2009-02-01

El servicio, fundamento de la autoridad

“¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen”. Y su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Mc 1, 21-28

El asombro de los judíos

El evangelista Marcos reseña el asombro de los judíos que escuchan a Jesús ante sus enseñanzas. Se admiran, porque ven que su manera de hablar y enseñar es absolutamente diferente a la de los fariseos. Estos enseñaban repitiendo oraciones y frases de la Torah, sin poner su acento personal e interpelador. Jesús no deja indiferente a nadie. Cala en lo más hondo de los corazones porque está lleno de Dios. Es la misma palabra de Dios, que impacta profundamente y hace vivas las Escrituras en su boca.

La autoridad que viene del amor

La autoridad no se la otorga él mismo, sino que le es reconocida por sus coetáneos. Más allá de tener habilidades comunicativas, Jesús convence no sólo por lo que dice, sino porque entre lo que dice y hace hay una íntima y profunda relación. Estamos hablando de la autenticidad. De aquí le viene la autoridad, su capacidad de convencer a partir de su rica experiencia. Empapado, lleno de Dios, transmite su vivencia interior.

La autoridad de Jesús tampoco es una manifestación de poder, que somete y subyuga, como los poderes terrenales. La autoridad de Jesús proviene de su gran capacidad de servicio, de su entrega a los demás, de su amor hasta dar la vida. Jesús se desplaza de los poderes mundanos y los rehuye.

Cómo interpelar al mundo de hoy

Y nosotros, los cristianos de hoy, ¿sabemos enseñar como Jesús? ¿De dónde ha de venir nuestra autoridad en el ejercicio de nuestra labor evangelizadora? No convenceremos a nadie si no partimos de una experiencia íntima con Dios. No se trata de hablar bien o de tener capacidad retórica, sino de testimoniar la fe con nuestra vida. De esta manera, quizás podamos asombrar o, al menos, interpelar, en la medida en que nuestro devenir cotidiano se convierta en palabra viva de Dios.

Arrancar el mal del corazón

En aquella sinagoga —era sábado— se encontraba un hombre poseído por un espíritu inmundo. Jesús no sólo asombra por su elocuencia sino porque, además, obra el bien. Saltándose el criterio de no curar en sábado, se muestra como hombre libre preocupado por el bien de los demás, por encima de la misma Ley. Jesús pasa de la palabra a la acción y saca el maligno de la persona poseída. Esta es una parte fundamental de su misión: ha venido al mundo para arrancar de nosotros esas fuerzas malignas que nuestro egoísmo va cultivando, poco a poco, hasta que llegan a dominarnos y nos alejan de Dios.

Unido a Dios Padre, Jesús tiene más fuerza que los espíritus de las tinieblas. Posee ese don especial que nos hace felices, nos libera y nos aparta del mal que nos esclaviza y nos impide amar. Esta es su potestad: autoridad para expulsar el mal y hacernos libres, siempre que nosotros también lo queramos. En el momento en que somos capaces de reconocer que Jesús es el santo de Dios quedamos libres del cautiverio del pecado.

La misión de los cristianos

Toda la Iglesia, todos los cristianos, estamos llamados a ayudar a los demás a vivir con dignidad y a ser felices. La misión de Cristo es también nuestra misión. En el Antiguo Testamento, leemos cómo Dios promete enviar a otro profeta, después de Moisés. Ya no será un simple enviado suyo, transmisor de sus palabras, sino que será su misma palabra, Dios encarnado entre los hombres. Este que ha de venir, más que profeta, más que enviado, es Jesús.

Después de su resurrección, Jesucristo permanece entre nosotros, vivo y presente. Y somos nosotros quienes tenemos encomendado continuar su misión: ser voces vivas de su presencia, anunciadores del amor de Dios y enviados a servir, curar y liberar a las personas atrapadas en el mal. Podremos hacerlo, no con nuestras fuerzas y nuestro escaso poder, sino con nuestra entrega y con la misma fuerza de Dios, que nos será dada en la medida en que vivamos estrechamente unidos a él.

No hay comentarios: