2011-02-12

La vida, el amor, la verdad

6 domingo tiempo ordinario -A-

Habéis oído a los antiguos: “No matarás”. Y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. […]
Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella [...]
Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso". y "Cumplirás tus votos al Señor". Pues yo os digo que "no juréis en absoluto". Os basta decir sí o no [...]
Mt 5, 15-37

En el evangelio de hoy, vemos a Jesús hablando de tres de los mandamientos de la ley judía, aquellos que afectan a tres cuestiones fundamentales: la vida, el amor y la verdad. Y vemos cómo Jesús no contradice la ley, pero sí la lleva mucho más lejos que un puro cumplimiento farisaico. Sabía muy bien cuán fácil es convertir la religión en un conjunto de normas estrictas y aparentar bondad de modo hipócrita.
Él va más allá del cumplimiento de unos mandatos: está apelando no tanto a la acción en sí, sino a la intención, a la verdadera voluntad que se esconde en el corazón humano. No se trata tanto de cumplir unos mandatos por obligación, porque toca o para demostrar ante el mundo cuán justos somos. Jesús no busca obediencia ciega a las leyes, sino adhesión desde el corazón.
La ley mosaica prescribe “No matarás”. Pero Jesús equipara la disputa y la crítica malévola al mismo delito homicida. No basta sólo con no matar, ¡la gran mayoría de personas jamás cometeremos ese crimen! Pero, en cambio, todos mantenemos en nuestra vida pequeños odios, rencillas, resentimientos, cuentas pendientes con otros… Quizás sin ser muy conscientes, estamos provocando mil pequeñas muertes. El quinto mandamiento llevado a su plenitud, aplicado y vivido auténticamente, nos llama a dar vida, y una vida plena, hermosa, digna y en crecimiento. Se trata de amar, respetar, tener consideración hacia los demás tal como son. Se trata de proteger la libertad y la iniciativa de todos. Se trata de no matar, tampoco, proyectos, ilusiones, sentimientos ni buena fama.
La ley también regulaba el divorcio y condenaba el adulterio, favoreciendo claramente la libertad del varón y dejando a la mujer en una situación muy desigual. Jesús es más exigente y ahonda en los deseos del ser humano. También se puede pecar de pensamiento e intención. También se puede pecar de falta de amor. Las leyes no pueden abarcar toda la profundidad de la vida humana, ni pueden sanar las heridas causadas por las rupturas. Jesús, en realidad, está haciendo una llamada al amor. El sexto mandamiento, más allá de las restricciones morales que pueda imponer, es un grito a favor del amor auténtico, ese que une a las personas para siempre. En su corrección a este mandato, Jesús también está situando a la mujer en un plano de igualdad respecto al hombre.
Finalmente, Jesús previene contra la falsedad y la arrogancia de quien jura, quizás en vano o sin el propósito de cumplir lo que dice. Y nos exhorta a decir las cosas con llaneza y sinceridad, de manera que nuestras palabras se correspondan con aquello que realmente creemos y hacemos. El octavo mandamiento es una apelación a la honestidad y a la coherencia.

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