2008-06-15

Una misión sanadora y salvífica

11º Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo A

“”Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis dadlo gratis.”
Mt 9, 9-13

Dolencias de espíritu

Jesús, con mirada compasiva hacia el gentío, pone de manifiesto su misión sanadora. La multitud está hambrienta de paz, de justicia, de esperanza. Jesús percibe en ellos fatiga y desorientación. Están como ovejas sin pastor. Y les da a sus discípulos el poder de curar toda clase de dolencia.

Esa es una misión fundamental del grupo apostólico, ligada a su vocación: sanar, resucitar, salvar. En otro texto leímos que no necesitan de médico los sanos, sino los enfermos. El autor sagrado se refiere a las dolencias existenciales y espirituales, el no tener razones suficientes para vivir y carecer de una visión trascendente de la vida puede llegar a enfermar nuestro corazón lleno de orgullo.

La Iglesia, sanadora

Jesús se da cuenta de que las gentes necesitan un guía que les ayude a orientar sus vidas. Cuántas personas vemos sin norte, y cuántas personas están vacías. La misión de la Iglesia es llenar de contenido esos vacíos existenciales. Jesús es el buen pastor que conduce a su rebaño hacia las verdes praderas del Reino. Encomienda a los suyos que curen y anuncien el Reino. Esta es también la misión de la Iglesia: descubrir de aquello que adolece el ser humano y anunciarle la buena nueva del amor de Dios.

Jesús también nos dice que la mies es mucha y los obreros pocos. “Rogad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Ahora, más que nunca, es necesario que haya cristianos vocacionados y responsables que consagren su vida a dar aliento y fe a los que no tienen. Los cristianos estamos llamados a vivir con entusiasmo ante la desidia que invade nuestra cultura relativista. Estamos tan enfrascados en nuestras preocupaciones que somos incapaces de darnos cuenta de que alrededor nuestro tenemos a mucha gente que sufre y está desorientada. La Iglesia nos pide hoy que trabajemos en su viña, en las parroquias, en movimientos, allá donde estemos; que seamos capaces de sacar nuestro precioso tiempo para dedicarlo a los que más nos necesitan.

Herederos de una misión

Nosotros somos transmisores de ese ímpetu de los apóstoles que tuvieron muy clara su vocación de servicio y de sanación. El autor sagrado se detiene y va enumerando, uno por uno, sus nombres. Esto tiene su importancia, en cuanto a que está dando un relieve especial a los inicios humanos de la misión apostólica, una historia que comenzó con llamadas personales, de tú a tú, a cada uno de ellos. En el centro de esta misión está el servicio, especialmente a los enfermos y a los pobres.

Hoy, Jesús nos recuerda que todos los que celebramos esta eucaristía hemos sido llamados a prolongar la misión de los apóstoles y a dedicar nuestra vida a comunicar la buena nueva.

Lo que gratis habéis recibido, dadlo gratis

Todos hemos recibido el don de la fe gracias al coraje de otros. La muerte y resurrección de Jesús y el inicio entusiasta de los apóstoles nos ha llevado a que hoy estemos presentes celebrando el memorial de Jesús en la eucaristía. Si gratis lo hemos recibido, gratis, y a tiempo y a destiempo, como dice san Pablo, estamos llamados a anunciar la palabra de Dios.

Si la gente se enfría y se aparta de la Iglesia es porque quizás nos está faltando alegría y entusiasmo. Solemos alegar que la sociedad y las ideologías van contra la fe. Pero, aunque haya razones externas que justifiquen ese alejamiento y dificulten nuestra misión, nada nos puede impedir proclamar el evangelio. San Pablo nunca dejó de hacerlo, ni siquiera cuando fue confinado en la prisión por ser cristiano. Como nos recuerda en sus cartas, hemos sido salvados a precio de sangre, por la muerte y el amor de Jesucristo. ¡Nunca lo olvidemos! Dios ha dado lo mejor de sí: su propio Hijo, para que nosotros podamos vivir en plenitud. Y este tesoro no podemos guardarlo para nosotros mismos: el mundo lo está esperando.

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