Los amigos de Jesús
En su itinerario misionero, además de anunciar con gozo la Buena Nueva, Jesús va creando a su alrededor grupos de amigos buenos y fieles, como los de Betania. Son personas que se encuentra en su camino y con las que establece unos vínculos de profunda amistad. Lázaro, Marta y María, ocupan un lugar importante en el corazón de Jesús.
El evangelista nos narra una bella historia de Jesús con los amigos de Betania. En la narración se puede intuir el grado de estima que se tenían entre ellos. El autor sagrado nos dice que Jesús amaba a los tres hermanos, tanto es así que aparece profundamente apenado por la muerte de Lázaro y por tres veces el texto nos dice que sollozó. Conmovido, Jesús llora por su amigo. Los lazos de su amistad con él y sus hermanas son muy fuertes.
El dolor ante la muerte
Estas escenas de duelo son situaciones que se dan en la vida. Todos hemos vivido el dolor y la pena por la muerte de algún ser querido, en nuestros círculos de familiares o amigos. Cuando alguien a quien amábamos se muere, seguramente hemos sentido un profundo desasosiego. La muerte nos impacta de tal manera que no nos deja indiferentes ante el sufrimiento del amigo. Aunque silenciosa, siempre está cerca de nosotros.
Las hermanas de Lázaro mandan un recado a Jesús para que se desplace a Betania porque su hermano está enfermo. Jesús, entonces, afirma algo contundente: la enfermedad de Lázaro no acabará con su muerte. Recordemos que el evangelio nos ha narrado recientemente cómo Jesús daba luz a un ciego de nacimiento, otorgándole el don de la vista.
Esta vez el reto es mayor: devolver la vida a Lázaro. El texto recalca que Jesús amaba a Lázaro, y creo que aquí está la clave del milagro: el amor. El amor nos hace vivir de una manera trascendida resucitada. Para la samaritana de Sicar, Jesús es el agua viva; para el ciego de nacimiento es la luz, y para Lázaro y sus hermanas es la resurrección.
Jesús tardó cuatro días en llegar, cuando Lázaro ya estaba enterrado. María corre desconsolada al encuentro de su amigo y, como es normal, le reprocha que no haya estado con ellos. Marta tiene confianza en Jesús y se atreve a decirle que su hermano no hubiera muerto si él hubiese estado con ellos.
Jesús y Marta: aprender a confiar
En Marta intuimos un aprecio y una profunda confianza hacia Jesús. Ella tiene fe en Jesús. Tiene la certeza de que lo que le pida le será concedido, por el profundo vínculo que los une. Jesús dice a Marta: Tú hermano resucitará. Este diálogo lleno de confianza y fe les llevará al milagro.
Sólo cuando tenemos total confianza y abandono en aquel que nos ama se produce el gran milagro de sentirse vivo. Este momento nos hace vibrar de tal manera que nos hace vivir, ya aquí, la eternidad. Cuando uno ama de verdad se siente renacer de nuevo en la persona amada. Podríamos decir que cuando hay amor auténtico, se está viviendo aquí y ahora la vida eterna. Estamos preludiando la resurrección.
El rico diálogo entre Jesús y Marta culmina en la gran afirmación que hoy repetimos en el Credo. Jesús es la resurrección y la vida. “¿Crees esto?”, pregunta Jesús a Marta. Marta responde con una proclamación de su fe. “Sí, creo”.
Salir afuera: resucitar es también liberarse
Solo cuando creemos en Jesús nos puede devolver la vida, aquella que un día perdimos porque nos alejamos de él. Solo si creemos en su amor infinito él, con su potestad divina, con todas sus fuerzas nos dirá: Salid afuera. Salid de vosotros mismos, de las cadenas que os atan, de la penumbra que oscurece vuestra vida. Él nos desatará y nos librará de todo aquello que nos esclaviza y no nos deja vivir según Dios.
Abramos nuestras vidas a aquella voz potente que nos grita con fuerza que salgamos de nuestro escondite, de la apatía y del egoísmo. Jesús nos dice, con voz recia, que salgamos afuera y que vayamos a él. Él es la auténtica vida y lo puede todo.
Nunca es tarde para Dios
Muchos dudaban, pero Marta creía plenamente en Jesús. Para él nada está perdido y nada está del todo muerto. Cuando Jesús ordena abrir el sepulcro, Marta le dice: Señor, ya huele mal. El pecado corrompe nuestras entrañas, pero el amor de Dios puede convertir un corazón corrupto y herido en uno virgen y limpio. Si tenemos fe en Jesús, él nunca llegará tarde cuando lo necesitemos. Para Jesús lo más importante es darnos la vida sobrenatural. Jesús nos libera y nos da la vida nueva para que caminemos junto a Él. Su amor sacia nuestra sed de Dios, nos ilumina en nuestro camino y nos regala el Cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario