2011-01-28

Felices aquellos que...

4 domingo t. ordinario -A-

Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Mt 5, 1-12


Un retrato vivo de Jesús

Las bienaventuranzas son la imagen viva del corazón de Jesús. Definen su forma de ser y actuar y son un modelo para los cristianos de hoy. Rodeado por la multitud, Jesús habla especialmente a sus discípulos; es a ellos a quienes van dirigidas estas palabras.

En las bienaventuranzas podemos distinguir dos partes: las cuatro primeras hacen referencia a situaciones o circunstancias en las que podemos encontrarnos —sufrimiento, incomprensión, injusticia— ante las que afirma que, pese a todo, podemos hallar consuelo y ser felices. Las cuatro últimas reflejan el deseo de Jesús de imitar la bondad de Dios.

Las bienaventuranzas del consuelo

Felices los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Con esta bienaventuranza, Jesús se refiere a la indigencia espiritual. El pobre es aquel que reconoce que no es nada y que todo cuanto posee es don de Dios. No habla tanto de una pobreza económica, sino de una actitud existencial. En este sentido, Jesús fue pobre porque se abrió a Dios y confió total y plenamente en él. El Reino de los Cielos será de aquellos que tengan su esperanza puesta en Dios, aquellos que dejen que Dios reine en sus vidas. El pobre de Yahvé es un concepto bíblico que define al hombre que sólo se apoya en Dios y sólo en Dios encuentra su amparo.

Felices los que lloran, porque serán consolados. Jesús también lloró y, muy especialmente, ante la muerte de su amigo Lázaro. Las lágrimas reflejan dolor e impotencia, pero los cristianos hemos de saber que Dios es nuestro gran consuelo. Si lo buscamos, en los momentos más difíciles de nuestra vida, él nos dará la fuerza vital para seguir adelante.

Los cristianos también hemos de convertirnos en consuelo y soporte para otros que están desanimados, desorientados y abatidos. Esta bienaventuranza tiene mucho que ver con la primera: el dolor es otra forma de pobreza.

Felices los que sufren, porque ellos heredarán la tierra. Jesús alude a su propio sufrimiento ante el rechazo del pueblo judío. Ya en su infancia tuvo que huir y durante toda su vida conoció la persecución. El sufrimiento acecha constantemente en el camino de Jesús, hasta llevarlo a la muerte en cruz.

Con esta bienaventuranza, se nos interpela a ser solidarios con el dolor humano. ¿Cuántas veces generamos sufrimiento a nuestro alrededor? Nos puede horrorizar el dolor que vemos en el mundo y, sin embargo, quizás estamos provocando sufrimiento cerca de nosotros por egoísmo o por cosas sin importancia. Pensemos que, cada vez que estamos haciendo sufrir a alguien, estamos hiriendo al propio Cristo, clavado en la cruz.

Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Estas palabras pueden tener una lectura social: las personas que padecen injusticias quedan empobrecidas, oprimidas, privadas de la alegría y de la libertad. Se habla mucho de la justicia social; tener lo básico para subsistir es un derecho que todos los cristianos deberíamos defender. Cuantas más personas vivan en situaciones injustas e indignas más nos alejamos del Reino de Dios.

Sin embargo, esta bienaventuranza no habla sólo de leyes humanas, sino de ética. Nosotros mismos, muchas veces, somos causantes de injusticias por recelos, envidias, egoísmo o ambición.

Finalmente, Jesús alude a la justicia de Dios. Esta es la máxima justicia, que va más allá de dar a cada cual lo que creemos se merece. La justicia de Dios es amor, es generosidad sin medida. Los cristianos hemos de aprender de esta magnanimidad y, a partir de aquí trabajar por una sociedad ecuánime y justa, siempre desde la óptica de Dios, para quien todo ser humano es digno y valioso.

