2008-06-22

Una llamada a la confianza



12º Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo A


No tengáis miedo de los que matan sólo el cuerpo, pero no pueden matar el espíritu. Temed más bien del que puede matar tanto el alma como el cuerpo.
Mt 10, 26-33

La confianza, clave en la misión


Después de la elección de los apóstoles, Jesús los instruye y les hace una petición que repetirá tres veces a lo largo de su discurso: No tengáis miedo. En esta frase se encierra una clara petición de confianza en él. Cuando Jesús dice a sus elegidos que no teman, es porque es consciente de que están en los comienzos de su vocación, a punto de iniciar la aventura de su misión. Él confía en los suyos plenamente y por eso les ruega que también confíen en él.

No pueden empezar con dudas ni con temor. Jesús les advierte que no teman, porque Dios siempre estará con ellos. Si ni siquiera un gorrión cae sin que él lo prevea, “vosotros sois más importantes que los gorriones”. Ni un solo cabello de nuestras cabezas cae sin que Dios lo sepa; para él, somos más importantes que todas las aves de la naturaleza. Estamos en sus manos. La confianza está en el centro de la misión. Como Jesús confió en los apóstoles, también confía plenamente en nosotros.

¿Por qué a veces dejamos de confiar? Muchas personas saben dónde está la salvación, incluso rezan y practican religiosamente los preceptos. Saben cómo pueden salvarse y, sin embargo, no se dejan rescatar. Tal vez han llegado a un grado de ensimismamiento tan fuerte que los incapacita para interiorizar en sí mismos, encarnar esa palabra de Dios que ya escuchan y dar el paso que los libere. La confianza es la clave de la esperanza y la alegría. Se alimenta de una oración sincera y ejerciéndola, mediante un obrar coherente y un acto de fe.

Temed aquello que mata el alma


También los avisa: que no teman a los hombres y su rechazo. En el inicio de su andadura caminando a su lado, ellos formarán parte de la gran familia de Jesús y de la futura Iglesia y, como tales, llegarán a ser criticados y odiados por causa de su maestro. Es una llamada a la valentía y a la intrepidez. Son misioneros de su palabra y pueden ser rechazados por la sociedad.

Jesús precisa que no temamos a los hombres que nos puedan impedir o dificultar nuestra misión como cristianos en el mundo. «No temáis a los que matan el cuerpo, sino más bien temed a los que matan el cuerpo y el alma». Nosotros mismos podemos ser el mayor obstáculo para cumplir nuestra misión. Vemos muy claro el peligro que viene de afuera y no siempre vemos el peligro que acecha desde dentro: cuántos cristianos han iniciado su vocación con profunda libertad y alegría y más tarde han caído en la desilusión y la apatía. Esto es todavía más mortífero que la oposición externa, porque la falta de entusiasmo y de fe nos lleva a enquistarnos. Hay que temer más esa lenta muerte del alma que los problemas exteriores.

Cuánta gente vemos caída porque las alas de la alegría se han convertido en lastres, cargados de pesimismo. Cuando dejamos de volar desde la libertad estamos perdidos.

La medida de la autenticidad

La medida de la autenticidad de nuestra vocación es el grado de ilusión y alegría y la capacidad de entrega generosa. Podemos hacer muchas cosas aparentemente buenas, pero si no vibramos y no somos auténticos, finalmente la fe se nos apagará. A veces nos cuesta mirarnos hacia adentro. Decimos que todo lo de afuera nos influye y achacamos a otros la culpa de nuestro malestar. En el fondo, quizás nos falta valor para sincerarnos con nosotros mismos.

Dios apela a nuestra autenticidad. Cuando Jesús dice que si estamos de su parte ante los hombres él también mediará por nosotros ante su Padre, nos está diciendo que la genuina fe se pone a prueba en las dificultades, cuando somos capaces de optar por él y darle prioridad en nuestra vida, por encima incluso de nosotros mismos.

Todo saldrá a la luz

La palabra de Dios penetrará en lo más hondo del corazón humano, aunque éste quiera negarse a recibirla. «Todo lo que os digo al oído, proclamadlo desde las azoteas», sigue Jesús. Todo secreto será revelado y sacado a la luz, y los apóstoles están llamados a predicar la buena nueva, sin doblegarse ante las dificultades. El cielo y la tierra pasarán, pero las palabras de Jesús permanecerán, aunque causen honda inquietud. El apóstol tiene la misión de pregonar la palabra de Dios y su experiencia cercana con él, y nada ha de impedirlo.

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