemos a Dios ni agotemos su paciencia. Jesús, con su palabra, su cuerpo y su sangre, nos alimenta y riega nuestro corazón en cada eucaristía. Si sabemos abrirlo a su amor, habremos iniciado el camino de conversión y, llegado el momento, daremos fruto.

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