Las bienaventuranzas del apóstol

Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. La misericordia, la piedad, es un atributo del corazón de Dios. Él se compadece de sus criaturas, como vemos en tantas ocasiones en el Antiguo Testamento, y en los mensajes de los profetas. En el Nuevo Testamento, la parábola del hijo pródigo nos muestra con gran claridad esa imagen de un Dios misericordioso. Jesús es la máxima expresión de la compasión de Dios.

Ser compasivo también debe ser un atributo del cristiano. Esto nos lleva a reflexionar cuánto nos cuesta ser misericordiosos con los demás. Si algo no nos gusta, enseguida señalamos, criticamos y mantenemos actitudes duras y agresivas contra aquella persona que nos contraría. Hemos de aprender a ser como Jesús, benignos y comprensivos. Sólo así podremos ayudar a reparar, con dulzura, los errores. Dios es infinitamente paciente con nosotros; seamos como él, y así alcanzaremos misericordia.

Felices los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. El corazón de Jesús es la imagen diáfana de la pureza de Dios. Podremos ver su rostro si nada oscurece nuestra relación con Dios y con los demás. El egoísmo, los celos, la agresividad, la tristeza y la desesperanza manchan nuestro corazón. Ofrezcamos estas flaquezas a Dios en nuestra oración, y dejémonos limpiar por el viento amoroso de su Espíritu.

Felices los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Los cristianos estamos llamados a ser pacificadores. Pero no podremos trabajar por la paz si no tenemos paz dentro de nosotros. Y la fuente de esta paz justamente nace de Dios. Cuando nos sentimos plenamente hijos suyos, la paz invade nuestra vida y nos empuja a expandirla.

Los medios de comunicación nos muestran a diario conflictos bélicos por todo el mundo. Horrorizados, nos preguntamos el por qué de tanta violencia. Pero la guerra no nace de improviso, sino que es la suma de muchas pequeñas violencias, que se gestan en cada persona, en las familias, entre los vecinos, en la sociedad… Así, miles de gotitas de violencia forman arroyos, ríos y llenan el mar. Cuando se acumulan océanos de violencia, es muy fácil que estalle un conflicto armado.

Hemos de empezar a ser constructores de paz comenzando por nuestro entorno más próximo: evitando discusiones, enfrentamientos innecesarios, heridas. En cambio, hemos de favorecer una convivencia serena, pacífica, basada en la confianza. Los cristianos, como Jesús, estamos llamados a ser apóstoles de la paz.

Felices cuando por mi causa os persigan y os calumnien. Estas palabras son una alusión clara al mismo Jesús, que avisa a sus discípulos: ellos pasarán por las mismas pruebas. Por él, los cristianos somos calumniados, perseguidos, desplazados. La causa de nuestro sufrimiento es nuestra fe. Con esta bienaventuranza Jesús nos habla de su propia pasión y muerte y está prediciendo los futuros martirios del Cristianismo.

Testimonios valientes de la fe

Hoy día quizás los cristianos ya no somos perseguidos ni llevados al patíbulo, al menos en nuestros países occidentales. Pero nos cuesta mantenernos fieles a Jesucristo, pues la fe va contracorriente de las tendencias del mundo. Por otra parte, las formas de persecución son mediáticas. Es en la prensa y en los medios masivos de comunicación donde se produce una persecución sin tregua. Después de veinte siglos, el mundo sigue rechazando a Dios, intentando desplazar la dimensión religiosa de la sociedad.

Hablar del martirio hoy suena arcaico. Pero hemos de recuperar el sentido de esta palabra: “mártir” es testimonio, y los cristianos de hoy deberíamos conservar la capacidad para manifestar nuestra fe sin temor. Vemos cómo en algunos países, donde no se reconoce la fe cristiana, religiosos, sacerdotes y laicos son perseguidos e incluso masacrados. Su ejemplo ha de motivarnos a ser valientes.

Los cristianos nos movemos entre la apatía y la agresión y el rechazo de la fe. No es fácil mantenerse firme, pero Jesús nos recuerda que la recompensa será grande para los que sepan seguir fieles y confiando en él. Tenemos un don que hemos recibido generosamente y hemos de regalarlo. El mundo necesita testimonios de la fe.

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